Esperando a que llegue el final de todas las cosas
Durante la semana tuve una de esas charlas generacionales con mi mamá, de esas donde terminamos discutiendo y yo cierro el debate afirmando que ella no me entiende porque pertenece a una generación para la cual todavía valía la pena estar vivo. Esa era, digamos, la idea central de la charla: vos viviste un momento histórico donde la gente se reunía y proponía y creía y yo... no. Esas afirmaciones que los jóvenes de hoy en día nos vemos obligados a hacer - porque no creo que sea una elección, los tiempos nos llevan a este pesimismo y este nihilismo tan abrumador - y que escandalizan, por obvios motivos, a nuestros padres.
Pero no se acababa allí, del mismo modo que el calmante no mata al dolor. Hablamos porque no se nos ocurre nada mejor que hacer. El problema es duro y es hondo, señores. Se ramifica día a día y todo se conecta de una manera tan maquiavélica que el remedio es cada día más difuso.
"Tu generación se drogaba tanto como la mía", le dije a mi madre, "pero por diferentes motivos. Ustedes buscaban la expansión de la conciencia; nostros buscamos la inconsciencia". Otro facilismo de mi parte, sumado a mi tendencia casi ridícula de hacer de todo literatura.
Pero el hecho es cierto: todo nos conduce al televisor y a la computadora, la idea constante de la belleza estandarizada y del valor efímero de la juventud nos atormenta 24 horas al día, la presión de hacer algo relevante con nuestras vidas nos come las entrañas y nos llena de miedo ante el fracaso, la policía y las autoridades nos persiguen como si fuésemos cerdos, las violaciones, las guerras y los asesinatos se reproducen como los virus, que tampoco se quedan atrás, y el arte no es más que un lago seco, ocasionalmente alimentado por una lluvias escasas que no alcanzan a disimular la sequía que existe en el mundo.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos rendimos? ¿Hacemos como hacen todos nuestros contemporáneos, escribimos novelas cínicas y gastadas, filmamos películas idénticas a joyas del pasado, pintamos cuadros cada vez más abstractos para que no se vean nuestras miserias, sacamos fotos de la belleza del mundo mientras esa misma belleza se pudre ante nuestros ojos?
Todos los días tenemos que levantarnos y mirarnos al espejo pensando: ¿Qué va a hacer que hoy sea un día especial, qué voy a encontrarme en la calle que me diga que hay algo por qué vivir, alguien por quién sacrificarse, algo en que soñar y anhelar?
Es muy difícil. No voy a explicarles cómo es... porque ya lo saben. Si algo nos une, es la desesperanza. O la desperación. O la indiferencia. Cualquiera de esos valores negativos que llevamos en la sangre. Esa sangre que hace rato dejó de ser roja para ser negra, sangre rancia, sangre espesa, sangre coagulada e infestada de muerte.
Pero no estoy predicando, no, no te alejes de mis palabras pensando que esto ya lo leíste o ya lo sabés o que preferís que te hablen de otra cosa. Esto no es pesimista, es mero... mero... es lo que hay. Lo que sale.
Entonces, no nos detengamos. Ya no haremos lo que hacemos porque está bien o porque está mal o porque deseamos hacerlo, sino porque lo necesitamos. Haremos las cosas porque son necesarias para creer en la vida humana y en el futuro. Ya no se trata de estudiar y licenciarse y trabajar porque es lo que nuestros padres y abuelos hicieron, sino porque es la mejor manera de ocupar nuestro tiempo y de tener menos ganas de morirnos. Porque el tiempo libre nos mata, nos aniquila, nos deja espacios para pensar. Y pensar en el mundo moderno equivale a morir. Pensar es atreverse a imaginar, a esperanzarse, a fantasear, a conectarse con otros. Pero el terreno no está dado para ilusionarse. Entonces no lo hagamos.
Sigamos comiendo, sigamos durmiendo, sigamos teniendo sexo y bailando y escribiendo y diseñando peinados y ropa y tendencias. No porque nos guste o porque anhelemos crear algo nuevo. Nuevo es viejo es antiguo es cadaver.
Somos demasiado cobardes para terminar nuestras existencias y tenemos demasiada espiritualidad de manual metida en los huesos como para no tener miedo en el más allá. Van a hacer falta grúas y camiones cargados con premios y posibilidades y oportunidades para borranos esta constante sensación de que todo da lo mismo.
Y si no nos levantamos de la cama, si decidimos no salir de la casa, no atender el teléfono, no pagar más impuestos o seducir al sexo opuesto o consumir productos de belleza o leer a los clásicos... no nos juzguen. No pregunten, no insistan, no molesten. Tenemos derecho. Porque esto es lo que nos quedó y estamos agotados, jóvenes pero exhaustos.
