Una forma positiva de ver un hecho bizarro
Todo el tiempo tengo la impresión - y no sé si es mi percepción de las cosas o que efectivamente estoy en lo cierto - que mi vida está plagada de hechos extraordinarios. Todos los días ocurre al menos una cosa que considero que se sale del cauce de lo normal, y no lo digo porque sepa exactamente qué es lo normal, pero sí sé que lo standard no es lo que a mí me pasa.
Una vez cada tanto confirmo esta sospecha, porque ocurren cosas que simplemente están más cerca de la ficción que de lo cotidiano.
Surgió la necesidad de dar el examen TOEFL y que no había cupos disponibles en Buenos Aires hasta entrado Diciembre, fecha para la cual mis esfuerzos serían inútiles. Por lo tanto, con un poco de astucia, conseguí sitio en Mar del Plata para una fecha razonable, el 20 de octubre, y me dije que sería una buena ocasión para tomarme un fin de semana en este balneario costero, cerca del mar. Arena, cafés junto al mar, un paseo por el puerto y la costanera, una vuelta por esa librería donde venden ejemplares en inglés por pocos pesos...
Mi padre aceptó acompañarme sin chistar. Nos montamos al Audi TT, automóvil que llama la atención de todo ser vivo que se le pose cerca y que es una espléndida manera de que una chica inalcanzable se digne a hablarnos, y hacia el mediodía partimos hacia La Feliz. Gracias a la imperceptible aceleración del auto, en apenas tres horas y media atravesamos los 414 kilómteros que separan a ambas ciudades.
Mi padre decidió que estábamos destinados a pasarla bien, más allá del examen, y nos alojamos en el Hermitage, hotel de cinco estrellas al que sólo miro desde afuera cada vez que vengo a Mar del Plata para su festival de cine.
"Pa, me parece demasiado", comenté.
"Ya que estamos acá, rompamos el chanchito", contestó.
Una vez instalados en la habitación con vista al mar, salimos a caminar, con la intención de matar el tiempo y de tomar un rico café. Paseando por las calles en dirección hacia donde tenía el examen, le pedí que me acompañara a la librería que tanto me gusta. Grande fue mi sorpresa al notar que la habían demolido y en su lugar sólo había un hueco enorme, el cual probablemente destinen a construir un negocio de electrodomésticos o una inmobiliaria con prostíbulo incorporado.
"Nene, la librería esa se mudó a la calle Santa Fe", dijo un portero bastante pasado de años y de peso.
Pero no eran sólo los libros lo que buscaba. El recuerdo de año tras año pasado en ese negocio, haciendo tiempo para entrar a ver alguna película en el cine Colón, sobre la Diagonal, hojeando libros de historia romana o ejemplares únicos de novelas francesas de los años sesenta... Los libros eran lo de menos. Por eso nos dimos una vuelta por la feria del libro instalada en medio de la plaza, visitamos fugazmente a la catedral de San Pedro - la cual, pese a su aspecto gótico y sus intrincados vitreaux, data de 1905, una de esas obras estrambóticas que algún intendente fuera de su sano juicio planeó en un frenesí religioso - y nos dirigimos a La Fonte d´Oro para tomar un café.
Excedido como soy, no me bastó el cafecito y me devoré un enorme pedazo de cheesecake, recubierto en frutilla, mientras releía preguntas que me podían tocar como temas de ensayo en el examen.
Hacia las seis, caminamos lentamente hacia la academia Speakeasy, situada sobre la calle Catamarca. Me despedí de mi padre, le dije que lo pasaría a buscar por el hotel una vez transcurridas las cuatro horas del examen y que iríamos a comer. En la sala me recibió Sandra, la principal secretaria del centro de enseñanza de inglés, a pesar de no manejar ni una palabra del idioma. Poco a poco llegaron los otros candidatos a rendir el examen; dado que acabaría teniendo un diálogo casi íntimo y personal con ellos, paso a describirlos:
- Mónica: en sus veintes, la única mujer del grupo. Venida desde Buenos Aires. Seria, responsable y parsimoniosa, no es ni la reina de la diversión ni la madre superiora del convento. Un equilibrado punto medio. A punto de recibirse de abogada especializada en impuestos, planeó un futuro en los Estados Unidos con su novio, dedicado a la Economía. No es de ninguna manera pro-yanqui, si bien cada tanto se le escapa un comentario medio facho como "hay que cerrar esa villa miseria". Resolutiva, temerosa a las estaciones de tren y muy amiga de la frase "cuando uno no sabe nada de algo, lo mejor es correrse a un costado y dejar a los que saben".
