Un serio problema ontologico
Cinco días en la intensa nieve de Bariloche pueden representar un gran relajo, pero también la dura conciencia de que existe la inevitable posibilidad de toparse con gente indeseable. Especialmente si hablamos de comienzos de Agosto, donde aún queda parte de la crema de la aristocracia argentina, con sus almidonadas costumbres de pacaterìa; las primeras oleadas de egresados comienza a hacer desmanes y ruido por doquier y las hordas de entusiastas clasemedias se apilan para compartir al menos un rato en la nieve con los caretas y los famosos...
Y en el medio está uno, que tiene cierto status económico pero mantiene la veta intelectual, que pertenece a ciertos grupos pero marca la diferencia, que sabe distinguir el vino del agua, pero no se priva de gozar con la plebe de los rituales terrenos. En pocas palabras, estamos nosotros los snobs, que estamos con el enemigo pero pronto nos diferenciamos...
El problema empieza entonces. ¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que hacemos lo mismo que aquellos a quienes odiamos? ¿Qué si la fuente de nuestros placeres y de nuestros vicios es la misma que los de ellos?
Ejemplifiquemos, que las abstracciones alejan a mis lectores. La gente que detesto con particular saña cumple con los siguientes requisitos:
1) Son de clase media alta/ alta y responden a los sobrenombres "Peter", "Mary" o "Mechi", cuando sus nombres son, lisa y llanamente, Pedro, María o (María) Mercedes.
2) En verano van de vacaciones a Punta del Este (Enero) y en invierno se van a esquiar a San Martín de los Andes o Bariloche. Por supuesto, hacen snowboard (el ski les parece de viejos y aburrido) y sus equipos de nieve, que sólo pueden usarse un rato al año, son caros, sofisticados y están perfectamente combinados.
3) Van a todas o casi todas las fiestas electrónicas. Toman éxtasis en cada una de ella y lo llevan a la ligera, como si se pusieran sus cremas faciales. Portan esos deleznables anteojos oscuros de tamaños desproporcionados, que cubren mitad de sus alineadas caras. Llevan musculosas blancas/negras, jeans sueltos y zapatillas adidas. Bailan mecánicamente y reverencian a la música electrónica, pero no sabrían diferenciarla del pop de los años 80.
4) Usan celulares psicodélicos y caros, que rigen sus vidas. Hacen del mensaje de texto una religión y de la llamada irrelevante una ideología.
5) Estudian o trabajan en alguna actividad relacionada a la imagen. Hacen publicidad o cine, aún si nunca vieron una película anterior a los años 90. Claro que están los que hacen administración de empresas o economía, pero odio más a los que juegan con una camarita sin hacerse cargo del valor de las imágenes que arrojan al mundo.
6) Creen que adoptando costumbres o modismos populares tienen onda. Como dice Pulp, "You think that poor is cool".
Eso es el estereotipo de lo que odio y, puesto que ellos no quieren alejarse ni un milímetro del estereotipo, la realidad que odio. El problema surge cuando analizo mi propio accionar desde esta perspectiva. Veamos:
1) Mi nombre no admite sobrenombre cheto ni variación del estilo. Estoy salvado.
2) Todos los diciembres voy a un tiempo compartido en Punta Ballena, cerca de Punta del Este. Está bien, no es Enero ni estoy cerca de la Gorlero o la Barra, pero asisto a ese exclusivo balneario uruguayo en verano. Punto en contra.
3) Yo voy a suficientes raves. Está bien, me diferencio de las masas en vestimenta y me niego a usar lentes oscuras de noche. Bailo a mi manera y no oculto ser de otra escala. Pero disfruto de la música al mismo nivel que ellos y no dejo de verla como un ritual. Segundo punto en contra.
4) Mi celular no es extraño, ni caro (dentro de los standares, claro está) y es feo. Pero lo uso frecuentemente y abuso de los mensajes de texto. Admito que varias veces me sorprendo mirándolo fijo, esperando que suene.
5) Yo estudio, hago y pienso el cine. Soy un cinéfilo y un estudioso y eso me saca de la estupidez reinante, pero aún así... hago la carrera de moda en un tiempo mediocre. Ser un obsesionado ya no es excusa.
6) Yo aborrezco lo popular y de ninguna manera intentaría imitarlo. Otro punto a mi favor.
De todos modos, la duda está en el aire. La pregunta es ahora diferente: ¿Con qué derecho puedo yo odiar a aquellos que se comportan igual a mí? ¿Implica eso que me odio? Pero si yo tengo tanto respeto por mí mismo y me aprecio tanto, ¿Es mi odio hacia ellos capriochoso, infundado? ¿Basta mi intelecto, mi sentido del sarcasmo, mi pesimismo y curiosidad expansiva como para establecer diferencias con ellos o es la acción concreta la que dicta quienes somos? ¿Debería reformular mis creencias?
