Una noche para confundirse, una noche para acelerar la verdad
Yo lo seguía y él me guiaba, aunque yo sabía hacia dónde ir, pero había elegido no invertir energía en recordar el camino. Creo que pensando en eso fue como empecé a tramar la idea sobre la ciudad como un mapa plagado de ganchitos clavados.
- Vos vas recorriendo la ciudad y, a medida que ampliás tu conocimiento de ciertas zonas, te vas moviendo con mayor certeza por toda la ciudad. Cada lugar que alguna vez frecuentaste, no importa durante cuánto tiempo, se convierte en una marca que vos hacés para subjetivizar a la ciudad. Y, cuando pasás cerca de alguno de esos puntos ya familiares, sentís que sabés dónde estás y cómo salir de ahí para volver a tu casa.
La imagen del mapa cubierto de pequeñas chinches de colores me satisfacía y lograba describir eso que yo imaginaba con una delicada precisión.
Bajé del taxi y me despedí cálidamente. El se ofreció a acompañarme mientras esperaba al colectivo, pero le dije que no, que no hacía falta y que no me molestaba esperar solo. Me dijo, a raíz de una broma que habíamos hecho antes sobre las mujeres y su constante paranoia a los ataques y abusos de los hombres, que me cuidara de no ser violado. Reí socarronamente, pensando lo improbable que eso parecía.
Me dirigí a la parada del 59, arriesgando que aún seguía allí donde la había frecuentado por última vez, unos ocho o nueve años antes. Algo me decía que la habían desplazado de aquél sitio atípico y un tanto oscuro frente a la pinturería, y que ahora se disponía, más saliente y reconocible, junto a la avenida, chillonamente iluminada.
Allí estaba ella, frenética y ausente, la ciudad. Irregular y barroca, ajena a sus propias consecuencias, refugio y organismo móvil de millones de células, la ciudad. Un micromundo al que basta auscultar por un breve lapso de tiempo para descubrir sus catacumbas de sentido, sus capas y capas superpuestas, sus formas de vida latentes y expectantes, escalando y descendiendo por los túneles que ella misma se deja perpetrar en la piel y en el intestino. La ciudad.
Mis ojos encuadraban y reencuadraban sin control, cada mirada corrompida incesantemente por el ojo ávido de imágenes bellas. El sutil suplicio de ver belleza en todo se volvía prolongado y aberrante. La luz de la conciencia que hacía a todo digno de apreciación y de estudio. Estaban todos allí, ante mis ojos, jugando a un juego secreto y fantástico; cine en estado puro, encerrado en sus huesos y viviendo entre sus movimientos improvisados. Allí estaban, bailaban, interactuaban, delineaban la vida en cada paso y definían al mundo en toda instancia. Ellos eran testimonio vivo de que en vano vale buscar el gran relato allí en los bosques salvajes si la selva sola vive entre nosotros, más robusta y más vivaz de lo que nos deja ver el antifaz.
Descubrí en ellos el gran drama moderno de las capitales, de las urbes de techos altos y de escalas de gris hormigón: la falta de profundidad de campo, la incapacidad casi genética de no poder aguzar la mirada, de observar con más detalle y con menos barreras. La completa ausencia de pompa en la mirada, la total capacidad de procesar más allá de fronteras baladíes entre países hermanos. La ciudad nos entregaba en bandeja automóviles veloces para borrar los intermedios, teléfonos portables para consultar las circunstancias antes de dar el salto y maquinarias multitarea para reducir al mínimo el funcionamiento corporal. Hemos confundido infantilmente al hedonista concepto de la comodidad con la inconcebible idea del estaticismo prolongado.
Pero la vida está en las calles. La brisa fresca antes de la tormenta, las miradas indiscretas entre asientos de colectivo, el vaivén suave de un árbol o el olor de las verdulerías que adornan a las veredas; están en la calle, se viven en la calle.
Ahogado ante un plano cerrado de mi brazo flotando apenas sobre la barandilla del colectivo lo vislumbré todo. La mirada, el comienzo era la mirada. Mirar y mirar hasta que los ojos ardan, entender, ver allí en ese código trasparante todos los secretos, que están tan visiblemente delante… sólo basta saber verlos.
En la señora completamente ataviada en negro, su silenciosa espera ante la nada absoluta, su partida indolente e inmotivada, por las sombras más oscuras de la noche.
En el joven de camiseta de fútbol bicolor, un nombre foráneo tatuado sobre la espalda, la boina de poeta como todo desafío a la razón y las zapatillas deportivas en la gama del azúl.
En el beso apasionado que la esperaba en su parada de siempre, en brazos firmes y fieles, decididos y sencillos.
Sólo luego de aprender a mirar, empezar a filmar. Vivir la calle y la noche, luego ser su voz. Hablar para la propia gente, luego esperar que el eco alcance a pueblos más lejanos.
La cultura siempre habla para su sociedad correspondiente, pensé. Ni siquiera la pretensión de alcanzar la escala global logra borrar la conexión casi exclusiva entre los reponsables de la obra y su público natal. Fracasa en tu propia tierra y de poco habrá servido tu éxito en poblados desplazados. Absorber el propio tiempo y el propio espacio con los sentidos y recién entonces asumir la voz de mando ante el peso de la Historia. Habla de lo que conoces antes que tratar lo desconocido, sí, pero además habla de aquello que conoces con la profundidad que sólo demuestran quienes han sabido ir más lejos.
