Thursday, June 11, 2009

La punta del mundo

Hubo un tiempo en el cual creía en el amor, hasta hace poco, de hecho. Siempre creí en el amor como una posibilidad, como un acercamiento a la felicidad que nunca tuve, como en las películas. Todas esas fantasías de romance que nunca se concretaron, más allá de las dos o tres veces que me inventé una historia para sentir algo. Pero la mayor parte de las veces simplemente me dañaron, me hicieron perder la esperanza en la gente y me dejaron con las ganas de dar, de ofrecer todo eso que nadie piensa que tengo para dar.
Hace mucho ya que no lloro. Antes sí, antes lloraba cada tanto, me emocionaba con alguna película, o me dolía tanto adentro que me ponía a llorar, y me sentía mejor. Sospecho que el Lamictal tiene algo que ver. Lo tomo todas las mañanas y con él se va el dolor, pero también se va la sensibilidad, las sensaciones, los sentimientos, casi todo. La humanidad queda, pero atenuada. Ya no me importa tanto, y eso está bien, pero también vuelve todo relativo y destruye todo anclaje con el mundo que me rodea. Es un mundo difícil, pero hay gente que cree. Yo no sé, a veces creo y creo eufóricamente, me dan ganas de gritar que todo va a estar bien, y hasta me atrevo a dar consejos. Aparentemente soy bueno dando consejo, porque la gente me quiere y aprecia mis palabras, pero yo no sé. Yo no me creo mis consejos.
No recuerdo momentos de felicidad intensa. Incluso mirando hacia atrás, al niño mimado y consentido que fui, no recuerdo sentir que el mundo se me iba de las manos por la belleza de lo que estaba ocurriendo. Sí recuerdo sentir ansiedad, o excitación, pero no felicidad abrumadora. Tal vez con las drogas, el éxtasis me dio algunos momentos de euforia y de absoluta intensidad, pero eran químicos y la represión no se iba del todo. Siempre me sentí solo estando de éxtasis, e incluso la cocaína, que vuelve mi discurso claro y conciso, me hace sentir lejos de la gente, una cabeza a la cual le sobra el cuerpo. Lo que más me gusta de las drogas, más allá del efecto pasajero, es consumirlas. La amargura de la pastilla que jamás se disuelve, el bolo sólido de cocaína ascendiendo por la nariz y bloqueando la garganta, durmiéndolo todo, el cartoncito de ácido que se va magullando hasta convertirse en una partícula que uno se traga, y después viene la espera.
La esperanza lejana siempre me mantuvo en pie y en ella deposité y aún deposito la razón para vivir. Aún no es mi tiempo, eso es lo que me digo, aún no. La cosa parece tomar demasiado tiempo, pero no sé si hay algo que pueda hacer al respecto. El camino no parece claro y tampoco sé muy bien si debería sostener esta búsqueda absurda o sucumbir al entorno y normalizar mi vida. No sé si tengo la fuerza para empezar de cero, no sé si puedo dar marcha atrás y decidir ser un tipo normal, centrado, con metas claras y que no pierde el tiempo. No creo poder empezar a creer de repente en el mundo, en la gente, en el futuro, en mí mismo. La terapia nunca me ayudó, porque mi escepticismo es más fuerte, y la medicación no parece estar haciendo maravillas. Al principio sí, me dio justo lo que yo estaba pidiendo: serenidad, picos menos pronunciados y valles más atenuados, acción más que palabras. Ahora no sé.
Desde que empecé a fumar, en parte porque siempre sentí que el cigarrillo me queda sexy y en parte porque me gustaba el armado del cigarro, el salir a fumar, matar la ansiedad con algo entre las manos, fumo de a atracones. Paso días enteros sin fumar o fumos diez cigarrilos al hilo, sin cuestionármelo. Siento que aún es una elección. En los días en que no hago nada, el cigarrillo y el café me dividen el día en secciones, hacen que el día parezca más significativo de lo que es. Pero en general son todos bastante parecidos: me levanto cuando me levanto, desayuno o almuerzo, escribo si tengo ganas, salgo a hacer algo por ahí (tomar café, tomar una clase de trompeta o de teatro), tomo café y averiguo de lugares donde me gustaría estudiar, miro películas. Después se hace de noche, tal vez tengo una cena, tal vez salgo con alguna de las chicas que conozco y con las que no me relaciono más allá de los besos y el sexo e intento por enésima vez escribir un guión de película que difícilmente logre filmar. Hay mucho que me separa del mundo y de la realidad.