Ya no protestaremos más, ya no gritaremos más, ya no redactaremos manifiestos ni inauguraremos movimientos ni apoyaremos al candidato de turno. Estamos hartos. Hemos llegado al final del camino y aún no sabemos lo que queremos hacer.
No más decisiones para nosotros, no más elecciones, no más historias, no más anécdotas, ni ídolos, ni mártires ni líderes ni esclavos ni vencedores ni vencidos. Todo es ya un magma de indiferencia donde flotamos día a día.
Y las acciones individuales son inútiles. A y B y Z son la misma cosa. Por eso existimos bajo el único y autopresente principio de la resignación.
Hoy me pelé la cabeza. Tomé la gillette y extraje hasta el último pelo. Y no lo hice por cuestiones estéticas, no, ni ideológicas. Lo hice porque me daba asco, asco esa cabellera insulsa y sucia. Necesitaba ver el brillo de la pureza en mi cabeza, ver la luz reflejada en mi cráneo todo el día, como si un aura especial me protegiera de toda la basura que cae del cielo y que inunda la tierra.
Es feo, lo sé, pero no tanto como lo que tengo que ver. Y es sólo el comienzo... porque pronto seguirán los brazos y las piernas, el pecho y las cejas ... todo, se irá todo. El siguiente paso será la piel y luego los músculos, los órganos, los tejidos. Se irá todo, todo, todo. Hasta que esté limpio. Limpio de verdad, intacto de esta mediocridad que lo tapa todo.
Y una vez que me haya librado de mí mismo, se irán mis palabras. Serán olvidadas. Como todo.
Viviremos encerrados, ocupados, enchufados a la pared, dictando ideas a una máquina, para no pensar, para no sentir, para no elegir y para no estar. Para desaparecer.
Qué hermoso será cuando todo desaparezca.
No puedo esperar.
Pero no se acababa allí, del mismo modo que el calmante no mata al dolor. Hablamos porque no se nos ocurre nada mejor que hacer. El problema es duro y es hondo, señores. Se ramifica día a día y todo se conecta de una manera tan maquiavélica que el remedio es cada día más difuso.
"Tu generación se drogaba tanto como la mía", le dije a mi madre, "pero por diferentes motivos. Ustedes buscaban la expansión de la conciencia; nostros buscamos la inconsciencia". Otro facilismo de mi parte, sumado a mi tendencia casi ridícula de hacer de todo literatura.
Pero el hecho es cierto: todo nos conduce al televisor y a la computadora, la idea constante de la belleza estandarizada y del valor efímero de la juventud nos atormenta 24 horas al día, la presión de hacer algo relevante con nuestras vidas nos come las entrañas y nos llena de miedo ante el fracaso, la policía y las autoridades nos persiguen como si fuésemos cerdos, las violaciones, las guerras y los asesinatos se reproducen como los virus, que tampoco se quedan atrás, y el arte no es más que un lago seco, ocasionalmente alimentado por una lluvias escasas que no alcanzan a disimular la sequía que existe en el mundo.
¿Qué hacemos, entonces? ¿Nos rendimos? ¿Hacemos como hacen todos nuestros contemporáneos, escribimos novelas cínicas y gastadas, filmamos películas idénticas a joyas del pasado, pintamos cuadros cada vez más abstractos para que no se vean nuestras miserias, sacamos fotos de la belleza del mundo mientras esa misma belleza se pudre ante nuestros ojos?
Todos los días tenemos que levantarnos y mirarnos al espejo pensando: ¿Qué va a hacer que hoy sea un día especial, qué voy a encontrarme en la calle que me diga que hay algo por qué vivir, alguien por quién sacrificarse, algo en que soñar y anhelar?
Es muy difícil. No voy a explicarles cómo es... porque ya lo saben. Si algo nos une, es la desesperanza. O la desperación. O la indiferencia. Cualquiera de esos valores negativos que llevamos en la sangre. Esa sangre que hace rato dejó de ser roja para ser negra, sangre rancia, sangre espesa, sangre coagulada e infestada de muerte.
Pero no estoy predicando, no, no te alejes de mis palabras pensando que esto ya lo leíste o ya lo sabés o que preferís que te hablen de otra cosa. Esto no es pesimista, es mero... mero... es lo que hay. Lo que sale.
