Ultimos dias de de diciembre: samurais, gurus, cohetes, jazmines y Tim Leary
"Sólo aquél que hace de sí mismo una bestia se libera del dolor de ser un hombre".
Caminamos un par de cuadras hacia lo de Manu, perdido en el ritmo interno de Belgrano. Las calles se aparecían ante nosotros como por arte de magia, sus nombres siniestros y emblemáticos. Ninguno sabía si el otro entendía adónde nos dirigíamos, pero seguíamos avanzando. Las luces me cegaban y el ruido de los autos parecía una tortura violenta, a tal punto que me obligaba a echarme hacia el centro de la acera por temor a que me rozara un auto que pasaba a dos metros y medio de distancia.
Doblamos a la esquina y se desató el temor, mezclado con la euforia.
"Mirá, mierda, mirá", grité, aferrándome a la manga de F, "mirá cómo se llama ese Video Club".
"¿Qué pasa?"
"Boludo, se llama Terciopelo Azul. Cuando ibamos camino hacia Libertador, pasamos por el teatro York y el cartel anunciaba algo así como Temporada de verano... y yo estaba seguro que decía Terciopelo Azul. ¿Te acordás, C, que les grité eso?"
"Ehhh... sí, puede ser, no me acuerdo".
"Sí, sí, es increíble, creo que tengo miedo, es una de esas coindidencias cósmicas que no podemos explicar, ¿entendés?".
La casa de Manu apareció mágicamente ante nuestros ojos, o eso pareció. Creo que C sabía en algún lugar de lo profundo de su ser adónde íbamos. Es extraño que alguien de nuestra generación sepa adónde va, aunque solo se trate de llegar al hogar de un amigo en un barrio ocupado por cadáveres y ancianos sin pasado.
Manu bajó a abrir con los ojos entrecerrados. No sabíamos bien si había estado durmiendo o si había estado fumando solo o si simplemente se manejaba por la vida con esa modalidad de ojos. Supongo que las tres. F y C siempre decían que Manu era como una especie de gurú y yo no andaba con ánimo de desmentirles nada. Para mejor, andaba con ánimo de creerles, o de creer en algo, lisa y llanamente.
Manu nos miró y un segundo le bastó.
·"Ustedes están re locos, miren sus caras".
Todos reímos. Si hubiésemos tenido un espejo, hubiésemos podido asentir pero nos bastaba (y nos sobraba, de hecho) la imaginación para dibujar en el aire las caras que debíamos tener, caras de pánico ahogado y de risa desenfranada, todo el panorama generacional tatuado a fuego en la frente, con uno de esos sellos de oficina viejo y gastado, con la expresión ARRUINADO toda borroneada, los contornos poco claros.
Subimos todos juntos en el ascensor. Fue como ir a la luna. Despegamos hacia el espacio sideral y la guarida de Manu pasó a ser... Júpiter, o una luna de Saturno.
El espacio estaba semi oscuro. El departamento estaba más bien pelado, con herramientas echadas por el piso y ni un solo muebles a la vista, salvo por una silla de oficina destartalada. Por la ventana abierta entraba el aire de fines de primavera, cercanías del verano.
En la computadora de Manu estaba pausada Los Siete Samurais. F y C corrieron hacia la pantalla, pero yo me resistí.
"No", dije, "nada de samurais a esta hora. Pienso en Japón y en el pasado y me siento inestable".
Pero ellos estaban decididos.
"Dále, Dildo, recién empieza. Estos tipos están en otro nivel, es una cosa que no se puede creer".
Agarré la cajita del DVD. Videoclub Terciopelo Azul.
"Aaaaaahhhhhh", grité, y corrí hacia la ventana. "Aaaaaaaahhhhhhh", volví a gritar. "Terciopelo Azul, es la tercera vez en la noche, ¿no lo ven? Y el tres es el número de las brujas".
Pero estaban sumidos mirando a los samurais. Me sentí solo, muy solo, y quise que alguien me abrazara.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y llamé a J., con quien apenas me había reeconcontrado amorosamente hacía un día. Una sola noche de alcohol y sexo, solventado por toda una vida de conocernos y suficiente cariño.
