Wednesday, October 29, 2008

El fin

Yo soñaba con caminar hasta el puerto una mañana de niebla y ofrecer mis servicios en un barco pesquero noruego. A veces, con menos ingenuidad, todavía lo sueño. Ahora sé que no soy bueno para despertarme de madrugada, que el olor a pescado me molesta y que el trabajo manual arduo y sin respiro nunca fue ni será lo mío. Pero rescato el ideal, lo que implica: perderse de todo, incluso de uno mismo. Es romántico y un poco trivial, pero me salva de muchas cosas pensar que en algún lugar y en algún momento existe una libertad ligada al no ser nadie, a la deriva, lejos de aparatos y bloques de cemento.
Con el tiempo abandoné esa fantasía romántica y acepté mi condición de hombre de ideas y de letras. Básicamente, en el noventa por ciento de los casos, me pagan para pensar. Produzco mayoritariamente ideas, pensamientos efímeros, argumentos que flotan en un aula o que se adhieren a un papel; casi sin proponérmelo, la vida me fue llevando hasta este lugar privilegiado donde mis manos permanecen limpias y suaves porque el dinero se produce por la boca, por el cerebro, por cruzar las piernas en una silla o por apoyar la cabeza sobre la palma, reflexivo. Este status, si bien grato y no demasiado extenuante, es netamente urbano. Y el problema principal, sobre todo cuando uno tiene sueños, es que la ciudad es hoy en día un espacio hostil, donde se perdió la idea de juego, de aventura de tintes juveniles, de riesgos irreflexivos.
Yo quiero aventura, me pregunto dónde fue a parar ese devenir despreocupado con el que yo soñaba. Me pregunto cómo es que el mundo abolió lo salvaje para dejarnos en su lugar cables y espacios virtuales. Y cómo puede ser que uno llegue al fin del mundo y que las cosas no sean demasiado diferentes, que en los bosques más profundos se vendan souvenirs y que las tribus más salvajes vendan su identidad como si fuera merchandising. Pienso qué habrá sido de esos aventureros europeos de los siglos XVIII y XIX, que recorrían osadamente el Lago Victoria o que se perdían en el Congo y se volvían locos, como Kurtz. Qué fue de esos colonizadores sin miedo a lo ajeno que descubrían lo desconocido a un paso de distancia, o esos espías que entraban en territorios hostiles para encontrar un mundo nuevo. Claro, tal vez ellos mismos lo echaron a perder. Gozaron de su aventura y nos dejaron al resto los signos de su barbarie. Y así murió la aventura y nació el turismo, o cómo vender lo propio al mejor precio, de modo más vistoso, hasta matarlo, hasta convertir la propia identidad en un producto de feria.
Vuelvo al barco pesquero. ¿Realmente está la vida en altamar, entre hombre barbudos y sin raíces? No, no seamos ingenuos. También allí murió la vida, también en el fondo del mar hay un medidor o un sonar o un puesto de textiles atendido por un tiburón cansado de la rutina.
Me levanto cada día y camino por las calles, suspirando por la tosquedad del asfalto, aburrido de ver caras aburridas que no tardarán en conectarse a algo - celulares o electrocardiogramas, lo mismo da - y pienso que jamás conoceré lo salvaje, que ese león de la sabana tiene un sello en la planta del pie y que ese indígena caníbal come carne de rata tratada con conservantes y adquirida en K-mart, con fecha de vencimiento.
De nada sirve viajar, de nada sirve el turismo. Lo que vemos no es real, son fragmentos robados a una Historia grande y acomodados para ser más vistosos, pero siempre con la misma lógica. París o Estocolmo, Montevideo o Bangkok, son el mismo producto con una etiqueta diferente. Mejor quedarse en casa, junto al fuego, leyendo a Conrad o a Melville, perdiéndose en Las mil y una noches o en Tácito, soñando la red que uno mismo teje, más activo de lo que jamás estará pisando los lugares concretos que siempre soñó con conocer.

5 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Guido amigo! para con la melancolía finlandesa. La selva de kurt sos vos! es la selva de coppola... es cierto de que decis y es una sensación acá y en china.
te extraño! me contó mi abuela que el hungaro se parece mucho al finlandes!!!! se nota?
beso
c.

11:30 AM  
Blogger Cadmo von Marble said...

No, yo no estoy melancólico, escribo así. Yo estoy bárbaro, es el mundo el que está mal. La verdad que mucho del húngaro no cazo, pero me dicen los finlandeses que mi pronunciación mejoró mucho. Qué sé yo...
Después te escribo un mail sin hacer literatura (mentira, jaja). Besón son son especial.

8:59 PM  
Anonymous Anonymous said...

maravilla de relato.

7:47 AM  
Anonymous Anonymous said...

vivir de las ideas genera altos delirios de grandeza intelectual.
le recomiendo que no abandone la idea del barco pesquero... ud, cual ziggy stardust, corre el riesgo de ser devorado por su ego. atentti!

6:28 PM  
Anonymous Anonymous said...

Bueno... "On ne tue pas les idées" o si?
Saludo
f

8:48 AM  

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