Thursday, April 16, 2009

Trenes y aviones

Extraje el alicate recién comprado en el Farmacity de Santa Fe y Suipacha y empecé a cortarme las uñas, ahí, en la plazoleta en medio de la Nueve de Julio, ante la mirada atónita de la parejita que se mataba a besos. Los amantes se prodigaban amor en público, ante la mirada - a su vez - de los peatones que corrían a encerrarse en oficinas, a reuniones de negocios en cafés o a encuentros urgentes con amores fugaces con una agenda ajustada.
Yo no corro, no tengo por qué correr. Como un buen flaneur - ¿No era ese el término que usaba Baudelaire para hablar de los paseantes parisinos, ese estudiosos del comportamiento humano que se montan sobre la fachada de la haraganería para hurgar en las miserias y los goces? -, yo no corro. Recordé que me había salteado el almuerzo y, más por respeto al organismo que por hambre, decidí sentarme en La Madelaine a comer un tostado y tomar Coca-Cola. Pero, antes de sentarme parsimoniosamente a exhibir mi desidia en una mesa de la vereda, me topé con Luqui, lo que parece ser un encuentro fortuito que repetimos semanalmente, sin citas ni indicios.
- ¿En qué andás, Luqui?
- Voy a comprarle un avion para armar a mi viejo. Es el cumpleaños.
- Bueno, vamos, te acompaño.
Y juntos fuimos a la tienda de reliquias infantiles. Llamarla juguetería sería faltarle el respeto a ese templo de la miniatura, sería pasar por el alto el trabajo minucioso de hombres que invierten gran parte de su libido en réplicas de tanques, locomotoras y soldaditos que alguna vez pelearon guerras de secesión y batallas míticas, aunque más no sea en la mente de su creador.
Mientras Luqui le explicaba a uno de los vendedores, un tipo de unos sesenta con camisa a cuadros y anteojos pendidos del cuello, yo inicié una conversación informal con otro, uno más joven y regordete, un tipo de frente amplia, cachetes rosados y una barriga bien llevada de asados y vino.
- Ando pensando en armar una maqueta con trenes, algo no muy sofisticado. Es para una filmación - dije, mintiendo a medias - ¿Me podría tirar un presupuesto?
- Y, mirá. Algo básico podría ser una madera de dos por uno. Una sola vía, digamos, un cilindro. Un óvalo. Eso te saldría unos mil doscientos, entre mil doscientos y mil quinientos pesos más o menos.
- ¿Y si le pongo arbolitos y casitas?
- No, eso no varía mucho. Ahora, si le querés poner ondulaciones o cambios de vía, o vagón remolque, eso es otra cosa.
- ¿Y si le quiero meter un túnel y montañas?
- No, más o menos lo mismo. Puentes te diría que no, porque en un dos por uno no tenés espacio para puentes.
- Entonces me saldría unos mil doscientos, aproximadamente.
- Claro, sin contar la locomotora y el transformador. Eso te sale unos ochocientos cuarenta, descontando las vías, que vendrían con la maqueta. Digamos que saldría unos dos mil pesos todo.
- Pero mire que tiene que ser vistoso. Digo, es para que aparezca en cámara.
- Sí, ¿pero cuánto se va a ver? Tiempo neto de cámara, digo.
- No sé, unos cinco o diez minutos, a lo sumo.
- Por eso, esto va a andar bien. Por unos dos mil pesos te lo armo. Dáme quince o veinte días y lo tenés. Te va a quedar precioso.
Quedé en contactarme con él en cuanto supiera las fechas de rodaje, fechas ficticias, dado que el rodaje sería mío y no creo tener dos mil pesos para invertir en ferromodelismo.
Mientras tanto, Luqui había elegido ya un modelo de avión de trescientos cincuenta pesos y estaba encantado con la elección. Faltaba que apareciera su hermano, el socio capitalista, y la transacción estaría sellada. Sólo quedaba esperar, y me ofrecí a acompañarlo en la espera. El modelo que Luqui había elegido, llamativamente, despertó una apasionada conversación entre el vendedor que me había atendido y un tercer vendedor, un hombre de unos cincuenta años y calvicie prominente, quien tenía ánimos de aleccionar al de bigotes sobre la historia del avión, un Boeing B-29 que se había fabricado a fines de 1941 y que había entrado en servicio en los últimos meses del 43. Ambos aguzamos el oído y escuchamos con disimulo al coloquio único de la cual éramos testigos.
