Thursday, October 12, 2006

Ultimos dias de Diciembre: las casas, los militares, el rio y los colectivos

Llegaron a mi casa alrededor de las nueve de la noche y yo aún no estaba seguro.
"Dále, Dildo", dijeron, "hacélo por nosotros".
Y siempre es mucho más fácil hacer las cosas si uno parece misericordioso hacia los demás, se siente como un Cristo moderno. A la mierda, dije, no se es joven todos los días y - mi leitmotiv, mi frase de cabecera - de todos modos no hay futuro. Sacaron la tebletita, prolijamente la cortaron en tres con una tijera, con la meticulosidad de un artensano, y nos la comimos.
Encendieron un porro para relajar tensiones y lo fumamos comentando las novedades del día, las noticias relevantes en el mundo y las últimas novedades de la cultura, como tres señoritos de sociedad. Probablemente tomamos té, alguno de especias y miel, o de jengibre y helado de crema chantilly. Nos miramos con incertidumbre alguna que otra vez pero nada salía de la rutina que puede haber en una cafetería de estudiantes de alguna disciplina moderna o del bar de algún museo de esos que pasan películas de culto.
Hacia las diez y cuarto empezamos a notar la diferencia en leves ataques de jocosidad o somnoliencia. Alguna mirada perdida, algún chiste que sólo comprendía el responsable y solos de guitarra sin guitarra. Era hora de ir a la calle.
"Eeeeeeeehhhh... yo no manejo nada. Mis manos perdieron control, creo que no me acuerdo ni mi nombre", dije.
"Ya fue... caminamos, es lo mejor que hay", dijo F.
Y reí a carcajadas, como todo el camino a pie, aunque no me acuerdo bien por qué.
Creo que pasamos por la casa de C, pero no me acuerdo bien a hacer qué.
En un momento estábamos en avenida Libertador, que queda en la dirección exactamente opuesta a la casa de C. Lo que ocurrió en el medio sólo quedará en la memoria de algún guardia de seguridad de esos que no tienen vida y que se acuerdan de todo lo que les pasa a los demás porque su propia existencia está regalada.
En Libertador esperamos al colectivo, pero las luces empezaron a encandilarme.
"Tengo que mear, mal", dije.
Sentí las miradas de la gente en la parada que nos juzgaban. Sus ojos delataban sus miserias cotidianas y su juicio brutal y despiadado... "Jóvenes desperdiciados, asquerosos, ateos", decían con los ojos.
Corrí a través de la avenida, creo que con el semáforo aún en verde. El miedo me llevó sano y salvo al otro lado. Caminé hacia el río. Doblé en un acllejón oscuro y siniestro y extraje el miembro para orinar. Me sorprendió escuchar sonidos y cánticos y, al girar, tenía a todo un escuadrón de las fuerzas armadas en uniforme, rodeado de de mujeres en vestidos de gala. Un casamiento militar. Grité de temor y creo que más de un oficial me miró con mirada acusadora.
"Subversivo", de formó en los labios de uno de ellos, un bigotón con pinta de represor y ganas de masacrar a todo aquél que no tuviera en su casa un altar del Führer.
Sin orinar ni una sola gota, me guardé el pingo en el pantalón y corrí como si no hubiera mañana, vociferando plegarias que ni siquiera sé bien. Creo que incluso los insulté en francés, asumiendo que esos ignorantes debían ser ajenos a una lengua tan refinada.
Al volver a la avenida, estaba sudado y tembloroso. F y C me tranquilizaron, la parada se había vaciado y por suerte las señoras de mirada penetrante habían desaparecido.
"Vamos al río, que es un flash", dijo F.
"Uuuhhh, sí, es un viaje", dijo C.
"¡Jamás!", les advertí, "está lleno de milicos, se están casando entre ellos allá y creo que están haciendo algún tipo de plan para procrear a una raza aria mejor y más sana... y yo soy negrito y medio judío".
