Lares del hogar
Vienen y llaman, siempre de improvisto, al unísono. Son como espíritus en la noche que llaman y reclaman un poco de atención, como diciendo que no están muertos, que aún están de este lado. Cómo van a estar muertos, pienso, si están más vivos que yo. Van siempre juntos, uno sombra del otro, la otra luz del primero, como cielo partido. Y en las noches oscuras, así como en las mañanas frías, están ahí, cobijando mis penas, mirándome fijo con ojitos de sorpresa. Construyen y destruyen, siempre con la misma sapiencia, caras de saber y de pregunta, a cada paso un quiebre de cintura y una afirmación. Qué determinados son y qué sinceros, qué envidiable su modo de estar en el mundo y de exigir un diálogo. Y cuando nadie me entiende, cuando mis palabras caen en agujeros y me escatiman el afecto como a leproso infame, ahí están, infalibles, fieles como el musgo. En las altas noches, cuando despierto de una pesadilla en la que el mar se come a la tierra y me encuentra descalzo, pisando alquitrán, los encuentro a mi lado, croando como ranas, diciendo sí, aquí también estamos y no necesitamos más que tu presencia. Tu mera presencia, sin aditivos ni condimentos, nos basta.
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