"Hola, hola, estoy en un estado muy visceral, no me puedo guardar nada, hola".
"Jeje... estás loco. ¿Cómo estás?"
"Lo de ayer fue muy intenso, muy intenso, todavía me tiemblan las piernas".
"Sí, a mí también me encantó. ¿Dónde estás?"
"En una casa... un departamento en Belgrano... Aaaaahhhh... Terciopelo Azul apareció tres veces hoy, pero lo que quiero que sepas es que no tengo ningún problema en llamarte hoy de vuelta porque lo de ayer me gustó mucho y acá están mirando los Siete Samurais y eso me hace sentir muy solo, pero lo importante es que, más allá de que me voy, yo te quiero mucho, ¿entendés?"
Y parece que entendía, porque nos hicimos unas descarnadas declaraciones de amor y luego me callaron, porque a los vecinos les da igual si uno hace ruido porque es un pendejo de mierda o porque está enamorado.
Levanté a F y a C de las solapas y salimos a la calle. Manu nos acompañó y nos dio el visto bueno. Casi que nos bendeció, con sus ojos de Buda y su pose de monje, enfundado en ropa de calle.
Salimos a la calle, pero ya no era la misma. El cartel era el mismo, pero la calle no. Nada es lo mismo cuando se lo mira por segunda vez: las ex novias no son lo mismo cuando una las reencuentra, los manjares no son idénticos cuando uno los vuelve a experimentar y los recuerdos del pasado modifican y alteran la experiencia hasta que esa segunda vez virtual sea, en realidad, algo absolutamente diferente. El conocimiento y el saber echan todo a perder.
Vagamos en un frenesí de quioscos y taxis, mareas humanas de adolescentes en desesperada búsqueda de fiesta y ancianos a los que les habían robado el sueño. Creo que alguna niñaca que apenas si llegaba a los doce años, vestida con una falda más corta que su ropa interior y con una camiseta que decía SOY TU PUTA SUCIA Y FACIL, o algo por el estilo, me dijo algo al pasar, pero mi apetito sexual estaba ido... o simplemente perdido.
La vuelta es dudosa, como todo. Los tres nos ahogamos en extensos silencios, o hablamos todo el tiempo. No hace a la diferencia. El colectivo de turno hizo una carrera loca contra el tiempo y perdimos contra la mañana. La luz lo invadió todo. Nuestros ojos se achinaron y, antes de que pudiéramos sucumbir a la muerte de la noche, alguien entró en conciencia y bajamos del vehículo, seguramente insultando al conductor o escupiendo en la calle.
Las seis cuadras que separan a Maipú de mi casa fueron igual de nebulosas. Esa luz de la mañana y ese sonido de pájaros nos taladraba el cerebro. Es factible que yo recitara el monólogo incial de Calígula, una y otra vez...
Existo desde la mañana del mundo...
Y F analizaba lo que recordaba de las horas previas.
... y moriré cuando la última estrella haya caído del cielo...
Y C se reía, o pensaba en silencio, o nos miraba a F y a mí en nuestra egomanía desatada.
Me presento antes ustedes bajo el nombre de Calígula César, pero soy...
Y la puerta de mi casa, sólida y agresiva, metal contra metal, de esos que al chocar contra el hormigón recubierto hace clang igual.
La planta de jazmines estaba en su máxima esplendor.
"Noooooo, es maravillosa, está en el pico de la seducción", dijo F.
Y tenía razón. Esa planta era el objeto sexual más poderoso que habíamos visto en nuestas vidas, aún a pesar de su blanca palidez. Su olor penetrante nos extasiaba hasta límites impensados. Los tres nos acercamos progresivamente, nos dejamos caer sobre los pétalos y cerramos los ojos, gritando de placer ante esa experiencia sensorial.
Recordé a J y pensé una vez más en esa extraña cadena de asociaciones que construyen al mundo. Terciolpelo Azul revisitado.
No pude contenerme más y me comí un pétalo y luego otro y luego otro. F y C me imitaron.
