Negra es la noche, Fernández, píntala de blanco
Un sábado a la noche como cualquier otro en una ciudad tan efímera como muerta. Soledad de sábado a la noche en la cocina, los ojos en un plato curvo cuyos contenidos no van más allá del atún ahogado en mayonesa y esparcido entre tomates. Una típica cena de barricada. Las perspectivas magras y unos tragos a la botella de Jim Beam, a manera de poner a funcionar el motor de la ilusión. Un tercio de botella se va y aún no hay rastros de esa diversión perdida. Sábado a la noche, tu tiranía es eterna, el miedo a perderte como he echado a perder los amores del pasado es potente, paralizante.
Desde el otro extremo cibernético aparece Agustín. Agustín el mítico, el indomable, su presencia tan magnética que trasciende lo corporal para reflejarse en esas letras diminutas y negras en mi pantalla. Me dice que va a Big One con un amigo y una amiga, que me sume. La propuesta es tentadora, promete decadencia más allá de cualquier frontera imaginable. Me visto y salgo al trote hacia su casa.
Llego puntualmente a pesar de haberme topado con una murga callejera festejando el carnaval. El recinto de Agustín carece de la comodidad de mi hogar burgués, se respira un cierto despojo y un notorio desinterés en sentirse contenido. Todo es sólido, hay madera gastada en todas partes y hay pocos objetos que muestren una intención de cubrir las paredes blancas. Agustín opera el Autocad en la computadora mientras sus amigos juegan con una guitarra y se desparraman en la cama. Yo llevo puesto un traje negro y una camisa rosa, soy demasiado serio para ese entorno anacrónico.
- Vieron, les dije que él era especial - dice Agustín desde su silla y yo sonrío, un tanto incómodo.
Hablamos de cosas, no muy importantes, no muy pertinentes. Agustín elogia al programa que está usando, yo opino como si entendiera pero la verdad es que no sé nada y él lo sabe. Hablamos de sus cuadros, yo pronuncio un elogio ligero, él dice que son todos mierda pero que lo hacen feliz. Me ofrece ginebra y elijo tomar agua. Las tres personas que me rodean me hacen sentir un conservador y esa sensación me deprime. Tomo el agua en silencio, pensativo.
- Vamos a tomar unos quetos - comenta Agustín y toda la noche se me dibuja como una aparición. Está desperdiciada.
Los tres se arrodillan en el piso y Agustín alínea una serie de papeles meticulosamente doblados. Utilizando la regla de arquitecto como ayuda, separa en líneas al contenido blanco que había en los papeles y organiza cuatro senderos espesos de ketamina.
- Esa es muy gorda, yo no la quiero - dice el amigo de Agustín.
- A mí no me cuenten - digo yo, el pacato yo, el que usa traje un sábado a la noche.
Aspiran sus rayas con cierta naturalidad y hacen comentarios alusivos a lo doloroso del proceso. Es una referencia clara a la calidad de lo que están consumiendo, sus capilares nasales arden. Yo miro, silencioso, distante.
Entro al baño a mear y la puerta se abre trás de mí. Cierro mi pantalón en un impulso repentino, Agustín está a mi lado, una mueca en su cara.
- Dále, man, dejame que te la mire.
Me niego. No puedo mear si hay testigos, me gusta la soledad del baño, el reflejo puro en la cerámica sin sombras.
- Siempre te la quise ver, por favor.
Sé que no se va a detener, sé que si lo expulso volverá, como un virus nefasto. Extraigo el miembro y se lo muestro.
- Man, pero es enoooooooooorme - me dice, extendiendo la "o" cuantas veces puede. Al instante, hace entrar a su amigo, el cual también está interesado en escrutar mi pene - Mirá el tamaño de eso, mirá.
El amigo asiente, parece estar de acuerdo. Yo niego, digo ser promedio. Ellos disientes y salen del baño. No logro orinar y salgo, frustrado. Les recuerdo que se está haciendo tarde y los tres se ponen de pie, pero les lleva un tiempo considerable atarse las zapatillas. Agustín aparece convertido, personificado: a sus patillas delineadas y su peinado discreto le suma una camisa ajustada y veraniega, un pañuelo bordó amarrado al cuello y un saco color crema, entallado. Su clase es indudable, nadie se atreve a poner en jaque sus status de dandy urbano, de doncella de la noche, un tornado tan dañino como magnético. Nosotros somos sus partennaires, sus secuaces involuntarios.
