Las venerables todas
Hay algo muy intenso de las relaciones amorosas y es que no terminan nunca. Se cierran formalmente, sí, pero no se acaban. Las personas con las que tuvimos un contacto íntimo siempre vuelven a aparecer en nuestras conversaciones, siempre ocupan algún lugar de nuestra mente cada tanto y más de una vez fantaseamos con volver a tener un affair con ellas. Cuando nos las encontramos en un momento o lugar inesperado se da una extrañeza que no tiene equivalente en otros ámbitos de la vida y, cuando se da esa incómoda situación en la que estamos con nuestra actual relación o ella está con su actual pareja y se da el encuentro, alguno de los dos adopta un modo apologético, como si hubiera que pedir perdón o dar explicaciones por haber continuado con nuestras vidas.
Es un milagro y, a la vez, un drama. Es algo con lo que uno aprende a vivir: el amor no se acaba nunca. Hay amores nuevos, pero los viejos no se mueren. Y, si se da la ocasión de que la relación termine con odios o violencia, se produce una herida que no cicatriza hasta que hagamos las paces con esa persona. Inevitablemente, cuando una relación acaba, uno tiende al replanteo total, analiza cómo se comportó en todos los casos anteriores y se tranquiliza a sí mismo afirmando que siempre fue generoso y misericoridioso y que, si esta vez todo salió mal, fue por culpa del otro.
Pero, a fin de cuentas, nuestros amores forman una especie de árbol genealógico y no se puede sino fantasear con qué pasaría si se conocieran. Admito que, guiado por la tentación, más de una vez presenté entre sí a ex novias o amantes mías, no siempre diciéndoles la verdad. Siempre hubo buen trato, aunque nunca pasó que dos de ellas se hicieran amigas, vaya uno a saber por qué. Pero sí es cierto que nuestros amores dicen mucho del momento en que estábamos pasando cuando los tuvimos, dicen qué pretendíamos de la vida y del amor en ese estado particular y, sobre todo, dicen de qué nos estábamos escapando o dónde buscábamos abrigo.
Y si algo es verdadero e irrefutable del amor es que hace que todo esté bien, equilibrado. Y el gran drama del fin del amor es la conciencia evidente de que esa sensación no va a volver por mucho tiempo. Porque el amor no es como el caramelo de moda, que se vende en el quiosco de la esquina a precio de saldo. Cuando una relación se acaba, trae consigo la hecatombe de que no será reemplazada hasta dentro de mucho tiempo después. Varios de nosotros cometimos el error de querer tapar un hueco emocional con otra relación intensa e inmediata y, a la larga, resultó en personas dolidas y una gran carga de conciencia.
Sí, es un regalo de la vida y a la vez un peso. No podemos parar de hablar de ello, hasta tal punto nos obsesiona. Y le cantamos al amor porque tiene una cualidad mística o religiosa: el Amor trae consigo la Salvación. Encuentra el amor, dirá el Libro que Todo lo Sabe, y encontrarás la paz mental. Por momentos, claro, porque los buenos amores - los amores de antaño - son tormentosos, van a la deriva entre una dósis de pasión desenfrenada y una dósis de gritos y desconsuelo.
La soledad es un mal que nos aqueja a todos y no hay mayor agravio que el ver la felicidad de dos personas enamoradas. Uno les ve un relajo y una ausencia de presiones que da escalofríos. Mientras los solitarios nos dejamos llevar por el frenesí de los fines de semana por la noche, los tortolitos se permiten irse a la tranquilidad del hogar un sábado a la noche para "hacer sus cosillas". Los otros, nostros, los resentidos, seguimos aferrados a la botella, anhelando que al final de esa noche nos toque algo remotamente similar, un cobijo junto a alguien que nos genere un poquito de fantasía, la suficiente como para olvidarse de que al día siguiente hay cosas que hacer cuando salga el sol.
Qué maravilla es conocer a alguien y dejarse fascinar... qué sensación tan única e irrepetible. No se trata de la mera idea de poder decirle a los familiares "conocí a una chica" o de contarle a los amigos cómo "me la llevé a mi casa". No, no es ese el asunto. Conocer a alguien que nos haga fantasía es una razón para levantarse a la mañana sonriendo, es una fuerza inexplicable que hace interferencia en nuestros sueños y que nos hace estar más atentos que de costumbre al teléfono. Qué bonita la espera, la ansiedad o esas dudas letales que uno tiene al comienzo sobre si "está bien lo que estoy haciendo o si debería salir corriendo antes de que llegue". Y qué indescriptibles las salidas en compañía, las primeras declaraciones de interés real bajo los efectos del alcohol o la evidencia de que hay algo más allí que un jugueteo de fin de semana.