Con el estómago lleno de pétalos de jazmín, recorrimos la extensión del jardín y nos sentamos en la mesita de cuadraditos verdes a apreciar al entorno. Y a hablar.
"Chicos, me voy en dos semanas", dije, y sonreí.
Y luego lloré.
Y luego reí.
Y luego lloré.
Y luego reí, lloré, reí, lloré y así sucesivamente hasta que las dos cosas era simultáneas y mis entrañas se retorcían de dolor y placer y completa inestabilidad emocional y caos mental y el fin del pensamiento.
F y C se encontraban igual. Habíamos llegado al final de la experiencia. No había más camino por recorrer.
Nos habíamos enfrentado a la bestia oculta de la forma más sincera y tangible posible, a través de los estupefacientes. Y hay un cierto encanto trastornado en el hecho de perderse dentro de uno mismo y sacar esa basura extravagante que se esconde detrás de nuestras pestañas y nuestros uniformes. Hay un goce místico y un tanto revelador en hacerse cargo de esas verdades que aprendemos a esconder, la salvación reside en ese exhibicionismo obsceno de emociones.
En un tiempo de muchas palabras y pocas verdades, ser elocuente y ser real es un lujo que pocos se pueden dar.
Es la expansión de la conciencia, diría Tim Leary.
Y eso nos hizo diferentes, eso nos unió a generaciones perdidas. Y nos permitió, aún en silencio, ser profetas para nuestra propia generación, ese compendio torpe y perdido que sólo sabe a escuchar a quien menos le conviene.
Dos semanas después, me fui a España.
Y diez meses después estoy aquí, dialogando con el pasado, que me pide a gritos que vuelva al ruedo.
Caminamos un par de cuadras hacia lo de Manu, perdido en el ritmo interno de Belgrano. Las calles se aparecían ante nosotros como por arte de magia, sus nombres siniestros y emblemáticos. Ninguno sabía si el otro entendía adónde nos dirigíamos, pero seguíamos avanzando. Las luces me cegaban y el ruido de los autos parecía una tortura violenta, a tal punto que me obligaba a echarme hacia el centro de la acera por temor a que me rozara un auto que pasaba a dos metros y medio de distancia.
Doblamos a la esquina y se desató el temor, mezclado con la euforia.
"Mirá, mierda, mirá", grité, aferrándome a la manga de F, "mirá cómo se llama ese Video Club".
"¿Qué pasa?"
"Boludo, se llama Terciopelo Azul. Cuando ibamos camino hacia Libertador, pasamos por el teatro York y el cartel anunciaba algo así como Temporada de verano... y yo estaba seguro que decía Terciopelo Azul. ¿Te acordás, C, que les grité eso?"
"Ehhh... sí, puede ser, no me acuerdo".
"Sí, sí, es increíble, creo que tengo miedo, es una de esas coindidencias cósmicas que no podemos explicar, ¿entendés?".
La casa de Manu apareció mágicamente ante nuestros ojos, o eso pareció. Creo que C sabía en algún lugar de lo profundo de su ser adónde íbamos. Es extraño que alguien de nuestra generación sepa adónde va, aunque solo se trate de llegar al hogar de un amigo en un barrio ocupado por cadáveres y ancianos sin pasado.
Manu bajó a abrir con los ojos entrecerrados. No sabíamos bien si había estado durmiendo o si había estado fumando solo o si simplemente se manejaba por la vida con esa modalidad de ojos. Supongo que las tres. F y C siempre decían que Manu era como una especie de gurú y yo no andaba con ánimo de desmentirles nada. Para mejor, andaba con ánimo de creerles, o de creer en algo, lisa y llanamente.
Manu nos miró y un segundo le bastó.
·"Ustedes están re locos, miren sus caras".
Todos reímos. Si hubiésemos tenido un espejo, hubiésemos podido asentir pero nos bastaba (y nos sobraba, de hecho) la imaginación para dibujar en el aire las caras que debíamos tener, caras de pánico ahogado y de risa desenfranada, todo el panorama generacional tatuado a fuego en la frente, con uno de esos sellos de oficina viejo y gastado, con la expresión ARRUINADO toda borroneada, los contornos poco claros.
