Noche de los muertos
Después de tomar vino y comer árabe nos fuimos a dormir. Nos sacamos la ropa, nos metimos en la cama y esperamos. Nadie hizo nada. Me dijo que todavía tenía ganas de pegarme, entonces rolamos por la cama dándonos golpes. Me acusó de no hacer verdadera fuerza. La marca que le dejé con los dientes en el cuello se había hinchado, se puso roja. Ella dice que tiene alergía al contacto, lo cual puede ser, pero me causa gracia.
Después intenté dormir, pero me sentí incapaz y, a las 6:04, sentí cómo ella me golpeaba y me decía que me callara. Había estado hablando un rato largo. Me dijo que soy como mis gatos, y que hablo en mi dialecto y que además ronco, y mucho. Me disculpé, no logré pasar del sueño ligero, me sentía atormentado. La miré, y se lo dije: la razón por la que estamos incómodos es que esto está forzado. Sí, me dijo, no nos conocemos.
Después seguimos hablando hasta las siete y media, y nos dimos cuenta de lo triste que es. Yo asumí mi cinismo, ella asumió sus limitaciones para amar a una mujer, y ambos reconocimos que nos encantaría amar a un proletario, pero que sabemos que no va a pasar.
Después dormí quince minutos y entre sueños la escuché tararear Thriller. Cuando amanecí, me hizo un té con miel y me dijo que era hora de irse. Le dije que a mí el tiempo me sobraba, pero que entendía si la estaba agotando con tanta vuelta. Solo asintió, y agarró su libro.
Hoy temprano, a eso de las nueve, me tomé un café con medialunas, pasé por el correo y me enteré, a través de la carta certificada de la Embajada de Polonia, que mi apellido familiar es Sygalewicz. El sol brillaba y el aire era puro, y tuve unas ganas súbitas de estar vivo, aunque no supe bien con qué fin.
Después intenté dormir, pero me sentí incapaz y, a las 6:04, sentí cómo ella me golpeaba y me decía que me callara. Había estado hablando un rato largo. Me dijo que soy como mis gatos, y que hablo en mi dialecto y que además ronco, y mucho. Me disculpé, no logré pasar del sueño ligero, me sentía atormentado. La miré, y se lo dije: la razón por la que estamos incómodos es que esto está forzado. Sí, me dijo, no nos conocemos.
Después seguimos hablando hasta las siete y media, y nos dimos cuenta de lo triste que es. Yo asumí mi cinismo, ella asumió sus limitaciones para amar a una mujer, y ambos reconocimos que nos encantaría amar a un proletario, pero que sabemos que no va a pasar.
Después dormí quince minutos y entre sueños la escuché tararear Thriller. Cuando amanecí, me hizo un té con miel y me dijo que era hora de irse. Le dije que a mí el tiempo me sobraba, pero que entendía si la estaba agotando con tanta vuelta. Solo asintió, y agarró su libro.
Hoy temprano, a eso de las nueve, me tomé un café con medialunas, pasé por el correo y me enteré, a través de la carta certificada de la Embajada de Polonia, que mi apellido familiar es Sygalewicz. El sol brillaba y el aire era puro, y tuve unas ganas súbitas de estar vivo, aunque no supe bien con qué fin.
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