El cronista nocturno volvio al ruedo, señores
Enero en Buenos Aires, una caja de sorpresas. La población disminuye, por las calles nocturnas corre una mezcla entre brisa templada y ráfagas de calor y la modalidad social del resto del año se ve modificada. Las pretensiones bajan, uno no pretende encontar una mega fiesta alocada sino que se contenta con algo diferente a la típica noche semanal, televisor, libros y computadora antes de la cama.
La premisa, dadas las circunstancias, era alentadora. Una fiesta, una casa, a escasas diez cuadras de mi hogar, organizada por dos compañeras mías del colegio primario. Mellizas ellas, mantengo un trato no tan fluído pero sí muy ameno, ambas partes siempre bien predispuestas al encuentro. Por eso, recluté a un pequeño séquito de gente acorde a la situación (otros compañeros de la primaria, para que en masa tuviéramos un reencuentro veraniego) y llegamos a la velada.
El primer dato curioso fue la aparición de un individuo de barba prolongada, organizada en forma de trenza, que se acercó a nosotros cuando nos dirigíamos a la puerta.
- Hola, soy un vecino, escuché la música y vine. ¿Ustedes van a la fiesta? - nos interrogó, y por un momento pensé que se vendría una queja por los ruidos - Les digo porque yo soy músico, escuché los tambores y me dieron ganas de entrar, quería saber si me puedo sumar.
Y claro, con ese pedido tan amable, lo escoltamos hacia el interior y pronto lo vimos integrado a la banda, tocando el violín como si se conociera con los muchachos de toda la vida.
Nosotros, mientras tanto, hacíamos rancho aparte, hasta que empezamos a beber Fernet y cerveza. Las tazas (porque vasos casi no habían) empezaron a correr y, antes de darme cuenta, ya estaba tan embebido que estaba contando intimidades a desconocidos. Mi grupo se fue reduciendo y prontó noté (todo en la noche se dio por descubrimiento repentino, dado mi estado de alcoholemia) que era el único que quedaba en pie. Fui rotando entre grupos y me ví liderando conversaciones sobre tener sexo con gordas, con punks y con rolingas; se habló de drogas y de prejuicios, de música y de cine (pequeña polémica sobre Iñárritu que cerré con un "puaj, ese hijo de puta es un demagogo"), entre otras cosas.
Obviamente intenté ligar con alguna de las chicas presentes, entre las cuales seleccioné a las menos hippies del entorno. Jugué algunas fichas, a pesar de que las chicas parecían muy interesadas en escuchar a las opiniones de algunos pelilargos cejijuntos, espesamente hirsutos, que profesaban opiniones de pseudo izquierda sobre todo lo que se les ocurriera. Siempre un caballero, siempre respuetuoso con los competidores por las simpatías de una chica, elegí darle una lección de música a uno de los muchachos, quien - como yo pretendía - quedó perplejo y falto de palabras, aunque nada de eso me ayudó a conseguir a la chica.
- Los pianistas, como todo músico pero más claramente en su caso, tienen un camino de ida y uno de vuelta. Cuánto más viejos se ponen, más se acercan a estar de vuelta, lo que implica tocar con menos intensidad, pero con mucha más precisión y delicadeza. Se acercan a lo simple, o así lo hacen parecer - le expliqué al individuo, y estaba a punto de ejemplificar con Glenn Gould y sus dos interpretaciones de Las Variaciones Goldberg, de Bach, pero me corté, pensando que tal vez tal despliegue de información podía caer mal, y con razón.
Hacia las 4:30, siendo plenamente consciente de una ebriedad arrasadora, me despedí de todos los presentes, improvisé una postura corporal medianamente erguida y caminé la distancia hasta mi auto, riendo sólo ante vaya uno a saber qué. Recuerdo haber pensado que si no le dí un beso a una de las anfitriones que me vino a abrir fue porque tal cosa hubiese resultado chocante y los borrachos siempre hacen lo que se les viene en gana y seguro que tantas ganas no tenía entonces, si no me tomé la libertad - como sí lo he hecho antes - de hacer lo que me cantaran los cojones.
Llegué a casa, no recuerdo bien qué hice en el medio pero dejo establecido en el reporte que me fui a dormir con una remera y que me levanté con otra diferente. La deshidratación, consecuencia obvia de la noche de excesos, no se hizo esperar.
Fue una noche rara. ¿Qué la hace calificar como tal? No tengo idea, pero sí les puedo decir algo: en mi mundo, cada vez más, raro y bueno son sinónimos. ¡Bienvenidos sean los planes inusuales!
La premisa, dadas las circunstancias, era alentadora. Una fiesta, una casa, a escasas diez cuadras de mi hogar, organizada por dos compañeras mías del colegio primario. Mellizas ellas, mantengo un trato no tan fluído pero sí muy ameno, ambas partes siempre bien predispuestas al encuentro. Por eso, recluté a un pequeño séquito de gente acorde a la situación (otros compañeros de la primaria, para que en masa tuviéramos un reencuentro veraniego) y llegamos a la velada.
El primer dato curioso fue la aparición de un individuo de barba prolongada, organizada en forma de trenza, que se acercó a nosotros cuando nos dirigíamos a la puerta.
