Sunday, October 24, 2010

El flujo habla por sí mismo

Apuesto que podría tener a la mujer que quisiera, si me lo propusiese. No es una sospecha, es una convicción. Y ni siquiera diría que tiene que ver conmigo, con que tenga más o menos méritos que los otros. Creo que es un principio generalizable. El problema no son las personas, sino el código justo que se aplica a cada persona. Cada persona es una cerradura a la que se accede con una sola llave. Lo que uno tiene que descifrar es qué llave usar en cada caso. Y a eso se llega estudiando al otro detenidamente, reconociéndolo por lo que es y no por lo que yo especulo que es. Y acá entra en juego uno de los atributos más difíciles de todos: saber percibir. Ahí es válido preguntarse: ¿Sé percibir? ¿Tengo entrenada la percepción? ¿O la computadora me quemó el cerebro y solo sé procesar rápido? Si uno tiene el interés, hay que tomarse el tiempo de ver, de escuchar. El otro está muy inestable, ahí donde está parado. Se sostiene como puede, de lo que puede. Si su nivel de negación no es demasiado grande, bastará blanquear rápidamente que nadie sabe demasiado bien lo que hace, y que ni uno ni el otro tienen mucha idea de lo que pueda surgir del encuentro. Y que, justamente, la gracia de los encuentros es que no garantizan nada, que cualquier cosa puede pasar. Algún día, si la cosa marcha, el rumbo podrá decidirse con un poco más de certeza, en conjunto, mediante una civilizada negociación. Ahí habrá otros problemas, pero no hay por qué adelantarse. Problemas habrá siempre.
La primera instancia, entonces, es la búsqueda del acceso. Hay casos donde rápidamente a uno le denegan el acceso, o algunas pistas fundamentales para que uno descifre por donde llegar, y ahí lo mejor es abandonarlo. No digo que sea irremontable, en absoluto. Digo que si no hay una puerta abierta a la complicidad es de esperarse que tampoco haya mucho interés en general, o al menos pocas ganas de lidiar con la realidad, que siempre es diferente a lo que uno pensaba. Puede llevar más o menos tiempo, pero si uno siente que del otro lado hay remadas para este lado, por pequeñas que sean, hay que seguir ahí. Puede que hasta sea disfrutable, si el intercambio se vuelve juguetón, sin por eso volverse chicle, uno tiene permiso para sentir alegría. Si te pinchan el globo, no podrán quitarte esos breves momentos de expectativa.
Hablamos de buscar estar cerca de lo real, no de la fantasía. No incentivemos el libre vuelo imaginario así, de antemano. Porque si uno no va y dice hola, o alguna frase al pasar que intente ser simpática, o una cara digna de reírsele en la cara, no pasa nada. Todo en la cabeza. Y muy lindo, pero eso no es de este mundo. Si interacciona con este mundo tiene toda la validez posible, pero si se queda atorado entre las sienes es otra cosa. Que el cuerpo está acá y que la mente está allá. Y se puede vivir así, yo les digo que se puede, pero no sé si es lo más satisfactorio.
Es más fácil, yo digo que es más fácil. Hay una intuición, uno intuye algo. Y esa intuición, que la razón y la lógica no pueden explicar, suele no estar tan errada. El problema es que la mente que habita en aquél mundo (y no en este) no venga a juzgar prepotentemente, a poner distancia. "Es muy gorda para vos", dirá, o "es medio boludo, canta las canciones mientras las baila". En general lo más irrelevante nos distrae de cosas mucho más esenciales, pero mucho más problemáticas. Una persona es una entidad compleja, y por lo tanto problemática. La absoluta imposibilidad de controlarla dificulta todo muchísimo, pero: a) No tenemos otra; b) Esa imposibilidad de predecir al comportamiento del otro puede tener su gracia.
No conocemos nunca al otro, ni siquiera a nuestros amigos y amantes más cercanos. Ni siquiera a la familia. Uno conoce momentos concretos, tal vez algún patrón que uno esperaría verse repetir. Pero en realidad no hay manera de saber qué es lo que define al otro. Por eso hay que percibir: prestar atención a lo que el otro hace en cada momento. Si uno descubre que el accionar del otro le resulta satisfactorio en situaciones muy diferentes, el interés puede volverse algo más profundo, más arraigado. Pero en general para llegar a ese nivel de detalle uno tiene que pasar tiempo con el otro, y si logró pasar el suficiente tiempo como para reconocer esas variaciones de actitud en circunstancias diversas, entonces al otro uno también debe resultarle interesante al punto de permitir el acceso a su cotidianeidad en todas sus facetas.
Prueba y error. Búsqueda y aceptación. Reconocimiento de la particularidad y profundización. Así de complejo es el vínculo humano. Es errático y delicado, es frágil. Uno siempre puede decir algo que hiera profundamente al otro sin tener la intención. Uno omite información para evitar conflictos incluso con las personas más cercanas. Uno hace esfuerzos para mantener la relación. No va sobre rieles, no fluye sola. Es un trabajo diario, cuestión que uno elige si los beneficios son más fuertes que los contrapesos. Suena evidente, ¿no? Pues no lo es. Seguimos tropezando con las mismas piedras. Seguimos dando por sentado las mismas verdades. Seguimos pensando intensamente en cómo dirigirnos al sexo opuesto, porque sabemos que decir lo incorrecto puede generar distancias practicamente irreversibles. Tal vez el tiempo y las necesidades del otro acerquen el vínculo, nunca se puede saber. A veces uno cree que el otro va a retroceder y nunca lo hace, y la espina queda, clavada, indeleble: No me quiso. No le hago falta. Cuando decía que ya no quería verme, lo decía en serio. Esta vez no puedo ganar.
