Sunday, May 10, 2009

Hilos invisibles

Dijo que su vestido era de brocato. ¿Brocato es la tela o los brillantes?, pregunté yo. Dijo que se llamaba Luna y que era, o quería ser, actríz. También dijo que le pesaban los párpados a la mañana, que estaba harta de no hacer nada y que, a veces, se sentía vieja, viejísima. Le dije que jugáramos a las preguntas y respuestas. Uno por vez, dijo. Sí.
¿Qué estás buscando cuando mirás para atrás?, pregunté.
A alguien, alguien que... prefirió callar. Su turno.
¿Qué esperás cuando me hablás?, preguntó.
Saber qué vas a decir.
No, respondéme bien. Tu respuesta es muy tajante.
¿Qué querés, la verdad? Hacéme de nuevo la pregunta.
No, eso es muy obvio.
Está bien, te voy a decir. Espero ver si, además de parecerme linda, me parecés interesante, mentí.
Luna se empezó a incomodar. No estaba acostumbrada a hablar frontalmente. La encontraba poco interesante y demasiado aniñada, pero no tenía nada mejor que hacer y tenía ganas de hablar.
¿Qué esperás de la noche?, apuré.
Fama, respondió.
¿Fama? ¿En qué sentido?
¡Ves, vos pensás todo demasiado! No me gusta esta conversación. En el modo en que dijiste "fama" se nota que ya pensaste mi respuesta y que me juzgaste.
¿Te estoy quemando la cabeza? ¿Estás incómoda?
Sí, un poco.
Bueno, hablemos de cosas menos trascendentes. ¿Qué tomás?
Cepita.
No, mentira. Eso tiene vodka, dije, sabiendo que no era gracioso. Pero ella se río.
¿Y vos?, preguntó Luna, ¿Tomás líquido amniótico?
Sí, líquido amniótico con espuma.
¿Vos sabés lo que es el líquido amniótico?, preguntó Luna al tipo de enfrente, un dientudo simpaticón que acababa de volver de Londres, donde había estudiado música en un estudio del East End.
¿El líquido qué?, dijo el dientón.
Es lo que hay adentro de la placenta, donde flota el bebé, dije yo, sabiendo que las respuestas precisas me alejaban de mi público.
Luna, le dije, aburrido del juego. Luna, tenés que ir para adelante. Tenés que hacerte sola porque nadie va a hacer nada por vos.
Es que no se puede hacerlo sin compañía, a nadie le importa, se quejó.
Esa es la vida, es triste pero es así. Uno tiene que hacerse solo. Yo tengo veinticinco, y créeme que estoy mucho mejor ahora que a los veinte, tengo más perspectiva de las cosas, estoy más asentado, pierdo menos el tiempo. Pero ojalá me hubiese dado cuenta de estas cosas a los veinte.
Luna no apreció mis consejos. Le daban miedo. Tanto peor para ella, pensé, si no quiere tomar la palabra de la fuente primaria. La juventud posmoderna no aprecia el valor de la experiencia, pensé, sintiéndome Willie Nelson o algún viejo de bar en Texas.
Después de eso, Jazmín la dark que siempre está triste, me dio un número de teléfono falso. Mierda, pensé, cuánto miedo tienen estas mujeres. Cuánto miedo hace falta para huir de un tipo que las trata bien. Uno no sabe bien si apenarse por el castigo que se infligen a sí mismas o culparlas por el placer sádico en humillar al pretendiente.
Me daba igual, mientras tuviera cerveza en la mano y resabios de agua sucia en la sangre, todo andaba. Robar cigarrillos nunca me salió tan bien, e incluso cuándo fracasé lo hice con estilo. El Clan de las Rubias me dio Lucky y hasta hablamos de disfraces (¿De qué te disfrazarías? De Robin Hood. ¡Ay, te re imagino en calzas apretadas! Pero creo que quedarías mejor de Campanita. ¿Campanita? No, eso no luce), las solteronas del rincón me dieron Marlboro dos veces (¿Es muy indiscreto si les pido un cigarro otra vez? No, tomá. ¿Se quieren sumar a la mesa? No, chicos, todo bien, pero no. Mirá que con nosotros te reís seguro, somos buena gente. No, en serio, no. ¡Bueno, si te arrepentís estamos acá, a un metro!) y Juanma, que parece que era el bajista de la banda del dientón de Londres, nunca decía que no. Cuando la de rodete me dijo que no, le dije que valía la pena el intento y remera a rayas, que le tenía ganas a rodete pero estaba demasiado lánguido como para echarle la garra (¡Qué horror el ideal moderno de hombre apechugado que usa saquitos de abuelo y anda por la vida encorvado, flequillo a cuestas, rogando clemencia!) me dijo que mi respuesta había sido excelente.
Cuando bailamos, pateamos el piso. Eso se sintió bien. Zapato contra piso hace taconeo. Pateamos el piso hasta que nos aburrimos, fumamos un porro con la de musculosa y tetas medio caídas - pero buena onda - y me fui a casa. Los gatos maullaban, uaaau, uaaau, se metieron conmigo en la cama y nos dormimos los tres al ritmo del motorcito.

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