Sunday, July 29, 2012

Ella y yo

Ella es sexy y yo soy moralista. Síntoma de una derrota anunciada, tal vez. Ella es sexy (ella es sexo) y yo pretendo dominarlo. Doble derrota. Feliz derrota, tal vez. Ella es sexy y yo la juzgo por eso, pero su sensualidad le da vida a mi mundo acartonado. Extraña victoria. Ella es sexy y es mía, no en tanto que poseo su cuerpo, o que mis grilletes la atenazan, sino en tanto que tengo su atención. Peligroso triunfo. Ella es sexy y mía y me lo dice, pero creerlo enteramente no puede ser prudente. Parecería ser que la lleno, que satisfago su necesidad, pero me pregunto a qué precio. Un esfuerzo constante y silencioso crece dentro mío. Me pregunto si su sensualidad tolerará alimentarse siempre del mismo cuerpo, siempre de la misma cara, de las mismas palabras de uno solo. Yo. Dudo si mi titánico esfuerzo de mantenerla entretenida podrá durar. Dudo de esta atípica constancia que me domina hace ya algunos meses. No sé - y me pesa - si con el tiempo mis berrinches le seguirán pareciendo menores, mis arrebatos le seguirán pareciendo desdeñables, si mi candor seguirá pesando más que mi oscuridad. Parece sincera, y no dudo que lo sea. Pero sospecho, y de inmediato nace en mí una furia prematura, si no hay en ella un deseo de salirse, un impulso inconsciente de volver a la vida amorosa nómade, aquella donde todo es transitorio, porque elegir implica morir de a poco. Me elige ahora, pero nada me garantiza que me elegirá mañana. Le hago creer - porque en eso soy hábil - que no hay otro como yo, pero no puedo garantizar que sea cierto. No puedo solventar esa presunción. Ella niega el peso del tiempo y yo lo asumo. Ella quiere vivir en una eterna juventud y yo ya vivo en una vejez anticipada. Yo busco la sabiduría, ella busca la fiesta. Es el fino equilibrio de lo insostenible, me pregunto si podremos mantener este fino balance hasta que la muerte nos sorprenda, hasta que el final nos tome de imprevisto. Ella es sexy y yo también, pero ella lo asume y lo disfruta. A mí me pesa, la sensualidad me pesa. Ella dice que me ama y yo lo retribuyo, pero necesito confiar en que nadie más tocará ese cuerpo. Y me pesa, claro, eso también me pesa. Demasiadas cosas que me pesan para tanta felicidad. Mi vicio no lo entiende, mi miedo a Dios tampoco. Me pregunta qué veo en ella, qué compartimos. Y yo no lo sé, pero sí sé que sin ella todo se vuelve insulso. Que la necesito de un modo más desesperado al que evidencio. Que ahora todo es diferente, irreversible, insólito. Que me preparo día a día para un final que nunca llegue, porque todo crece, todo evoluciona, se complejiza al mismo tiempo que se hace más simple y esencial. La miro y sé, qué, no sé, pero sé. Achaco a mi mente insegura con lúgubres fantasías, un anhelo secreto y pestilente, el deseo perverso de encontrarla en otros brazos, en mi casa, en mi cama, en el lugar donde yo le cedí terreno. Anhelo una venganza injustificada, un placer enfermo que sé que no va a darme. Y agradezco por ello cada día, por la sanidad que su fiesta implica a mi modo de vida. La luminosidad que me extrae casi por accidente, la esperanza que tengo de que cada día se realice más a sí misma, sin que eso necesariamente me incluya. La amo porque ella le hace mejor al mundo, el mundo la necesita más de lo que el mundo sabe. Ella es miembro de una especie única y en vías de extinción, un poema al buen vivir, un manifiesto del hedonismo constructivo y de la ética del disfrute. Mi supuesto buen vivir, ese que mi cuerpo transmite más que mis ideas, cobra vida cuando ella está. Ella le da sentido a tanto sufrimiento inútil, le da color a mi mundo gris. Me pregunto cuánto durará. Me pregunto cuánto podré sostenerlo. Me pregunto cuánto falta antes de que ella se dé cuenta de mi mentira, de mi derrota, de que mi amor le es tan beneficioso como restrictivo. Me pregunto si entiende que el amor necesariamente es restrictivo, más allá de la dicha que trae. Soy limitado y ella es infinita. Quisiera que fuéramos infinitos juntos. Quisiera que todo mi mal se extinguiera al ver su cara. Quisiera ser cada día con ella más sincero, más puro, más frágil. Que me vea como yo quiero verla a ella: incompleto. Y completarla sin esfuerzo, sin trabajo, sin la inseguridad atroz que me hace desear complacerla en cada pequeño hecho. Pero soy poca cosa, soy un ser humano. Mi falla es mi deseo, soy lo que puedo con estos pobres huesos. La amo con todo, y a pesar de todo, con los restos de mi mismo y con la ambición que no tengo, la amo desesperadamente, que es la única forma de amar, y la más verdadera.