- El militar: si bien hablé mucho con él, no logro recordar su nombre. Es de Punta Alta, cerca de Bahía Blanca. Pero es, sin duda, un tipo particular. Su principal deseo es ir a estudiar ciencias políticas a la Academia Naval en Indianápolis. Es decir, anhela ser parte de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Su corte de pelo y su pose corporal ya avalarían la idea, pero comentarios como ·"yo conocí a un jujeño color carbón que decía que de chico era rubio... qué hijo de puta" lo hacen evidente. El dato curioso es que habla alemán y ruso con acento militar y que dice que su padre es un comerciante peronista que no quiere saber nada con los deseos de su hijo.
- Nino: un alemán de casi dos metros, rubio y barbudo, vestido como si fuera un hippie de los setentas. Nino es de Brehmen, pero está de paso por la Universidad de Belgrano (a la que considera "un colegio secundario") y antes ha vivido en Bolivia. Quiere irse a Oxford, aunque en realidad no sabe bien lo que quiere. Calmo, de paso lento y sonrisa tardía, Nino habla un castellano defectuoso pero simpático. Y dice haber rendido el TOEFL antes, por eso llegó tarde y desganado.
Al poco tiempo se hizo presente Sebastián, el coordinador general del centro. Con sonrisa nerviosa, nos dio a entender que ninguno de nosotros aparecíamos en la base de datos para rendir el examen. Llamó a Estados Unidos, de donde provenía el problema, y, luego de esperar un rato, les explicó el problema por teléfono. Siendo un examen norteamericano, cualquier falla a la puntualidad llama la atención. Y pasaron diez minutos luego de las siete, y luego media hora y luego una hora. Sebastián iba y venía, llamaba y anotaba cosas, entraba a la página oficial del TOEFL, de todo. Se notaba la tensión en su rostro y, mientras él buscaba solucionar el problema, la secretaria y los examinados habíamos entablado una conversación sobre las carreras, las perspectivas de futuro, los exámenes y demás temas administrativos, para pasar luego a anécdotas, a relaciones amorosas, a ideología, a música que nos gusta y a fiestas marplatenses.
Hacia las ocho y media, pedí el teléfono y llamé a mi papá.
"Pa, esto está ultrademorado. Andá a comer porque antes de la una de acá no salgo".
Alrededor de las nueve, Sebastián dijo que tres computadoras estaban listas para empezar, sólo faltaba una. Mónica tenía que tomarse el bus de vuelta a Buenos Aires a la 1:30 y por eso fue primera. El resto esperábamos en la sala a que nos llamaran. Pero mientras ella empezaba a aclimatarse, escuchamos el ruido grave y brutal. Vimos a Mónica salir corriendo hacia el pasillo, aterrada.
"Se cayó la computadora", pensé, mientras iba hacia la sala de computadoras.
Allí estaba Sebastián, caído en el piso, retorciéndose y golpeándose contra una silla, en pleno ataque de epilepsia.
Mónica y yo estábamos petrificados. Sandra nos dio una regla para que Sebastián mordiera, pero nos quedamos quietos. El militar se quitó el abrigo que llevaba puesto y se lo hizo morder al coordinador para evitar que se cortara la lengua, aunque leves rastros de sangre ponían en evidencia que ya era tarde. Los ojos saltones, la cara roja y el cuerpo violentado por movimientos rítmicos y desenfrenados, Sebastián había entrado en transe.
Nino estaba en el baño y se enteró de nuestra boca, Mónica dijo su famosa frase sobre la ignorancia y yo... yo me ofrecí para ayudar, sabiendo que en realidad no había nada que pudiera hacer. Pronto llegaron la ambulancia y la esposa de Sebastián, quienes discutieron entre sí.
"Yo lo conozco más que ustedes", gritó la esposa, ante lo cual los paramédicos desaparecieron y la esposa sola se llevó a su marido, quien mostraba claros signos de incomprensión y amnesia. Lo único que Sebastián atinó a decir fue:
"Uuuhhh, cómo llueve...".
