La creación
Cuando la última gota cayó del árbol y el hijo pródigo, fatigado de tanto mirar a las hojas cambiar progresivamente de color - del amarillo al rojo, del rojo al marrón -, finalmente miró por la ventana y vio que había vida allí afuera. Una vida variada y por momentos impredecible, una miríada de colores y formas en movimiento constante.
Entonces, habiéndose asomado a la inmesidad del mundo, cerró las persianas y se acomodó frente al hogar, donde un fuego tenue crispaba entre muros de ladrillo. En esa posición, moviéndose apenas para respirar - el pecho danzando en una expansión y contracción rítmicas -, el hijo pródigo se hundió en un sueño profundo y arrullador.
Y así, habiendo visto el abismo que había puertas afuera, el hijo pródigo descansó, logrando olvidarse hasta de sí mismo.
Entonces, habiéndose asomado a la inmesidad del mundo, cerró las persianas y se acomodó frente al hogar, donde un fuego tenue crispaba entre muros de ladrillo. En esa posición, moviéndose apenas para respirar - el pecho danzando en una expansión y contracción rítmicas -, el hijo pródigo se hundió en un sueño profundo y arrullador.
Y así, habiendo visto el abismo que había puertas afuera, el hijo pródigo descansó, logrando olvidarse hasta de sí mismo.
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