Como dije, ya casi no creo en el amor. Tan desesperado estaba por este motivo que busqué a una ex novia a la que quiero creer que amé (no estoy seguro, pero cuando me dejó me dolió mucho; a veces pienso que fue más el orgullo que otra cosa, pero dejo margen para decir que fue amor) y salimos un par de veces. Todavía ahora la veo. No siento nada por ella, ni siquiera sé si me atrae. El trato es cordial, ambos somos cuidadosos, pero creo que ella es más cuidadosa que yo; a mí simplemente me da lo mismo. De sexo no hablamos y yo tampoco quiero. Ultimamente, cada vez que me acuesto con alguien me aburro. Hago como que me calienta, pero en realidad quiero que se acabe. Busco acabar a toda costa y a veces tengo tan pocas ganas que no me sale, y las mujeres se desesperan. Quieren que acabe, sino no se sienten realizadas como mujeres, pero yo las tranquilizo: a veces tardo en acabar, no es tu culpa, sexo tántrico, bla bla. Prefiero masturbarme, es más rápido, me sale mejor y lo hago cuando quiero sin tener que lidiar con otra persona cerca.
Me deprimen los cuerpos. Se caen, son imperfectos, huelen. Esto es un poco tenebroso, lo sé, pero en realidad no me molesta pensar así. Lo acepto. Intento cambiarlo, pero en el fondo creo que no quiero cambiarlo. En el fondo no quiero cambiar nada. La paso mal siendo como soy, pero no sé si puedo ser otra cosa. Hay algo que me gusta en odiar a todo el mundo, en pensar que son todos inferiores, en pesanr que nada es suficiente para complacerme, en mirar desde afuera y destruir. Eso es lo que quiero: destruir más que construir. ¿No hay ningún trabajo basado en eso? ¿Debería dedicarme a demoliciones e implosiones de edificios?
Es la presión la que me come, la presión de invertir bien mi tiempo, de estar encaminado, de hacer cosas importantes. Pero no siento que haga ninguna diferencia. No quiero terminar la carrera, no quiero hacer un posgrado, no quiero trabajar en una empresa. Todos nos vamos a morir de todos modos, tal vez mañana, tal vez el mes que viene. ¿Cómo tengo que hacer para creerme la charada de que las cosas son importantes, para que me importe pagar las cuentas y encargarme de arreglar la lamparita que se quemó? Cada vez escucho de más gente cercana que tiene cáncer y sus vidas parecían bastante encaminadas. ¿De qué les sirvió? Mi mamá toma un curso de respiración, me dice que es maravilloso pero a mí me suena new age. ¡No!, dice, nada new age, la mina que lo da estudió no sé adónde, es científico. ¡Como si el discurso de la ciencia tuviera hoy en día alguna relevancia! ¿Quién puede verificar que lo que la ciencia dice vale de algo, que no es apenas un sostén para que crezca la industria farmacéutica? ¿Y lo diet, alguien verifica qué determina que lo diet sea diet, que lo light sea light, que lo "natural" es natural? No, aceptan, consumen. Y, paradójicamente, viven mejor que yo, que cuestiono, me quejo, peleo para ser libre y no logro ser más que cruel.
La libertad, ese es el tema, qué difícil es conseguirla y, peor aún, saber manejarla. Es entendible que todos prefieran evitarla, seguir los pasos de papá, ser economista y trabajar en una multinacional. A nadie parece importarle comer comida rápida yanqui, ver películas yanquis, vestirse como en las publicidades yanquis, escuchar música en inglés, que los carteles en la calle estén en inglés en un país donde menos del diez por ciento habla ese idioma. La libertad, decía, el compromiso, son valores que yo considero que no se pueden negociar. ¿Y los demás? ¿Todos esos, tan cercanos a mí, que no cuestionan nada? Pienso todos los días en irme, en que este país y esta ciudad no son para mí, pero apuesto que todos piensan eso, y ni yo ni ellos tenemos razón. Los que la pelean salen, los nigerianos corren maratones y se salvan, los marroquíes hacen música y se salvan, los mexicanos hablan en inglés y actúan en películas de Hollywood. Yo podría ser como ellos, pero yo no creo como ellos. Yo empiezo a escribir o planear algo que filmar y pienso: ¿Para qué? ¿Acaso no vamos todos a parar al mismo tacho, hagamos lo que hagamos? Mejor tomo café y me clavo una paja, lo mismo da.
