Fábula
Todo acababa siempre en lo mismo para Richard. "Yo no soy igual a los demás", repetía para sí una y otra vez. "Soy especial", pensaba sin jamás decirlo en voz alta, por miedo a las burlas y oprobios de quienes lo rodeaban. En efecto, sus amigos se asumían como gente común y las novias de sus amigos eran chicas comunes y todo el mundo era feliz con lo que le había tocado en suerte. Todo aquello superaba al entendimiento de Richard. "Si yo soy diferente y si yo soy especial, me merezco una chica que sea diferente y especial. Yo no quiero cualquier novia", reflexionaba, "yo quiero una novia que sea como yo". Y, una vez que empezaba con este hilo de pensamiento, no podía evitar pensar que también merecía una casa más linda, una mascota más atlética - porque Richard pensaba que él era verdaderamente atlético, hasta digno de envidia de parte de sus amigos comunes -, un trabajo más prestigioso y un reconocimiento mayor. Para Richard, la vida era un asunto de merecimiento, una cuestión ajena a las decisiones personales y a las circunstancias. Richard asumía, como alguien le había enseñado de niño, que las cosas había que merecerlas y si no tocaba lo que uno buscaba, pues a guardarse el rencor y listo. Por este motivo, Richard era envidioso y resentido. "El no merece eso", gritaba para su interior, "mejor que ella no me quiera porque es fea", analizaba, "ya lo va a perder por su ineptitud", completaba. En el fondo, todo se reducía a pelear con los demás, a competir con los demás, a anhelar lo ajeno o a gozar a otros por lo propio. La vida era para Richard un camino de sufrimientos y frustraciones y ningún logro le producía una felicidad suficiente como para vivir en paz. Había aprendido el oficio de pasarla mal y lo ejercía 24 horas al día, incluso en sus sueños. Hasta cuando amaba a alguien, Richard lo odiaba.
Un día Richard conoció a una chica amable y noble y generosa, quien lo amaba sin miramientos y sin reproches. Sin proponérselo, se vio inundado por una felicidad tan inmensa e indescriptible que no supo cómo reaccionar. Pero, dado que ella no era tan hermosa como lo que Richard suponía que se merecía o tan envidiada por sus amigos - gente común, ellos - como él necesitaba que fuera, Richard la dejó. Ella lloró y él lloró, pero nunca más pasó nada entre ellos.
Richard fue miserable y retraído por el resto de sus días, lo invadió la melancolía y la vejez fue con él tanto o más cruel de lo que es con todos nosotros.
Un día Richard conoció a una chica amable y noble y generosa, quien lo amaba sin miramientos y sin reproches. Sin proponérselo, se vio inundado por una felicidad tan inmensa e indescriptible que no supo cómo reaccionar. Pero, dado que ella no era tan hermosa como lo que Richard suponía que se merecía o tan envidiada por sus amigos - gente común, ellos - como él necesitaba que fuera, Richard la dejó. Ella lloró y él lloró, pero nunca más pasó nada entre ellos.
Richard fue miserable y retraído por el resto de sus días, lo invadió la melancolía y la vejez fue con él tanto o más cruel de lo que es con todos nosotros.
1 Comments:
Siempre me he preguntado si hay gente que no se siente especial. Que se para y piensa: qué igual a todos que soy. No me refiero a gente que ve su propia vida y la encuentra poco especial, sino a alguien que se juzgue a sí mismo como tal.
He regresado de las islas Äland, de Mariehamn. Las islas tienen su propio dominio de internet, matrículas y sellos, las calles están vacías y el viento continuo le da un parecido a Twin Peaks, y los bigotes de los hombres acaban en ángulo de 90 grados, y es de esos lugares en los que en los bares no se hace pagar al forastero, pero nadie habla nunca sobre ellas. Una pena.
Post a Comment
<< Home