Saturday, April 17, 2010

Las flores

La pátina de sueños comienza a evaporarse con las primeras luces del nuevo día. La oruga asciende espasmódicamente por la superficie rugosa de la piedra virgen. La pava hace las veces de un torreón de transatlántico: bulle majestuosa para nadie. Un niño vestido de colegial se detiene en el umbral y estudia con ojos impávidos la fachada de la casa victoriana: ve sin ver con una mirada efímera a la que nunca más regresará. La señora desdobla la penumbra, gira la manivela y reinventa el espacio a la vera de la luz del mundo. La gloria del instante dura lo que un cometa surcando la constelación, es un ritual cíclico ansiosamente anhelado. La mazanilla perfumada recorre la tráquea y abre las persianas de la percepción. ¿Qué remilgos entregará el día de hoy? La partida de ajedrez continúa inmóvil en la repisa del aparador hace ya más de cuarenta años. La madera ocre del psio superior cruje, es la presencia del viento, la brisa sin nombre. El pan de pasas sigue fresco en la alacena, será apreciado por algún huesped imprevisto si la ocasión es favorable. El aroma dulce de los jazmines flota en el aire tibio de la primera primavera, en la maroma floral de los jardines tupidos. Se ofrece mansa a la sensualidad de una nariz, apenas una. El portarretratos, ese abrazo entreñable y duradero, 1962, junto a las rocas. No debe olvidar limpiar el polvo denso de los cristales de los anteojos. La desidia huele a final y el día apenas comienza. En la forma de un reptil o de una luciérnaga, él siempre vuelve. Suena el timbre como sonó aquella vez, los pasos presurosos, la acción frenética de quitarse el delantal para no delatar la tarde de trabajo, el sudor inoloro mezclado con el agua sencilla en esas manos de mimbre. Es una letanía, el resabio de las horas crepusculares. Qué sutil alegría, áspera como la soledad, hincha el pecho de la dama: el jardín, las flores silvestres, la tierna suavidad del pan y la luz caramelo de la mañana. Llaman a la puerta, corre, llaman a la puerta. La yema del dedo índice se desprende del llamador metálico. Es un niño, es ese niño, es ese marco de anteojos carey, es esa cara, cincuenta años atrás, antes del mar y las rocas. No, no huyas, quédate a tomar el té, repasemos el manojo de viejas cartas y riamos de ese desencuentro, de la sabia banalidad de las palabras. Habla al vacío, a quien no la oye y no la ve. Otra sensibilidad que el mundo desdeña, otro mundo interior atrapado. Desdobla los pasos y accidentalmente sus dedos acarician las asaleas junto al aljibe. Todo se olvida en la bruma cotidiana. Y el sol, ávido de mediodía, tiñe todo de magenta.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Uy! Garrón! Cometí el error de leer la última línea!
Para que rolo uno y lo leo.

10:02 AM  
Blogger Domingo Pascual said...

Sr Segal:¿Nunca pensó en publicar TODO su blog en papel? Yo pagaría por tenerlo en mi biblioteca.

4:46 PM  
Blogger Domingo Pascual said...

Sr Segal:¿Nunca pensó en publicar TODO su blog en papel? Yo pagaría por tenerlo en mi biblioteca.

4:46 PM  

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