El fantastico salto ornamental de la lujuria por sobre el parante de la cotideaneidad, Bruselas, 1933
¿Qué onda?, te digo. ¿Qué pasa? Me cagás, te cago, nos cagamos. ¿Y qué? Todos se cagan, todos se cagan en todos. ¿Somos lo mismo que todos los demás, entonces? Me hubieras dicho desde un principio que éramos lo mismo que todos, así no gastaba el aliento, así no invertía en quimeras. Nada dijiste, pero yo te oí. Te hubiera cortado el flequillo con tijeras de jardín, te hubiera dejado las mechas como flores. Hubieras florecido a mi lado. Pero elegiste no responder y aún así te oí. Oí todas esas cosas que no dijiste, o que atinaste a decir pero callaste, me froté y me rebané en todas esas palabras que te tragaste. ¡Te atragantaste en tus propias palabras silenciadas, que son más densas que el plomo y que huelen pestilentemente, inmundas tus sucias, gordas, lánguidas palabras pegoteadas en el fondo de la tráquea!
Te llamé, me llamaste, ¿me llamaste? ¿Cuándo? ¿Alguna vez me llamaste sin que yo llamara antes? ¿Alguna vez algo de tu parte más que ecos de mi voz? Yo escribo, tu escribes, escribimos y aún así - mirá que hacemos esfuerzos, mirá que hago esfuerzos, ¿Hacés esfuerzos? - no logramos entendernos. Los cuerpos sí, los cuerpos se hablan. ¿Qué se dicen? No sé, no me atrevo a preguntarte, por miedo que tengas la respuesta y yo quede en desventaja. Tan pulcra, tan sencilla, y aún así vas ganando. En el juego de poder vas ganando. Y yo discuto con obesos de inmobiliaria, que tienen voz aflautada y que no saben disimular su tristeza. ¿Vos qué hacés? Vos vendes piletas, vos promocionás cosas. Sí, ya sé que no sos vos, pero estás en ese circo. Yo entré y salí, ni me cortaron el boleto.
Qué difícil es aún cuando tiene sabor a flujo, a fluido, a fluidos de ambos, a flujo compartido. En mi cama te echaste a dormir como no queriendo, lo mismo yo, no quería y acabé queriéndolo. Colchones oxidados por amores no concretados, sábanas secas - ¡Qué tragedia, sábanas secas! - o empapadas del sudor solitario, el dolor drenado de los propios poros, sin testigos ni escribas que narren los hechos fríos. Yo dormí con tu costado vacío y me desperté tuerto, o ciego de un solo ojo, sopló un viento suave y juré que ví tu fantasma. Pero no estabas, incluso dudo de haber estado yo.
Escuché los rituales y me fui, presencié las danzas y no bailé. En un rincón de madera te invoqué y no viniste, nada dijiste pero yo te oí.
Después me hice añicos, me salí del estupor alcohólico y lloré de espanto, lloré de ruinas, me maldije por pensar demasiado, por cargar en mi lomo el mal de la inteligencia. Ni humilde ni perezoso, necio. Carne de carnes, hijo de pozos, un parlante silente. Yo que nunca aposté, yo que nunca mentí, yo que ostento barbas pero hablo en nanas. Te pedí que me cuidaras y te reíste, te ofrecí mi fragilidad y elevaste anclas. ¿De qué ingenuidad hablamos sino de la mía? No huyo por cobarde, sino por sufriente. Ya he hecho frente a la angustia y me pagaron con polvo.
El tiempo en la guarida. Sal en las heridas. No preguntes, así no debo responder.
Llamarás o te harás a un lado, al menos la boca quedará torcida. Ese es mi recio sacramento.
Mis segundos perdidos no vuelven ni tienen cambio.
Hoy mi amor se hizo diminuto y se murió en una semilla, que aún protege el real comienzo.
Te llamé, me llamaste, ¿me llamaste? ¿Cuándo? ¿Alguna vez me llamaste sin que yo llamara antes? ¿Alguna vez algo de tu parte más que ecos de mi voz? Yo escribo, tu escribes, escribimos y aún así - mirá que hacemos esfuerzos, mirá que hago esfuerzos, ¿Hacés esfuerzos? - no logramos entendernos. Los cuerpos sí, los cuerpos se hablan. ¿Qué se dicen? No sé, no me atrevo a preguntarte, por miedo que tengas la respuesta y yo quede en desventaja. Tan pulcra, tan sencilla, y aún así vas ganando. En el juego de poder vas ganando. Y yo discuto con obesos de inmobiliaria, que tienen voz aflautada y que no saben disimular su tristeza. ¿Vos qué hacés? Vos vendes piletas, vos promocionás cosas. Sí, ya sé que no sos vos, pero estás en ese circo. Yo entré y salí, ni me cortaron el boleto.
Qué difícil es aún cuando tiene sabor a flujo, a fluido, a fluidos de ambos, a flujo compartido. En mi cama te echaste a dormir como no queriendo, lo mismo yo, no quería y acabé queriéndolo. Colchones oxidados por amores no concretados, sábanas secas - ¡Qué tragedia, sábanas secas! - o empapadas del sudor solitario, el dolor drenado de los propios poros, sin testigos ni escribas que narren los hechos fríos. Yo dormí con tu costado vacío y me desperté tuerto, o ciego de un solo ojo, sopló un viento suave y juré que ví tu fantasma. Pero no estabas, incluso dudo de haber estado yo.
Escuché los rituales y me fui, presencié las danzas y no bailé. En un rincón de madera te invoqué y no viniste, nada dijiste pero yo te oí.
Después me hice añicos, me salí del estupor alcohólico y lloré de espanto, lloré de ruinas, me maldije por pensar demasiado, por cargar en mi lomo el mal de la inteligencia. Ni humilde ni perezoso, necio. Carne de carnes, hijo de pozos, un parlante silente. Yo que nunca aposté, yo que nunca mentí, yo que ostento barbas pero hablo en nanas. Te pedí que me cuidaras y te reíste, te ofrecí mi fragilidad y elevaste anclas. ¿De qué ingenuidad hablamos sino de la mía? No huyo por cobarde, sino por sufriente. Ya he hecho frente a la angustia y me pagaron con polvo.
El tiempo en la guarida. Sal en las heridas. No preguntes, así no debo responder.
Llamarás o te harás a un lado, al menos la boca quedará torcida. Ese es mi recio sacramento.
Mis segundos perdidos no vuelven ni tienen cambio.
Hoy mi amor se hizo diminuto y se murió en una semilla, que aún protege el real comienzo.
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