Todos los caminos y una única senda
Aquello que alguna vez fue un mero ejercicio, fácil y fluido como un juego inconsciente, ahora se vuelve arduo, cuesta arriba como en una colina que se empina minuto a minuto. Requiere una concentración titánica, como un músculo que se tensa. No dejo de preguntarme si algo cambió, si el extremo relajo al que sometí - extraña elección de palabras, pensar al descanso como sometimiento - a mi cuerpo y a mi mente no produjo una modificación irreversible en mi modo de percibir al mundo. Antes me costaba horrores pensar poéticamente, ahora vivo poéticamente y no siento necesidad de escribir. Una psiquis sana no necesita a la literatura, pero a su vez está excenta del néctar de la creación intelectual.
El mundo se me ha vuelto pequeño. Las distancias se ven difusas y constantemente, a base de cierta tierna ingenuidad, siento como si mañana fuera a despertar nuevamente en un puerto diferente. Hay algo impensable de acostarse hoy en Buenos Aires y amanecer mañana en Buenos Aires y estar aún aquí el viernes, el sábado o en Agosto. Viajar como modo de existencia, escribir como modo de permanencia.
Soñé con el pastor, que lo visitaba en su lugar habitual. Solo que su lugar habitual no era el conocido, la dinámica que define a los sueños. El pastor regía una especia de oficina de provincia, un edificio de una planta típico de las inmediaciones de Boulogne. Me recibía una secretaria que me pedía que esperara mientras alimentaba de una lata a dos gatos, uno blanco y uno negro. La lata tenía una calcomanía pegada, donde se leía en letra manuscrita de un marcador indeleble: Veneno. Mis gatos, pensé, está envenenando a mi gatos. La detenía para descubrir, a fin de cuentas, que los gatos no eran míos. Las manchas, lo que delataba el error eran las manchas. El pastor lo recibirá enseguida, me tranquilizó. El pastor me recibía auspiciosamente, pero algo en su sonrisa ocultaba un dejo macabro, como si estuviera allí sin estar del todo presente. Me despachaba con aire administrativo, todo será encaminado, prometía, contás con nuestro entero apoyo para fundar la liga de fútbol amateur. ¿Fútbol amateur? ¿Por qué querría yo fundar una liga así? ¿Por qué pedir ayuda a un pastor protestante que reside en Boulogne? El pastor abandonaba la sala. Sus huellas engrasadas quedaban estampadas en la alfombra gris, hecha pelusa por la desidia y el envejecimiento natural del mundo. La secretaria me ofrecía un trofeo de plástico, una de esas copas rimbombantes de material descartable que se entregan en los torneos juveniles. Un detalle ennegrecía aún más el panorama: la copa apenas se sostenía en pie por un único tornillo larguísimo que a duras penas encajaba en su ranura. Sostenía el trofeo en mis manos y todo se desmoronaba. Yo intentaba en vano colocar el tornillo nefasto en la posición donde jamás encajaría. La secretaria me dejaba solo en la sala de espera, librado a mi suerte.
Miro jugar a los jugadores de Inglaterra y pienso si mi futuro no estará en Londres. Pienso en Lisboa y me regocijo como si aquello nunca hubiera pasado, como si mi imagen de la ciudad fuera el reflejo de algo que escuché en una canción. El pasado reciente se me hace agua, me cuesta asimilarlo como propio. Pienso en mis amores recientes y digo: ¿Fui yo? ¿Soy yo? ¿Por qué siempre siento que todo aquello lo hizo otro? ¿Por qué sigo feliz como un autómata de los años cincuenta?
Miro fútbol y sueño fútbol, ya no sé qué quiero crear ni con qué propósito, admiro las grandes obras que me maravillan y pienso de dónde salió tanto entusiasmo, de dónde consiguieron tanto impulso, cómo hicieron para amar a la misma persona y comprometerse con las mismas cosas por meses, o tal vez años, cómo luchar contra uno mismo, o si tiene sentido, o si no será mejor dedicarse al alcohol, a los banquetes, al sexo puro y duro con todo el mundo, todo el tiempo, sin pausa ni descanso.
El mundo se me ha vuelto pequeño. Las distancias se ven difusas y constantemente, a base de cierta tierna ingenuidad, siento como si mañana fuera a despertar nuevamente en un puerto diferente. Hay algo impensable de acostarse hoy en Buenos Aires y amanecer mañana en Buenos Aires y estar aún aquí el viernes, el sábado o en Agosto. Viajar como modo de existencia, escribir como modo de permanencia.
Soñé con el pastor, que lo visitaba en su lugar habitual. Solo que su lugar habitual no era el conocido, la dinámica que define a los sueños. El pastor regía una especia de oficina de provincia, un edificio de una planta típico de las inmediaciones de Boulogne. Me recibía una secretaria que me pedía que esperara mientras alimentaba de una lata a dos gatos, uno blanco y uno negro. La lata tenía una calcomanía pegada, donde se leía en letra manuscrita de un marcador indeleble: Veneno. Mis gatos, pensé, está envenenando a mi gatos. La detenía para descubrir, a fin de cuentas, que los gatos no eran míos. Las manchas, lo que delataba el error eran las manchas. El pastor lo recibirá enseguida, me tranquilizó. El pastor me recibía auspiciosamente, pero algo en su sonrisa ocultaba un dejo macabro, como si estuviera allí sin estar del todo presente. Me despachaba con aire administrativo, todo será encaminado, prometía, contás con nuestro entero apoyo para fundar la liga de fútbol amateur. ¿Fútbol amateur? ¿Por qué querría yo fundar una liga así? ¿Por qué pedir ayuda a un pastor protestante que reside en Boulogne? El pastor abandonaba la sala. Sus huellas engrasadas quedaban estampadas en la alfombra gris, hecha pelusa por la desidia y el envejecimiento natural del mundo. La secretaria me ofrecía un trofeo de plástico, una de esas copas rimbombantes de material descartable que se entregan en los torneos juveniles. Un detalle ennegrecía aún más el panorama: la copa apenas se sostenía en pie por un único tornillo larguísimo que a duras penas encajaba en su ranura. Sostenía el trofeo en mis manos y todo se desmoronaba. Yo intentaba en vano colocar el tornillo nefasto en la posición donde jamás encajaría. La secretaria me dejaba solo en la sala de espera, librado a mi suerte.
Miro jugar a los jugadores de Inglaterra y pienso si mi futuro no estará en Londres. Pienso en Lisboa y me regocijo como si aquello nunca hubiera pasado, como si mi imagen de la ciudad fuera el reflejo de algo que escuché en una canción. El pasado reciente se me hace agua, me cuesta asimilarlo como propio. Pienso en mis amores recientes y digo: ¿Fui yo? ¿Soy yo? ¿Por qué siempre siento que todo aquello lo hizo otro? ¿Por qué sigo feliz como un autómata de los años cincuenta?
Miro fútbol y sueño fútbol, ya no sé qué quiero crear ni con qué propósito, admiro las grandes obras que me maravillan y pienso de dónde salió tanto entusiasmo, de dónde consiguieron tanto impulso, cómo hicieron para amar a la misma persona y comprometerse con las mismas cosas por meses, o tal vez años, cómo luchar contra uno mismo, o si tiene sentido, o si no será mejor dedicarse al alcohol, a los banquetes, al sexo puro y duro con todo el mundo, todo el tiempo, sin pausa ni descanso.
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