- Este tenía armas en todas partes. Vos podías disparar de adelante, de acá, acá y hasta de atrás. Con estos bombardearon Hiroshima y Nagasaki.
- ¿Con estos?
- Sí, eran aviones fantásticos. Todo funcionaba en forma independiente, estaba oprimizado. Mirá, acá está la mesa del navegante. La verdad es que era un avión fantástico, muy electrónico, muy electro-mecánico, pero tenía muchos problemas. Al principio se incendiaban los motores. El problema estaba en el séptimo cilindro del segundo round, el segundo de catorce... no, de dieciocho.
- Qué bárbaro. Pero le encontraron la vuelta, al final.
- Sí, claro. ¿Viste que tiene deflectores de aluminio? Son como aletas. Tuvieron que hacer un estudio para que el séptimo cilindro del primer round pasara al segundo round, para que no se les incendiaran los motores. Sabés que a este bombardero lo diseñaron para bombardear a unos nueve mil metros de altura, pero, en realidad, las mejores prestaciones se dan a mil metros. Para agarrar a los japoneses de noche... cuando Curtis Le May agarró a estos aviones, los bajó de altitud y funcionaron mucho mejor. Con estos destruyeron Tokio, y en ese ataque murieron unas ciento diez mil personas. Hay quien dice que fueron unas sesenta y ocho mil, pero fueron más. Este avión fue el más eficaz, y eso que ahí lo llevaron a los diez mil metros.
- ¿Pero los japoneses no tenían defensa antiaérea?
- No, no tenían radares. Los japoneses pusieron lo mejor en artillería, pero no tenían radar. Lo que tenían eran antenas antirradar, que avisaban si había algo cerca que lanzara ondas de radar, pero no sabían si era un avión, un barrilete o qué otra cosa. Identificaba al enemigo, para eso era. Este objeto, una vez que identificaba a la onda, debía responder. Si se prendía la luz verde, era un amigo. Si se prendía la luz roja, apagaban el aparato. IFF, creo que se llama.
- ¿Y cómo fue el bombardeo?
- Tiraron bombas incendiarias M-47 y lo incendieron todo en cuestión de minutos. El tema es que Tokio, que era toda de papel y madera, se prendió fuego inmediatamente. Los últimos aviones, que venían a tres mil metros, subieron en un minuto a cinco mil, por el calor, que llegó a los mil grados centígrados por efecto de las tormentas.
- ¿Y a Tokio desde dónde entraron?
- A Tokio venían de las Islas Marianas, ahí tenían como mil doscientos aviones listos. Desde China llegaban a las islas japonesas, pero no hasta Tokio.
- ¿Los japoneses nunca llegaron a la India?
- No, llegaron a Birmania y a Malasia. Pero a la India no.
- ¿Y a Vietnam tampoco?
- No, a Corea sí llegaron, porque era japonesa, pero a Vietnam no, porque era china. No era un problema de gente, eran un montón los japoneses. El problema de la India es que requería de una invasión naval, y que además por ahí andaban los ingleses, que todavía eran fuertes. Algo hicieron los japoneses, igual, en el Indico, pero los ingleses tenían a la Fuerza Z, creo que así se llamaba. Los japoneses tenían menos aviones y un portaviones viejo. Igual, creo que a los ingleses les hundieron el George V y el Ripolls, si no me equivoco.
En ese momento llegó el segundo inversionista, concretaron la formidable compra del Boeing B-29 y, con un poco de conocimiento de la historia de la aeronave, partieron a su casa, a esconder el regalo hasta el día siguiente. Yo procedí a sentarme en La Madelaine y, como un buen flaneur, me comí un tostado, me tomé una Coca y miré a la gente pasar, hasta que la noche y el cansancio me dieron respiro.

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