La pregunta resume todo
Vino a casa y nos fumamos un caño, tomamos café y yo además me armé mil cigarrillos. Todo bien, calma, no somos lo que éramos, dejálo ahí. Hablamos mucho de música, yo toqué la trompeta - de entrada me puse nervioso porque, con ella, adelante, no es lo mismo que practicar solito en mi cuarto - y ella me dijo que no sabe una mierda de música, que se sabe tres acordes y que con eso hace temas y que no quiere saber tampoco.
Yo no estaba muy seguro de lo que hacía, pero si uno trae a una chica a su casa, aún si es una chica así, con la que uno no empieza de cero, algo tiene que pasar. Una chica linda, además, que tiene muchas cualidades que a mí me gustan y con la que se puede hablar. La llevé al cuarto y ahí nomás, mientras me decía algo de la música haciendo muchas pausas en el medio, le di un beso. Me gusta porque gime cuando le doy besos, eso es impagable. Y saborea cada beso, hacía mucho que eso no me pasaba.
Después terminamos en la cama dándonos besos y me pidió que le acariciara la espalda, y yo lo hice. Como si fuera un favor me lo pidió, pero yo dije que nada de favores, que yo quería hacerlo. Besos y favores, abrazos horizontales.
Le hice leer sobre el sueño que tuve con ella. Dijo que se sentía halagada y se sonrojó. Pero si era verdad, soñé que ella estaba en la playa con un bebé entre brazos y al final el bebé era mío pero no de ella. Y estaba hermosa en el sueño, más hermosa que nunca, y creo que hasta pensé que el bebé era de ambos y la cosa no estaba tan mal. Pero en fin, la realidad es otra cosa y ahí estábamos los dos, en mi cama sin siquiera pensar en coger (¿Para qué? Si el sexo agota y arruina todo) y hablando de amor con otras palabras. Le dije que en realidad la habñia buscado porque todas mis mujeres recientes eran una nube de humo, y yo quería sentir como sentía cuando estaba con ella, cuando hasta el dolor era dulce.
Después se fue, nos dimos un beso y me gritó desde el colectivo que la había pasado muy bien conmigo.
A la noche soñé con ella de nuevo. Eramos nosotros en el pasado, la relación era esa. Pasional, sacada, lo bueno y lo malo al extremo. Era lindo, volver a eso en sueños: sexo desenfrenado y peleas a gritos, todo junto, los pelos todos revueltos y cosas que volaban. Al día siguiente, aparecía con otro. Yo a ese lo conozco, pero no sé qué hacía ahí con ella, y de última yo la culpaba a ella, porque él qué va a saber que el día anterior ella había estado conmigo. Abrazados estaban, sentaditos en un banco al lado de una pileta toda podrida, y yo trinando, hija de puta, basura, nos peleamos y se va con el primero que encuentra, así, en mi cara. Pero no decía nada yo, me la bancaba como un duque. Eso me sorprendió, lo razonable que yo era en el sueño: tema de ella, si quiere bardearla así, tema de ella, yo impertérrito. Pero los miraba, no podía parar de mirarlos, las hojas flotaban negras sobre el agua verde y el cielo estaba gris fulero, podrido, al borde de las lluvias. Me trepaba al árbol para verlos mejor, aunque ellos a mí no me veían, y las ramas se quebraban, toda rama que pisaba se quebraba, estaban rojas de enfermas. Entonces me subía al techo del quinchito, que estaba también cerca de la pileta y tenía techo de chapa. Me subía a la escalera caracol oxidada y llegaba a la chapa medio blandengue, pero subía igual, porque yo tenía que ver. No sé si no me escuchaban o si se hacían los boludos, pero él no paraba de mirarla y de darle besos y ella se dejaba, pero no parecía tan convencida. Claro, pensaba yo, si al que quiere es a mí, por qué no se deja de joder y se entrega.
Ni bien pisaba el techo se desplomaba y yo caía al piso, amortizado por la chapa, que se enroscaba como hamaca paraguaya, pero de la humillación no me salvaba nadie. Ni bola, ella y él. La guerra, eso era la guerra, y con lo que a mí me gusta la guerra...
Después vino una nebulosa y aparecí, en el terreno de los sueños, en Nueva York. Quise parar un taxi y apareció un gordito rosado y pelirrojo que también buscaba uno. ¿Te vas a tomar uno de esos? Yo también, me decía. Buena onda, los dos íbamos hacia la esquina. El taxi pasa de largo y aparece un tipo con una van Volkswagen con una cara de lo más extraña, con manchas de acné y los ojos rojísimos, estallados, pero que nos ofrece llevarnos. Dudo, la puerta del medio de la van está arrancada, pero el tipo hace señas con la mano, vamos, vamos, suban. Lo miramos y no subimos. Al toque llega un auto de policía y se baja uno de esos SWATs, medio fachos, y le empieza a hablar al tipo, cruzan apenas una o dos palabras y, así, de la nada, el cerdo saca una ametralladora gorda y pesada y empieza a gritar emergency, emergency, 911. Ni bien termina de gritarlo, apoya el arma contra el vidrio delantero de la van y dispara. Los sesos del conductor se esparcen sobre el tapizado de atrás y queda una mancha bordó sobre el vidrio del costado. Lo miro al gordo, me mira, no entendemos. Lo que sí estoy seguro, incluso dentro del sueño, es que la policía me da mucho más miedo que los degenerados que andan dando vuelta.