Entonces, no nos detengamos. Ya no haremos lo que hacemos porque está bien o porque está mal o porque deseamos hacerlo, sino porque lo necesitamos. Haremos las cosas porque son necesarias para creer en la vida humana y en el futuro. Ya no se trata de estudiar y licenciarse y trabajar porque es lo que nuestros padres y abuelos hicieron, sino porque es la mejor manera de ocupar nuestro tiempo y de tener menos ganas de morirnos. Porque el tiempo libre nos mata, nos aniquila, nos deja espacios para pensar. Y pensar en el mundo moderno equivale a morir. Pensar es atreverse a imaginar, a esperanzarse, a fantasear, a conectarse con otros. Pero el terreno no está dado para ilusionarse. Entonces no lo hagamos.
Sigamos comiendo, sigamos durmiendo, sigamos teniendo sexo y bailando y escribiendo y diseñando peinados y ropa y tendencias. No porque nos guste o porque anhelemos crear algo nuevo. Nuevo es viejo es antiguo es cadaver.
Somos demasiado cobardes para terminar nuestras existencias y tenemos demasiada espiritualidad de manual metida en los huesos como para no tener miedo en el más allá. Van a hacer falta grúas y camiones cargados con premios y posibilidades y oportunidades para borranos esta constante sensación de que todo da lo mismo.
Y si no nos levantamos de la cama, si decidimos no salir de la casa, no atender el teléfono, no pagar más impuestos o seducir al sexo opuesto o consumir productos de belleza o leer a los clásicos... no nos juzguen. No pregunten, no insistan, no molesten. Tenemos derecho. Porque esto es lo que nos quedó y estamos agotados, jóvenes pero exhaustos.
Ya no protestaremos más, ya no gritaremos más, ya no redactaremos manifiestos ni inauguraremos movimientos ni apoyaremos al candidato de turno. Estamos hartos. Hemos llegado al final del camino y aún no sabemos lo que queremos hacer.
No más decisiones para nosotros, no más elecciones, no más historias, no más anécdotas, ni ídolos, ni mártires ni líderes ni esclavos ni vencedores ni vencidos. Todo es ya un magma de indiferencia donde flotamos día a día.
Y las acciones individuales son inútiles. A y B y Z son la misma cosa. Por eso existimos bajo el único y autopresente principio de la resignación.
Hoy me pelé la cabeza. Tomé la gillette y extraje hasta el último pelo. Y no lo hice por cuestiones estéticas, no, ni ideológicas. Lo hice porque me daba asco, asco esa cabellera insulsa y sucia. Necesitaba ver el brillo de la pureza en mi cabeza, ver la luz reflejada en mi cráneo todo el día, como si un aura especial me protegiera de toda la basura que cae del cielo y que inunda la tierra.
Es feo, lo sé, pero no tanto como lo que tengo que ver. Y es sólo el comienzo... porque pronto seguirán los brazos y las piernas, el pecho y las cejas ... todo, se irá todo. El siguiente paso será la piel y luego los músculos, los órganos, los tejidos. Se irá todo, todo, todo. Hasta que esté limpio. Limpio de verdad, intacto de esta mediocridad que lo tapa todo.
Y una vez que me haya librado de mí mismo, se irán mis palabras. Serán olvidadas. Como todo.
Viviremos encerrados, ocupados, enchufados a la pared, dictando ideas a una máquina, para no pensar, para no sentir, para no elegir y para no estar. Para desaparecer.
Qué hermoso será cuando todo desaparezca.
No puedo esperar.
7 Comments:
ay.. si te pelás, es porque quieres verte mejor todavía de lo que ya eres capaz.
Me gusta mucho la parte en la q propones empezar a "pelar" sin criterio. Hay que pelar todo en el sentido punga. Generacion sin criterio ni idiologia propia. La generacion de lo impuesto.
Hay (vamos a tener que) desnudar la todo hasta el hueso. Es verdad: ya no hay opcion. Somos los huerfanos de un pasado bastardo.
Y tambien es cierto q muchos queremos ser madres...
abrazo
F
niño acomodado con crisis existencialista...
no por favor!
millones de oeneges le esperan.
niño acomodado con crisis existencialista...
no por favor!
millones de oeneges le esperan.
¿Qué carajo tiene que ver el status social a la hora de hacerse planteos existencialistas? No sé quien es "m.m.", pero si crees que el problema es económico o social, entonces no entendiste nada.
El problema es generacional y, si a vos no te afecta, debés ser o muy obtuso/a o muy ignorante/a (que también es una bendición).
ONG las pelotas.
ONG las pelotas es sin duda lo mejor que podías contestar... Efectivamente, m.m. no entendió nada de nada de nada. me gusta leerte.
bueno,bueno,un poco de provocación
tampoco está mal.
un poco sugestionado por el doctor
house del que soy fan.
ignorante, obtuso y ácido si que soy, sí.
m.m.
Post a Comment
<< Home