No call
Supuse que les interesaría el final del relato. Pues bien, obtuve el número de teléfono de la chica en cuestión sin siquiera tener que pedirlo, ya que toda mujer que se entera del relato se pone de mi lado (incluídas las amigas de ella). Iba a llamar hoy, pero lo pensé detenidamente y me surgieron reparos. ¿Alguien creyó realmente que puedo ser todo el tiempo igual de espontáneo que cuando me declaré?
En primer lugar, no estoy seguro de que ella me guste ahora y, para un tipo tan selectivo como yo en relación a las mujeres, este no es un tema menor. Muy simple: en el momento de la declaración, me habían cegado el alcohol y la euforia del momento. Simplemente soy incapaz de distinguir adecuadamente sus rasgos y eso me desestabiliza.
En segundo lugar, no sé si este encuentro es realmente necesario. La deuda pendiente con el pasado, ¿Era la confesión o era la concresión? No estoy tan seguro, pero mis gustos cambiaron radicalmente en cuanto a mujeres. Es factible que, llegado el caso, ella no sea de mi agrado.
En tercer lugar, una mala cita arruinaría por completo la anécdota de la declaración, y todos sabemos que lo que importa no es la verdad real sino el relato que hacemos de ella.
Por último, toda cita a solas con una mujer en un espacio público requiere de una energía que no sé si deseo destinarle (y esto se aplica a todas las mujeres, no sólo a ella). Uno debe respetar a rajatabla todo una serie de reglas tácitas, no puede mostrarse completamente al natural (y esto lo he comprobado en una ocasión, cuando literalmente asusté a la chica con mis opiniones sobre la gente y, sin merecérmelo, le robé un beso antes de dejarla en su casa) y es muy improbable que ese encuentro acabe en sexo. Tal vez haya que pasarla a buscar, será obligatorio pagar la cuenta y habrá que calcular estratégicamente qué decir para generar el momento del beso; aún si uno logra generar ese momento, es muy factible que se dé en plena calle, cuando el beso cae como un espectáculo ante el cual los transeúntes gritarán cosas obscenas, del estilo "eh, dále duro a esa trola" o "¿por qué no van a un telo, che?". Sumemos a esto la escucha atenta que se exige de uno en estos encuentros, la necesidad de tener un buen repertorio para evitar los silencios y la imposibilidad de sonreir genuinamente. Todo gesto facial está al servicio de la seducción y, por lo tanto, la cara acaba siendo una masa gelatinosa y tensionada.
Dirán que lo pienso demasiado, pero también les diré que el contacto con la gente me da rechazo. Y que de vez en cuando me tomo estos atrevimientos, pero no van más allá de eso.
¿Acabaré finalmente llamando? Tal vez, pero no ahora.
En primer lugar, no estoy seguro de que ella me guste ahora y, para un tipo tan selectivo como yo en relación a las mujeres, este no es un tema menor. Muy simple: en el momento de la declaración, me habían cegado el alcohol y la euforia del momento. Simplemente soy incapaz de distinguir adecuadamente sus rasgos y eso me desestabiliza.
En segundo lugar, no sé si este encuentro es realmente necesario. La deuda pendiente con el pasado, ¿Era la confesión o era la concresión? No estoy tan seguro, pero mis gustos cambiaron radicalmente en cuanto a mujeres. Es factible que, llegado el caso, ella no sea de mi agrado.
En tercer lugar, una mala cita arruinaría por completo la anécdota de la declaración, y todos sabemos que lo que importa no es la verdad real sino el relato que hacemos de ella.
Por último, toda cita a solas con una mujer en un espacio público requiere de una energía que no sé si deseo destinarle (y esto se aplica a todas las mujeres, no sólo a ella). Uno debe respetar a rajatabla todo una serie de reglas tácitas, no puede mostrarse completamente al natural (y esto lo he comprobado en una ocasión, cuando literalmente asusté a la chica con mis opiniones sobre la gente y, sin merecérmelo, le robé un beso antes de dejarla en su casa) y es muy improbable que ese encuentro acabe en sexo. Tal vez haya que pasarla a buscar, será obligatorio pagar la cuenta y habrá que calcular estratégicamente qué decir para generar el momento del beso; aún si uno logra generar ese momento, es muy factible que se dé en plena calle, cuando el beso cae como un espectáculo ante el cual los transeúntes gritarán cosas obscenas, del estilo "eh, dále duro a esa trola" o "¿por qué no van a un telo, che?". Sumemos a esto la escucha atenta que se exige de uno en estos encuentros, la necesidad de tener un buen repertorio para evitar los silencios y la imposibilidad de sonreir genuinamente. Todo gesto facial está al servicio de la seducción y, por lo tanto, la cara acaba siendo una masa gelatinosa y tensionada.
Dirán que lo pienso demasiado, pero también les diré que el contacto con la gente me da rechazo. Y que de vez en cuando me tomo estos atrevimientos, pero no van más allá de eso.
¿Acabaré finalmente llamando? Tal vez, pero no ahora.
4 Comments:
Al final, dejé de dar vueltas y llamé. Y está todo bien. Qué mal que estoy de la cabeza, mamma mia...
en estos casos mejor no comerse el coco,llamar y punto,que os gustais? genial!
que no?
otra vez será
silencios? pocos despues de tanto tiempo.
nos debes el relato.
quieeeeetoooo!!
hijo, déjate llevar. Pensando tanto las cosas lo que haces es forzarlas. Me encantó tu historia. Además, te imagino con cada palabra y con cada gesto y me parto de risa.
a veces con las segundas oportunidades lo que haces es joder el recuerdo de la primera
que te vaya bien ;)
y... hay tercera parte del relato?
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