Wednesday, October 20, 2010

La vida es tenaz

Hoy es uno de esos días. No me dan muchas ganas de vivir. La gente me llame y me dice cómo estás, yo digo bien, sin muchas ganas de vivir. Ay, por qué estás mal, me preguntan consternados. Yo digo que no estoy mal, que simplemente no veo el sentido de todo. La gente no entiende ese tipo de zonas grises, a la gente no le causan gracia los chistes sobre la muerte. A mí sí me gustan, porque siento que son verdaderos. A mí me encantan las catástrofes, porque nos sacan de nuestros ensueños infantiles, de la negación de que la existencia es finita. Yo no paro de pensar en la muerte, no siento pena ni miedo ni angustia ni nada, solo fascinación. Pero la vida es tenaz, y acá estoy, sentado, escribiendo. Creo que es la única actividad absurda dentro de esta vida absurda que puedo hacer sin cuestionarme. Porque hoy abolí toda acción, toda acción que considero superflua. Hoy no hice llamados, ni arreglé reuniones ni me encargué de trámites que tengo pendientes ni me dediqué a hacer cosas que dan placer. ¿Placer? Qué cosa estúpida el placer, no lo entiendo. Me da lo mismo comer mierda al horno que el mejor manjar. Si me lo ponen delante, me lo como. El sexo tampoco me importa en lo más mínimo, suelo masturbarme solo para sentir algo. Y es rápido, es efectivo y no implica tener que tener largas conversaciones después mientras pienso en las ganas que tengo de echar a la otra persona de mi casa. Fumo un cigarrilo tras otro aunque ya no tengo ganas y ya no me lavo los dientes a la mañana. No veo el sentido. No tiene sentido, nadie me puede decir lo opuesto. Me hubiese gustado tener una vida ordenada, una vida aferrada a este mundo, o aferrada a sí misma. Noto que a mis amigos y familiares les importa y mucho, les cambia que algo sea de cierta manera u otra. Ya no deseo producir nada, no deseo decirle nada al mundo, solo quiero silencio y paz. La larga espera. La larga espera que nada tiene que ver con la esperanza sino con la espera misma. Y yo, que en general me siento viejo, me siento súbitamente demasiado joven, ridículamente joven. ¡El tiempo que falta aún por delante! ¿Qué voy a hacer en todo ese tiempo? Hoy pensaba si mi tiempo no será una larga preparación psicológica para el momento sublime donde me quite la vida, el largo proceso de descubrimiento de cuál es el método más acorde a mí para terminar mis días. Pero no encuentro motivación suficiente para hacerlo, al menos no hasta ahora, no veo de qué modo podría cambiar tanto que ese día llegue. Esa sería una obra gigante, pienso, encontrar minuciosamente el mejor modo de matarse, pero parece que lo mío son solo los pensamientos gigantes, no las obras gigantes. No fui hecho para eñ trabajo, ni siquiera el trabajo necesario para planear el propio final. Ya intenté demasiadas veces aferrarme a esta vida, hacer lo que hacen todos, elegir los detalles, consumir cultura, intentar la extensa aventura del amor, decretar mis principios. Pero la desidia siempre gana, el peso existencial siempre triunfa. ¡Que alguien venga a decirme que algo tiene sentido, que cambia algo hacer las cosas o no hacerlas, que vale de algo embarcarse en prolongados proyectos! No, una vez que uno es demasiado conciente de eso no hay vuelta atrás. Ni psicólogos ni psiquiatras ni píldoras ni tratamientos ni religiones que extirpen el pensamiento malo. Yo creo que es lucidez. Yo creo que soy demasiado lúcido. Y el exceso de lucidez mata. Así es, me creo tan gran cosa que no me creo digno de nada. Me siento tan por encima de la media de los mortales que no tengo nada que hacer en este mundo. Y entonces deambulo solo, por mi departamento, surcando el éter de mi propia mente, pensando, pensando, solo, con mi sombra, con el maullar melancólico de los gatos, esperando, esperando, muriendo a cuentagotas, agotando los recursos, mirando a la humanidad desde mi ventana o desde el reflejo de mi computadora, saliendo ocasionalmente, olvidándolo todo, los días de mi niñez en los que la vida me sonreía, los tiempos de cucharas de oro donde todo era esperanza y candidez, la idílica infancia que me alimentó de saber y buenas costumbres, el fiel cariño de los cercanos, la fe familiar en el hijo pródigo, el último hijo varón del linaje, el portador de las cartas del triunfo, el hijo de papá y la luz de mamá...
¿Y saben qué? A punto estoy de rendirme. A punto de estoy de quedarme quieto, muy quieto, apenas respirando, y esperando, esperando...

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