Monday, January 09, 2012

La pluma y la roca

Me angustia la frivolidad del mundo, me enoja y me asquea. Pero más me asquea sea arrastrado hacia ella, me enojo conmigo mismo por dejarme chupar por esa masa estúpida que todo lo domina, la de la voluntad ajena. Me siento derrotado en mi batalla personal cada vez que me dejo tragar por la dinámica veloz e idiota del mundo. Falto a mi verdadera naturaleza vada vez que trato de ser como ellos, los otros, los innominados, los que carecen de raíces. Mi raíz es firme y poderosa, crece, evoluciona dentro de mí en forma de sabiduría cotidiana, un saber específico que se ramifica y ensancha mi raíz. Veo al mundo, absorbo y crezco dentro de un estoicismo que no tiene matices. Me dejo arrastrar a la lógica de la pluma y sangro por la herida, porque no soy otra cosa que la roca. La roca vive anclada a su lugar y ve al mundo pasar con indiferencia, igual le da el paso del tiempo y lo que los humanos hacen con él. Envidiar a la pluma, que nunca se ancla, que se deja llevar por los vientos a causa de su nula voluntad, es humillarse a uno mismo. No saberse roca y actuar en consecuencia es lastimarse inútilmente. Si sé que la pluma no elige sino que se deja llevar, y en ese dejarse llevar muda de naturaleza como se cambia de vestimentas, ¿Por qué seguir sometiéndome a esa tortura lascerante? ¿Por qué necesito reafirmar mi fuerza moral disfrazándome de pluma, disimulando mi tronco filosófico y ético? ¿Por qué dejo que las debilidades humanas, que también están en mí pero no son ajenas a mi voluntad, triunfen? La pluma se pasea alardeando de su supuesta libertad, vendiéndole a las otras plumas su vistoso plumaje, convenciéndolas de que ella no es igual que las demás, incapaz de ver que su profundidad se agota en su apariencia. La roca vive de sus convicciones pétreas sin ofrecerlas, porque saber que las tiene le basta. No necesita moverse porque tiene dentro de sí todo lo que necesita, su pequeño lugar en el mundo puede ser limitado a la visión pero está pleno de cara al espíritu. La roca vive en el centro de su ser y eso le basta, porque no hay fin más noble que la entereza, la unidad. La pluma es múltiple, multiplica su nomadismo inútil, niega su futilidad mientras se deteriora y luego minimiza su deterioro, como si fuera a vivir para siempre, a pesar de que su progresiva decadencia está a la vista. Soy roca y me deterioro, no renuncio a mi deterioro ni lo oculto, sé que mi decadencia es el precio que pago por la ampliación de mi área de saberes. Si soy roca y me asumo como tal, no temo dejar a la vista mis cicatrices, no combato contra las limitaciones constitutivas de mi ser. Ser roca es ser firme, parsimonioso, estable, ajeno al temor de afectar a los demás. La roca está allí y no se hace a un lado ante pie de bestia o crujido del viento. La guerra no es contra las plumas, es con uno mismo, con los desvíos que uno toma para evitar confrontar con su naturaleza rocosa. La roca no es popular, no es envidiable, no es deseable ni desea en abundancia. La roca persiste en su ser y espera, profundiza en su esencia y no negocia. La roca es de apariencia tosca y de corazón noble, es parte de un todo mayor del que no reniega y es a su vez pieza única, irrepetible, bastión de resistencia a la frivolidad del mundo. Soy roca y hoy deseo más que nunca ser roca. Por todas las veces que fui pluma, hoy deseo dejar atrás ese titubeo juvenil. Deseo afirmarme como lo que soy: un sedimento en la nada universal, un basalto perdido que cumple sus designios desoyendo el frenesí estridente de plumas volátiles. Anhelo el día en que, finalmente, las plumas vuelen ante mí, me provoquen con sus absurdos colores, lancen vituperios susurrados y proferidos por la banalidad del viento, y yo me ría, solo, anegado en mi obsecuencia petrificada, la roca, la piedra, el magma crudo y endurecido de una voz auténtica, propia, forjada por el trabajo sobre sí mismo que no retrocede ante el paso del tiempo, la erosión de los elementos, la perfidia de seres sin raíz que pretenden dar enseñanzas.