Y sí. Al mirar afuera notamos que llovía como si el cielo se fuese a caer. El examen estaba oficialmente suspendido y los cuatro examinados, más Sandra, la secretaria, estábamos varados en la academia, esperando a que parara de llover. En vano llamar a un taxi, ya que los pocos taxis disponibles se negaban a circular.
"No, señora, con esta lluvia no transitamos", dijo una voz en el teléfono.
Finalmente conseguimos transporte y Sandra nos tranquilizó, diciendo que el lunes nos llamarían para confirmar si podremos ir el sábado 28 a rendir el test. Nino y yo, los más apurados por rendir, incluso barajamos la idea de ir a Córdoba a dar el examen, si Sebastián no llegase a recuperarse a tiempo.
Todos nos despedimos, nos deseamos suerte y partimos. Nino y yo compartimos un taxi y le prometí traerlo en auto si debemos volver a Mar del Plata el 28. Al llegar al hotel, vi en la tele un pedazo de Mujeres al borde de un ataque de nervios y luego fui a comer una hamburguesa a Manolo. Cansado y saturado de tanto revuelo, dejé la recorrida de la noche marplatense para el siguiente fin de semana y me fui a dormir.
Hoy manejé yo el TT, lo llevé a 200 kilómetros por hora y dejé que el viento cálido me pegara en la cara.
Creo que finalmente puedo afirmar, con la evidencia aún fresca, que es real que mi vida está cargada de hechos extraordinarios. Y, si bien a veces me ocasionan disgustos, tengo que admitir que me gusta más así. Qué aburrido es, a fin de cuentas, cuando no pasa nada de nada.
Una vez cada tanto confirmo esta sospecha, porque ocurren cosas que simplemente están más cerca de la ficción que de lo cotidiano.
Surgió la necesidad de dar el examen TOEFL y que no había cupos disponibles en Buenos Aires hasta entrado Diciembre, fecha para la cual mis esfuerzos serían inútiles. Por lo tanto, con un poco de astucia, conseguí sitio en Mar del Plata para una fecha razonable, el 20 de octubre, y me dije que sería una buena ocasión para tomarme un fin de semana en este balneario costero, cerca del mar. Arena, cafés junto al mar, un paseo por el puerto y la costanera, una vuelta por esa librería donde venden ejemplares en inglés por pocos pesos...
Mi padre aceptó acompañarme sin chistar. Nos montamos al Audi TT, automóvil que llama la atención de todo ser vivo que se le pose cerca y que es una espléndida manera de que una chica inalcanzable se digne a hablarnos, y hacia el mediodía partimos hacia La Feliz. Gracias a la imperceptible aceleración del auto, en apenas tres horas y media atravesamos los 414 kilómteros que separan a ambas ciudades.
Mi padre decidió que estábamos destinados a pasarla bien, más allá del examen, y nos alojamos en el Hermitage, hotel de cinco estrellas al que sólo miro desde afuera cada vez que vengo a Mar del Plata para su festival de cine.
"Pa, me parece demasiado", comenté.
"Ya que estamos acá, rompamos el chanchito", contestó.
Una vez instalados en la habitación con vista al mar, salimos a caminar, con la intención de matar el tiempo y de tomar un rico café. Paseando por las calles en dirección hacia donde tenía el examen, le pedí que me acompañara a la librería que tanto me gusta. Grande fue mi sorpresa al notar que la habían demolido y en su lugar sólo había un hueco enorme, el cual probablemente destinen a construir un negocio de electrodomésticos o una inmobiliaria con prostíbulo incorporado.
"Nene, la librería esa se mudó a la calle Santa Fe", dijo un portero bastante pasado de años y de peso.
Pero no eran sólo los libros lo que buscaba. El recuerdo de año tras año pasado en ese negocio, haciendo tiempo para entrar a ver alguna película en el cine Colón, sobre la Diagonal, hojeando libros de historia romana o ejemplares únicos de novelas francesas de los años sesenta... Los libros eran lo de menos. Por eso nos dimos una vuelta por la feria del libro instalada en medio de la plaza, visitamos fugazmente a la catedral de San Pedro - la cual, pese a su aspecto gótico y sus intrincados vitreaux, data de 1905, una de esas obras estrambóticas que algún intendente fuera de su sano juicio planeó en un frenesí religioso - y nos dirigimos a La Fonte d´Oro para tomar un café.