Subimos al auto y salimos al ruedo. Agustín extrae nuevamente el papel y esparce un poco en la credencial de la universidad, festejando para sus adentros tal herejía. Uno a uno, obliga con estilo a todos los integrantes del auto a aspirar de su tarjeta. Cada semáforo es una fiesta, una ocasión para el consumo. Yo me niego, una y otra vez, con la firmeza del conductor. Entramos al microcentro y me lleva al menos diez minutos encontar un lugar donde dejar el auto sin que lo desmantele una pandilla de criminales alcoholizados o sin que la policía pretenda quitarme dinero. Encuentro el sitio y avanzamos a Big One, donde una inmensa cola de malvivientes y seres del inframundo nos recibe. Acoto que no pertenecemos a esa multitud y los ojos que se posan sobre nosotros lo confirman, pero los chicos están drogados. Toda relación con la realidad es efímera y dudosa. Desean entrar y nos colocamos en la cola; hacemos algunas amistades y hablamos. Agustín desaparece alegando que necesita ir a un cajero y su amigo emprende la aventura en búsqueda de agua. Lucila y yo hablamos, decretamos terrenos en común y nos burlamos de todo, de todos. Pero no nos deseamos o yo no la deseo, hablamos con franqueza y con desesperanza. Los otros vuelven con dinero y sin agua. Nos vamos.
Agustín propone pasar por su casa a buscar alcohol y todos aceptan. Se renueva la ingesta de la tarjeta y vuelvo a rechazarla pero - como en el baño - sé que a la larga voy a perder y, en un semáforo, clandestinamente, Agustín me encuentra fuera de lugar y me coloca estratégicamente la tarjeta ante el orificio nasal derecho. La luz se pone amarilla, me encandila, dudo un instante y luego me veo ingiriendo por vía nasal el contenido de la tarjeta. Todos ríen, ya no hay vuelta atrás, sé que toda pretensión de controlar la situación es inútil.
Agustín bebe de la botella de Jack Daniel´s, chorreando el contenido, como toman los salvajes, como tomaba Marlon Brando (a pesar de que Agustín es más parecido a un Peter Fonda joven, el de los setentas; lo envidio por eso, me genera un resentimiendo muy parecido al enamoramiento). Me pasa la ginebra, me exige que le haga honor. Le explico que no quiero gin, me corrige la ignorancia: el gin y la ginebra no son la misma cosa. Asiento, avergonzado.
Llegamos a la fiesta y Agustín entra primero, con autoridad.
- Vamos a la fiesta de Matías - dice, vaya uno a saber por qué razón.
- Ah, ¿sos amigo de Mati? - le contestan, insólitamente.
Pasamos, avanzamos por un pasillo colonial que desemboca en un jardín primaveral donde abundan los adolescentes. Inmediatamente me siento viejo. Me encuentro con caras conocidas, me saludan, entablamos diálogo. Empiezo a notar los efectos de las sustancias.
- Vamos ya al baño - me grita Agustín, tirándome de la manga - todos juntos, al baño, man.
Quienes están a mi lado me miran, súbitamente entienden mi rigidez muscular, mi sonrisa clavada, mi diálogo veloz y un tanto incoherente.
- Vos te tomaste algo - dice Santiago, sospechando.
- No, nada - río nerviosamente.
- No me mientas, tomaste merca - insiste, inquisitivo.
- Sí, la probé, pero no hoy - respondo.
Los demás ríen, yo también, pero no me causa gracia y me voy.
Encuentro a Agustín entre la gente, dialogando a los gritos con una chicas que no parecen superar los quince años. Lo saludo y me dice que es hora de ir al baño. Lo sigo, dubitativo. Hay que subir unas escaleras caracol y la cola para el baño es de al menos seis personas, entre las cuales veo caritas de niñas que delatan su virginidad. La manga de mi saco cede ante el tirón de Agustín.
- Ay, cómo me estoy meando, no puedo más - grita, avanzando junto a la cola de niños con la fuerza de un tractor, yo adherido a él; mira a la nena que está primera en la fila, sus pecas la defienden de toda la maldad del mundo - Permiso, eh, es un segundo.
Entramos los dos juntos al baño, un espectáculo inusitado y temible. Una vez en el interior del baño, Agustín me muestra una foto un tanto sucia donde una madre abaraza protectoramente a su hija adolescente.
- La saqué de la casa, man. Mirá, la cortamos a la mitad y usamos un pedazo cada uno. Yo me quedo a la madre porque me caben las jobatas - explica mientras ríe frenéticamente y el polvo blanco asciende por su naríz.