Mientras tanto, la vida pasa. Con los años me pongo más lindo, pero también más tímido. Hago avances desesperados sobre mujeres y algunas agarran, pero la mayoría ve mi dolor, o se inventa una pátina de éxito que las seduce, pero ese no soy yo. Quieren inventar un galán solo porque ven los rasgos salientes. Yo les quiero creer, pero en el fondo me siento una lacra. Quisiera sentir amor, pero solo hay desprecio, en especial por mí mismo. Y me aferro a las fantasías, porque esas son las que te sacan de la mierda. Tengo en mi cabeza los diálogos más extraordinarios, las declaraciones de amor más verdaderas, las caras de pasmados de los extraños que quedan obnubilados por mi discurso. Y lo que raro es que las pocas veces en que logré decir esas frases, sonaron ridículas, o funcionaron y aún así me quedé con la sensación amarga de que no estaba a la altura de mis expectativas. ¡Si nunca alcanza, la realidad nunca es tan apasionante!
El tiempo no es suficiente para hacer todo lo que quiero hacer. Tampoco las energías. Somos seres limitados, incluso gente mucho más brillante que yo eligió una sola tarea para toda su vida. Pero sigo pensando que voy a ser un genio de la literatura, un cineasta magistral, un actor único, un músico consagrado y, además, un dramaturgo sufrido y reconocido post-mortem. ¡Empieza por algo, chico, elige y prueba! Pero no, soy un dilettante que salta de una disciplina a la otra, dejando fragmentos de cada cosa. Lo peor es que hago todo bien. En serio, soy el tipo más autocrítico del mundo con lo que produce, ¡Pero soy bueno! El problema es que no sé elegir: no sé elegir disciplina, no sé elegir mujer, no sé elegir ciudad donde vivir, no sé elegir camino. ¡Y al final no hago nada, pedazos, fragmentos, odios y amores que se pelean por el pedacito de papel que dejé! Lo estoy intentando, juro que lo estoy intentando: pude elegir una casa, un compañero de casa, dos gatos maravillosos que huelen a mierda en las patitas pero que me quieren y me buscan y una colección de escritos que, si Dios quiere y el milagro se produce, serán publicados este año.
Seguiría escribiendo para siempre, eso es lo que me mantiene vivo. Sentir que a cada palabra que escribo me afianzo más, me siento más cómodo, me acerco más a Dios. No al Dios real, carajo, ese me da igual, sino a la idea de Dios, a lo sagrado, a lo que no podemos tocar con los dedos pero nos llena de satisfacción y de paz. El mundo me sobra cuando escribo, el amor está en el aire, la gente me parece interesante, yo soy uno conmigo mismo. ¿No ven? Basta poner en marcha la cosa para sentirse vivo. Basta llenar el vacío con algo para pasar del nihilismo más radical y del borde del suicidio (esta semana lo pensé al menos veinte veces, matarse joven, como Caicedo, pero algo me retiene, algo me deja de este lado) a la celebración de la vida. Recién le confesé a mi ex novia recobrada que prefiero darle besos y acariciarle la espalda que ir a buscarla a un bar en Martínez, donde seguramente no pueda ni mirarla a los ojos. No pido amor, eso es mucho pedir, más con alguien que uno (cree que) amó. Esas pilas se gastaron. Pero, mientras uno espera que algo pase, no está mal un poco de entretenimiento ingenuo y sano. Como hacer literatura, sobre todo si uno se olvida de esperar tanto y simplemente ofrece, lanza al mundo una piedra y espera. Espera. Espera. Y sigo esperando, mientras con una mano me aferro a la puntita del mundo.

1 Comments:

Blogger Sebi said...

La única forma de parar el tiempo, es no pensar ni en el pasado ni en el futuro...

Esa es la premisa de mi idea de road movie.

9:26 PM  

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