La última queja de un necio
Es como querer ser zurdo cuando se es diestro. Es una pelea interminable con uno mismo. Es como remar contra la corriente y no encontrar sosiego, o un muelle donde aparcar. Es como querer mantenerse despierto cuando los ojos se derrumban de sueño, o aguantarse el pis cuando la vejiga trina, o querer callarse cuando uno tiene algo que decir.
Toda mi vida, al menos toda mi vida adulta, me la pasé censurándome. Esfuerzos desmedidos por imponerme una forma y un contenido, horas invertidas en construir una coherencia y una programática, ¿Para qué? Para gustar. No, me corrijo: para gustarme. Porque hoy, que releo las cartas del pasado, los escritos clandestinos que yo mismo produje y que nadie más vio, y siento pánico, una angustia sorda y enorme. No me reconozco, no me acepto, ese que dice eso no puedo ser yo. Suena ordinario, me hace pensar en la gente comun, en la que vive y sueña y muere sin aspirar a nada más que al descanso y al amor de un ser cercano, y a la dignidad. ¿Qué dignidad voy a tener, o qué descanso, si yo nunca me quise, si siempre usé la capa del lado de afuera para que no se vean las manchas de adentro? Mendigar el pan con la mesa servida, esa es mi carga en esta vida. Tenerlo todo y no tenerlo nada por una instatisfacción galopante, tiempo libre y exceso de energía para regodearme en mis faltas cuando gente que tiene mucho menos produce, avanza, construye, sueña con las manos, deja marca.
Qué poca cosa, querido mío, quejarse y no sudar, usar las prendas que te compran en las boutiques de moda y luego decir que te atrae la izquierda, los valores progresistas, que una sociedad más justa no es una quimera.
Cuánto odio por uno mismo, cuanta vuelta sin retorno, cuántas ganas de joderse la vida, de pegarse donde más duele, de callar las virtudes y guardarlas en un cofre íntimo, solitario, en una prisión personal, construida por uno mismo, para uno mismo, lejos del afecto y del amor y de las comprensión de los otros.
Es en días como estos en que descubro mi cobardía y siento lástima, pena, en que me azoto y me torturo para recordarme que la culpa es mía, que yo traje esta tormenta, que esta ceguera tan arduamente trabajada es lo único que tengo.
Ay, querido, qué autosuficiencia mal invertida, qué triste destino tuvo el amor de tus padres, el futuro de tus abuelos, la pobreza y el exilio esquivados con dedicación y fe.
Soy el fruto de mi propia decadencia e, incluso en este acto imbécil de producción de vacío, lamento la impostura. La esperanza es infantil y magra, eso es para los afortunados, los simples, los sencillos, los benditos terrenales.
Toda mi vida, al menos toda mi vida adulta, me la pasé censurándome. Esfuerzos desmedidos por imponerme una forma y un contenido, horas invertidas en construir una coherencia y una programática, ¿Para qué? Para gustar. No, me corrijo: para gustarme. Porque hoy, que releo las cartas del pasado, los escritos clandestinos que yo mismo produje y que nadie más vio, y siento pánico, una angustia sorda y enorme. No me reconozco, no me acepto, ese que dice eso no puedo ser yo. Suena ordinario, me hace pensar en la gente comun, en la que vive y sueña y muere sin aspirar a nada más que al descanso y al amor de un ser cercano, y a la dignidad. ¿Qué dignidad voy a tener, o qué descanso, si yo nunca me quise, si siempre usé la capa del lado de afuera para que no se vean las manchas de adentro? Mendigar el pan con la mesa servida, esa es mi carga en esta vida. Tenerlo todo y no tenerlo nada por una instatisfacción galopante, tiempo libre y exceso de energía para regodearme en mis faltas cuando gente que tiene mucho menos produce, avanza, construye, sueña con las manos, deja marca.
Qué poca cosa, querido mío, quejarse y no sudar, usar las prendas que te compran en las boutiques de moda y luego decir que te atrae la izquierda, los valores progresistas, que una sociedad más justa no es una quimera.
Cuánto odio por uno mismo, cuanta vuelta sin retorno, cuántas ganas de joderse la vida, de pegarse donde más duele, de callar las virtudes y guardarlas en un cofre íntimo, solitario, en una prisión personal, construida por uno mismo, para uno mismo, lejos del afecto y del amor y de las comprensión de los otros.
Es en días como estos en que descubro mi cobardía y siento lástima, pena, en que me azoto y me torturo para recordarme que la culpa es mía, que yo traje esta tormenta, que esta ceguera tan arduamente trabajada es lo único que tengo.
Ay, querido, qué autosuficiencia mal invertida, qué triste destino tuvo el amor de tus padres, el futuro de tus abuelos, la pobreza y el exilio esquivados con dedicación y fe.
Soy el fruto de mi propia decadencia e, incluso en este acto imbécil de producción de vacío, lamento la impostura. La esperanza es infantil y magra, eso es para los afortunados, los simples, los sencillos, los benditos terrenales.
2 Comments:
deja de fustigarte
tan solo eres humano!
sabes cual es mi paz?
lo que me deja nueva?
leer a san juan
san juan de la cruz.
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