Salimos del baño a los gritos, balbuceando, las miradas perdidas en un espacio que no entedemos.
En el jardín aparecen más rostros conocidos, me saludan, me desconocen, temo que me desconozcan, sospecho que saben que estoy fuera de mis cabales y me da miedo por mi niño interior. Temo a ver en sus ojos esa mirada triste y desencantada que juzga y no perdona, que acusa y no busca entender. Salgo en busca de mis compañeros de andanzas y los encuentro en la parte delantera de la casa, preguntándole a un par de niños menores si saben qué es la droga. Los tiernos rostros dibujan el miedo y la curiosidad en un único movimiento y sé que los ha seducido. Lo llaman por su nombre, lo buscan y él revolea el papel por todas partes, en la vista de todos.
- Vamos a terminar esta mierda, chicos - grita y los niños le festejan todo.
- Vení - me ordena - tomá más.
- No quiero.
- No seas marica, pensé que estaba con un hombre.
- No...
Pero ya es tarde porque la manga de mi saco está limpiando los restos del polvillo y estoy escapando hacia la parte posterior de la casa, hacia las sombras del jardín, ante el sonido opaco de las risas demoníacas. Me pierdo en un espiral y las piernas, debilitadas, danzan fuera de tempo al ritmo de una música irreal, inexistente.
Volvemos a vernos las caras unos minutos más tarde, junto a un arbusto. Agustín quiere seguir consumiendo, pero me resisto. Su sueño es que toda la fiesta tenga las venas infectadas por el vicio. Los niños corren y las niñas juegan a seducirnos a nosotros, los adultos, los que usan saco, pero nosotros estamos perdidos, ya no somos nosotros. Detrás de los trajes ya no hay nada.
Cuando vuelvo a mirar a Agustín tiene un cuchillo en la mano.
- Soy peligroso, entendés, vos no sabés lo que yo voy a hacer con este cuchillo - le dice a Alejo, mientras levanta en alto la navaja - Si quiero, hago así y me corto.
La sangre parece brotar de su mano - o tal vez soy sólo yo, imaginándola - pero me doy cuenta que nada ha pasado.
- No, mentira, ya lo tenía de antes - grita Agustín señalando a su corte y repite la acción por si alguien no la había registrado. Me encuentro riendo ante todo esto, un severo malestar me recorre y siento que debería detenerlo pero no puedo. Nos tambaleamos como hojas y estamos a la merced de Dios. No podemos parar de hablar pero tampoco logramos tener sentido. Nos merecemos mutuamente.
Nos sentamos en una silla a descansar y a tomar cerveza. Levanto mi celular y llamo a Josefina, aún sabiendo que no deseo tocar a nadie. Logro construir frases coherentes, pero me aferro a las rejas para sostener mi equilibrio y algunas frases inexplicables se filtran en la conversación.
- ¿Tenés ganas de que nos veamos? Porque noto dudas en tu voz - dice ella.
- La única duda está en la distancia - grito a toda voz -. Te llamo después - concluyo, sabiendo que no volveré a llamarla.
Lucila dice entender cuando le digo que estoy asexuado. Hablamos de lo bien que se siente no sentir y de la tiranía del sexo, de cómo los medios nos incitan a tener sexo todo el tiempo con todo el mundo a toda hora, cómo el sexo se ha vuelto consumo. Reímos por última vez en la noche, esta vez con menos razones que antes.
Salimos de la fiesta haciendo ruido, pateando cosas, abusando de la confianza de los extraños.
Me doy cuenta inmediatamente que mis piernas no tolerarán el esfuerzo. Permanecemos media hora dentro del auto hasta que mis piernas vuelven a funcionar y, aún así, soy consciente de que la energía es limitada.
Abandono a mis tres compañeros en Juan B. Justo. Nos saludamos fríamente, como se saludan los que van por la vida solos entre las masas. Agustín me regala la botella de Jack y yo no la rechazo. No hay promesas de vernos pronto, no hay evaluaciones de la noche. Ahora es cada uno por su cuenta.
Conduzco hasta mi casa con la mirada perdida, cantando canciones de la cancha con la ventanilla baja, agitando mi mano al son de mis palabras.
Me recuesto a dormir a las ocho de la mañana y empapo de sudor las sábanas. Me revuelco entre pesadillas y no logro conciliar el sueño hasta entrado el día.
