El saquito de hilo y el moño rosa
Se puede decir que tengo un historial amoroso torrentoso. Con aquellas mujeres que considero puntos claves en mi crecimiento emocional suelo compartir relaciones pasionales, desbordadas y terriblemente agresivas. Es decir, las cosas suelen alcanzar grandes picos de amor, pero al mismo tiempo tienen altos puntos de violencia (no física, solo verbal), de maltrato y de irracionalidad. Simplemente suelo elegir seres con los que no hay punto medio: las amo cuando nos entendemos y las odio cuando surgen los malentendidos.
Cecilia es probablemente quien se lleva los premios. Fueron diez meses de intensidad salvaje: nos amamos con desmesura, nos extrañamos con desesperación, nos separamos con dramatismo y, después, nos peleamos con crueldad. Hubo un tenue reencuentro, un tanto hipócrita, y, cuando yo intenté reanudar al menos una relación sexual (unos ocho meses después de la separación), desembocó en poca cosa, con la terminante frase salida de sus labios: "No me vas a penetrar".
Se dio la ridícula situación de que compartimos clases en el período lectivo 2005 y fue recién en Noviembre de ese año cuando retomamos diálogo, de forma cordial y bastante sincera. Ya no había razón para llevarse mal, ambos habíamos retomado exitosamente nuestra vida amorosa con otras personas y la pelea parecía absurda.
Desde entonces (y salvando el hecho de que estuve en España todo este tiempo), tengo ganas de irla ver tocar con su banda, las Kellies. Ella me invitó personalmente y cada tanto me llegan los mails, pero nunca fui. El jueves pasado tocaban y me dije que era el momento de ir a presenciar el desempeño de Ceci en la guitarra, ya que, después de todo, le guardo un gran cariño.
Por razones de vagancia y de distracción mental, no fui al show, pero fue tema de conversación con mis operadores de sonido ayer por la tarde (el trío dinámico que conforman Mechi, Hernán y Vir). Y la cuestión obviamente pagó sus frutos.
Por la noche, soñé con Ceci. Y fue un sueño de lo más agradable. Ella había usado aparatos y acababan de sacárselos. Se ve que la experiencia de la corrección bucal la había modificado radicalmente. Era gentil, civilizada y escuchaba muy atentamente todo lo que yo le contaba, incluso emitía respuestas pertinentes. Incluso cuando ella y yo nos llevábamos mejor en la vida real, la conversación siempre fue extraña: siempre fuimos dos seres diametralmente opuestos, con intereses diferentes y aptitudes alejadas. Ese era el encanto de la relación, cómo dos personas tan disíles podían coincidir juntas y quererse.
Pero en el sueño ella se había vuelto similar a mí: hablábamos de libros, perdíamos el tiempo en conversaciones pretenciosas y barrocas sobre cuestiones etéreas, intercambiábamos comentarios cordiales a la hora del té. Ella ya no poseía ese vocabulario un tanto callejero ni ese tono más bien provocador que la caracterizan, sino que hablaba en voz neutra, con palabras cuidadosamente seleccionadas.
Pero no crean que había atracción ni tensión sexual ni nada de eso. Era como esas amigas de las que tengo tan pocas, con las que me puedo juntar a hablar y compartir ideas, intereses, proyectos.
Luego, cenábamos. Había una enorme piscina vacía, de fondo celeste, de la cual hacíamos algún comentario.
Ella no tocaba ningún instrumento ni vestía con borceguíes o faldas cortas, sino que llevaba un saco de hilo y creo que tenía el pelo atado con un moño rosa.
Era Cecilia, pero a la vez no era Cecilia. Y fue un sueño ameno, amable, sin sobresaltos.
Qué demonios estaba pasando por cerebro en esos instantes no es más que un gran misterio.
Cecilia es probablemente quien se lleva los premios. Fueron diez meses de intensidad salvaje: nos amamos con desmesura, nos extrañamos con desesperación, nos separamos con dramatismo y, después, nos peleamos con crueldad. Hubo un tenue reencuentro, un tanto hipócrita, y, cuando yo intenté reanudar al menos una relación sexual (unos ocho meses después de la separación), desembocó en poca cosa, con la terminante frase salida de sus labios: "No me vas a penetrar".
Se dio la ridícula situación de que compartimos clases en el período lectivo 2005 y fue recién en Noviembre de ese año cuando retomamos diálogo, de forma cordial y bastante sincera. Ya no había razón para llevarse mal, ambos habíamos retomado exitosamente nuestra vida amorosa con otras personas y la pelea parecía absurda.
Desde entonces (y salvando el hecho de que estuve en España todo este tiempo), tengo ganas de irla ver tocar con su banda, las Kellies. Ella me invitó personalmente y cada tanto me llegan los mails, pero nunca fui. El jueves pasado tocaban y me dije que era el momento de ir a presenciar el desempeño de Ceci en la guitarra, ya que, después de todo, le guardo un gran cariño.
Por razones de vagancia y de distracción mental, no fui al show, pero fue tema de conversación con mis operadores de sonido ayer por la tarde (el trío dinámico que conforman Mechi, Hernán y Vir). Y la cuestión obviamente pagó sus frutos.
Por la noche, soñé con Ceci. Y fue un sueño de lo más agradable. Ella había usado aparatos y acababan de sacárselos. Se ve que la experiencia de la corrección bucal la había modificado radicalmente. Era gentil, civilizada y escuchaba muy atentamente todo lo que yo le contaba, incluso emitía respuestas pertinentes. Incluso cuando ella y yo nos llevábamos mejor en la vida real, la conversación siempre fue extraña: siempre fuimos dos seres diametralmente opuestos, con intereses diferentes y aptitudes alejadas. Ese era el encanto de la relación, cómo dos personas tan disíles podían coincidir juntas y quererse.
Pero en el sueño ella se había vuelto similar a mí: hablábamos de libros, perdíamos el tiempo en conversaciones pretenciosas y barrocas sobre cuestiones etéreas, intercambiábamos comentarios cordiales a la hora del té. Ella ya no poseía ese vocabulario un tanto callejero ni ese tono más bien provocador que la caracterizan, sino que hablaba en voz neutra, con palabras cuidadosamente seleccionadas.
Pero no crean que había atracción ni tensión sexual ni nada de eso. Era como esas amigas de las que tengo tan pocas, con las que me puedo juntar a hablar y compartir ideas, intereses, proyectos.
Luego, cenábamos. Había una enorme piscina vacía, de fondo celeste, de la cual hacíamos algún comentario.
Ella no tocaba ningún instrumento ni vestía con borceguíes o faldas cortas, sino que llevaba un saco de hilo y creo que tenía el pelo atado con un moño rosa.
Era Cecilia, pero a la vez no era Cecilia. Y fue un sueño ameno, amable, sin sobresaltos.
Qué demonios estaba pasando por cerebro en esos instantes no es más que un gran misterio.
3 Comments:
Q charlas interesantes se mantienen en sonido.. pero aclaremos q sin dejar de lado el trabajo y el doble sentido q tan bien nos está yendo.. no?
igual la vida es sueño y los sueños sueños son.. como dijo berugo atrévase a soñar
en tu sueño intentas moldearla a tu forma, a tu manera, ella es asi, diferente, tomala o dejala...
creo q no cerraste la historia. Nose, fijate
bonjour cadmo
soy buchi
bueno, veni la prox al show, te vas a sorprender.
pero nunca use polleras cortas y borcegos, acordate yo soy wrangler.
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