Tuesday, September 20, 2011

Haikus for a renewed youth

New smashed up dandelions smelling the rotten stuff that comes out of teddy bears.
Yelling creature from beyond answering to questions never fomulated by ingenious school-boys.
Riveting monster defined by spectres that never remember your name.
I wish cherries grew out of frivolous ancesters.
Unspeakable events occur while you clean up your dishes.
Underground dog whistles until the bell chimes for the fourth time.
Diagonals are set amidst inmense flocks of ducks.
Unawares is caught the mermaid, soflty murmurring the words: thy---be---gone.
Forever shall the parties part as long as the foremost civilians forge a better future.
Treasures are buried among the wild sea monsters.
Sand is always stuck between the second and the third feet.
The ashtray looks like a filthy plate, centerpiece for an uncanny convention.
He knew what he now knows but is unwilling to comment.
Had Hickens seen the dimension of sound hidden in his coat, he would have experienced a far better stream of purple notes. Heavy burden for the care-taker of the glass house: rainbow tides are coming his way.
Forbid my morbid intromission, Sire, certain forged signatures were written in my book.
Although me myself is not a great poet, I do a great handling of information.
Regardless of the sunshine sisters, the pool is everytime a better place than the living room.
Is there a physician among the attendants of this momentous step in mankind?
Shall we take part in the festivities concerning the emperor and his court or shall we best foresake his name in benefit of the crowd´s secret expectations?

Saturday, September 10, 2011

El centro de la espiral está vacío

La vida en el círculo nunca se agota. Rebotan sus habitantes como bolas metálicas en un pinball. Las caras cambian pero el entorno es siempre el mismo; seguimos fallando gloriosamente. La nariz pide combustible: ¡Dáme, dáme, dáme! Y le metemos a los pulmones, dále meterle, tomá, agarráte esa, digeríla, siempre podemos y debemos meter más. Mirá lo que te digo, la tristeza es cosa de antes.
¿Cuál es el verdadero combustible, el que te lleva al estado cohete? Freddy dice que sabía, mirá cómo la fue. La romántica ya no me la como, al final es más o menos lo mismo. Mové las fichas y fijáte qué sale. Dáte de bruces contra tu propio deseo. Decíle al tiempo muerto: ¿Qué, y qué? ¿Qué hago con todo lo del medio? El rulo no se riza, no volvés al comienzo una vez que lo viste más o menos todo. Porque todo no se puede ver, y , sin embargo, más o menos lo intuiste. Ese mismo sabor, ese mismo revés, ese mismo trabajar y trabajar para llegar a los mismos puertos. El amor, dicen, el amor. ¡El amor no basta, necios! El amor cura tan poco como Dios, como esto, como llegar al borde del mundo. Te das cuenta de que una vez que te comiste todo seguís teniendo hambre.
Me pregunto si la tendencia hacia el fin es prefabricada, si es orgánica. Si pasó, la hicimos pasar o estaba prevista que pasara. Qué grosera esta repetición, esta serpiente que se come la cola, qué insulto a lo trascendente. Ya está, lo dije, trascendente. Ahora puedo irme a dormir, aunque no tengo sueño, ahora puedo soñar con todas esas cosas que no podré tocar jamás porque no se tocan. Lleváme, adónde sea que vayas, lleváme, dame una pizca de tu piedra, lleváme. ¿Qué voy a hacer acá? ¿Qué voy a hacer que ya no haya hecho mil veces? Cambio todos mis a media máquina por un solo, efímero, total, hiriente, extático... todo. Me hiciste incompleto y la otra parte te la quedaste, la quemaste, se la regalaste a uno que ni buscaba.
Quiero todos los males de este mundo en mi cuerpo ahora, quiero quemarme y sentir la pestilencia de mis músculos machucados. Y quiero que sea verdadero, sentir que es final y verdadero, sentir que nada podía ser sino eso.
Solo cuando me hago mal soy yo.
Solo cuando reviento estoy presente.
El incesante reiniciarse de todo es un chiste de muy mal gusto.