Entonces uno desarrolla el personaje, y lo desempolva cuando la cosa se pone brava. Si lo trabajó bien, será aceptado. Sino, sus ojos jamás se cruzarán con los de los otros. Quien no mira, no quiere mirar. Quien haya chocado demasiadas veces seguidas con el desdén y la indiferencia de los temerosos, se refugiará en su grupo más afín, ese donde uno no teme tanto a salirse del libreto. Es algo que vale la pena hacer, decir eso que uno piensa y sabe que no debería decir. Todo depende del tono. Absolutamente cuaquier cosa puede decirse si uno encuentra el modo de que suene simpático. Se pueden decir las verdades más crudas, se pueden expresar los deseos más profundos, uno hasta puede confrontar abiertamente con el otro si encuentro el gesto justo, el tono adecuado, el momento perfecto. ¿Y lo mejor, qué es? Que eso solo puede hacerse en el preciso momento, que no se puede ensayar o planificar. Hay que estar en el momento, estar presente. En fin, como decíamos antes, percibir. Hay que ser un malabarista de factores, un estadista de variables. Hay que ser preciso y atinado sin ser acartonado, sobre todo con uno mismo. La falta de sinceridad con uno mismo casi siempre resulta en falta de sinceridad con los demás.
Lo que no se hace, se paga, Eventualmente cobra su factura. La palabra que no se dijo y la ocasión que se dejó pasar vuelven como fantasmas, como la construcción atemorizante de la culpa. La fantasía molesta y cíclica de pensar que de haber actuado, las cosas serían diferentes. Es cierto, lo serían, y tal vez en uno de los infinitos mundos paralelos con coviven espacio-temporalmente con este eso pasó, y el destino fue otro. Pero no en este mundo. Este mundo, en el que yo que escribo y ustedes leen, se rigió por las circunstancias concretas que lo fueron conduciendo. No es consuelo de necios pensar que existen otras realidades paralelas donde las cosas sí salieron como yo quería, pero tampoco hay que recostarse en eso y dejarse estar. Hay que reconocer la diferencia entre presionar para que pase el momento y que pase el momento por sí solo, por su propia voluntad. La oportunidad surge, uno escasas veces la fuerza y sale airoso. Puede que lo consigas, pero de ahí a que acabes satisfecho hay una distancia. Saber leer la realidad en su azarosa naturaleza. Presente puro, ni pasado ni futuro. Volver atrás lo menos posible, construir de cero cada vez, con alegre predisposición y sin amargura ni cansancio. Aprender es el sentido final de todo, y si uno no se muestra predispuesto a aprender de cada circunstancia está frito. La tarea primera, es descifrar lo más posible el misterio, encontrar pequeños fragmentos de ese sentido total al que bien podríamos llamar Dios. La esencia secreta de la vida es ese brillo infinito e impensable, pero está velado, no se puede ver. Solo se puede intuir. Solo se revela a partir de la experiencia. Cada vez que uno se entrega a lo desconocido se corre más el telón del brillo secreto del mundo. Cada vez que uno cierra las puertas a esa diferencia radical se pierde la oportunidad de subir un escalón hacia el trasfondo secreto donde todo se cuece. Somos seres imperfectos que vivimos con miedo, el miedo de los otros nos paraliza. Animal egocéntrico, el hombre, atado siempre a la conciencia de ser. Y el goce del pensamiento, motor inacabable, amplía las fronteras de este mundo. Pensar libremente, pensar y repensar la dinámica de este mundo es intentar ponerse en los pies del creador - porque no podemos realmente concebir a este mundo como autogenerado, nuestro ateísmo es solo verbal, decimos big bang pero en realidad solo imaginamos rocas flotando y eso no nos convence. Cuando creamos algo somos dioses imperfectos, y eso nos eleva, nos substrae de tanta miseria tan pequeñita que nos altera la percepción. ¿Cómo llegamos a esta desviación? ¿O así fuimos concebidos, intencionalmente, con fines oscuros, para el propio divertimento de los dioses perfectos que habitan nuestras mentes? Necesitamos pensar que hay algo completo ahí afuera, que no sufre nuestras penurias. Porque eso calma, la idea de lo sublime que nos protege nos salva de ser solo esto, de que todo sea tan difícil, de cargar con el peso que nadie más en el reino vive tiene: el de poder moldear lo que hago con el tiempo que me fue dado.
Somos lo mismo. Todos somos lo mismo. Todos lidiamos con lo mismo. Todos queremos que sea más fácil, menos arduo. Todos tenemos que rever nuestras decisiones al final del día. Todos queremos que nos dejen tranquilos, que el difrute siga, que no nos interrumpan cuando estamos saboreando el momento, que nadie venga a decirnos que lo que somos o hacemos no vale nada. Todos podríamos dar la bienvenida a las deformidades que engendra la mente humana en sus múltiples facetas. Todo podría estar permitido. Todo podría ser tan poco serio como la existencia en sí misma: la planificación rigurosa y el sistema de jerarquías que rige nuestro hacer solo llevaron a la destrucción masiva.