Yo admito que mi amor es mucho más amplio, de todos modos. Porque puedo decir que, de alguna manera, sigo amando a quienes amé y me amaron a cambio (aún si hoy en día ya no me amen), pero también sigo amando a quién amé y no me amó y, de otra manera más radical, creo que sigo amando a quienes debería haber amado y no amé. Siento compasión por quienes me amaron y yo no amé - pero no lástima, sino esa forma de amor tan cristiana llamada compasión - y muchas veces, miro a mis amigas más íntimas y deseo amarlas solo para demostrarles cuánto las quiero. También me pasa con mis amigos hombres, la verdad, pero no me atrevería a llamarlo del mismo modo. Es amor, sí, pero desprovisto de deseo, una cuestión afectiva más brutal y menos ascequible, lo que Wilde llamaba "el amor que no se puede nombrar".
Me gustaría aprender a perdonar, si bien en gran parte he aprendido, y me gustaría - pero sólo en una pequeña medida - aprender a olvidar. Pero también hay un costado adorable y tierno a todo este dolor (asumo que se habrán dado cuenta, por el tono elegiático de este conjunto de ideas) y eso no tiene por qué irse. Aprender a lidiar con el pasado sin mentirse a sí mismo es una experiencia única. Sólo pido, como más de una vez lo dije, que aquellas que formaron parte de mi vida amorosa me recuerden con tanto cariño como yo a ellas. Yo creo que en general es así y la verdad es que trato de mantenerme en contacto con ellas y de ser sincero con ellas lo más posible. Es también una manera de ser sincero y de estar en paz conmigo mismo. Pero, sin desmerecer al pasado, también me levanto rogando que aparezca alguien nuevo en la cadena, porque este período de transición se hace cuesta arriba ahora que estoy tan solo.
Es un milagro y, a la vez, un drama. Es algo con lo que uno aprende a vivir: el amor no se acaba nunca. Hay amores nuevos, pero los viejos no se mueren. Y, si se da la ocasión de que la relación termine con odios o violencia, se produce una herida que no cicatriza hasta que hagamos las paces con esa persona. Inevitablemente, cuando una relación acaba, uno tiende al replanteo total, analiza cómo se comportó en todos los casos anteriores y se tranquiliza a sí mismo afirmando que siempre fue generoso y misericoridioso y que, si esta vez todo salió mal, fue por culpa del otro.
Pero, a fin de cuentas, nuestros amores forman una especie de árbol genealógico y no se puede sino fantasear con qué pasaría si se conocieran. Admito que, guiado por la tentación, más de una vez presenté entre sí a ex novias o amantes mías, no siempre diciéndoles la verdad. Siempre hubo buen trato, aunque nunca pasó que dos de ellas se hicieran amigas, vaya uno a saber por qué. Pero sí es cierto que nuestros amores dicen mucho del momento en que estábamos pasando cuando los tuvimos, dicen qué pretendíamos de la vida y del amor en ese estado particular y, sobre todo, dicen de qué nos estábamos escapando o dónde buscábamos abrigo.
Y si algo es verdadero e irrefutable del amor es que hace que todo esté bien, equilibrado. Y el gran drama del fin del amor es la conciencia evidente de que esa sensación no va a volver por mucho tiempo. Porque el amor no es como el caramelo de moda, que se vende en el quiosco de la esquina a precio de saldo. Cuando una relación se acaba, trae consigo la hecatombe de que no será reemplazada hasta dentro de mucho tiempo después. Varios de nosotros cometimos el error de querer tapar un hueco emocional con otra relación intensa e inmediata y, a la larga, resultó en personas dolidas y una gran carga de conciencia.
Sí, es un regalo de la vida y a la vez un peso. No podemos parar de hablar de ello, hasta tal punto nos obsesiona. Y le cantamos al amor porque tiene una cualidad mística o religiosa: el Amor trae consigo la Salvación. Encuentra el amor, dirá el Libro que Todo lo Sabe, y encontrarás la paz mental. Por momentos, claro, porque los buenos amores - los amores de antaño - son tormentosos, van a la deriva entre una dósis de pasión desenfrenada y una dósis de gritos y desconsuelo.
