La verdad de la milanesa
La gente nunca lee atentamente. Tú no lees atentamente. Crees que sí, pero no. Leerás por encima, apurado, siempre apurado por ir a ninguna parte, por leer cosas más trascendentes, por absorber información que crees que debes poseer.
Detente. Lee atentamente. Presta atención a mis palabras y tal vez tu vida cambie. Voy a revelarte una Verdad.
Tu creíste que el sentido de la vida estaba en la felicidad, en la satisfacción, en el reconocimiento y en los logros.
Pues te equivocas.
Que sí, que te equivocas.
La gente hace, emprende, proyecta, sueña, reflexiona, escribe y produce para disimular que desea tener sexo.
Así es, toda la vida humana se desenvuelve en torno al sexo y qué tan capaces somos de disimular que deseamos tenerlo. No importa con quién, no importa cuándo, no importa cómo. Sexo.
Entonces los cineastas filman, los abogados defienden clientes, los médicos curan enfermos y los científicos juegan con tubos de ensayo... para que el resto no se dé cuenta de que quieren menearse salvajemente con otro ser humano.
Los ganadores del premio Nóbel, premio inventado por el señor Nóbel para que no se notase que quería tener sexo, lo ganan para que no se note que quieren tener sexo. Y el público aplaude en sus butacas para disimular su sexualidad desenfrenada. Y así con todos los premios, con todas las disciplinas, con todos los deportes, con todos los discursos y los espectáculos públicos.
El loco deseo de ocultar el deseo es, por ende, la base de la sociedad y de la cultura. Si la gente no se esforzara tan profundamente por ocultar su ansia de goce, si los cuerpos liberaran su apetito sin límites por otros cuerpos, si diéramos rienda suelta a nuestro constante anhelo por la frotación y la penetración, viviríamos en el caos, en la anarquía.
Alguien, alguna vez, a nuestros antepasados o a sus antepasados, enseñó que hay que disfrazar ese deseo.
Y hemos aprendido. Yo, tú y él hemos logrado ocultar nuestra sexualidad animal y salvaje.
La practicamos a oscuras, en los rincones, en las sombras, en la intimidad, como un crimen, como un pecado.
La comentamos, nos burlamos a costa de ella, la utilizamos como pretexto para vender, para atraer, para crear.
Pero no somos libres de ejercerla como se debe, al aire libre y sin tapujos.
Hemos preferido crear un intrincado sistema de protección y ocultación que nos ha dado enormes logros y gigantescos avances. Avances inútiles e irrelevantes, pero que nos sirven de excusa para no estar inflando el sexómetro del mundo.
El viaje a la luna, el automóvil, los avances técnicos y tecnológicos sólo sirven para disimular que deseamos hacer el amor.
El reinado de mentira seguirá y seguirá, como lo viene haciendo desde siglos atrás.
Pero no para mí.
A riesgo de ser un paria, de sufrir el ostracismo y el rechazo, me erguiré alto.
Señores: se acabó el tiempo de producir, de ser útil, de dar frutos.
Es el tiempo de la inutilidad total, de la sexualidad asumida, de terminar con la fachada.
Ustedes podrán estudiar, trabajar, trazar un futuro y hacer cosas.
Yo, en cambio, elijo coger hasta quedarme sin sangre.
Sin miedo a evidenciar que hay una enorme brecha que me separa del resto de los mortales.
Detente. Lee atentamente. Presta atención a mis palabras y tal vez tu vida cambie. Voy a revelarte una Verdad.
Tu creíste que el sentido de la vida estaba en la felicidad, en la satisfacción, en el reconocimiento y en los logros.
Pues te equivocas.
Que sí, que te equivocas.
La gente hace, emprende, proyecta, sueña, reflexiona, escribe y produce para disimular que desea tener sexo.
Así es, toda la vida humana se desenvuelve en torno al sexo y qué tan capaces somos de disimular que deseamos tenerlo. No importa con quién, no importa cuándo, no importa cómo. Sexo.
Entonces los cineastas filman, los abogados defienden clientes, los médicos curan enfermos y los científicos juegan con tubos de ensayo... para que el resto no se dé cuenta de que quieren menearse salvajemente con otro ser humano.
Los ganadores del premio Nóbel, premio inventado por el señor Nóbel para que no se notase que quería tener sexo, lo ganan para que no se note que quieren tener sexo. Y el público aplaude en sus butacas para disimular su sexualidad desenfrenada. Y así con todos los premios, con todas las disciplinas, con todos los deportes, con todos los discursos y los espectáculos públicos.
El loco deseo de ocultar el deseo es, por ende, la base de la sociedad y de la cultura. Si la gente no se esforzara tan profundamente por ocultar su ansia de goce, si los cuerpos liberaran su apetito sin límites por otros cuerpos, si diéramos rienda suelta a nuestro constante anhelo por la frotación y la penetración, viviríamos en el caos, en la anarquía.
Alguien, alguna vez, a nuestros antepasados o a sus antepasados, enseñó que hay que disfrazar ese deseo.
Y hemos aprendido. Yo, tú y él hemos logrado ocultar nuestra sexualidad animal y salvaje.
La practicamos a oscuras, en los rincones, en las sombras, en la intimidad, como un crimen, como un pecado.
La comentamos, nos burlamos a costa de ella, la utilizamos como pretexto para vender, para atraer, para crear.
Pero no somos libres de ejercerla como se debe, al aire libre y sin tapujos.
Hemos preferido crear un intrincado sistema de protección y ocultación que nos ha dado enormes logros y gigantescos avances. Avances inútiles e irrelevantes, pero que nos sirven de excusa para no estar inflando el sexómetro del mundo.
El viaje a la luna, el automóvil, los avances técnicos y tecnológicos sólo sirven para disimular que deseamos hacer el amor.
El reinado de mentira seguirá y seguirá, como lo viene haciendo desde siglos atrás.
Pero no para mí.
A riesgo de ser un paria, de sufrir el ostracismo y el rechazo, me erguiré alto.
Señores: se acabó el tiempo de producir, de ser útil, de dar frutos.
Es el tiempo de la inutilidad total, de la sexualidad asumida, de terminar con la fachada.
Ustedes podrán estudiar, trabajar, trazar un futuro y hacer cosas.
Yo, en cambio, elijo coger hasta quedarme sin sangre.
Sin miedo a evidenciar que hay una enorme brecha que me separa del resto de los mortales.
4 Comments:
Bueno, ya lo escribió Freud. De algún modo también, Marx y Nietzsche, aunque en diferentes claves.
te lo mandé por emilio, pero sos un genio hijoputa la reconchamildelalora
BRAVO! Te aplaudo de pie, vas a ser blanco de críticas (no de las mías sino de los resentidos y reprimidos), te lo digo por experiencia, a mí se me ocurrió rechazar los amores de un impot. y se levantaron varias voces.
Qué bueno que les parezcan simpáticas mis degeneraciones, amigos. Y claro, uno nunca inventa nada, pero es lo suficientemente inculto como para pensar que es el primero en anunciarlo.
¡Larga vida a la ignorancia y la autocelebración!
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