El flujo parece ser eterno. Me brota de la cabeza y siento que es mi deber comunicarlo. Hoy pensé por un momento que ya no necesitaba a nadie y que estaba cerca de la santidad. Después me sentí un idiota. Me di cuenta que necesitaba a todos, que todo el mundo me parece extraordinario, aún en su mayor penuria. Mi dificultad es amar a alguien porque amo a todos, y también los odio, pero los odio porque les temo y ese temor no me pertenece. Ese temor me lo enseñaron. Le temo al que puede hacer lo que yo no puedo hacer, le temo al que consiguió lo que yo no supe conseguir. Hay suficiente para todos, pero a menudo muchos queremos lo mismo. Y no sabemos colaborar para alcanzar el fin, o no sabemos colaborar con el otro porque no nos gusta cómo quiere hacer lo mismo que nosotros. Es una terrible pena que seamos tan apegados al juicio. Porque del choque entre el otro y uno, podría salir una deformidad hermosa. Choque todo es choque, hay que abrazar el choque. Todo se fusiona contra todo pronóstico, todo se transforma, lo querramos o no. El otro al que yo idealizo se está degradando a medida que lo miro con ojos enamoradizos, y mejor es interlazar mi existencia con la suya antes que el infortunio nos lo impida. Y no es por pensar dramáticamente en demasía, pero no es descabellado asumir la inmensa fragilidad de todo, porque todo se desarma. Que sea, que así sea.
Ya no sé si voy a camino a la iluminación o a perderme enteramente de este mundo, preso de las mismas fuerzas negativas que combato. Ese es mi sacrificio, el sacrificio que yo felizmente asumo: renunciar a este mundo para aprender a leerlo. No comer de sus frutos sino describir su apariencia para que otros los sepan comer mejor. ¿No necesite el mundo gente que decodifique la ontología de todo? ¿No es la interpretación un modo complementario a la percepción, como formas de aprehender el mundo? Ojalá supiera como coordinar ambas fuerzas, ojalá supiera gozar con el pensamiento y vivir. En uno soy exitoso, en el otro fracaso. Pero siempre salgo optimista. Algo debo estar haciendo bien, por favor que alguien me diga que estoy haciendo algo bien. Yo solo no me basto.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

No se que otras cosas haces bien, pero escribes de maravilla!

4:10 PM  
Anonymous Anonymous said...

GENIAL, MUY GENIAL.

5:34 PM  
Anonymous Anonymous said...

no creo que puedas estar con cualquier mujer, me parece que te faltan un par de cosas... flujo, flujo tenemos todos, vos desbordas flujo, por favor!!!!!!!!!!!!!!!! dejate de hacer el shakespeare

6:52 PM  

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