Thursday, December 25, 2008

Champagne, turrón y cicatrices

El tembleque en el pulso va a ser tu ruina, compañero. No es solo una función fisiológica la que falla, para qué voy a decírtelo. En esa mano trepidante hay abismos y puertas rotas, una ansiedad congénita, conspicua.
Deja ya de morderte los nudillos, quema de una vez las viejas fotos, para de una vez y para siempre - siempre, he dicho siempre - de preguntarte por qué el placer es placentero, por qué lo dulce es dulce, por qué siempre caes en atajos que te llevan más lejos, a una distancia prudencial pero grande, de donde querías llegar.
Sazona a gusto tus heridas, aliméntalas con algo de tu propia esencia, a ver si te borras hasta ser polvo. Polvo, amigo, aspira al polvo, ruégale a la noche incólumne de estrellas de cartón que amanezcas siendo nada, una pizca de ti mismo, un recuerdo vago del proyecto de tus padres de hacerte prohombre de esta tierra. Esta tierra, la que compartimos, nos hiere a cada paso, a tí y amí por igual. No pidas más de la cuenta, que el otro entiende pero también sabe de cansancios. Si yo pudiera decirte - y no puedo, lo cierto es que apenas sé decir mi nombre - cómo hacer las cosas, lo haría. Si pudiera comer madera, sólida, maciza, noble madera, lo haría, solo para probar que no soy un gigante, que a mí también me duele esto de existir en continuado.
Los plazos, las fechas, los recordatorios y las muertes. Todo en un solo paquete. El juego de poder de las luciérnagas, tan discretas y a la vez manipuladoras, y nosotros, como necios, que hacemos con ellas poesía. He dicho poesía, hermano, ¿Sabes acaso qué hacer con ella? Con la poesía, digo, que femenina, que tiene algo de mujer. Ni con ella ni con ninguna. Mejor cuidarse de esos encantos, que después se pagan. Mejor la soledad, camarada, mejor la silla sola en la pradera y que brinden los otros. Mejor callar, mejor comer, mejor no pensar más allá del próximo paso.
Olvídate de la vieja ideología, haz de ella una bola de papel y préndela fuego. Toma esa cosa que llamas identidad y tritúrala en tus más agrio descontento. En esa misma bolsa puede ir Cristo y su nacimiento. Pan y agua, mi concubino, nueces y sal. Que el sol te queme hasta que no queden más que huesos, y con los huesos haz harina, cocínate en el aceite hirviendo de todas las cosas bellas que no te atreves a mirar.
Guárdate dentro todo, no hables más, no vuelvas a pronunciar palabra. Es más sincero callarse, ser uno con el pasto, ser ligero antes que denso, no dejar en este mundo ni una sola huella, ni un solo amigo, ni un amor verdadero. Colecciónalos como las estampitas, amores efímeros, insustanciales, donde tu carne no entre en juego. Que se queden con tu imagen, pero no con tus ideas. La existencia es una cualidad, no lo olvides nunca; el acto en sí no cambia nada, la idea es lo mismo que la concresión.
Vive en tus fantasías, olvida los cumpleaños, no dejes que vean que eres un ser extraordinario. La mezquindad es contagiosa, echa cimientos en suelos áridos, desestima todo lo que obstaculice su arrollador avance.
¿Sensibilidad, haz dicho sensibilidad? ¿Para qué? Si no le importa a nadie. Nadie, fíjate que he dicho nadie. Dirán que sí para tener las conciencias tranquilas, pero sólo querrán consumir, consumirse, perderse en el ciclo de te doy y me das, nos damos pero no nos vemos, hablamos sin decirnos nada. ¿Vas a ser tú el que empiece a hablar? No, mejor callar, te digo, mejor callar. Que hable el silencio, que de eso sabe más que el diablo.
Súbete a lo alto de tí mismo, contémplate en tu devenir y no bajes nunca más. Quédate allí, en ese pedestal, con el rifle siempre listo para disparar. Si vienen a buscarte, claro. Si la suerte está de tu lado quedarás solo para siempre, solo, más solo que el recuerdo, más solo que el entierro, más solo que el pastor sin ovejas que, perdido en la llanura verde, golpea las rocas macizas que descansan donde antes crecía el trigo.
Solo, vive solo y muere solo. Así al menos no deberás sufrir, como sufro yo, el dolor crónico de ser realista.

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