Exprimirle el jugo a la noche
Siempre me pasa lo mismo. Me entero de que viene una banda importante a tocar a Buenos Aires y pueden pasar dos cosas: o saco la entrada y soy feliz esperando, o no saco la entrada, convenciéndome de que la banda no vale la pena o que no tiene sentido pagar ese dinero por verla. En general, cuando no saco la entrada, termino lamentándome el mismo día del show y dejo pasar el trago amargo, aunque me reprocho mi mezquindad.
Pearl Jam nunca fue una de mis bandas preferidas. Tengo uno o dos discos por ahí, pero jamás usaré su remera. Ante la duda, saqué entrada para Nine Inch Nails y me convencí de que los ex grungeosos no valían la pena. Pero hete aquí que me encontraba de rodaje en un casa a... dos cuadras de la cancha de Ferro y decidí prestar atención.
Recostado en una reposera en el jardín de la casa del Facha, el dueño de casa, escuché al grupo telonero y el comienzo del recital de Pearl Jam. Sonaba realmente bien, con toda la potencia, casi como en el estadio. Entonces surgió la idea: ¿Por qué no estar dentro del estadio? La oportunidada estaba a la vuelta...
Terminada la jornada de filmación, emprendimos el intento tres persistentes camaradas: Lucho, Pedro y yo. Enfundado en mi piyama de Calvin Klein y ellos con sus prendas de batalla, enfilamos hacia los controles justo cuando iban a arrancar los extensísimos bises. Nos rebotaron en el principal, con amenaza policial y todo, en los controles secundarios y hasta en la entrada frontal del club, de donde salían hordas de jubilados. Lo intentamos a través de una fábrica pegada al estadio, pero no tuvimos éxito. Intentamos hacernos pasar por heladeros o cocacoleros, pero nos descubrieron.
A todo esto, el recital sonaba a pleno y yo tarareaba las canciones que conocía desde las cercanías del escenario.
Casi resignados, pero no del todo, nos sentamos a tomar una cerveza en las vías del tren pegadas al estadio. Bebiendo, conversando en los pastizales, aprovechando una fiesta ajena, éramos como beatniks modernos.
Entonces intentamos la última estocada: a través de una rendija, detrás de una muchachos, corrimos hacia una de las puertas. Volvimos a rebotar una y otra vez, e incluso intentamos una alianza con los otros, pero ellos no aceptaron. Peor para ellos; cuando los monos de una de las entradas los detuvieron, nos dejaron justo el hueco para mandarnos... y lo hicimos. Corrimos como desalmados hacia el campo, haciéndonos camino entre los cuerpos sudorosos.
Saltamos y gritamos y bailamos como si nadie más en el espectáculo pudiera entendernos. Era diferente. Era gratis. Era genial, como aprobar el examen sin haber estudiado. Se saborea más.
Que la salida en auto de la zona fuera imposible y que nos llevara casi una hora no fue relevante.
Que tuviera que estudiar al día siguiente (hoy), tampoco.
La noche estaba hecha.
Después vino el cumpleaños de mi amigo Alessandro, donde se comió asado, se bebió hasta entrada la mañana y se socializó con una señorita que me parece deliciosa y con la que por ahora mantengo una intrigante conversación vía mensaje de texto.
Pearl Jam nunca fue una de mis bandas preferidas. Tengo uno o dos discos por ahí, pero jamás usaré su remera. Ante la duda, saqué entrada para Nine Inch Nails y me convencí de que los ex grungeosos no valían la pena. Pero hete aquí que me encontraba de rodaje en un casa a... dos cuadras de la cancha de Ferro y decidí prestar atención.
Recostado en una reposera en el jardín de la casa del Facha, el dueño de casa, escuché al grupo telonero y el comienzo del recital de Pearl Jam. Sonaba realmente bien, con toda la potencia, casi como en el estadio. Entonces surgió la idea: ¿Por qué no estar dentro del estadio? La oportunidada estaba a la vuelta...
Terminada la jornada de filmación, emprendimos el intento tres persistentes camaradas: Lucho, Pedro y yo. Enfundado en mi piyama de Calvin Klein y ellos con sus prendas de batalla, enfilamos hacia los controles justo cuando iban a arrancar los extensísimos bises. Nos rebotaron en el principal, con amenaza policial y todo, en los controles secundarios y hasta en la entrada frontal del club, de donde salían hordas de jubilados. Lo intentamos a través de una fábrica pegada al estadio, pero no tuvimos éxito. Intentamos hacernos pasar por heladeros o cocacoleros, pero nos descubrieron.
A todo esto, el recital sonaba a pleno y yo tarareaba las canciones que conocía desde las cercanías del escenario.
Casi resignados, pero no del todo, nos sentamos a tomar una cerveza en las vías del tren pegadas al estadio. Bebiendo, conversando en los pastizales, aprovechando una fiesta ajena, éramos como beatniks modernos.
Entonces intentamos la última estocada: a través de una rendija, detrás de una muchachos, corrimos hacia una de las puertas. Volvimos a rebotar una y otra vez, e incluso intentamos una alianza con los otros, pero ellos no aceptaron. Peor para ellos; cuando los monos de una de las entradas los detuvieron, nos dejaron justo el hueco para mandarnos... y lo hicimos. Corrimos como desalmados hacia el campo, haciéndonos camino entre los cuerpos sudorosos.
Saltamos y gritamos y bailamos como si nadie más en el espectáculo pudiera entendernos. Era diferente. Era gratis. Era genial, como aprobar el examen sin haber estudiado. Se saborea más.
Que la salida en auto de la zona fuera imposible y que nos llevara casi una hora no fue relevante.
Que tuviera que estudiar al día siguiente (hoy), tampoco.
La noche estaba hecha.
Después vino el cumpleaños de mi amigo Alessandro, donde se comió asado, se bebió hasta entrada la mañana y se socializó con una señorita que me parece deliciosa y con la que por ahora mantengo una intrigante conversación vía mensaje de texto.
2 Comments:
uh, es tu blog y obvio que podés decir lo que quieras (yo lo hago también), pero no te parece demasiado?
igual sabés que te quiero bebote.
Ya lo borré, Santi. Espero que no lo haya leído mucha gente. Fue bajo de mi parte. Pido perdón a quien corresponde.
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