Polvos magicos
El gran dilema del blog es que uno nunca sabe si con él pierde el tiempo o si es otro modo de expresión literaria que todavía no ha sido debidamente valorado. Para mí, es una forma de formalizar ideas y de hacer un poco de aubiografía. Pero también es un modo muy elegante de no hacer trabajos de la universidad o de no enfrentarme a la siempre dura e impredecible cotidianeidad.
El otro gran dilema que uno tiene, al que ya hice alusión (y por ende no aburriré a mis lectores asiduos, que creo que son los únicos que tengo) es si lo que vale más es la vida o la escritura. Es incompatible que prevalezcan ambas, al menos no simultaneamente. Cuando uno vive intensamente, no hay tiempo para detenerse a escribir; cuando uno se encierra a escribir, rememora o inventa, pero la vida queda postergada. Y yo, sin embargo, aquí estoy, voraz por sentarme cada día a escribir en este blog, al cual no puedo parar de alimentar, a veces de a dos posteos por día...
El tema de hoy es el amor. Para ponerlo en pocas palabras. Y el sexo, que siempre vende. O, si se quiere, la dificultad que uno tiene para conjugar a ambos estados (uno es una sensación, el otro es una actividad, digamos) y el milagro que eso implica. Asumamos ahora que la mente masculina tiene a ambas cosas disociadas (y, por ende, estoy hablando otra vez de mí) y que anhela secretamente unir en un solo cuerpo a la figura de la MADRE y a la de la PUTA, arquetipos básicos de esos dos estados anímicos. Ya la realidad y nuestros prejuicios nos lo dificultan: uno quiere fornicar con la vedette (actualización de la puta) y quiere enamorarse de la modelo (vertiente usualmente juvenil de la madre). La modelo de lencería erótica o la vedette devenida modelo de Giordano son anomalías que no vienen al caso.
La base del problema (de mi problema) es que me "enamoro" (las comillas responden a que uno se enamora todos los días, pero se enamora verdaderamente una vez cada tanto o incluso nunca) de "madres" que lo son hasta tal extremo que no les gusta el sexo. O les gusta y le tienen miedo, o les gusta la idea pero no la práctica o jamás lo tuvieron. Lo cierto es que mantenemos una perfecta relación casta y pura del siglo XVI, pero nadie se conoce detrás de las vestimentas. Y el problema es múltiple: yo necesito, como casi todo el reino animal, intercambiar fluidos y, a la vez, las mujeres que elijo por tiempo prolongado no son más que exteriorizaciones perfectas de un ideal puritano. El Papa Benedicto critica al aborto y yo elijo chicas que no concretan, ambos acorde al visto bueno del Señor.
Entonces, ¿Qué pasa? Que me convierto en un obseso sexual. Pero un obseso que concreta poco. ¿Por qué? En primer lugar, porque el gusto por estas mujeres de poco interés sexual me lleva a montar un altar contra el vicio y la vulgaridad. Y el sexo es, ante todo, una actividad vulgar. Necesario, sí, pero un acto que involucra líquidos varios, sonidos guturales, intercambios oscuros y pérdida total de la conciencia (para los más afortunados, los frígidos van a otra categoría) no puede ser elegante jamás. Por lo tanto, me siento impulsado hacia las mujeres voluptuosas, pero cualquier exceso de sensualidad me produce rechazo. Ergo, se produce escasa concresión del coito.
Por otra parte, soy poco adepto a lo que suele llamarse infidelidad. Aclaro que no por razones religiosas o morales, sino por un exceso de consideración de mi parte. Soy incapaz de lidiar con el infortunio de una mujer interesada en mí y estoy absolutamente impedido para consolar el odio, desconseulo o reprimenda que vienen aparejados cuando las niñas se enteran de mis actos. Esto nunca me ha ocurrido (aunque acabo de decir que practico poco el arte de la trampa), pero la imagen de los rostros flotando detrás de mí me atormenta y me impide disfrutar plenamente de mi fechoría. En el fondo, soy un romántico en el más pleno sentido decimonónico.
El sexo es entonces uno de los grandes problemas de mi vida, junto con el prospecto del futuro y la caída del cabello. Pero no desespero, no estoy solo. No en vano la humanidad inunda sus emisiones televisivas de temáticas sexuales. Es sabido que el que mucho habla, poco hace (ver un posteo anterior en este mismo blog sobre el asunto); por lo tanto, gran parte del mundo fornica menos de lo que le gustaría (salvo los gays, de quienes admiro su stámina y apetito sexual).
Es evidente que el recurso de hacerse monje es cosa del pasado y que el psiconálisis es puro bla bla.
Como todo hombre suele decir en relación a las mujeres de carácter, "le hace falta un buen polvo". Joder si algún día pensé que usaría esa frase conmigo mismo.
