Mi generacion
Es muy fuerte cuando uno se da cuenta de que todo el mundo fuma porro, casi tan fuerte como cuando uno se da cuenta de que todo el mundo se masturba. Y se pone aún más loco cuando uno se da cuenta de la cantidad de gente que toma merca y, un poco menos, la cantidad de gente que se da con éxtasis.
Pero no vamos a ningún lado.
Es hora de que mi generación entienda algunas cosas.
De nada sirve que gritemos rock si después no sabemos cómo vivir rock.
Dejémos de recargarnos con pins y juguetitos, colores intensos y estilo punk demodé si no estamos dispuestos a vivir esa vida.
Basta de intentar tapar la fealdad o la falta de sabor con atuendos y cortes de pelo extraños.
Dejémos de tener tanto, tanto miedo de las cosas y de la gente.
No necesitamos decirnos lo que pensamos o vender una imagen a través de remeras.
No somos anarquistas vistiendo de trash y recitando a autores comprometidos que sacamos de revistas de moda.
No busquemos refugio en la homogeneidad de nuestros pelos parados, nuestros anteojos de sol gigantes, en nuestras remeras musculosas o en nuestras zapatillas deportivas.
No volvamos todos a los setentas, a los pelos afros y los zapatos de campana, a las chaquetas adidas y a la moto Vespa.
Somos las sobras de generaciones pasadas que supieron atrapar algo más de la escencia de la vida.
Qué triste que eres, siglo XXI.
Pero no vamos a ningún lado.
Es hora de que mi generación entienda algunas cosas.
De nada sirve que gritemos rock si después no sabemos cómo vivir rock.
Dejémos de recargarnos con pins y juguetitos, colores intensos y estilo punk demodé si no estamos dispuestos a vivir esa vida.
Basta de intentar tapar la fealdad o la falta de sabor con atuendos y cortes de pelo extraños.
Dejémos de tener tanto, tanto miedo de las cosas y de la gente.
No necesitamos decirnos lo que pensamos o vender una imagen a través de remeras.
No somos anarquistas vistiendo de trash y recitando a autores comprometidos que sacamos de revistas de moda.
No busquemos refugio en la homogeneidad de nuestros pelos parados, nuestros anteojos de sol gigantes, en nuestras remeras musculosas o en nuestras zapatillas deportivas.
No volvamos todos a los setentas, a los pelos afros y los zapatos de campana, a las chaquetas adidas y a la moto Vespa.
Somos las sobras de generaciones pasadas que supieron atrapar algo más de la escencia de la vida.
Qué triste que eres, siglo XXI.
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