Excedido como soy, no me bastó el cafecito y me devoré un enorme pedazo de cheesecake, recubierto en frutilla, mientras releía preguntas que me podían tocar como temas de ensayo en el examen.
Hacia las seis, caminamos lentamente hacia la academia Speakeasy, situada sobre la calle Catamarca. Me despedí de mi padre, le dije que lo pasaría a buscar por el hotel una vez transcurridas las cuatro horas del examen y que iríamos a comer. En la sala me recibió Sandra, la principal secretaria del centro de enseñanza de inglés, a pesar de no manejar ni una palabra del idioma. Poco a poco llegaron los otros candidatos a rendir el examen; dado que acabaría teniendo un diálogo casi íntimo y personal con ellos, paso a describirlos:
- Mónica: en sus veintes, la única mujer del grupo. Venida desde Buenos Aires. Seria, responsable y parsimoniosa, no es ni la reina de la diversión ni la madre superiora del convento. Un equilibrado punto medio. A punto de recibirse de abogada especializada en impuestos, planeó un futuro en los Estados Unidos con su novio, dedicado a la Economía. No es de ninguna manera pro-yanqui, si bien cada tanto se le escapa un comentario medio facho como "hay que cerrar esa villa miseria". Resolutiva, temerosa a las estaciones de tren y muy amiga de la frase "cuando uno no sabe nada de algo, lo mejor es correrse a un costado y dejar a los que saben".
- El militar: si bien hablé mucho con él, no logro recordar su nombre. Es de Punta Alta, cerca de Bahía Blanca. Pero es, sin duda, un tipo particular. Su principal deseo es ir a estudiar ciencias políticas a la Academia Naval en Indianápolis. Es decir, anhela ser parte de las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Su corte de pelo y su pose corporal ya avalarían la idea, pero comentarios como ·"yo conocí a un jujeño color carbón que decía que de chico era rubio... qué hijo de puta" lo hacen evidente. El dato curioso es que habla alemán y ruso con acento militar y que dice que su padre es un comerciante peronista que no quiere saber nada con los deseos de su hijo.
- Nino: un alemán de casi dos metros, rubio y barbudo, vestido como si fuera un hippie de los setentas. Nino es de Brehmen, pero está de paso por la Universidad de Belgrano (a la que considera "un colegio secundario") y antes ha vivido en Bolivia. Quiere irse a Oxford, aunque en realidad no sabe bien lo que quiere. Calmo, de paso lento y sonrisa tardía, Nino habla un castellano defectuoso pero simpático. Y dice haber rendido el TOEFL antes, por eso llegó tarde y desganado.
Al poco tiempo se hizo presente Sebastián, el coordinador general del centro. Con sonrisa nerviosa, nos dio a entender que ninguno de nosotros aparecíamos en la base de datos para rendir el examen. Llamó a Estados Unidos, de donde provenía el problema, y, luego de esperar un rato, les explicó el problema por teléfono. Siendo un examen norteamericano, cualquier falla a la puntualidad llama la atención. Y pasaron diez minutos luego de las siete, y luego media hora y luego una hora. Sebastián iba y venía, llamaba y anotaba cosas, entraba a la página oficial del TOEFL, de todo. Se notaba la tensión en su rostro y, mientras él buscaba solucionar el problema, la secretaria y los examinados habíamos entablado una conversación sobre las carreras, las perspectivas de futuro, los exámenes y demás temas administrativos, para pasar luego a anécdotas, a relaciones amorosas, a ideología, a música que nos gusta y a fiestas marplatenses.
Hacia las ocho y media, pedí el teléfono y llamé a mi papá.
"Pa, esto está ultrademorado. Andá a comer porque antes de la una de acá no salgo".
Alrededor de las nueve, Sebastián dijo que tres computadoras estaban listas para empezar, sólo faltaba una. Mónica tenía que tomarse el bus de vuelta a Buenos Aires a la 1:30 y por eso fue primera. El resto esperábamos en la sala a que nos llamaran. Pero mientras ella empezaba a aclimatarse, escuchamos el ruido grave y brutal. Vimos a Mónica salir corriendo hacia el pasillo, aterrada.
"Se cayó la computadora", pensé, mientras iba hacia la sala de computadoras.
Allí estaba Sebastián, caído en el piso, retorciéndose y golpeándose contra una silla, en pleno ataque de epilepsia.