- Hola, soy un vecino, escuché la música y vine. ¿Ustedes van a la fiesta? - nos interrogó, y por un momento pensé que se vendría una queja por los ruidos - Les digo porque yo soy músico, escuché los tambores y me dieron ganas de entrar, quería saber si me puedo sumar.
Y claro, con ese pedido tan amable, lo escoltamos hacia el interior y pronto lo vimos integrado a la banda, tocando el violín como si se conociera con los muchachos de toda la vida.
Nosotros, mientras tanto, hacíamos rancho aparte, hasta que empezamos a beber Fernet y cerveza. Las tazas (porque vasos casi no habían) empezaron a correr y, antes de darme cuenta, ya estaba tan embebido que estaba contando intimidades a desconocidos. Mi grupo se fue reduciendo y prontó noté (todo en la noche se dio por descubrimiento repentino, dado mi estado de alcoholemia) que era el único que quedaba en pie. Fui rotando entre grupos y me ví liderando conversaciones sobre tener sexo con gordas, con punks y con rolingas; se habló de drogas y de prejuicios, de música y de cine (pequeña polémica sobre Iñárritu que cerré con un "puaj, ese hijo de puta es un demagogo"), entre otras cosas.
Obviamente intenté ligar con alguna de las chicas presentes, entre las cuales seleccioné a las menos hippies del entorno. Jugué algunas fichas, a pesar de que las chicas parecían muy interesadas en escuchar a las opiniones de algunos pelilargos cejijuntos, espesamente hirsutos, que profesaban opiniones de pseudo izquierda sobre todo lo que se les ocurriera. Siempre un caballero, siempre respuetuoso con los competidores por las simpatías de una chica, elegí darle una lección de música a uno de los muchachos, quien - como yo pretendía - quedó perplejo y falto de palabras, aunque nada de eso me ayudó a conseguir a la chica.
- Los pianistas, como todo músico pero más claramente en su caso, tienen un camino de ida y uno de vuelta. Cuánto más viejos se ponen, más se acercan a estar de vuelta, lo que implica tocar con menos intensidad, pero con mucha más precisión y delicadeza. Se acercan a lo simple, o así lo hacen parecer - le expliqué al individuo, y estaba a punto de ejemplificar con Glenn Gould y sus dos interpretaciones de Las Variaciones Goldberg, de Bach, pero me corté, pensando que tal vez tal despliegue de información podía caer mal, y con razón.
Hacia las 4:30, siendo plenamente consciente de una ebriedad arrasadora, me despedí de todos los presentes, improvisé una postura corporal medianamente erguida y caminé la distancia hasta mi auto, riendo sólo ante vaya uno a saber qué. Recuerdo haber pensado que si no le dí un beso a una de las anfitriones que me vino a abrir fue porque tal cosa hubiese resultado chocante y los borrachos siempre hacen lo que se les viene en gana y seguro que tantas ganas no tenía entonces, si no me tomé la libertad - como sí lo he hecho antes - de hacer lo que me cantaran los cojones.
Llegué a casa, no recuerdo bien qué hice en el medio pero dejo establecido en el reporte que me fui a dormir con una remera y que me levanté con otra diferente. La deshidratación, consecuencia obvia de la noche de excesos, no se hizo esperar.
Fue una noche rara. ¿Qué la hace calificar como tal? No tengo idea, pero sí les puedo decir algo: en mi mundo, cada vez más, raro y bueno son sinónimos. ¡Bienvenidos sean los planes inusuales!
9 Comments:
La proxima vez q tengas q reclutar un "sequito", avisa...
Y dejo los insultos y burlas de lado, que quede claro.
¿Vos no estás en Costa Rica? Porque si ya estás de vuelta, no lo sabía.
Te faltó describir un poco el contexto de la banda tamborística y las 4 personas bailando, poseídas...
O como lo puse yo:
"Esto es como cuando lo llevan a The Dude a ver a Jackie Treehorn... y se encuentra con esa fiesta/ceremonia en la playa..."
El resto, muy bien 10.
vi luz y entré, es que gran actividad de noche de enero es la de mantenerse on line hasta tarde..aunq no haya ninguna actividad importante a realizar en la red. me cansa los ojos.
trato de disfrutar estas vacaciones alejadas de san telmo.. brindo por eso, muchacho, por eso y por el toro q recordamos con cariño con los sonoros compañeros.
juro que todo lo que cuentas lo
he visto en varias pelis...
ayudame,tu sabes de eso!
incluido lo de la re-ramera
no habia oido que -los cojo...canten-
suena mejor...
en el mio, casi que tambien
raro=bueno
y vendran, tienen que venir
tiempos en los que
lo maravilloso sea igual a
lo que nos esté pasando...
quien dijo soñar?
cuando dijiste remera pensé que te referías a ramera que aquí es señorita del mal vivir y me dije éste guido...por aquí también faltan más fiestas inusuales, de momento abundan las etílicas.
un beso guidobandido
Remera= camiseta, samarreta (no sé si se escribe así o con zeta, pero es una palabra que nunca me gustó). Es un argentinismo.
Conozco el sentido del término "ramera", pero aquí es más frecuente el vocablo "puta", o "zorra", o "buscona", o "trola", o "chupapijas" (léase, chupapollas), o "lamepete", etc. Mi preferido, sin embargo, es "meretriz" o, en su defecto - y en un sentido menos profesional y más instintivo - "alzada".
¡Saludos, amigos de Retrospecter!
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