Monday, April 12, 2010

El inverosímil destino de un remo roto

Hay una camada de violines Stradivarius que, supuestamente, es la mejor que se hizo jamás. Dentro de esa camada, hay dos violines que son aún superiores al resto, cuyo sonido es el más perfecto que la marca alcanzó jamás. Los Stradivarius fueron históricamente labrados a mano y su diferencia con los demás violines reside en que el propio Stradivario se encargó de estudiar qué propiedades debía perfeccionar para una mejor sonoridad, siendo la más saliente el cromado de la madera para evitar la putrefacción prematura.
¿Y qué hace que esos dos violines sean tan perfectos? Que el hombre que les dio forma utilizó la madera de un pedazo de remo descartado por algún gondolero de los canales de Venecia. Ese trozo de madera aparentemente inútil tenía sobre sí el trabajo que ningún hombre puede darle: miles de cientas de entradas y salidas en las aguas turbias de los canalettos. Esa constante fricción de la madera contra las aguas le dio una tolerancia radical al agua, además de una composición irrepetible y un vigor propio, una azarosa rudesa, una cualidad mágica imposible de planificar. Lo que ese hombre hizo fue un acto de genialidad: tomó el descarte, la pieza inútil, la basura despreciable, y la incorporó a una obra de arte. Ese descartees el que hace la diferencia, ese detritus es el que hace que esos dos violines alcancen el sonido más perfecto que jamás tuvo un violín.
Ese es, definitivamente, el destino de los hombres: la grandeza reside en la basura que nos rodea y es la fe en lo que nos rodea lo que hace de lo banal algo sagrado.

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