Bajé a escasas cuadras de mi casa y recorrí la distancia sin prisa, saboreando el gusto lejano de todo aquello.
La ciudad es como un mapa plagado de chinches de colores y el barrio de uno necesariamente está superpoblado de ellas; si uno no puede afirmar que conoce a su propio barrio en detalle ridículo semeja pretender conocer al mundo. Y si uno logra finalmente hablar y que el mundo quiera escuchar, difícilmente lo logre lejos de su esquina en el mundo, sea esta real o metafórica.
Las casas, sus fachadas desvencijadas, su escueta división de parcelas. Cada una de ellas grabada en mi memoria, sujeta a alguna pesadilla o fantasía particular; todas ellas estudiadas por la mirada infantil y ahora revisitadas por la mirada adulta, la que ahora se maravilla o se sorprende, la que percata aquellos que ha sobrevivido, la que fuerza el cortocircuito que genera el shock nostálgico.
La plaza iluminada por faroles de luz cálida, vacía y silenciosa, sepulcral y lúdica. Atemporal y preciosa, inundada de hojas y resplendorosa como centro geográfico de un pueblo rural absorbido por las fauces constantes de la urbe. Los juegos enanos y las diagonales convergentes, el puesto del pony y la parada de taxis, el monumento enrejado y la calecita. La plaza, otro mapa con chinches dentro del mapa con chinches, varios mapas dentro de mapas, microcosmos dentro de miscrocosmos, espirales sucesivas dentro de espirales sucesivas ad infinitum, miles y miles de chinches de colores en tableros de infinitas proporciones.
El jardín, los jazmines, el hueco oscuro entre los helechos.
Saber que sería bonito no me previno de sentirlo.
La iluminación de todas las cosas bajo una lun nueva y solitaria.
La conciencia de que todo está pasando y de que esto que acaba de pasar ya es historia. Historia grande, con mayúscula. Resaltado. Remarcado. Con chinches de colores. Como el mapa de recuerdos, a veces más y otras menos, opacados y acorralados, meteoritos mudos de espacios continuos, de espacios diminutos, de espacios inexistentes.
11 Comments:
Que bien te pega el acido!
Lindo texto!
Abrazo!
Leerte me ha hecho pensar en la belleza, ya no en la de las ciudades, sino en la de las palabras. Estos dias estoy tomando decisiones que me alejan de las palabras. Integrarse a largo plazo en un lugar donde de nada vale tu habilidad para crear calidez o matices con las sonoridades y significados de tu idioma es renunciar a mucho. Y leo hoy en tu escrito palabras como “helecho”, “vereda”, “vaivén” o “desvencijadas” y me hacen dudar. Quizás sea renunciar a demasiado.
Un abrazo, Guido.
Debo decir que, releyendo, me doy cuenta de lo críptico que es el escrito. Ocurre que yo me enamoro frecuentemente de las palabras y elijo dejar en un segundo nivel su función de dar sentido. Wittgenstein, en su segunda etapa, me habría acusado por ello.
Andrea, la única patria es el idioma. De eso uno no se libera nunca.
Hay muchas ideas ocultas en el texto. Si alguien quiere explicación, con gusto se la doy.
boludo, te fuiste a la mierda, de lo de las chinches te fuiste al carajo. yo pensaba escribir sobre lo q hablamos, pero solo eso, pero bue, a cada uno le pega diferetne,jejeje
igual fue divertido, uno decia una cosa medio loca y el otro, muy solidario, lo adaptaba a la fantasia general, lo notaste?
Sí, a pleno. Por eso me encantó. Después la seguí limando solo, porque el viaje era largo y pasaron muchas cosas...
¡Wonderful!
Sí, a pleno. Por eso me encantó. Después la seguí limando solo, porque el viaje era largo y pasaron muchas cosas...
¡Wonderful!
o sea....ademas de decir mucho mas "hijo de puta" hay q fumar mas?
mérito,mucho mérito tenemos los
que te leemos,sabes por que?
se nota que amas las palabras sí,
pero demasiada belleza cansa, incluso agota...
particularmente te leo por lo mismo
que a veces detesto.
el aroma? de lo que te estabas
fumando nos envuelve.
ella,la situo en europa, voy bien?
las chinchetitas de colores, resér-
vate algunas para cuando algun dia
regreses a barcelona.
No, no.
Yo soy una persona que gusta de desarrollar la mirada. De las drogas hablan ustedes. A mí me bastan los ojos como son.
Y todo el relato transcurre en Buenos Aires, no hay Barcelona aquí. Ella es una chica que estaba en la parada del bus y El su interés romántico.
Es verdad que mi escritura es un poco críptica, pero es porque antes que nada escribo para mí. Juzgo que sólo así salen cosas dignas de leer.
Por cierto... ¿m.s. = m.shy? Siempre me pregunto porque el desdoblamiento.
por qué el desdoblamiento?
en prensa cuando escribes más de un árticulo sueles abreviar.
ya sé ya sé que no era barcelona,
tan solo que guardes chinchetas para cuando nos vuelvas a visitar...
nuevos lugares te estan esperando!
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