Como se verá, el asunto es más complejo de lo que aparenta. Que no digan después que la metafísica o los problemas ontológicos (del ser, incultos) no afectan a la vida cotidiana. Ni veinte Paulos Coelhos pueden refutar la idea.
Y en el medio está uno, que tiene cierto status económico pero mantiene la veta intelectual, que pertenece a ciertos grupos pero marca la diferencia, que sabe distinguir el vino del agua, pero no se priva de gozar con la plebe de los rituales terrenos. En pocas palabras, estamos nosotros los snobs, que estamos con el enemigo pero pronto nos diferenciamos...
El problema empieza entonces. ¿Qué pasa cuando nos damos cuenta de que hacemos lo mismo que aquellos a quienes odiamos? ¿Qué si la fuente de nuestros placeres y de nuestros vicios es la misma que los de ellos?
Ejemplifiquemos, que las abstracciones alejan a mis lectores. La gente que detesto con particular saña cumple con los siguientes requisitos:
1) Son de clase media alta/ alta y responden a los sobrenombres "Peter", "Mary" o "Mechi", cuando sus nombres son, lisa y llanamente, Pedro, María o (María) Mercedes.
2) En verano van de vacaciones a Punta del Este (Enero) y en invierno se van a esquiar a San Martín de los Andes o Bariloche. Por supuesto, hacen snowboard (el ski les parece de viejos y aburrido) y sus equipos de nieve, que sólo pueden usarse un rato al año, son caros, sofisticados y están perfectamente combinados.
3) Van a todas o casi todas las fiestas electrónicas. Toman éxtasis en cada una de ella y lo llevan a la ligera, como si se pusieran sus cremas faciales. Portan esos deleznables anteojos oscuros de tamaños desproporcionados, que cubren mitad de sus alineadas caras. Llevan musculosas blancas/negras, jeans sueltos y zapatillas adidas. Bailan mecánicamente y reverencian a la música electrónica, pero no sabrían diferenciarla del pop de los años 80.
4) Usan celulares psicodélicos y caros, que rigen sus vidas. Hacen del mensaje de texto una religión y de la llamada irrelevante una ideología.
5) Estudian o trabajan en alguna actividad relacionada a la imagen. Hacen publicidad o cine, aún si nunca vieron una película anterior a los años 90. Claro que están los que hacen administración de empresas o economía, pero odio más a los que juegan con una camarita sin hacerse cargo del valor de las imágenes que arrojan al mundo.
6) Creen que adoptando costumbres o modismos populares tienen onda. Como dice Pulp, "You think that poor is cool".
Eso es el estereotipo de lo que odio y, puesto que ellos no quieren alejarse ni un milímetro del estereotipo, la realidad que odio. El problema surge cuando analizo mi propio accionar desde esta perspectiva. Veamos:
1) Mi nombre no admite sobrenombre cheto ni variación del estilo. Estoy salvado.
2) Todos los diciembres voy a un tiempo compartido en Punta Ballena, cerca de Punta del Este. Está bien, no es Enero ni estoy cerca de la Gorlero o la Barra, pero asisto a ese exclusivo balneario uruguayo en verano. Punto en contra.
3) Yo voy a suficientes raves. Está bien, me diferencio de las masas en vestimenta y me niego a usar lentes oscuras de noche. Bailo a mi manera y no oculto ser de otra escala. Pero disfruto de la música al mismo nivel que ellos y no dejo de verla como un ritual. Segundo punto en contra.
4) Mi celular no es extraño, ni caro (dentro de los standares, claro está) y es feo. Pero lo uso frecuentemente y abuso de los mensajes de texto. Admito que varias veces me sorprendo mirándolo fijo, esperando que suene.
5) Yo estudio, hago y pienso el cine. Soy un cinéfilo y un estudioso y eso me saca de la estupidez reinante, pero aún así... hago la carrera de moda en un tiempo mediocre. Ser un obsesionado ya no es excusa.
6) Yo aborrezco lo popular y de ninguna manera intentaría imitarlo. Otro punto a mi favor.
De todos modos, la duda está en el aire. La pregunta es ahora diferente: ¿Con qué derecho puedo yo odiar a aquellos que se comportan igual a mí? ¿Implica eso que me odio? Pero si yo tengo tanto respeto por mí mismo y me aprecio tanto, ¿Es mi odio hacia ellos capriochoso, infundado? ¿Basta mi intelecto, mi sentido del sarcasmo, mi pesimismo y curiosidad expansiva como para establecer diferencias con ellos o es la acción concreta la que dicta quienes somos? ¿Debería reformular mis creencias?
Como se verá, el asunto es más complejo de lo que aparenta. Que no digan después que la metafísica o los problemas ontológicos (del ser, incultos) no afectan a la vida cotidiana. Ni veinte Paulos Coelhos pueden refutar la idea.
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