La soledad es un mal que nos aqueja a todos y no hay mayor agravio que el ver la felicidad de dos personas enamoradas. Uno les ve un relajo y una ausencia de presiones que da escalofríos. Mientras los solitarios nos dejamos llevar por el frenesí de los fines de semana por la noche, los tortolitos se permiten irse a la tranquilidad del hogar un sábado a la noche para "hacer sus cosillas". Los otros, nostros, los resentidos, seguimos aferrados a la botella, anhelando que al final de esa noche nos toque algo remotamente similar, un cobijo junto a alguien que nos genere un poquito de fantasía, la suficiente como para olvidarse de que al día siguiente hay cosas que hacer cuando salga el sol.
Qué maravilla es conocer a alguien y dejarse fascinar... qué sensación tan única e irrepetible. No se trata de la mera idea de poder decirle a los familiares "conocí a una chica" o de contarle a los amigos cómo "me la llevé a mi casa". No, no es ese el asunto. Conocer a alguien que nos haga fantasía es una razón para levantarse a la mañana sonriendo, es una fuerza inexplicable que hace interferencia en nuestros sueños y que nos hace estar más atentos que de costumbre al teléfono. Qué bonita la espera, la ansiedad o esas dudas letales que uno tiene al comienzo sobre si "está bien lo que estoy haciendo o si debería salir corriendo antes de que llegue". Y qué indescriptibles las salidas en compañía, las primeras declaraciones de interés real bajo los efectos del alcohol o la evidencia de que hay algo más allí que un jugueteo de fin de semana.
Yo admito que mi amor es mucho más amplio, de todos modos. Porque puedo decir que, de alguna manera, sigo amando a quienes amé y me amaron a cambio (aún si hoy en día ya no me amen), pero también sigo amando a quién amé y no me amó y, de otra manera más radical, creo que sigo amando a quienes debería haber amado y no amé. Siento compasión por quienes me amaron y yo no amé - pero no lástima, sino esa forma de amor tan cristiana llamada compasión - y muchas veces, miro a mis amigas más íntimas y deseo amarlas solo para demostrarles cuánto las quiero. También me pasa con mis amigos hombres, la verdad, pero no me atrevería a llamarlo del mismo modo. Es amor, sí, pero desprovisto de deseo, una cuestión afectiva más brutal y menos ascequible, lo que Wilde llamaba "el amor que no se puede nombrar".
Me gustaría aprender a perdonar, si bien en gran parte he aprendido, y me gustaría - pero sólo en una pequeña medida - aprender a olvidar. Pero también hay un costado adorable y tierno a todo este dolor (asumo que se habrán dado cuenta, por el tono elegiático de este conjunto de ideas) y eso no tiene por qué irse. Aprender a lidiar con el pasado sin mentirse a sí mismo es una experiencia única. Sólo pido, como más de una vez lo dije, que aquellas que formaron parte de mi vida amorosa me recuerden con tanto cariño como yo a ellas. Yo creo que en general es así y la verdad es que trato de mantenerme en contacto con ellas y de ser sincero con ellas lo más posible. Es también una manera de ser sincero y de estar en paz conmigo mismo. Pero, sin desmerecer al pasado, también me levanto rogando que aparezca alguien nuevo en la cadena, porque este período de transición se hace cuesta arriba ahora que estoy tan solo.
5 Comments:
bueno he leido y puedo respirar. tenés mucha razón en cosas que decís.. q buenos los fines de semana..
pero el eterno inconformismo me hace dudar sobre algunas cosas..a veces eso q envidiamos de otros no nos haría felices de tenerlo.. bah.. q será? no sé...
mmm..me estremeces hoy guido.
decía mi querida luz casal (y alguna vez ana belén creo) que le pide a dios solo una cosa, que el futuro no le sea indiferente. y confío en que a nosotros no nos será.
beso¡
Che ya me dejó entrada dolo, quiero convencer a emilio q es mi gran partener danzarín.. y quizás el equipo de sonido vaya en todo su esplendor..
salud!
yo tambien pido q aparezca alguien nuevo en la cadena para que me evite y me impida seguir en el pasado, seguir estando con lo conocido, me confundo, me aburro, me engaño, me hago trampa
no estás tan solo,
nos tienes a todos los que te leemos.
claro que eso no basta,lo sé.
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