¿Qué es lo que está fallando?
Yo no estaba muy seguro de lo que hacía, pero si uno trae a una chica a su casa, aún si es una chica así, con la que uno no empieza de cero, algo tiene que pasar. Una chica linda, además, que tiene muchas cualidades que a mí me gustan y con la que se puede hablar. La llevé al cuarto y ahí nomás, mientras me decía algo de la música haciendo muchas pausas en el medio, le di un beso. Me gusta porque gime cuando le doy besos, eso es impagable. Y saborea cada beso, hacía mucho que eso no me pasaba.
Después terminamos en la cama dándonos besos y me pidió que le acariciara la espalda, y yo lo hice. Como si fuera un favor me lo pidió, pero yo dije que nada de favores, que yo quería hacerlo. Besos y favores, abrazos horizontales.
Le hice leer sobre el sueño que tuve con ella. Dijo que se sentía halagada y se sonrojó. Pero si era verdad, soñé que ella estaba en la playa con un bebé entre brazos y al final el bebé era mío pero no de ella. Y estaba hermosa en el sueño, más hermosa que nunca, y creo que hasta pensé que el bebé era de ambos y la cosa no estaba tan mal. Pero en fin, la realidad es otra cosa y ahí estábamos los dos, en mi cama sin siquiera pensar en coger (¿Para qué? Si el sexo agota y arruina todo) y hablando de amor con otras palabras. Le dije que en realidad la habñia buscado porque todas mis mujeres recientes eran una nube de humo, y yo quería sentir como sentía cuando estaba con ella, cuando hasta el dolor era dulce.
Después se fue, nos dimos un beso y me gritó desde el colectivo que la había pasado muy bien conmigo.
A la noche soñé con ella de nuevo. Eramos nosotros en el pasado, la relación era esa. Pasional, sacada, lo bueno y lo malo al extremo. Era lindo, volver a eso en sueños: sexo desenfrenado y peleas a gritos, todo junto, los pelos todos revueltos y cosas que volaban. Al día siguiente, aparecía con otro. Yo a ese lo conozco, pero no sé qué hacía ahí con ella, y de última yo la culpaba a ella, porque él qué va a saber que el día anterior ella había estado conmigo. Abrazados estaban, sentaditos en un banco al lado de una pileta toda podrida, y yo trinando, hija de puta, basura, nos peleamos y se va con el primero que encuentra, así, en mi cara. Pero no decía nada yo, me la bancaba como un duque. Eso me sorprendió, lo razonable que yo era en el sueño: tema de ella, si quiere bardearla así, tema de ella, yo impertérrito. Pero los miraba, no podía parar de mirarlos, las hojas flotaban negras sobre el agua verde y el cielo estaba gris fulero, podrido, al borde de las lluvias. Me trepaba al árbol para verlos mejor, aunque ellos a mí no me veían, y las ramas se quebraban, toda rama que pisaba se quebraba, estaban rojas de enfermas. Entonces me subía al techo del quinchito, que estaba también cerca de la pileta y tenía techo de chapa. Me subía a la escalera caracol oxidada y llegaba a la chapa medio blandengue, pero subía igual, porque yo tenía que ver. No sé si no me escuchaban o si se hacían los boludos, pero él no paraba de mirarla y de darle besos y ella se dejaba, pero no parecía tan convencida. Claro, pensaba yo, si al que quiere es a mí, por qué no se deja de joder y se entrega.
Ni bien pisaba el techo se desplomaba y yo caía al piso, amortizado por la chapa, que se enroscaba como hamaca paraguaya, pero de la humillación no me salvaba nadie. Ni bola, ella y él. La guerra, eso era la guerra, y con lo que a mí me gusta la guerra...
Después vino una nebulosa y aparecí, en el terreno de los sueños, en Nueva York. Quise parar un taxi y apareció un gordito rosado y pelirrojo que también buscaba uno. ¿Te vas a tomar uno de esos? Yo también, me decía. Buena onda, los dos íbamos hacia la esquina. El taxi pasa de largo y aparece un tipo con una van Volkswagen con una cara de lo más extraña, con manchas de acné y los ojos rojísimos, estallados, pero que nos ofrece llevarnos. Dudo, la puerta del medio de la van está arrancada, pero el tipo hace señas con la mano, vamos, vamos, suban. Lo miramos y no subimos. Al toque llega un auto de policía y se baja uno de esos SWATs, medio fachos, y le empieza a hablar al tipo, cruzan apenas una o dos palabras y, así, de la nada, el cerdo saca una ametralladora gorda y pesada y empieza a gritar emergency, emergency, 911. Ni bien termina de gritarlo, apoya el arma contra el vidrio delantero de la van y dispara. Los sesos del conductor se esparcen sobre el tapizado de atrás y queda una mancha bordó sobre el vidrio del costado. Lo miro al gordo, me mira, no entendemos. Lo que sí estoy seguro, incluso dentro del sueño, es que la policía me da mucho más miedo que los degenerados que andan dando vuelta.
¿Qué es lo que está fallando?
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