Tuesday, September 26, 2006

Tres en un auto, parte 3: el camino de regreso

Eran apenas las nueve y media de la mañana y los rayos del sol aún no calentaban tanto como nuestros semidesnudos cuerpos hubiesen deseado. A veces le pedimos a la primavera que sea un verano anticipado y resulta que el calor es sólo uno de sus aspectos, del mismo modo que el frío liviano de la mañana o el florecer en tonos de verde y rosa la componen. Habíamos dormido poco y mal, pero no se da todos los días de estar en Cannes y pronto nos pusimos de pie para recorrer sus callecitas y sus aires de ciudad del glamour.
Cabe aclarar que no existe tal cosa. El glamour y la sofisticación los traen los visitantes que, una vez al año y durante apenas diez días, hacen de este parador costero un paraíso del jet set. Pero las playas son pequeñas y privadas (lo mismo se puede decir del Lido, en Venecia), el mar tiene poco más que el atractivo de su color azul turquesa y los transeúntes son apenas una multitud variopinta de diverso origen y aspecto caricaturesco. De más está decir que nosotros tres, con nuestros pelos revueltos, nuestras ojeras de vida nocturna y nuestro parecer general de película francesa de la Nouvelle Vague, llamábamos la atención en esas playas.
Salimos a andar. Cannes, como toda la costa francesa, es bastante pueblerino. Su plaza central, su Mairie (alcaldía), sus estatuas conmemorativas y sus cafés. Claro, vale sumarle sus fotos de festivales anteriores, su mural con grandes momentos de Hollywood y las tiendas improvisadas que venden souvenirs. Uno se pasea por la costanera, mira los veleros pasar y atraviesa el recorrido que bordea a las playas, donde tanto señoras mayores de grandes proporciones como jovenzuelas que apenas si han probado los goces de la carnalidad se quitan los sostenes y hacen de la desnudez un acto de naturalidad. Aquí cabe hacer la salvedad que, siendo yo un sudaca conservador, diferente en mis costumbres y educación que los europeos de avanzada, no podía parar de mirar a toda mujer que pasara sin ropa. O, dicho de manera más trivial y directa, "una teta es una teta".
Finalmente, hacia el mediodía e impulsados por la frugalidad de nuestro desayuno, nos detuvimos en un puestito atendido por un italiano, donde consumimos paninis. Nuestras billeteras comenzaban a lucir vacías, pero aún así no dudamos en invertir esos morlacos en una comida refrescante y apetitosa. Así, con la barriga satisfecha y el sol en su máximo esplendor, nos echamos en una nueva playa a dormir la siesta, rodeados por turistas jugando al vóley y por francesitos que eran el vivo retrato de la vida familiar: los niños rubios, la canasta de comida, el diario o el libro de intelectual y parejas poco apasionadas pero bien asentadas en la moral y las buenas costumbres.
Cuando el reloj dio las tres y aún sedados por el calor y el sueño, nos miramos. ¿Apuntábamos a Niza, seguíamos viaje hasta que la responsabilidad y el dinero nos detuviesen? No. Esta vez dijimos no. Porque siempre es mejor retirarse cuando uno está ganando y con la frente en alta. Y, por otra parte, Barcelona también tiene sus fabulosos encantos y de poco valen las experiencias si uno después no las puede relatar a gente que se maraville con ellas. Así, pues, con algo más de seis horas de auto por delante, arrancamos el camino de regreso.
Aún con el registro de conducir vencido y bajo el riesgo de ser detenido, me hice del volante y conduje gran parte del trayecto. Mis acompañantes tomaron algunos snacks, durmieron sus sietas y la música volvió a sonar a todo volumen. La entrada a España fue tan silenciosa y discreta como era de esperarse y arribamos al corazón cívico de la Catalunya cuando comenzaba a oscurecer.
Rápidamente hicimos cuentas, nos dimos los abrazos de fin de viaje y dejamos a David en la residencia, donde tendría su merecido descanso. Andrea y yo caminamos juntos hacia el Metro y, luego de que me explicara los tormentos que la esperaban en su casa junto a sus disímiles compañeros de morada, fui depositado en mi casa, donde una cena improvisada y vegetariana, la compañía del can Bobi y un buen rato de lectura me condujeron a la cama.
Las grandes travesías solo pueden terminar así. Con el cuerpo cansado, el estómago lleno, la inspiración excitada y la conciencia tranquila.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Que bien sabes contar las historias Guido. Acabo de regresa de Laponia: frio, auroras boreales, estrellas fugaces, hogueras, cabaña con sauna, bosques, interesantes proyectos documentales en el Artikum Centre y mucha belleza... todo eso que uno espera encontrar en un viaje a Laponia. Pero algo faltó: quizás éramos demasidos,demasiados con demasiadaspeculiaridades y con distintas formas de viajar, quizás a muchos les faltaba ese sentido de la estética, de "lo cinematográfico" al viajar. Pese a ser un hermoso viaje y en buena compañía, por alguna inexplicable razón siento que este no fue mi viaje. Un beso

7:34 PM  
Anonymous Anonymous said...

terminas así:
con la conciencia tranquila...
y me gustó tanto!

7:36 AM  

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