Al despertar, a media tarde del domingo, no seré más que las ruinas de una juventud promisoria, un conjunto de tejidos débiles y de músculos cuajados, un saco de huesos sin ideas ni perspectivas a futuro.
11 Comments:
diez, doce minutos sin aliento.
tio,que haces con esa plebe?
tú,no cadmo
tú, eres diferente
En que peli he visto eso?
Gran relato!
Muy diver lo del miembro,y déjate
de publicitarlo canalla!
Heroe de la noche si hubieras logrado
pasar de esa mierda.
El polvito blanco ése es mierda
cadmo,mierda!
Hay que dejarse llevar por la noche, chicos. Hay que probar todo y después opinar, chicos. Sino, ningún argumento (a favor o en contra) es válido.
Como que una camisa rosa y un traje negro?
dicho así me parece espantoso
nosénosé ...
Un traje de dos piezas recto y al cuerpo, opaco. Una camisa rosa apagado con pintas negras, mucho más discreta de lo que se podía esperar. Y unas All Star de cuero negras, a modo de cortar con la formalidad.
De espantoso, nada. Dudo que pudiera haber elegido una mejor combinación entre elegancia y atrevimiento. Es una pena que el público de la fiesta no estuviera preparado para este tipo de atuendo y no parara de preguntar "por qué el traje". Uno no anda por la vida preguntándole a ña gente por qué tiene esa cara, ¿verdad?
gracias por el email pequeño guido.
cada día tus posts son más largos, de forma proporcional a que mis obligaciones académico profesionales aumentan, así que no me da tiempo a leerte del todo, pero te visito señor, te visito.
parece ser que la semana que viene llegan maría y valerio, será bonito, atrapar la niñez de nuevo un poco.
che, no sé que hacer de nada de mi futuro, tu mail fue lo que necesitaba escribir y no había encontrado el tiempo....
te ama siempre,
yoli
Indicarte que mi pacateria
me lleva a indignarme con las lindezas del tal dandy
agustin,especialmente al final de tu historia,y de paso contigo que todo te da igual.
Ya veo...la noche fué de la hostia!la hostia de mierda!
No te molestes guido,ya paro de incordiar.
Una fan.
Jajaja... qué bueno que haya gente que se enoja. Es como cuando las bandas sacan un disco que sus fans repudian; eso siempre es sinónimo de que rompieron el molde.
Siempre es útil recordar una máxima: "La literatura y la vida no son la misma cosa".
No maten al toro, maten al torero.
Post largo y exquisito me gace pensar hace cuanto no logro una noche realmente destructiva y primitiva, sin esperanzas mas que la diversion y en la que mi cabeza este limpia y sin aturdir (como en un partido de futbol).
un saludo
Guido, que tal. Viajando por éstos pagos tan nuevos para mi acabo de dar con tu paradero.
Lindo relato, querido. Creo que me gustaría un poco más si no fuera porque estuve ahí aquella noche, y dicha fiesta pertenecía al integrande de una familia amiga, muy amiga.
La "jobata" de la foto es mi suegra platónica, un encanto de mujer, y no, no voy a delatar lo que leí acá, pero sinceramente no me pareció para nada cómico. Más allá de lo personal, los actos de cleptomanía no me parecen en absoluto heroicos, así como la ingesta compulsiva de drogas químicas.
De todos modos, si me separo de lo anecdótico y verídico del relato, acepto que me agrada tu escritura y puede que te visite de nuevo.
Además, todavía tengo un par de recuerdos amenos de vos.
Saludos.-
Cinthia.-
inquisitivo me llamas...
no se puede culpar a quien tiene preguntas ante una situación que las demanda a gritos... o tal vez justamente es allí donde ellas se vuelven innecesarias... quien sabe.
un par de comentarios:
1. El atuendo te quedaba de maravillas, aunque la temperatura de la noche (y ni hablar de la que tendrías por dentro) pedía al saco una jubilación temprana... pero todos los que conocemos el glamour entendemos los sacrificios que forzosamente deben venir a su lado.
2. Lejos estoy de convertirme en portavoz de la moral y la pacatería, pero aclarado eso debo decir que el entorno era poco apropiado para una experiencia de semejante tenor.
3. Pero bueno, para concluir con una cita bíblica, "quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra".
Usted sabe, querido cadmo, que yo lo aprecio más allá de todas estas nimiedades que no hacen mas que definirnos como mortales. Igualmente, si se me permite un consejo amigo, sugiero que le diga no a la K. Su nariz es demasiado bonita como para arruinarla con semejante porquería.
Besos!
S.
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