"Tranquilo, tranquilo, estás con nosotros", dijo F.
Y eso pareció bastar, porque al poco tiempo estábamos cruzando a la Escuela Militar de Nado Sincronizado, o algo así y nos encontrábamos frente al río.
"Caminemos por el muelle", sugirió C.
Y así lo hicimos. Un inmenso barco atestado de adolescentes en celo y treintañeros solteros avanzaba hacia lo profundo del río. Nos saludaban y algunas de ellos nos insultaban.
"Hijos de puta, ojalá que se ahoguen... ustedes sobran en mi sociedad", les grité, de puro despecho.
En ese momento, hicimos silencio. El río era una bestia silenciosa y profunda, estábamos indefensos ante su inmenso poder.
"Sáquenme de acá, chicos, sé que hay un monstruo submarino ahí y que en cualquier momento se va a formar un remolino y va a salir, es como un dragón... y estamos mal ubicados para correr".
Y entonces nos fuimos. De vuelta a Libertador. A tomar el colectivo.
El bus iba repleto hasta el techo y la mayoría era gente bastante grosera. Me sentí incómodo desde el momento cero. Para peor, F y C se sentaron juntos en un asiento y yo quedé aislado, hecho que se asentuó cuando logré sentarme en un asiento del extremo opuesto a ellos. Una multitud de cadáveres exquisitos quedó en el medio. Eran asquerosos: usaban collares de colores y pelos teñidos de azul y naranja; estaban todos perforados y gritaban obscenidades, se frotaban y gritaban de placer con total impunidad. No lo podía tolerar.
"Vas a estar bien", dije en voz alta, "sobreviviste a las noche de Phuket y a los golpes en la cara. Sé fuerte, hacéte hombre, sé Clint Eastwood".
Pero la tensión se hizo imposible y llamé a F al celular.
"Tengo miedo, me siento encerrado entre bestias medievales".
"Nosotros también, bajemos".
"¡Ya mismo!".
"Te veo al fondo".
Descendimos aterrados para descubrir que estábamos en avenida Cabildo, esa parte del medio que todos odian.
Las luces de colores me invadían la vista. Me quité los anteojos y grité de felicidad.
"Ja, idiotas, no saben lo que se pierden. Sin anteojos todo es mucho más hermoso, las luces de colores, los borrones en el cielo... Nunca pensé que ser miope podía ser tan fascinante..."
"Vamos a lo de M", dijo F.
"Dale, debe estar en la casa", dijo C.
"Yo sé de una fiesta, va a estar lleno de chicas cachondas y deseándonos", dije yo, recordando que en la casa de C había hablado por teléfono con N, quien me había comentado sobre una fiesta cerca del Abasto donde las drogas fluirían y serían gratis. Nadie dudaría de nosotros en un ambiente así, pleno de artistas pretenciosos e insoportables, aferrados a discursos vacíos y reiterativos.
"¿Estás para subir a otro bondi ahora mismo?", preguntó C.
"Vamos a lo de Manu, que sabe de muchas cosas, y después vemos".
Y a lo de Manu fuimos, guiados por una fuerza inercial potente y oculta, que unía a través de hilos invisibles a lo poco que quedaba de nuestros cerebros.

CONTINUARA.

2 Comments:

Blogger rainbow brite said...

quiero la continuación
a ho ra
como dijo Moria..!

3:17 AM  
Anonymous Anonymous said...

Guau! Claro que si. Em... Estas seguro de que vos me llamaste desde el colectivo (y AL colectivo)? Creo que yo te llame a vos... Pensaba mucho en la telepatia y me estaba haciendo mal: estaba aprendiendo.
Cuando subimos el colectivero les cerro la puerta en la cara a unas chicas diciendo que "Si no, esto es Cromanon!" Ahi supimos que el infierno tiene ruedas.
Abrazo
F

6:25 AM  

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