Música tardía de mañana
Meses pasaron desde mi última entrada. Perdidos ya los seguidores, los escasos que se acercaron a esta modesta página a lo largo de los años, tiro algunas palabras sobre lo que siento. Qué solemne, la gran vuelta, las palabras largamente postergadas. Mentira. Son las siete de la mañana, en la habitación contigua están teniendo sexo y yo tomo whisky, sazonado cada tanto con cocó. El domingo me la suda, los Oscars me la sudan, ya no tengo cigarros y tengo acidez. Ya no puedo distinguir la realidad de la fantasía literaria. ¿Debería masturbarme, escuchando los magros sonidos que vienen de la habitación de al lado? No, no me interesa. No tengo ganas, no pienso en lo sexual sino en lo bello, en lo impredecible de todo. Como todo gira ajeno a lo que uno desea, poderoso en su propia voluntad, que es tal vez más poderosa que la nuestra, tan solo humana, banal por demás, ingenua siempre.
Pienso en los límites imposibles del deseo, en lo que a uno le llama de un cuerpo, o en el cuerpo en sí mismo, siempre más deseable al tacto que al ojo. En lo hermoso de dejar de lado los prejuicios y simplemente dejarse tocar por otro cuerpo. Son las sensaciones fuertes las que importan, ese ansia loca de estar vivo, de comerse al mundo en su infinita especificidad.
Siempre huí de lo particular por miedo a perderme otras particularidades, pero lentamente aprendo a apostar por algo y no por el todo. Claro que paso de la resignación a la esperanza cada día, o varias veces por día, pero uno tiene que aprender a distinguir la ilusión de lo que, aparentemente, es la realidad. A menudo pienso que estoy rodeado de gente vive más cerca de lo real, y que soy yo el que está perdido en el pensamiento, aún lejos de otros humanos. Supongo que cada uno lidia con su subjetividad como puede. El contexto nos moldea tanto como las decisiones.
Yo no pido tanto, pido un poco de ideas claras, en mí y en los demás, los que me rodean, al menos. Pido tener los ojos abiertos y los sentidos disponibles cuando haya cerca una mujer con la que pueda hablar de cosas que ocupan mi cabeza. Pido amigos que entiendan que uno no puede salvarles la vida sino solo escuchar y tratar de entender. Pido tener el espacio y la posibilidad de apreciar la belleza del mundo en sus diferentes manifestaciones, sin caer en tonterías de manual sino en momentos efímeros e inesperados en los que la cosa más vulgar se ve resplandeciente en la luz del sol. Algo como un semáforo a las siete de la mañana, cuando todo se ve nítido, la mejor luz del día, la que hace pensar que todo va a estar bien, que va a durar para siempre.
No estoy yendo a ninguna parte, solo quiero dejar constancia de este momento, glorioso en su decadencia. La cocó me flota en el cerebro y yo solo quiero que el mundo sea una infita mañana, llena de posibilidades, musicalizada por Elvis o Johnny Cash, según el ánimo, y mirar por el balcón para abajo, hacia adelante, hacia el infinito, siempre sonriendo sin saber el motivo, sin pensar demasiado...
El ahora todo entero, sin miedos, sin dudas. Puro, pura improvisación, sin moralinas, sin límite. Cómo aprendí a odiar los límites, los que coartan mi felicidad inducida, los que me recuerdan que todo no se puede. ¿Cómo puedo amarme tanto y sin embargo golpearme cada mañana con el látigo de la culpa, la tortura de los fracasos pasados? Cuando el polvo sube por mi nariz me olvido de mi mismo, se apodera de mí un frenesí ciego que se parece demasiado a la fe, a lo sagrado.
No puedo explicarme ni puedo explicar lo que me rodea, no puedo reconocer el pasaje que pisan mis pies ni puedo concebir otra posibilidad que ésta, la que me tocó en suerte, la que se escribe en el libro secreto de mis días. Este romanticismo enfermo no va a abandonarme, no lo hizo hasta ahora y dudo que lo haga. No quiero apoyar mi cabeza en la almohada y quedarme dormido, no quiero que mañana llegue con sus sombras de caucho, viscosas y lúgubres. No quiero reprocharme una vez más las cosas que hice cuando no era yo, cuando el yo que soy, harto de soportar densas cargas, se entregó a los arrebatos del vicio, la cura mentirosa.
Este será mi legado, el de la constante metamorfosis. Tal vez no deje una obra significativa, fácil de identificar y consultar. Tal vez solo deje un rastro de polvo, demasiado parecido a la sangre. Lo verdadero para mí llegará tarde, a la hora de las revelaciones, cuando esté maduro como para caer del árbol.
