Literatura, así, con mayúscula
No sabría cómo hacer para que la encadenación de palabras que deletrea la frase "hoy me enamoré de una lesbiana" realmente describiese la sensación que atravesé cuando hoy me enamoré de una lesbiana. Muy sensual ella, muy esbelta, muy determinada. Igual a mi ideal de mujer, salvo que mi miembro le parece tan interesante como un paquete de guisantes.
Pero eso es lo de menos.
Porque también me reencontré con mi amiga española y recuperé al verla a un pedazo de mí tan lejano que finalmente comprendí que ese del año pasado que habitaba mi cuerpo y yo somos, quizás, la misma persona. Un pasado insertado en el presente que deriva en un extrañamiento completo del tejido de la realidad. Un punto perdido a mitad de camino entre San Agustín y Slavoj Zizek, más o menos, para dar un parámetro.
Recuerdo haber postergado planes y fomentado el presente estático del momento en la terraza.
Recuerdo beber solo las cervezas más frías del congelador, colocadas con antelación en un momento de lucidez.
Recuerdo haber sentido esa tristeza cruda y honesta que sale a relucir cuando uno está dispuesto a reconocer que las cosas son lo que son y no lo que desearíamos que fuesen.
Recuerdo haber pensado que "ni toda la belleza del mundo podría eclipsar a esta melancolía" o que "no quiero ser feliz, sino estar triste sin atormentarme".
Y recuerdo más cosas, bailes en el pasillo, luces rotas, portazos malintencionados, miradas lascivas que no llegaron a buen puerto y hasta declaraciones amorosas desmedidas en el piso, entre el polvo, poniendo en escena una intensidad alcohólica que desearíamos poder mostrar a la luz del día.
Pero aún así ese no es el punto.
Porque hay muchas otras cosas que recuerdo haber hecho y sin embargo no les cuento.
Y si el límite entre lo decible y lo indecible es cada vez más escueto, no es más que un intento - temible y amenazador, pero sincero - de hacer las cosas hasta el final. Como se debe.
Hasta que no escupa hasta el último pecado, no será digno.
Hasta que no relate una masturbación fugaz en la tarde del sábado, no será sincero.
Hasta que no borre hasta el último trazo de injerencia del orden moral jerárquico, no será literatura.
Vamos a decir, por el bien de la conversación, que es esto es solo el comienzo.
Pero eso es lo de menos.
Porque también me reencontré con mi amiga española y recuperé al verla a un pedazo de mí tan lejano que finalmente comprendí que ese del año pasado que habitaba mi cuerpo y yo somos, quizás, la misma persona. Un pasado insertado en el presente que deriva en un extrañamiento completo del tejido de la realidad. Un punto perdido a mitad de camino entre San Agustín y Slavoj Zizek, más o menos, para dar un parámetro.
Recuerdo haber postergado planes y fomentado el presente estático del momento en la terraza.
Recuerdo beber solo las cervezas más frías del congelador, colocadas con antelación en un momento de lucidez.
Recuerdo haber sentido esa tristeza cruda y honesta que sale a relucir cuando uno está dispuesto a reconocer que las cosas son lo que son y no lo que desearíamos que fuesen.
Recuerdo haber pensado que "ni toda la belleza del mundo podría eclipsar a esta melancolía" o que "no quiero ser feliz, sino estar triste sin atormentarme".
Y recuerdo más cosas, bailes en el pasillo, luces rotas, portazos malintencionados, miradas lascivas que no llegaron a buen puerto y hasta declaraciones amorosas desmedidas en el piso, entre el polvo, poniendo en escena una intensidad alcohólica que desearíamos poder mostrar a la luz del día.
Pero aún así ese no es el punto.
Porque hay muchas otras cosas que recuerdo haber hecho y sin embargo no les cuento.
Y si el límite entre lo decible y lo indecible es cada vez más escueto, no es más que un intento - temible y amenazador, pero sincero - de hacer las cosas hasta el final. Como se debe.
Hasta que no escupa hasta el último pecado, no será digno.
Hasta que no relate una masturbación fugaz en la tarde del sábado, no será sincero.
Hasta que no borre hasta el último trazo de injerencia del orden moral jerárquico, no será literatura.
Vamos a decir, por el bien de la conversación, que es esto es solo el comienzo.
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