Subimos todos juntos en el ascensor. Fue como ir a la luna. Despegamos hacia el espacio sideral y la guarida de Manu pasó a ser... Júpiter, o una luna de Saturno.
El espacio estaba semi oscuro. El departamento estaba más bien pelado, con herramientas echadas por el piso y ni un solo muebles a la vista, salvo por una silla de oficina destartalada. Por la ventana abierta entraba el aire de fines de primavera, cercanías del verano.
En la computadora de Manu estaba pausada Los Siete Samurais. F y C corrieron hacia la pantalla, pero yo me resistí.
"No", dije, "nada de samurais a esta hora. Pienso en Japón y en el pasado y me siento inestable".
Pero ellos estaban decididos.
"Dále, Dildo, recién empieza. Estos tipos están en otro nivel, es una cosa que no se puede creer".
Agarré la cajita del DVD. Videoclub Terciopelo Azul.
"Aaaaaahhhhhh", grité, y corrí hacia la ventana. "Aaaaaaaahhhhhhh", volví a gritar. "Terciopelo Azul, es la tercera vez en la noche, ¿no lo ven? Y el tres es el número de las brujas".
Pero estaban sumidos mirando a los samurais. Me sentí solo, muy solo, y quise que alguien me abrazara.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y llamé a J., con quien apenas me había reeconcontrado amorosamente hacía un día. Una sola noche de alcohol y sexo, solventado por toda una vida de conocernos y suficiente cariño.
"Hola, hola, estoy en un estado muy visceral, no me puedo guardar nada, hola".
"Jeje... estás loco. ¿Cómo estás?"
"Lo de ayer fue muy intenso, muy intenso, todavía me tiemblan las piernas".
"Sí, a mí también me encantó. ¿Dónde estás?"
"En una casa... un departamento en Belgrano... Aaaaahhhh... Terciopelo Azul apareció tres veces hoy, pero lo que quiero que sepas es que no tengo ningún problema en llamarte hoy de vuelta porque lo de ayer me gustó mucho y acá están mirando los Siete Samurais y eso me hace sentir muy solo, pero lo importante es que, más allá de que me voy, yo te quiero mucho, ¿entendés?"
Y parece que entendía, porque nos hicimos unas descarnadas declaraciones de amor y luego me callaron, porque a los vecinos les da igual si uno hace ruido porque es un pendejo de mierda o porque está enamorado.
Levanté a F y a C de las solapas y salimos a la calle. Manu nos acompañó y nos dio el visto bueno. Casi que nos bendeció, con sus ojos de Buda y su pose de monje, enfundado en ropa de calle.
Salimos a la calle, pero ya no era la misma. El cartel era el mismo, pero la calle no. Nada es lo mismo cuando se lo mira por segunda vez: las ex novias no son lo mismo cuando una las reencuentra, los manjares no son idénticos cuando uno los vuelve a experimentar y los recuerdos del pasado modifican y alteran la experiencia hasta que esa segunda vez virtual sea, en realidad, algo absolutamente diferente. El conocimiento y el saber echan todo a perder.
Vagamos en un frenesí de quioscos y taxis, mareas humanas de adolescentes en desesperada búsqueda de fiesta y ancianos a los que les habían robado el sueño. Creo que alguna niñaca que apenas si llegaba a los doce años, vestida con una falda más corta que su ropa interior y con una camiseta que decía SOY TU PUTA SUCIA Y FACIL, o algo por el estilo, me dijo algo al pasar, pero mi apetito sexual estaba ido... o simplemente perdido.
La vuelta es dudosa, como todo. Los tres nos ahogamos en extensos silencios, o hablamos todo el tiempo. No hace a la diferencia. El colectivo de turno hizo una carrera loca contra el tiempo y perdimos contra la mañana. La luz lo invadió todo. Nuestros ojos se achinaron y, antes de que pudiéramos sucumbir a la muerte de la noche, alguien entró en conciencia y bajamos del vehículo, seguramente insultando al conductor o escupiendo en la calle.
