Civilidad en el supermercado
Martes, por la mañana. A apenas un día de empezar a rodar mi segundo cortometraje del año, hace falta carne. Mucha carne. Para alimentar a todo un equipo técnico. La carne la compran los hombres, dicen, y necesito salir a dar vueltas, la verdad, entonces voy al supermercado.
El trámite de la carne es relativamente veloz. Me dirijo al señor carnicero como si fuéramos iguales, aplico términos con los que sé que me ganaré su simpatía, simulo estar desesperado por comprar lo más económico, utilizo giros verbales de parrillero y hago chistes fáciles. El carnicero compra mi actitud y al empatía es inmediata. Me llevo dos enormes trozos de carne vacuna por apenas cincuenta pesos.
Llego a la cola rápida, de menos de diez unidades, y los eventos impensados comienzan a sucederse.
Una ancianita de incontables años pasa en su silla de ruedas, arrastrada por una ayudante, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus seniles manos.
En la cola, sendas embarazadas/portadoras de niños esperan. Llego al final al mismo tiempo que una mujer con una niña muy pequeña. Le ofrezco el lugar, pero se niega. Insisto, pero ella insiste más. Agradezco y espero. Unos metros más adelante, una embarazada y una anciana pasan por la misma situación. La embarazada invita a la señora a pasar, pero la señora se niega, alegando "no, nena, si llevás pocas cosas, dale". La embarazada no quiere saber nada, desea que la señora pase y finalmente ésta, dirigiendo una enorme sonrisa a la embarzada, se lanza al trote hacia la caja, donde la cajera le dedica otra enorme sonrisa, especialmente para ella.
¿Qué es esto, el mundo de la felicidad y los buenos modales?
Un hombre barbudo, de postura semi dubitativa, pasa caminando, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus peludas manos.
Me acerco a la caja y una de las cajeras, rubia ella pero no natural, me lanza una miarad juguetona, bastante provocativa. Yo se la devuelvo con disimulo, como si fuera sin querer. Hay remeras de mangas cortas y musculosas, hay colores, hay buena predisposición y muchas mujeres en vías de ser madres o aprendiendo a serlo. Hay amor en el aire, sexualidad y erotismo del mejor, ese que está en los detalles más pequeños.
Un hombre bigotón, con los anteojos colgados al cuello, pasa caminando, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus robustas manos.
Y yo que pago mi carne y el vuelto que demora, pero no me importa porque tengo con qué entretenerme. Aparece un empleado administrativo del supermercado, de esos trajeados que van tras escritorios, recogiendo los changuitos y eso me confirma todo: en el supermercado no sólo hay amor y sensualidad, también funciona una extraña democracia.
En las góndolas está el amor, amigos, o será la primavera, que nos hace a todos más civilizados.
El trámite de la carne es relativamente veloz. Me dirijo al señor carnicero como si fuéramos iguales, aplico términos con los que sé que me ganaré su simpatía, simulo estar desesperado por comprar lo más económico, utilizo giros verbales de parrillero y hago chistes fáciles. El carnicero compra mi actitud y al empatía es inmediata. Me llevo dos enormes trozos de carne vacuna por apenas cincuenta pesos.
Llego a la cola rápida, de menos de diez unidades, y los eventos impensados comienzan a sucederse.
Una ancianita de incontables años pasa en su silla de ruedas, arrastrada por una ayudante, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus seniles manos.
En la cola, sendas embarazadas/portadoras de niños esperan. Llego al final al mismo tiempo que una mujer con una niña muy pequeña. Le ofrezco el lugar, pero se niega. Insisto, pero ella insiste más. Agradezco y espero. Unos metros más adelante, una embarazada y una anciana pasan por la misma situación. La embarazada invita a la señora a pasar, pero la señora se niega, alegando "no, nena, si llevás pocas cosas, dale". La embarazada no quiere saber nada, desea que la señora pase y finalmente ésta, dirigiendo una enorme sonrisa a la embarzada, se lanza al trote hacia la caja, donde la cajera le dedica otra enorme sonrisa, especialmente para ella.
¿Qué es esto, el mundo de la felicidad y los buenos modales?
Un hombre barbudo, de postura semi dubitativa, pasa caminando, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus peludas manos.
Me acerco a la caja y una de las cajeras, rubia ella pero no natural, me lanza una miarad juguetona, bastante provocativa. Yo se la devuelvo con disimulo, como si fuera sin querer. Hay remeras de mangas cortas y musculosas, hay colores, hay buena predisposición y muchas mujeres en vías de ser madres o aprendiendo a serlo. Hay amor en el aire, sexualidad y erotismo del mejor, ese que está en los detalles más pequeños.
Un hombre bigotón, con los anteojos colgados al cuello, pasa caminando, feliz, con una sarten de teflon italiana aferrada a sus robustas manos.
Y yo que pago mi carne y el vuelto que demora, pero no me importa porque tengo con qué entretenerme. Aparece un empleado administrativo del supermercado, de esos trajeados que van tras escritorios, recogiendo los changuitos y eso me confirma todo: en el supermercado no sólo hay amor y sensualidad, también funciona una extraña democracia.
En las góndolas está el amor, amigos, o será la primavera, que nos hace a todos más civilizados.
2 Comments:
suerte con eso!
sep, además es un clásico
El levante de supermercado, mirada va, mirada viene
Pasaditas con los changos
De repente ella se para en la góndola de vinos, él se acerca y ella le pregunta "no sé nada de vinos, cuál me recomendás?"
O él se acerca a los jabones y formula una pregunta similar
La primavera hace florecer las góndolas, y a falta de Venecia, bueno es el supermercado.
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