Wednesday, July 20, 2005

Hipocresia y autocelebracion

Cada año, la señal de deportes ESPN entrega sus premios al deporte norteamericano, llamados ESPY. Basados en el mismo esquema que todas las entregas de premios en ese país (Oscar, Emmy, Tony, Grammy…), los presentadores son un compendio de atletas, actores, cantantes y demás gente “famosa”, esa categoría grosera que separa a la población de esa Nación, una categoría más para definir a la exclusión, regla dorada de ese país del norte. Las ceremonias suelen ser aburridas, esquemáticas y absolutamente fallidas; basta ver a los presentadores leyendo de carteles, intentando ser graciosos cuando claramente se nota que desearían estar en cualquier otro lado menos allí.
Los ESPY de este año no merecerían mayor comentario, ya que constan de lo ya mencionado, más algunas actitudes típicamente gringas: los grititos constantes a cada palabra pronunciada, los discursos demagógicos, los negros (debería decir afroamericanos, ya que es un país “democrático” y “políticamente correcto) violentan el lenguaje con sus “yo, yo” antes de cada frase y sus códigos de ghetto, etc. Pero llegó un momento que no puede ser pasado por alto, no sólo por su patetismo sino porque pinta a esa sociedad de pies a cabeza. El premio Arhtur Ashe es entragado a “la valentía y el coraje”, lo cual es un eufemismo para hablar de los discapacitados y marginados que son “honrados” por un ratito para que todos sientan que viven en una sociedad igualitaria, o purguen sus pecados de frivolidad o se sientan un poco más cristianos. Que el premio sea presentado por Oprah Winfrey ya es un despropósito, ya que esta señora – la Susana Giménez del norte – es sinónimo de escándalos televisivos e imagen viva del Nuevo Rico ignorante, desagradable y pretencioso, que desea eliminar a aquello que no cuadra con su mundo aristocrático fraudulentamente adquirido.
El despropósito vino después: un extenso video de Jim Macbride y Emmanuel Obufu Yeboah, ambos discapacitados. La música sensiblera, los discursos a favor de la vida y las imágenes artificiales de ambos lisiados por campos amarillos no sorprenden a nadie. Pero el grado de detalle con que se describen las desdichas de ambos personajes es indigno incluso para el peor drama hollywoodense. Macbride era el Sueño Americano personalizado, jugaba al football (ese ritual animal que a los gringos tanto les gusta), empezaba a dar sus pasos comoa actor y las chicas lo coreaban. Vemos allí la obsesión de ese país retrógrado por el éxito a toda costa, esa necesidad de dejar de ser “común” para pasar a ser “famoso”, como si eso los alejara de la mediocridad. Macbride no sólo perdió una pierna en un accidente para luego convertirse en un maratonista discapacitado, sino que al tiempo tuvo otro accidente donde quedó parapléjico, olbigado a moverse en una silla mecánica. A esta altura uno hubiese rogado por la eutanasia, pero este hombre, fiel al ideal norteamericano “se aferró a la vida”. Yeboah nació sin la tibia en una de sus piernas, pero el niño luchó contra los prejucios, consiguió una bicicleta y recorrió su nación, para llamar la atención de todos. El documental aprovecha para subrayar que en Ghana todos son pobres y enfermos y vagabundos y que Yeboah quiere ser diputado, casi burlándose de su ingenuo sueño de salavar a su gente. Se convirtió en ídolo nacional y ejemplo de todos.
Termina el video, que se ha hecho eterno y que representa un golpe bajo de gigantescas proporciones. Todos lloran, todos se ponen de pie, todos aplauden, los sponsors ceden su valioso tiempo para que la emoción cunda. Hipocresía de la peor, falsedad indisimulable. ¿Qué carajo les importa a las celebridades un africano sin una pierna y un gringo descastado por su condición de lisiado? ¡Nada! ¡Admítanlo! ¿Qué pasa con esta sociedad que tan abiertamente separa a los ricos de los pobres, a los famosos de los ignotos, a los blancos de los negros, pero que no puede aceptarlo, que no puede hacerse cargo de lo que es, que necesita que alguien le diga que es buena y noble y respetable, pero a falta de palabras bondadosas se celebra a sí misma?
¿Existe otro ejemplo en la historia de una población tan homogénea y unida por los peores defectos posibles? ¿Cómo puede ser que tanto los gordos rosas como los negros de los suburbios como los hijos de inmigrantes piensen exactamente igual, sean igual de patrioteros, sean igual de hipócritas y sensibleros? ¿Por qué todo el país baja línea sobre el bien, y hacer el bien y ser correcto? ¿Tan hondo caló la herencia protestante que produjo una sociedad moralista, pacata, reaccionaria e ignorante? ¿Cómo es posible que Hollywood, las ligas deportivas, la política y la literatura bajen el mismo mensaje falso de que todos somo iguales, al mismo tiempo que se autoproclaman como “América” como si no hubiese todo un continente debajo de ellos?
Son infintas las preguntas que surgen y, si uno lo piensa dos segundos, es imposible no maravillarse tanto positiva como negativamente: ni Hitler logró un consenso en la población como existe en Estados Unidos, indistintamente de quien es el presidente de turno; es una coalición ideológica grosera e irreponsable, pero perseverante. Llama la atención que una masa tan variada tenga una misma identidad, basada en el desconocimiento sobre el resto del mundo o, peor aún, el desinterés en ampliar ese conocimiento. Y resulta increible que todo evento cultural surgido de esa tierra sea un reflejo tan notorio de lo que toda una nación desea, de lo que toda una nación cree. Por eso cuando una voz disidente aparece, rápidamente es callada. ¿Porque es un peligro para el global? No, porque esa sociedad no es flexible y no acepta el cambio. Sino porque la posibilidad de ser diferente es impensada y necesariamente lleva a la exclusión. Esa misma exclusión que el país entero se niega a admitir y que tapa con eventos de caridad y premios especiales, para autofelicitarse durante dos segundos de qué bondadosa es y convencerse, al menos brevemente, de que Dios nació en los Estados Unidos de América.

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