Las seis cuadras que separan a Maipú de mi casa fueron igual de nebulosas. Esa luz de la mañana y ese sonido de pájaros nos taladraba el cerebro. Es factible que yo recitara el monólogo incial de Calígula, una y otra vez...
Existo desde la mañana del mundo...
Y F analizaba lo que recordaba de las horas previas.
... y moriré cuando la última estrella haya caído del cielo...
Y C se reía, o pensaba en silencio, o nos miraba a F y a mí en nuestra egomanía desatada.
Me presento antes ustedes bajo el nombre de Calígula César, pero soy...
Y la puerta de mi casa, sólida y agresiva, metal contra metal, de esos que al chocar contra el hormigón recubierto hace clang igual.
La planta de jazmines estaba en su máxima esplendor.
"Noooooo, es maravillosa, está en el pico de la seducción", dijo F.
Y tenía razón. Esa planta era el objeto sexual más poderoso que habíamos visto en nuestas vidas, aún a pesar de su blanca palidez. Su olor penetrante nos extasiaba hasta límites impensados. Los tres nos acercamos progresivamente, nos dejamos caer sobre los pétalos y cerramos los ojos, gritando de placer ante esa experiencia sensorial.
Recordé a J y pensé una vez más en esa extraña cadena de asociaciones que construyen al mundo. Terciolpelo Azul revisitado.
No pude contenerme más y me comí un pétalo y luego otro y luego otro. F y C me imitaron.
Con el estómago lleno de pétalos de jazmín, recorrimos la extensión del jardín y nos sentamos en la mesita de cuadraditos verdes a apreciar al entorno. Y a hablar.
"Chicos, me voy en dos semanas", dije, y sonreí.
Y luego lloré.
Y luego reí.
Y luego lloré.
Y luego reí, lloré, reí, lloré y así sucesivamente hasta que las dos cosas era simultáneas y mis entrañas se retorcían de dolor y placer y completa inestabilidad emocional y caos mental y el fin del pensamiento.
F y C se encontraban igual. Habíamos llegado al final de la experiencia. No había más camino por recorrer.
Nos habíamos enfrentado a la bestia oculta de la forma más sincera y tangible posible, a través de los estupefacientes. Y hay un cierto encanto trastornado en el hecho de perderse dentro de uno mismo y sacar esa basura extravagante que se esconde detrás de nuestras pestañas y nuestros uniformes. Hay un goce místico y un tanto revelador en hacerse cargo de esas verdades que aprendemos a esconder, la salvación reside en ese exhibicionismo obsceno de emociones.
En un tiempo de muchas palabras y pocas verdades, ser elocuente y ser real es un lujo que pocos se pueden dar.
Es la expansión de la conciencia, diría Tim Leary.
Y eso nos hizo diferentes, eso nos unió a generaciones perdidas. Y nos permitió, aún en silencio, ser profetas para nuestra propia generación, ese compendio torpe y perdido que sólo sabe a escuchar a quien menos le conviene.
Dos semanas después, me fui a España.
Y diez meses después estoy aquí, dialogando con el pasado, que me pide a gritos que vuelva al ruedo.
6 Comments:
muy buenisima experiencia la verdad
yo habito este barrio de cadáveres pero no ubico terciopelo azul voy a salir en busca de él pronto
che sin darte cuenta, estás volviendo al ruedo.... y en poco llegará la plenitud, ya verás.
Bravo. Un placer leer algo tan bien escrito y con tantas emociones asi de palpables...
Cuando te concentrás más en encontrar los adjetivos que sirven, en vez de hacer una sobrecarga, el texto fluye y fluye y fluye.
Bueno... Terciopelo azul esta sobre Charcas y, al igual que Manu, se encuentra en Barrio Norte.
Aunque el espacio... Que cosa...
Ah, y hay unas cositas que ruedan de las q me hablo un camello que yo se... Y que me compre el fin de semana a(i)nterior... y que me dio una paz que de no creer...
Para volver al ruedo cuando vos quieras...
Abrazo,
F
Terciopelo azul esta sobre charcas .. nose si charcas y gallo o aguero por ahi esta
Yo era el dueño de " Terciopelo Azul " guemes 2989, nico, aquellas luces azules....
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