Adaptación 2
Llueve fino sobre Tampere y las calles van despoblándose mientras la gente se agolpa en cafés y bares, café aguado en mano o cerveza de estación. Se encuentran unos con otros y hablan de lo habitual, de la lluvia repentina, de lo que dejó la semana, de algún evento que promete cambiar la vida de alguno de ellos. No lo sé, en realidad, no comprendo el idioma, ni comprendo a la gente, apenas si me comprendo a mí mismo. Este paréntesis que impuse a mi vida no carece de encantos pero tampoco de asperezas. Aprender duele, dice mi padre, crecer es un proceso de piedras en el camino antes de entrar en tierra firme.
La biblioteca Metso (principal) estaba cerrada. Caminé hasta la biblioteca de revistas y periódicos y leí Newsweek de punta a punta y El País. La crisis económica, la ineptitud de Sarah Palin, la excarcelación de los bolxos que ocasionaron disturbios en el último derby catalán. Y yo, aquí, más descansado que nunca, dominical sin iglesias (abren a media tarde, aunque la ortodoxa tenga horarios más extremos), inmerso en una soledad de soltería más pronunciada que en Buenos Aires. Nada cambió, a decir verdad, solo el contorno. Desnudo de disfraces, soy aquí el corderito indefenso que siempre fui, despojado de esa latinidad que es en verdad una forma de negación. La posibilidad de interacción con las rubias que pueblan estas calles no parece tan a mano.
Pero no hay lamento en estas palabras, sino ese silencio otoñal más acorde a estos paisajes. Miro afuera y pienso en las pinturas de Friederich, en las paredes despojadas de la iglesia luterana en la que, sin entender qué hacía, dejé flotar mi subjetividad. Pienso, ¿flotó en realidad mi subjetividad libremente alguna vez? ¿Se salva este escrito del velo de narratividad que le doy a todo? Creo que no, creo que aún ahora que estoy solo y que el vagabundeo por el mundo corre por mi cuenta únicamente tampoco logro ser del todo yo.
Entré a comer a MacDonald´s, impulsado por ese placer morboso de comprobar si existen realmente diferencias en compañías multinacionales en extremos opuestos del mundo. Me maravillé en la similitud del sabor de la hamburguesa (el Macfiesta se llama MacFeast, y hay algo que se llama El Maco, ni idea con qué propósito), pero encontré la racionalidad práctica escandinava. Te dan una bolsita como de esas para vomitar, las papas y un condimento concentrado. Se echan las papas en la bolsa, luego el condimento, se la cierra, se bate y se obtiene como resultado papas condimentadas uniformemente, sin ensuciarse. No ensuciarse, esa parece ser una de las claves de escandinavia.
La gente es cordial, sin embargo. Para nada vulgares, sutiles al borde de lo impensado. Yo pensé que yo era sutil, pero no, aquí soy más bien burdo. No me parece mal, pero no me ayuda en las relaciones sociales con gente cuyo mundo convive con Trolls y seres mitológicos de los bosques. Cuando afirmé que quería conocer chicas finlandesas, una rubia con la cual venía manteniendo una conversación de lo más civil y amable se puso seria y me retiró la palabra. Acabaré masturbándome en los bosques, si todo sigue así. Eso de ser un macho sudamericano parace no tener la menor relevancia, oleadas de inmigrantes árabes me opacan y la cantidad de estudiantes de intercambio aseguran que haya tanta variedad étnica y de facciones que yo sea uno más. Cada día más blanco en este clima (herencia de mi madre, los genes polacos que me emblanquecen), llegué al punto en que la gente me habla en suomi. La diferencia no es tal.
La idea de mundo es una recopilación fugaz de impresiones: hojas rojas y amarillas, cervezas espesas, cabelleras teñidas, convivencia total entre grupos sociales y diferentes generaciones, amor por la Naturaleza, reciclaje, comidas sanas, medioambiente, un mundo adulto con rasgos de infantilidad, civilización, escaparates extravagantes, café con poca consistencia, muchas K en el hablar, palabras esdrújulas...
