Friday, December 15, 2006

Enough


Ya sé, ya lo dije antes, pero no deja de sorprenderme. Cada vez más.
Debemos ser realmente estúpidos o realmente sumisos. O ellos son demasiado astutos, cosa que nadie duda.
Son los reyes de la estrategia, los que tienen el saber indiscutible sobre "lo que la gente quiere".
Mejor aún, son los que inventaron y siguen inventando "lo que la gente quiere".
Y nosotros lo compramos, tanto aquí como a veinte mil kilómetros, obedientemente lo compramos.
No es llamativo que esto ocurra en este territorio o en Australia, en Sudáfrica o en Canadá. Después de todo, ninguno de estos países tiene historia extensa, ni culturas milenarias, ni tradiciones tan antiguas. En eso nos parecemos a ellos, salvo que ellos creen en sus falsas tradiciones y en sus ritos paganos como si fuesen dueños de un pasado mítico que no poseen.
Lo grave es Europa, o Asia. Ellos tienen historia, son los dueños de la historia, llevan a todo el pasado de la humanidad tatuado en sus genes. Pero son testigos mudos y consumidores ávidos, al igual que nosotros. Ellos deberían avergonzarse aún más que nosotros. Pero nosotros no nos avergonzamos y ellos, la verdad, es que tampoco.
Todos juntos seguimos manteniendo viva esta farsa.
Compramos lo que nos dan, jugamos a sus juegos, elegimos formar parte activa de su cultura.
Si nos invitan a ser parte de sus fronteras, corremos encantados y hasta jugamos a ser ellos. Los ingleses, los australianos, los canadienses y los sudafricanos, sobre todo, están encantados de jugar a que son uno más, imitando el acento y todo.
Es una cultura que nos idiotiza y nos corrompe, con sus ideas conservadoras y sus fines moralizantes. Eso hacen: nos quieren convencer de que seamos protestantes, igual que ellos. Y nosotros aprendemos, decimos lo contrario pero al final repetimos lo que ellos nos dicen que digamos.
Nos incitan a vivir una vida que es falsa, alienante e imposible. Miramos a sus series de chicos y chicas perfectos y nos convencen que esos romances juveniles y esos melodramas de manual son como la vida misma. Salimos a pedirle a la vida que sea eso, casi sin quererlo, porque eso nos han enseñado. Y la vida nos muele a golpes, porque no sabe de culturas ni de convenciones.
Sus películas son mediocres y facilistas, pero eso elegimos ver cuando no queremos pensar. Nos enseñan, mediante imágenes digeribles y canciones pop melancólicas, a no pensar. Y nos encanta.
Conocemos a todas sus bandas adolescentes y a todos sus gigantes del rock, sabemos sus letras y pagamos con antelación para que nos llenen los estadios.
Sabemos de memoria su geografía, sus costumbres rurales, sus fobias al contacto y su necesidad por que todo sea pulcro, prolijo, muy anglo. Conocemos su himno, su bandera, sus modismos, sus formas de vestir y sus marcas. Y ellos, sin embargo, de nostros no saben nada. Ni de ellos, ni de esos otros, ni de aquellos. Conocen, de cada lugar, la imagen artificial que se crearon en su mundo de ficción: que en París está la torre eiffel y es romántica, que en Italia se come pizza y que en Africa son todos negros y hablan sin verbos. De nostros saben que bailamos tango y que acá vivió Evita (gracias a un musical horrendo), pero no quieren saber nada más.
Sentimos que los productos que ellos ofrecen son más seguros, aún si casi todo lo compran de otros países y luego lo venden más caro. Salvo por Japón, no hay casi nada que no produzcan y su proteccionismo es más fuerte que nuestra resistencia.
Son la cultura más narcisista y obtusa del mundo: sólo conocen lo propio y, si alguien en algún lugar del mundo tiene la osadía de hacer algo que no conocen, lo compran, lo imitan, lo adaptan a su medio local. Importan pensadores, compran los derechos, rehacen hasta que todo sea a su manera.
Y no les basta eso, sino que sintieron que tenían derecho a apoderarse del nombre de un continente, todo para ellos. Y nosotros, los que misteriosamente somos parte de ese continente, somos unos envidiosos por pretender que esa barbaridad geográfica sea corregida.
Son los turistas más insoportables, a quienes todos rechazan y de quienes todos se burlan. Pero allí donde se puede ir, están, regalan dinero, hacen preguntas estúpidas. Usan bermudas, zapatillas deportivas, camisas de flores, gritan por cualquier razón y hablan mal todos los idiomas, hasta su idioma natal, al cual destruyen con placer. Pero a nadie le choca este comportamiento: ya estábamos preparados, porque miles de películas, series, libros, discos y merchandising nos lo había advertido. Somos todos cómplices y consumidores de una cultura chata, llana, burda y tosca.
Pero nadie dice nada. O, peor aún, la menor crítica es rápidamente asociada a ideologías de izquierda. Hasta en ese punto impusieron sus maneras: "o estás con nosotros o sos un comunista." ¿Comunista, yo? ¿Qué tal "defensor de la diversidad", mejor? ¿O "persona que respeta el derecho a cada cultura de desarrollarse y de adquirir rasgos propios sin que otra cultura la invada constantemente, con el deseo de eliminarla"?
Es triste. Nosotros somos tristes. Ellos son tristes, felices con un proceso destructivo que ignoran, convencidos que los que está pasando está bien. Claro, la historia la escriben los que ganan. Qué triste historia tendrán entonces nuestros hijos, y sus hijos. Nosotros al menos podemos leer aún sobre tiempos pasados de fuentes fidedignas. Pero, al ritmo que van las cosas, dentro de algunos años habrá dejado de existir la prehistoria, el medioevo e incluso el Renacimiento. La historia comenzará en 1776, glorioso año en que ellos comenzaron a ser ellos y en que se empezó a gestar el reinado de la intolerancia.

4 Comments:

Anonymous Anonymous said...

david ha venido del imperio, y nos ha traído gratos recuerdos, parecía que tu también estabas en la noche de ayer, y que todo era como antes, ni mejor ni peor, sólo como antes.
un beso güido mío.
yoli

1:13 PM  
Anonymous Anonymous said...

hay que volver a la tierra. El mundo se forro de asfalto haciendo carreteras que nos conducen a ellos...
pero a no perder las esperanzas.. lo plastico y vacio se rompe con la misma facilidad que se olvida..

11:13 PM  
Blogger Cadmo von Marble said...

Me interesa que quede claro que yo no estoy afiliado a ningún partido político y que mi ideología es mixta. Lo que me molesta pasa por una veta... humanista, aún si esa palabra y yo no nos llevamos bien.
Se llama derecho a la privacidad. Yo quiero poder elegir sin sentir que hay una voz en mi cabeza que me exige que elija eso. Eso que eligen todos mis amigos, familiares y conocidos. Colonización económica puedo aceptar, pero no social y cultural.

Por cierto, saludos grandes a todos mis fieles amigos en Barcelona, incluso a los que ahora están solo de visita. Esa es una ciudad donde la gringada tiene poco peso.

12:00 PM  
Anonymous Anonymous said...

buen texto,pero tantas cosas para debatir!

5:58 PM  

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