El otro gran dilema que uno tiene, al que ya hice alusión (y por ende no aburriré a mis lectores asiduos, que creo que son los únicos que tengo) es si lo que vale más es la vida o la escritura. Es incompatible que prevalezcan ambas, al menos no simultaneamente. Cuando uno vive intensamente, no hay tiempo para detenerse a escribir; cuando uno se encierra a escribir, rememora o inventa, pero la vida queda postergada. Y yo, sin embargo, aquí estoy, voraz por sentarme cada día a escribir en este blog, al cual no puedo parar de alimentar, a veces de a dos posteos por día...
El tema de hoy es el amor. Para ponerlo en pocas palabras. Y el sexo, que siempre vende. O, si se quiere, la dificultad que uno tiene para conjugar a ambos estados (uno es una sensación, el otro es una actividad, digamos) y el milagro que eso implica. Asumamos ahora que la mente masculina tiene a ambas cosas disociadas (y, por ende, estoy hablando otra vez de mí) y que anhela secretamente unir en un solo cuerpo a la figura de la MADRE y a la de la PUTA, arquetipos básicos de esos dos estados anímicos. Ya la realidad y nuestros prejuicios nos lo dificultan: uno quiere fornicar con la vedette (actualización de la puta) y quiere enamorarse de la modelo (vertiente usualmente juvenil de la madre). La modelo de lencería erótica o la vedette devenida modelo de Giordano son anomalías que no vienen al caso.
La base del problema (de mi problema) es que me "enamoro" (las comillas responden a que uno se enamora todos los días, pero se enamora verdaderamente una vez cada tanto o incluso nunca) de "madres" que lo son hasta tal extremo que no les gusta el sexo. O les gusta y le tienen miedo, o les gusta la idea pero no la práctica o jamás lo tuvieron. Lo cierto es que mantenemos una perfecta relación casta y pura del siglo XVI, pero nadie se conoce detrás de las vestimentas. Y el problema es múltiple: yo necesito, como casi todo el reino animal, intercambiar fluidos y, a la vez, las mujeres que elijo por tiempo prolongado no son más que exteriorizaciones perfectas de un ideal puritano. El Papa Benedicto critica al aborto y yo elijo chicas que no concretan, ambos acorde al visto bueno del Señor.
Entonces, ¿Qué pasa? Que me convierto en un obseso sexual. Pero un obseso que concreta poco. ¿Por qué? En primer lugar, porque el gusto por estas mujeres de poco interés sexual me lleva a montar un altar contra el vicio y la vulgaridad. Y el sexo es, ante todo, una actividad vulgar. Necesario, sí, pero un acto que involucra líquidos varios, sonidos guturales, intercambios oscuros y pérdida total de la conciencia (para los más afortunados, los frígidos van a otra categoría) no puede ser elegante jamás. Por lo tanto, me siento impulsado hacia las mujeres voluptuosas, pero cualquier exceso de sensualidad me produce rechazo. Ergo, se produce escasa concresión del coito.
Por otra parte, soy poco adepto a lo que suele llamarse infidelidad. Aclaro que no por razones religiosas o morales, sino por un exceso de consideración de mi parte. Soy incapaz de lidiar con el infortunio de una mujer interesada en mí y estoy absolutamente impedido para consolar el odio, desconseulo o reprimenda que vienen aparejados cuando las niñas se enteran de mis actos. Esto nunca me ha ocurrido (aunque acabo de decir que practico poco el arte de la trampa), pero la imagen de los rostros flotando detrás de mí me atormenta y me impide disfrutar plenamente de mi fechoría. En el fondo, soy un romántico en el más pleno sentido decimonónico.
El sexo es entonces uno de los grandes problemas de mi vida, junto con el prospecto del futuro y la caída del cabello. Pero no desespero, no estoy solo. No en vano la humanidad inunda sus emisiones televisivas de temáticas sexuales. Es sabido que el que mucho habla, poco hace (ver un posteo anterior en este mismo blog sobre el asunto); por lo tanto, gran parte del mundo fornica menos de lo que le gustaría (salvo los gays, de quienes admiro su stámina y apetito sexual).
Es evidente que el recurso de hacerse monje es cosa del pasado y que el psiconálisis es puro bla bla.
Como todo hombre suele decir en relación a las mujeres de carácter, "le hace falta un buen polvo". Joder si algún día pensé que usaría esa frase conmigo mismo.
2 Comments:
leete los 3 tomos de 'historia de la sexualidad', de Michele Foucault.
Me siento identificado en este post, hasta no sabes que punto. Es bueno saber que no estamos solos, aunque lo estemos.
Post a Comment
<< Home