Tuesday, July 12, 2011

Zenón Encina

Tardé un rato bastante largo en levantar el teléfono. El hombre me intimidaba, y mucho. Capitán del Ejército y de trayectoria, hombre viajado y muy versado en temas varios. Para colmo, médico, y eminente. Finalmente tomé coraje y lo llamé. Su voz era limpia y clara, pero con un dejo de aridez, voz de fumador pero no de cigarrillos. Ni dijo muchas cosas, me concedió la cita tajantemente e incluso, con cierto disgusto, accedió a encontrarse en un bar de Palermo. Sabía que tendría que haber propuesto algo más formal, el Tortoni o algún bar tradicional, pero los tiempos de ambos eran acotados y corrí el riesgo.
Lo esperé en la esquina puntual, no pedí nada hasta que él llegara. Llegó media hora tarde, sin excusarse ni disculparse. Tenía puesto el uniforme reglamentario de gala, saco y pantalón blancos prístinos, gorra de rango haciendo juego, sobretodo verde oliva y una espada corva enfundada colgando a su derecha. Botas altas y un bigote blanco minuciosamente recortado. En su mano tenía un maletín marrón de piel de algún tipo de lagarto. Me puse de pie a su llegada y me hizo sentar con un ademán. Quise romper el hielo.
- ¿Está de ceremonial?, pregunté, buscando ser simpático.
- No
Pedí café y un brownie, él pidió un vaso de whisky y encendió un habano cubano, que extrajo de un estuche de cuero negro. El humo del puro suscitó miradas iracundas de la gente alrededor, pero Zenón no lo apagó y nadie se atrevió a decir nada. Encendí el grabadorpero Zenón rápidamente lo apagó.
- ¿Le molesta que grabe?
- Preferiría que no lo hiciera.
- Bien. ¿Cómo quiere que lo llame?
- Capitán está bien.
- Disculpe mi ignorancia, no sé mucho de rangos militares...
- ¿Cuál es su pregunta?
- ¿Por qué Capitán? Un hombre de su experiencia y su trayectoria...
- ¿Por qué no soy General?
- Digámoslo así.
- ¿Quién es usted para cuestionar mi rango?
- No cuestiono, tengo un profundo respeto...
- No sea cobarde. Si va a preguntar, pregunte claro.
- ¿Por qué médico?
- Todo ejército necesita médicos. Todo el mundo tiene una vocación, pero yo tengo dos.
- ¿Militar y médico?
- Médico dentro de lo militar. Yo elegí no llegar a General.
- ¿Por qué?
- ¿Y usted qué cree? No se puede dirigir a un regimiento y andar curando a los caídos en simultáneo. La grandeza está también en reconocer las limitaciones. Lamentablemente, soy persona, y las personas son limitadas.
- Entiendo. ¿Viaja mucho?
- Constantemente.
- ¿Por motivos militares o médicos?
- Tengo más requisitos civiles en este momento.
- ¿Y por qué usa el uniforme?
- ¿esto va a ser todo el tiempo así? Usted es muy monótono.
- Perdón, es que el tema de la entrevista es el maridaje entre sus dos oficios.
- ¿Maridaje? Qué palabra fea. No tengo dos oficios, es uno solo con dos facetas.
- ¿Extraña la guerra?
- La guerra nunca se acaba. Se pelea todos los días.
- ¿En la calle?
- En el mundo. Detrás de la cortina de humo hay una batalla que dirimir.
- ¿Y cómo hace para matar y salvar vidas al mismo tiempo?
- Con un sentido claro de justicia, accionar es fácil. Sé lo que es justo, sé lo que es correcto. No tengo dudas.
- ¿Jamás dudó, en su vida privada tampoco?
- No hablo de mi vida privada.
- ¿Por qué?
- Respete los límites.
- Sí, mi capitán.