Este es el final de hoy. Es arbitrario. Todo lo es. A veces me asusto de mi deseo de seguir y seguir, pero cuando llegue el momento seguiré hasta agotar todas mis fuerzas. Ese será, seguramente, mi final. Así deseo irme.
Pienso en los límites imposibles del deseo, en lo que a uno le llama de un cuerpo, o en el cuerpo en sí mismo, siempre más deseable al tacto que al ojo. En lo hermoso de dejar de lado los prejuicios y simplemente dejarse tocar por otro cuerpo. Son las sensaciones fuertes las que importan, ese ansia loca de estar vivo, de comerse al mundo en su infinita especificidad.
Siempre huí de lo particular por miedo a perderme otras particularidades, pero lentamente aprendo a apostar por algo y no por el todo. Claro que paso de la resignación a la esperanza cada día, o varias veces por día, pero uno tiene que aprender a distinguir la ilusión de lo que, aparentemente, es la realidad. A menudo pienso que estoy rodeado de gente vive más cerca de lo real, y que soy yo el que está perdido en el pensamiento, aún lejos de otros humanos. Supongo que cada uno lidia con su subjetividad como puede. El contexto nos moldea tanto como las decisiones.
Yo no pido tanto, pido un poco de ideas claras, en mí y en los demás, los que me rodean, al menos. Pido tener los ojos abiertos y los sentidos disponibles cuando haya cerca una mujer con la que pueda hablar de cosas que ocupan mi cabeza. Pido amigos que entiendan que uno no puede salvarles la vida sino solo escuchar y tratar de entender. Pido tener el espacio y la posibilidad de apreciar la belleza del mundo en sus diferentes manifestaciones, sin caer en tonterías de manual sino en momentos efímeros e inesperados en los que la cosa más vulgar se ve resplandeciente en la luz del sol. Algo como un semáforo a las siete de la mañana, cuando todo se ve nítido, la mejor luz del día, la que hace pensar que todo va a estar bien, que va a durar para siempre.
No estoy yendo a ninguna parte, solo quiero dejar constancia de este momento, glorioso en su decadencia. La cocó me flota en el cerebro y yo solo quiero que el mundo sea una infita mañana, llena de posibilidades, musicalizada por Elvis o Johnny Cash, según el ánimo, y mirar por el balcón para abajo, hacia adelante, hacia el infinito, siempre sonriendo sin saber el motivo, sin pensar demasiado...
El ahora todo entero, sin miedos, sin dudas. Puro, pura improvisación, sin moralinas, sin límite. Cómo aprendí a odiar los límites, los que coartan mi felicidad inducida, los que me recuerdan que todo no se puede. ¿Cómo puedo amarme tanto y sin embargo golpearme cada mañana con el látigo de la culpa, la tortura de los fracasos pasados? Cuando el polvo sube por mi nariz me olvido de mi mismo, se apodera de mí un frenesí ciego que se parece demasiado a la fe, a lo sagrado.
No puedo explicarme ni puedo explicar lo que me rodea, no puedo reconocer el pasaje que pisan mis pies ni puedo concebir otra posibilidad que ésta, la que me tocó en suerte, la que se escribe en el libro secreto de mis días. Este romanticismo enfermo no va a abandonarme, no lo hizo hasta ahora y dudo que lo haga. No quiero apoyar mi cabeza en la almohada y quedarme dormido, no quiero que mañana llegue con sus sombras de caucho, viscosas y lúgubres. No quiero reprocharme una vez más las cosas que hice cuando no era yo, cuando el yo que soy, harto de soportar densas cargas, se entregó a los arrebatos del vicio, la cura mentirosa.
Este será mi legado, el de la constante metamorfosis. Tal vez no deje una obra significativa, fácil de identificar y consultar. Tal vez solo deje un rastro de polvo, demasiado parecido a la sangre. Lo verdadero para mí llegará tarde, a la hora de las revelaciones, cuando esté maduro como para caer del árbol.
Este es el final de hoy. Es arbitrario. Todo lo es. A veces me asusto de mi deseo de seguir y seguir, pero cuando llegue el momento seguiré hasta agotar todas mis fuerzas. Ese será, seguramente, mi final. Así deseo irme.
3 Comments:
cuanto tiempo sin pasar por este vertedero de boludeces ingeniosas? sí mucho,bien descritas? sí tambien...
cuando te visito me quedo siempre con ganas de decirte cuan egocentrico egolalatra egocabron sos!
desde el cariño.
le percibo místico
ha probado un tiempo en un convento
con oracion,meditacion y gregoriano?
Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo. No te vayas por diooos¡
Post a Comment
<< Home