Sigue tu marcha, muchacho
Están en la habitación de al lado atiborrados como cerditos, clavando los dientes en una torta de pastafrola que me causa repulsión. ¡Ah! Qué felices parecen en ese aire cargado de frustración líquida y sudorosa. Y al rato hablan de tenedor libre, no paran de comer como mangostas. ¿Existe esa palabra o la acabo de inventar?
Son los últimos fragmentos de luz solar después de horas en un mismo rincón del espacio, esta banqueta azúl gastado, todo gastado, empezando por las suelas de mis zapatillas. ¿Y el humor? El jajaja, qué habrá sido de él. Somníferos en mitad de la tarde y una cola de cigarrillos que se parece demasiado a la hilera de desocupados lúgubres en un día de semana sin perspectivas de futuro. Cupones, amigos, hagan uso de esos cupones y cómanse una buena salchicha gorda y alemana y grasienta con papas igual de empapadas en aceite animal. El viejo y querido ciclo de animales que se comen a otros y de otros animales que dicen no comer mamíferos pero después le entran duro al pellejo del otro cuando se descuida. Ese es el destino para todos los giles que abarcamos la República.
Los deportes nos salvan la vida, sobre todo cuando los miramos por TV. Gritar como un enfermo terminal en sus últimas ante cada punto ganado por Del Potro es gratificante, hace que la estupidez tenga sentido. ¡El grito sagrado invertido en partidos retransmitidos por un satélite a kilómetros de distancia donde idiotas como uno experimentan lo mismo! Ese es el verdadero valor de la humanidad, pero le quita el gustito al patriotismo. Patriota, un verdadero patriota, que se sabe La Marcha de San Lorenzo en la trompeta y que siente repulsión por el himno de Charly. ¡Yo amo a la bandera y que no se manche ni con una pizca del carbón del asado, que es igual de nacional pero de menor vuelo!
Se ríen, se congregan como lagartijas sonrientes, comen esa torta con forma de tarta, pastafrolosa y acaramelada, que empalaga la mirada aún cuando se está de espaldas. Feliz cumpleaños a la niña con cara aindiada, cuántos no se sabe pero seguramente más de lo que dictan sus rasgos. ¡Qué sea feliz, que baile la tarantella, que renuncie al trabajo y que siga de racha en un casino local! Yo también, yo apuesto y pierdo, compro más fichas y pierdo, me dan un diploma por imbécil nacional y me incitan a seguir viniendo, a llenar las arcas con dinero ganado con facilidad a cambio de tiempo y servicios prestados.
¡El sistema gira, sigue adelante! Rodemos con él, como ruedas, como platos.
Son los últimos fragmentos de luz solar después de horas en un mismo rincón del espacio, esta banqueta azúl gastado, todo gastado, empezando por las suelas de mis zapatillas. ¿Y el humor? El jajaja, qué habrá sido de él. Somníferos en mitad de la tarde y una cola de cigarrillos que se parece demasiado a la hilera de desocupados lúgubres en un día de semana sin perspectivas de futuro. Cupones, amigos, hagan uso de esos cupones y cómanse una buena salchicha gorda y alemana y grasienta con papas igual de empapadas en aceite animal. El viejo y querido ciclo de animales que se comen a otros y de otros animales que dicen no comer mamíferos pero después le entran duro al pellejo del otro cuando se descuida. Ese es el destino para todos los giles que abarcamos la República.
Los deportes nos salvan la vida, sobre todo cuando los miramos por TV. Gritar como un enfermo terminal en sus últimas ante cada punto ganado por Del Potro es gratificante, hace que la estupidez tenga sentido. ¡El grito sagrado invertido en partidos retransmitidos por un satélite a kilómetros de distancia donde idiotas como uno experimentan lo mismo! Ese es el verdadero valor de la humanidad, pero le quita el gustito al patriotismo. Patriota, un verdadero patriota, que se sabe La Marcha de San Lorenzo en la trompeta y que siente repulsión por el himno de Charly. ¡Yo amo a la bandera y que no se manche ni con una pizca del carbón del asado, que es igual de nacional pero de menor vuelo!
Se ríen, se congregan como lagartijas sonrientes, comen esa torta con forma de tarta, pastafrolosa y acaramelada, que empalaga la mirada aún cuando se está de espaldas. Feliz cumpleaños a la niña con cara aindiada, cuántos no se sabe pero seguramente más de lo que dictan sus rasgos. ¡Qué sea feliz, que baile la tarantella, que renuncie al trabajo y que siga de racha en un casino local! Yo también, yo apuesto y pierdo, compro más fichas y pierdo, me dan un diploma por imbécil nacional y me incitan a seguir viniendo, a llenar las arcas con dinero ganado con facilidad a cambio de tiempo y servicios prestados.
¡El sistema gira, sigue adelante! Rodemos con él, como ruedas, como platos.
1 Comments:
El cielo no se mancha
Post a Comment
<< Home