Mónica y yo estábamos petrificados. Sandra nos dio una regla para que Sebastián mordiera, pero nos quedamos quietos. El militar se quitó el abrigo que llevaba puesto y se lo hizo morder al coordinador para evitar que se cortara la lengua, aunque leves rastros de sangre ponían en evidencia que ya era tarde. Los ojos saltones, la cara roja y el cuerpo violentado por movimientos rítmicos y desenfrenados, Sebastián había entrado en transe.
Nino estaba en el baño y se enteró de nuestra boca, Mónica dijo su famosa frase sobre la ignorancia y yo... yo me ofrecí para ayudar, sabiendo que en realidad no había nada que pudiera hacer. Pronto llegaron la ambulancia y la esposa de Sebastián, quienes discutieron entre sí.
"Yo lo conozco más que ustedes", gritó la esposa, ante lo cual los paramédicos desaparecieron y la esposa sola se llevó a su marido, quien mostraba claros signos de incomprensión y amnesia. Lo único que Sebastián atinó a decir fue:
"Uuuhhh, cómo llueve...".
Y sí. Al mirar afuera notamos que llovía como si el cielo se fuese a caer. El examen estaba oficialmente suspendido y los cuatro examinados, más Sandra, la secretaria, estábamos varados en la academia, esperando a que parara de llover. En vano llamar a un taxi, ya que los pocos taxis disponibles se negaban a circular.
"No, señora, con esta lluvia no transitamos", dijo una voz en el teléfono.
Finalmente conseguimos transporte y Sandra nos tranquilizó, diciendo que el lunes nos llamarían para confirmar si podremos ir el sábado 28 a rendir el test. Nino y yo, los más apurados por rendir, incluso barajamos la idea de ir a Córdoba a dar el examen, si Sebastián no llegase a recuperarse a tiempo.
Todos nos despedimos, nos deseamos suerte y partimos. Nino y yo compartimos un taxi y le prometí traerlo en auto si debemos volver a Mar del Plata el 28. Al llegar al hotel, vi en la tele un pedazo de Mujeres al borde de un ataque de nervios y luego fui a comer una hamburguesa a Manolo. Cansado y saturado de tanto revuelo, dejé la recorrida de la noche marplatense para el siguiente fin de semana y me fui a dormir.
Hoy manejé yo el TT, lo llevé a 200 kilómetros por hora y dejé que el viento cálido me pegara en la cara.
Creo que finalmente puedo afirmar, con la evidencia aún fresca, que es real que mi vida está cargada de hechos extraordinarios. Y, si bien a veces me ocasionan disgustos, tengo que admitir que me gusta más así. Qué aburrido es, a fin de cuentas, cuando no pasa nada de nada.
8 Comments:
las cosas que te suceden son acordes contigo...
muy,muy angustioso presenciar un ataque de epilepsia,sí.
manejaste a 200 y el viento cálido...
deportivo,descapotable,
ahora entiendo!
por estas tierras catalanas
y todo el estado se nos ha
acabado conducir así,uds.no
tienen lo del carnet x puntos?
Uy dios...! Me imaginé toda la situación al estilo Pulp Fiction (en vez de jeringa en el pecho, regla en la boca).
Manejaste el TT con los pelos al vien-
...ah, no. Perdón. No hay más pelo.
me das asco nene de papa
No hablo con resentidos. Guardáte ese resentimiento y hacé algo productivo, pero no vengas a provocar en mi blog. No me cabe la gente que viene por acá y tira mierda, así medio a la pasada. Loco, usá tu tiempo y tu energía para cosas productivas, pero no me vengas a romper las bolas a mí. Es mi vida y es como es y si no te gusta, no leas más. Punto.
Y eso se aplica a toda la gente que tira energía negra.
Los que dejan comentarios lindos o constructivos o buena onda, quédense. Siempre es un gusto.
Terminemos con la mala leche al pedo.
puede parecér cruel
pero me he reído bastante con tu historia
quizás no debería, por respeto a Sebastián
pero te imagino allí, comiendo un cheesecake y luego viendo un ataque epiléptico...
jajajaja
surreal
A los pincharuedas ó pinchacoj...
ni caso!
No t cabrees,la envidia es así...
Sabes cadmo? hay chicos que lo estan pasando mal,problemas de todo
tipo,personal,económico,social...
y les molesta tu digamos bienestar.
Lo que importa es que seas un tio concienciado...
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