Finlandia y yo todavía vamos en carriles paralelos.
La biblioteca Metso (principal) estaba cerrada. Caminé hasta la biblioteca de revistas y periódicos y leí Newsweek de punta a punta y El País. La crisis económica, la ineptitud de Sarah Palin, la excarcelación de los bolxos que ocasionaron disturbios en el último derby catalán. Y yo, aquí, más descansado que nunca, dominical sin iglesias (abren a media tarde, aunque la ortodoxa tenga horarios más extremos), inmerso en una soledad de soltería más pronunciada que en Buenos Aires. Nada cambió, a decir verdad, solo el contorno. Desnudo de disfraces, soy aquí el corderito indefenso que siempre fui, despojado de esa latinidad que es en verdad una forma de negación. La posibilidad de interacción con las rubias que pueblan estas calles no parece tan a mano.
Pero no hay lamento en estas palabras, sino ese silencio otoñal más acorde a estos paisajes. Miro afuera y pienso en las pinturas de Friederich, en las paredes despojadas de la iglesia luterana en la que, sin entender qué hacía, dejé flotar mi subjetividad. Pienso, ¿flotó en realidad mi subjetividad libremente alguna vez? ¿Se salva este escrito del velo de narratividad que le doy a todo? Creo que no, creo que aún ahora que estoy solo y que el vagabundeo por el mundo corre por mi cuenta únicamente tampoco logro ser del todo yo.
Entré a comer a MacDonald´s, impulsado por ese placer morboso de comprobar si existen realmente diferencias en compañías multinacionales en extremos opuestos del mundo. Me maravillé en la similitud del sabor de la hamburguesa (el Macfiesta se llama MacFeast, y hay algo que se llama El Maco, ni idea con qué propósito), pero encontré la racionalidad práctica escandinava. Te dan una bolsita como de esas para vomitar, las papas y un condimento concentrado. Se echan las papas en la bolsa, luego el condimento, se la cierra, se bate y se obtiene como resultado papas condimentadas uniformemente, sin ensuciarse. No ensuciarse, esa parece ser una de las claves de escandinavia.
La gente es cordial, sin embargo. Para nada vulgares, sutiles al borde de lo impensado. Yo pensé que yo era sutil, pero no, aquí soy más bien burdo. No me parece mal, pero no me ayuda en las relaciones sociales con gente cuyo mundo convive con Trolls y seres mitológicos de los bosques. Cuando afirmé que quería conocer chicas finlandesas, una rubia con la cual venía manteniendo una conversación de lo más civil y amable se puso seria y me retiró la palabra. Acabaré masturbándome en los bosques, si todo sigue así. Eso de ser un macho sudamericano parace no tener la menor relevancia, oleadas de inmigrantes árabes me opacan y la cantidad de estudiantes de intercambio aseguran que haya tanta variedad étnica y de facciones que yo sea uno más. Cada día más blanco en este clima (herencia de mi madre, los genes polacos que me emblanquecen), llegué al punto en que la gente me habla en suomi. La diferencia no es tal.
La idea de mundo es una recopilación fugaz de impresiones: hojas rojas y amarillas, cervezas espesas, cabelleras teñidas, convivencia total entre grupos sociales y diferentes generaciones, amor por la Naturaleza, reciclaje, comidas sanas, medioambiente, un mundo adulto con rasgos de infantilidad, civilización, escaparates extravagantes, café con poca consistencia, muchas K en el hablar, palabras esdrújulas...
Finlandia y yo todavía vamos en carriles paralelos.
1 Comments:
me gustan mucho tus relatos
a pesar de que esto sea una catarata de descarga y no específicamente con connotación positiva. Me encantaría estar en el culo del mundo y sentir ese contraste.
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