Intangible
Ella venía de una familia bien, de esas que te crubren todos los pantanos. Vivían en un jardín flotante y, más allá del barrio, respiraban libertad. Los hijos habían salido bastante bien, sanos y alimentados, y se veía que no se detenían en tonterias, que hacían preguntas inteligentes. Los años pasaron, y las niñas se hicieron mujeres. Mujeres bellas, agraciadas por una belleza interior, seguras de su camino. Y esas mujeres crecieron, y se abrieron paso, pelearon por lo que querían y consiguieron su lugar, primero pequeño, luego mediano y, a fuerza de empujones, grande. No sé si enorme, ¿pero quién quiere enorme? Ellas pensaban que el dinero no hacía a la felicidad, y así siempre acababan en algo placentero, o disfrutable, aunque no siempre bien remunerado. Las tragedias familiares dejaron secuela, pero eso solo las hizo más fuertes. Al momento de sonreir, su sonrisa era plena, no se quedaba a medias tintas. Como si la experiencia de la muerte les hubiese hecho estar en términos con la finitud, como si ahora no quedara más que sonreir y ponerle el pecho a las balas.
Los hijos varones también salieron bien, pero esa es otra historia.
Mientras ellas florecían, cada día más hermosas, cada día más enteras, el hombre particular, el de los rituales y el torturado, las miró pasar y, rindiéndose a un bostezo, soñó con ellas y se fue a dormir.
Los hijos varones también salieron bien, pero esa es otra historia.
Mientras ellas florecían, cada día más hermosas, cada día más enteras, el hombre particular, el de los rituales y el torturado, las miró pasar y, rindiéndose a un bostezo, soñó con ellas y se fue a dormir.
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