En ese momento, el Capitán estiró su brazo hacia mí súbitamente y me agarró del cuello. A pesar de su edad, sentí la fuerza vibrante de esa mano, apretando mi cuello. El mozo miró hacia nosotros, específicamente a mí, como preguntando qué hacer. Zenón soltó mi cuello y tomó del whisky.
- Estamos perdiendo el tiempo.
- No se vaya, esto es muy valioso para mí.
- ¿Qué le pasa, estaba buscando mi ira?
- Solo quiero saber sobre usted, conocerlo lo mejor que pueda.
- ¿Qué saco yo de esto? Tengo cosas que hacer.
- Mi interés es su premio. Poder pintarlo como sería un honor para mí.
- Pregunte. Rápido.
- ¿Qué le gusta, qué piensa cuando está solo, a quién quiere en este mundo, a quién extraña, qué cosas le quedaron pendientes y saber que no podrá resolver?
- No puedo responder todo eso.
- Responda lo que quiera.
- Me gusta el whisky y el café negro por la mañana, especialmente cuando estoy en Senegal o Ecuador. Me gusta el horario entre las cinco y las diez de la mañana, especialmente en domingos. Me gusta el respeto y los jóvenes que recuerdan lo que fue este país hace cincuenta años. Hice todo lo que tenía que hacer, no tengo reproches ni nostalgia. Odio la nostalgia.
- ¿Llora alguna vez?
- No pregunte estupideces.
- ¿Y su hija?
- ¿Qué hija?
- Beatriz.
- No sé de qué habla.
- La hija que tuvo con Hebe de Mantovani.
- Se equivoca.
- ¿Sí, me equivoco?
El Capitán volvió a agarrarme del cuello, pero esta vez no quiso soltarme. Las venas de la cara se le hincharon y se puso de pie. Con la mano libre se aferró al sable y todo el bar quedó petrificado, incapaz de reaccionar.
- ¿Quién lo manda?
- Nadie
- ¿Qué quiere?
- Saber la verdad
- ¿Para quién?
- Para mí
- ¡Por qué mierda querría saber mi verdad!
- Porque es una buena historia.
El Capitán me soltó, dejó la espada en calma y terminó su vaso de whisky. Tiró sobre la mesa un billete de veinte pesos y se arregló el uniforme. Se acercó e, imperturbable, me habló en un susurro.
- No habrá historia. Recuerde: yo no existo. Cualquier intento de su parte de darme cuerpo acabará con su muerte. No voy a dejarlo respirar. Cualquier uso de mi nombre, mi aspecto o mi pensamiento conducirá a su deceso. Violentamente. Usted me decepciona. Tenía buenas referencias, pero claramente me equivoqué.
- Zenón...
- Capitán Encina. Para usted y para todos.
- Capitán, no quise ofenderlo. Su secreto está a salvo conmigo.
- No siga, está buscándose la muerte.
- Juro no volver a molestarlo. Dígame solamente algo...
- ¿Qué? ¿Qué más pretende? Sea prudente.
- ¿Qué le dijo Beatriz en su última llamada telefónica?
En ese instante supe que no había vuelta atrás. El Capitán sacó su espada y tuve el tiempo justo para dejarme caer con la silla y salvarme del impacto. El vaso de whisky se destruyó en mil pedazos y la mesa de madera endeble quedó tambaleando. El Capitán pateó la silla y enfundó nuevamente el arma. Avanzó hacia la salida a paso marcial y tuvo apenas un instante de duda, en el que giró, no del todo sino apenas, revelándome el perfil de su cara.
- Vaya a Isla Decepción. Hable con Hebe. Si tiene suerte y es un poco menos evidente, tal vez logre que Beatriz le diga algo. Pero no me involucre. No me haga venir a buscarlo, porque si el deber llama, mato.
El Capitán abandonó el bar y no volvió a atenderme el teléfono. Debí saber que hay verdades de las cuales no se puede hablar.

