Sunday, July 29, 2012

Ella y yo

Ella es sexy y yo soy moralista. Síntoma de una derrota anunciada, tal vez. Ella es sexy (ella es sexo) y yo pretendo dominarlo. Doble derrota. Feliz derrota, tal vez. Ella es sexy y yo la juzgo por eso, pero su sensualidad le da vida a mi mundo acartonado. Extraña victoria. Ella es sexy y es mía, no en tanto que poseo su cuerpo, o que mis grilletes la atenazan, sino en tanto que tengo su atención. Peligroso triunfo. Ella es sexy y mía y me lo dice, pero creerlo enteramente no puede ser prudente. Parecería ser que la lleno, que satisfago su necesidad, pero me pregunto a qué precio. Un esfuerzo constante y silencioso crece dentro mío. Me pregunto si su sensualidad tolerará alimentarse siempre del mismo cuerpo, siempre de la misma cara, de las mismas palabras de uno solo. Yo. Dudo si mi titánico esfuerzo de mantenerla entretenida podrá durar. Dudo de esta atípica constancia que me domina hace ya algunos meses. No sé - y me pesa - si con el tiempo mis berrinches le seguirán pareciendo menores, mis arrebatos le seguirán pareciendo desdeñables, si mi candor seguirá pesando más que mi oscuridad. Parece sincera, y no dudo que lo sea. Pero sospecho, y de inmediato nace en mí una furia prematura, si no hay en ella un deseo de salirse, un impulso inconsciente de volver a la vida amorosa nómade, aquella donde todo es transitorio, porque elegir implica morir de a poco. Me elige ahora, pero nada me garantiza que me elegirá mañana. Le hago creer - porque en eso soy hábil - que no hay otro como yo, pero no puedo garantizar que sea cierto. No puedo solventar esa presunción. Ella niega el peso del tiempo y yo lo asumo. Ella quiere vivir en una eterna juventud y yo ya vivo en una vejez anticipada. Yo busco la sabiduría, ella busca la fiesta. Es el fino equilibrio de lo insostenible, me pregunto si podremos mantener este fino balance hasta que la muerte nos sorprenda, hasta que el final nos tome de imprevisto. Ella es sexy y yo también, pero ella lo asume y lo disfruta. A mí me pesa, la sensualidad me pesa. Ella dice que me ama y yo lo retribuyo, pero necesito confiar en que nadie más tocará ese cuerpo. Y me pesa, claro, eso también me pesa. Demasiadas cosas que me pesan para tanta felicidad. Mi vicio no lo entiende, mi miedo a Dios tampoco. Me pregunta qué veo en ella, qué compartimos. Y yo no lo sé, pero sí sé que sin ella todo se vuelve insulso. Que la necesito de un modo más desesperado al que evidencio. Que ahora todo es diferente, irreversible, insólito. Que me preparo día a día para un final que nunca llegue, porque todo crece, todo evoluciona, se complejiza al mismo tiempo que se hace más simple y esencial. La miro y sé, qué, no sé, pero sé. Achaco a mi mente insegura con lúgubres fantasías, un anhelo secreto y pestilente, el deseo perverso de encontrarla en otros brazos, en mi casa, en mi cama, en el lugar donde yo le cedí terreno. Anhelo una venganza injustificada, un placer enfermo que sé que no va a darme. Y agradezco por ello cada día, por la sanidad que su fiesta implica a mi modo de vida. La luminosidad que me extrae casi por accidente, la esperanza que tengo de que cada día se realice más a sí misma, sin que eso necesariamente me incluya. La amo porque ella le hace mejor al mundo, el mundo la necesita más de lo que el mundo sabe. Ella es miembro de una especie única y en vías de extinción, un poema al buen vivir, un manifiesto del hedonismo constructivo y de la ética del disfrute. Mi supuesto buen vivir, ese que mi cuerpo transmite más que mis ideas, cobra vida cuando ella está. Ella le da sentido a tanto sufrimiento inútil, le da color a mi mundo gris. Me pregunto cuánto durará. Me pregunto cuánto podré sostenerlo. Me pregunto cuánto falta antes de que ella se dé cuenta de mi mentira, de mi derrota, de que mi amor le es tan beneficioso como restrictivo. Me pregunto si entiende que el amor necesariamente es restrictivo, más allá de la dicha que trae. Soy limitado y ella es infinita. Quisiera que fuéramos infinitos juntos. Quisiera que todo mi mal se extinguiera al ver su cara. Quisiera ser cada día con ella más sincero, más puro, más frágil. Que me vea como yo quiero verla a ella: incompleto. Y completarla sin esfuerzo, sin trabajo, sin la inseguridad atroz que me hace desear complacerla en cada pequeño hecho. Pero soy poca cosa, soy un ser humano. Mi falla es mi deseo, soy lo que puedo con estos pobres huesos. La amo con todo, y a pesar de todo, con los restos de mi mismo y con la ambición que no tengo, la amo desesperadamente, que es la única forma de amar, y la más verdadera.

4 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Apaga el cerebro. Encontraste a un adversario digno. Deja el ceso a un lado y entregate. No mas palabras. Para conseguirte a vos, es que se lo merece.

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Anonymous Anonymous said...

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