Tuesday, January 24, 2006

Más sobre eso que Ovidio llama arte

La ignorancia es una bendición. Pero de nada sirve pretender ser ignorante una vez que uno está desperdiciado por el conocimiento.
Los hombres inteligentes y dotados de conocimiento (ese mal que no siempre elegimos) buscan amor, los hombres ignorantes (benditos en su ignorancia) buscan entretenimiento. Unos priorizan la calidad, otros la cantidad. Yo, castigo tremendo, soy de los primeros.
No conozco otra forma de vivir que la intensidad total. Será mi juventud, o la influencia romántica de cierta literatura que ya nadie recuerda, pero no sé ni quiero vivir en la medianía. Vivo reflexionando sobre el amor y la pasión y el deseo y no pretendo que en mi vida sean menos que lo que esas reflexiones dictan. Vivir la intensidad del momento antes que aferrarse a amores muertos, dicho de manera un tanto anacrónica. Eso me hace enamoradizo y, a su vez, un tanto débil.
Ella dijo que no. No dio razones, pero las intuje. No dijo que no le agradara mi compañía o que despreciaba esos besos que le robé. Sólo dijo que no.
"Por favor no me hagas esto", para ser más precisos.
Eso me mató. Esas palabras dicen, a mi entender, "quiero esto pero creo que no está bien." No está bien. No entra la idea en mi cabeza. No hago o dejo de hacer porque está bien, sino porque lo deseo.
"Decíme que no lo deseas y juro detenerme, pero hasta ahora no hiciste nada para darme a entender eso", dije, llevado por un personaje con el que me identifico, pero peligroso.
"Por favor, no me convenzas", pidió; "no te afligiría tanto mi esfuerzo si no te interesara al menos un poco que te convenza", seguí. Ella no podía con mis argumentos, yo leía a través de todas sus frases y sin embargo... ¿Quién quiere ganar en el juego del amor? ¿No es tanto más hermoso ganar por seducción que por retórica?
"No vale la pena que lo intentes. No valgo la pena para nadie", susurró. Yo estaba ya listo para comerla a besos, conmovido por sus palabras. "Dejáme que sea yo quien decida eso".
Entonces lo dijo.
"Tu eres extranjero, te vas en un par de meses. No es lo mejor."
Leí entonces en sus ojos el miedo de interesarse en mí realmente, en profundidad. El miedo de hacer algo impulsivo o de correr riesgos, o de exponerse con brutalidad. Leí allí la fuerza del espíritu catalán, presionando sobre la individualidad. La mesura, el cuidado, la precaución. Esas cosas que yo no tengo, con las que aprendí a vivir. Un poco de la impulsividad grosera argentina, supongo.
¿Cómo puede alguien alabar tan intensamente la historia apasionada entre Ingris Bergman y Roberto Rossellini un día y sucumbir ante la idea de comfort y seguridad otro? Si la estrella más grande de Hollywood de su época dejó todo para irse a la Italia destrozada de postguerra para estar junto a un hombre que admiraba, ¿No podemos todos hacerlo? Alguien que se deja atrapar por la magia de ese relato, ¿No puede acaso creer en el amor sin fronteras o en la posibilidad de dejarse llevar por los impulsos?
No sé existir sin lanzarme al vacío en cada relación amorosa que tengo. No sé dejar de elaborar declaraciones de amor desmedidas a cuasi desconocidas o callar lo que me pasa. Pero un choque cultural lo es aquí y en todas partes y cuando una cultura silenciosa y modesta choca contra una pasional y extrovertida, los mundos pueden tambalear. Lo sabré yo, que todavía tiemblo en mis zapatos.

1 Comments:

Blogger Mariano Dorr said...

G...

escribile al gato, a natmonse@hotmail.com

Te mando un abrazo muy grande...

md

2:38 PM  

Post a Comment

<< Home