Saturday, July 09, 2011

La batalla

Veo rayas donde sé que no las hay. No es solo el defecto de mi ojo, sometido al titilar incesante de una pantalla demasiado blanca. Es un estado mental. Estoy más allá del cansancio, estoy más allá del hartazgo. He llegado, finalmente, a la resignación, que es lo más parecido al Nirvana que conozco. Estoy más allá de la buena literatura, estoy más allá de la cultura de masas, estoy más allá de las primitivas emociones humanas, estoy más allá de la esperanza, estoy más allá de creer que sirvo para algo. Así me ha dejado el mundo: derrotado. Tanto pedirle para acabar solo, en la alta noche, golpeando a puertas cerradas con ladrillos sólidos. Y, tenue, solitaria, la microscópica vocecita que grita "ahí están, en su enorme debilidad, pidiendo que los salven de este abismo". Acá estoy, también yo, perdido en la negrura del mundo. Acá estoy, tropezando a la adultez, incapaz de salvar a nadie, menos a mí mismo, pidiéndole al amor que haga lo que yo solo no puedo: hacerme creer. Creo ver la respuesta pero no encuentro las palabras, los modos gentiles de que alguien entienda que todo lo que tengo para dar se está echando a perder, que todo lo que otros tienen para dar lo deseo y lo pido, lo valoro y lo atesoro. Media entre nosotros un gran vacío, media entre ellos una caída interminable. Estamos todos solos y nadie tiene más la culpa que nosotros. ¿Cómo pretendemos amarnos, si nunca aprendimos a cuestionar nuestros motivos? Somos producto de un desarrollo histórico, sí, de una predestinación fatal que nos lleva a nuestro fin como especie. ¿Así fuimos pensados, así elegimos pensarnos? ¿Cómo podemos haber elegido esto? El sistema, monstruo amorfo que rige nuestras vidas, parece haber cobrado autonomía: somos lo que la máquina quiera que seamos. Sé, tristemente, que el alcohol y las drogas no van a salvarme. Lo sé pero no hay mucho que pueda hacer. Fumar incensantemente trenes de cigarrillos es el falso antídoto que he encontrado para esta soledad dolorosa, eternamente sangrante. Sangro, sí, no paro de sangrar por esta incompletitud que me devora y me escupe, me quita todo lo humano y me deja funcional, robótico, indiferente. Lo que yo pude haber sido se ha perdido para siempre. Soy un esbozo gris, una caricatura, ahogada en el mar torrentoso de los deseos ajenos. Quisiera amar y ser amado, hacer como en las películas, ser ideólogo de ese amor como un profeta, entregar lo poco que tengo para que otro disponga. Pero hablo con el vacío, digo cosas que nadie quiere entender, por más que son sencillas, humildes, desesperadas. Hemos aprendido a temer la debilidad del otro, su falta. Hemos aprendido a desear solo a aquellos que nos dañan. Eso no es amor, señores, eso es poder. Eso no es humanidad, señores, es decadencia. ¿Acaso siempre fue así, acaso siempre fue imposible comunicarse con los demás y ser transparente? ¿Acaso nunca existió el entendimiento y la tolerancia de lo diferente? ¿Acaso siempre el amor fue una fantasía inventada por dos, efectiva pero arbitraria, ajena a las voluntades? ¿Qué nos queda, entonces, a qué aferrarnos ahora que Dios está muerto y nadie desde el más allá puede tranquilizarnos con la paz eterna?
Ya no tengo miedo, lo perdí. Ya no me asusta morirme solo. La vocecita grita, se entromete cuando menos se la espera, chilla: ¡No te rindas, no te rindas! No puedo ignorarla, me empuja a seguir. Quiero que tenga razón, pero cada día lo veo menos claro. ¿Dónde, pequeña voz, dónde ves eso que yo no veo? ¿Adónde debo ir? ¿Quién escuchará finalmente lo que tengo para decir, me mirará a los ojos, pensará "este hombre me gusta, así lo quiero"? ¿Cuánto tiempo más debo soportar este suplicio de no saber, de buscar dónde sé que no debo, de esperar ingenuamente? Empiezo a cansarme y, sin embargo, noto que hace tiempo ya que estoy agotado pero no por eso me rindo. Parece que rendirse es imposible, no está en nuestro sistema.
La batalla es larga y no se puede ganar, pero no queda más remedio que seguirla.

Sunday, February 27, 2011

Música tardía de mañana

Meses pasaron desde mi última entrada. Perdidos ya los seguidores, los escasos que se acercaron a esta modesta página a lo largo de los años, tiro algunas palabras sobre lo que siento. Qué solemne, la gran vuelta, las palabras largamente postergadas. Mentira. Son las siete de la mañana, en la habitación contigua están teniendo sexo y yo tomo whisky, sazonado cada tanto con cocó. El domingo me la suda, los Oscars me la sudan, ya no tengo cigarros y tengo acidez. Ya no puedo distinguir la realidad de la fantasía literaria. ¿Debería masturbarme, escuchando los magros sonidos que vienen de la habitación de al lado? No, no me interesa. No tengo ganas, no pienso en lo sexual sino en lo bello, en lo impredecible de todo. Como todo gira ajeno a lo que uno desea, poderoso en su propia voluntad, que es tal vez más poderosa que la nuestra, tan solo humana, banal por demás, ingenua siempre.
Pienso en los límites imposibles del deseo, en lo que a uno le llama de un cuerpo, o en el cuerpo en sí mismo, siempre más deseable al tacto que al ojo. En lo hermoso de dejar de lado los prejuicios y simplemente dejarse tocar por otro cuerpo. Son las sensaciones fuertes las que importan, ese ansia loca de estar vivo, de comerse al mundo en su infinita especificidad.
Siempre huí de lo particular por miedo a perderme otras particularidades, pero lentamente aprendo a apostar por algo y no por el todo. Claro que paso de la resignación a la esperanza cada día, o varias veces por día, pero uno tiene que aprender a distinguir la ilusión de lo que, aparentemente, es la realidad. A menudo pienso que estoy rodeado de gente vive más cerca de lo real, y que soy yo el que está perdido en el pensamiento, aún lejos de otros humanos. Supongo que cada uno lidia con su subjetividad como puede. El contexto nos moldea tanto como las decisiones.
Yo no pido tanto, pido un poco de ideas claras, en mí y en los demás, los que me rodean, al menos. Pido tener los ojos abiertos y los sentidos disponibles cuando haya cerca una mujer con la que pueda hablar de cosas que ocupan mi cabeza. Pido amigos que entiendan que uno no puede salvarles la vida sino solo escuchar y tratar de entender. Pido tener el espacio y la posibilidad de apreciar la belleza del mundo en sus diferentes manifestaciones, sin caer en tonterías de manual sino en momentos efímeros e inesperados en los que la cosa más vulgar se ve resplandeciente en la luz del sol. Algo como un semáforo a las siete de la mañana, cuando todo se ve nítido, la mejor luz del día, la que hace pensar que todo va a estar bien, que va a durar para siempre.
No estoy yendo a ninguna parte, solo quiero dejar constancia de este momento, glorioso en su decadencia. La cocó me flota en el cerebro y yo solo quiero que el mundo sea una infita mañana, llena de posibilidades, musicalizada por Elvis o Johnny Cash, según el ánimo, y mirar por el balcón para abajo, hacia adelante, hacia el infinito, siempre sonriendo sin saber el motivo, sin pensar demasiado...
El ahora todo entero, sin miedos, sin dudas. Puro, pura improvisación, sin moralinas, sin límite. Cómo aprendí a odiar los límites, los que coartan mi felicidad inducida, los que me recuerdan que todo no se puede. ¿Cómo puedo amarme tanto y sin embargo golpearme cada mañana con el látigo de la culpa, la tortura de los fracasos pasados? Cuando el polvo sube por mi nariz me olvido de mi mismo, se apodera de mí un frenesí ciego que se parece demasiado a la fe, a lo sagrado.
No puedo explicarme ni puedo explicar lo que me rodea, no puedo reconocer el pasaje que pisan mis pies ni puedo concebir otra posibilidad que ésta, la que me tocó en suerte, la que se escribe en el libro secreto de mis días. Este romanticismo enfermo no va a abandonarme, no lo hizo hasta ahora y dudo que lo haga. No quiero apoyar mi cabeza en la almohada y quedarme dormido, no quiero que mañana llegue con sus sombras de caucho, viscosas y lúgubres. No quiero reprocharme una vez más las cosas que hice cuando no era yo, cuando el yo que soy, harto de soportar densas cargas, se entregó a los arrebatos del vicio, la cura mentirosa.
Este será mi legado, el de la constante metamorfosis. Tal vez no deje una obra significativa, fácil de identificar y consultar. Tal vez solo deje un rastro de polvo, demasiado parecido a la sangre. Lo verdadero para mí llegará tarde, a la hora de las revelaciones, cuando esté maduro como para caer del árbol.
Este es el final de hoy. Es arbitrario. Todo lo es. A veces me asusto de mi deseo de seguir y seguir, pero cuando llegue el momento seguiré hasta agotar todas mis fuerzas. Ese será, seguramente, mi final. Así deseo irme.