Madrigal
Mientras la ceniza quema prendo una vela por el niño que fui. Con un farol encendido y otro quemado por el tiempo recorro los senderos vírgenes de tierra húmeda y miro de reojo a los pasos que dejé. El viento cálido de la memoria no me es ingrato y me da calor en las noches de penumbra, cuando mi soledad huele a musgo y mis botas raídas me miran desde su calma sapiencia. Cuando suenen las gaitas y la señora venga a mi puerta tendré listo el equipaje y echaré a andar. No será tiempo de plegarias ni de promesas incompletas. Llamadme Sísifo cada vez que asciendo la colina. Llamadme Jorge cada vez que mato a un dragón. No me juzgueis por mis defectos sino por la experiencia y por los libros que escribí con la pluma de mi andar. Habré sido uno más, una luz que se apaga, una brisa silenciosa que de aliento a quienes preservan mi fina estampa. Los músculos tiesos de batallas humildes caerán rendidos en señal de paz y no habrá caballo, ni jinete oscuro, que temer.
Cuando el sol retorne a la pardera y el perdón llegue desde el monte, tendré mi espada lista para firmar mi rendición. Mis pantalones sucios, compañeros de osadías, serán mis testigos a la hora de dormir. Mi visado a todas partes, mis cuentas bien pagadas, un sobre con monedas y un bolsón de vino añejo, recuerdos y trofeos de un pasar sin porvenir. En el tiempo del retorno, sin virar ya nunca el rostro, de Orfeo una enseñanza y el Averno queda atrás. La rama que se mece no tiene que romperse, si la voluntad es grande para aguantar el temporal. Una espuela en los bolsillos, fruta seca bajo la manga, el color del alba y un amor que ha muerto ya. Pegad con sangre los resabios de esta imagen de buen porte, corred la voz que no habré de volver. Servid un vaso por todas mis ausencias y brindad con lágrimas por los sueños que quebré.
Dejo un cofre con polvo, una herencia de miserias y algunas migas de esperanza para quien ve oscuro el porvenir. No saco cuentas ni afeito ya mis barbas, que crezca el lazo que me unió a este lugar. Y si hace falta que comente mis fracasos, que narre una vez más la razón de mi existir, haced slencio un segundo, dejadme poner palabras a lo que no supe decir. Decesos y cuerdas dibujan en fino trazo los castigos que sufrí y las costillas que enmendé. Si he herido en estima a quienes me han beneficiado, que el destino los compense con los logros que marré. Aquí aparco mi barca, aquí echo ya el ancla, dejo un hatillo de ropa y una pipa de altamar. Fumad en tempestades de mis tabacos de oriente y unid en un solo humo mis deseos del ayer.
El verdugo está arribando, así transita la gloria del mundo y a mi padre y a mi madre, que me han cuidado bien, les regalo un soneto, una copla y una suite, para que alojen mis cenizas, mi armadura y mi revés.
Cuando el sol retorne a la pardera y el perdón llegue desde el monte, tendré mi espada lista para firmar mi rendición. Mis pantalones sucios, compañeros de osadías, serán mis testigos a la hora de dormir. Mi visado a todas partes, mis cuentas bien pagadas, un sobre con monedas y un bolsón de vino añejo, recuerdos y trofeos de un pasar sin porvenir. En el tiempo del retorno, sin virar ya nunca el rostro, de Orfeo una enseñanza y el Averno queda atrás. La rama que se mece no tiene que romperse, si la voluntad es grande para aguantar el temporal. Una espuela en los bolsillos, fruta seca bajo la manga, el color del alba y un amor que ha muerto ya. Pegad con sangre los resabios de esta imagen de buen porte, corred la voz que no habré de volver. Servid un vaso por todas mis ausencias y brindad con lágrimas por los sueños que quebré.
Dejo un cofre con polvo, una herencia de miserias y algunas migas de esperanza para quien ve oscuro el porvenir. No saco cuentas ni afeito ya mis barbas, que crezca el lazo que me unió a este lugar. Y si hace falta que comente mis fracasos, que narre una vez más la razón de mi existir, haced slencio un segundo, dejadme poner palabras a lo que no supe decir. Decesos y cuerdas dibujan en fino trazo los castigos que sufrí y las costillas que enmendé. Si he herido en estima a quienes me han beneficiado, que el destino los compense con los logros que marré. Aquí aparco mi barca, aquí echo ya el ancla, dejo un hatillo de ropa y una pipa de altamar. Fumad en tempestades de mis tabacos de oriente y unid en un solo humo mis deseos del ayer.
El verdugo está arribando, así transita la gloria del mundo y a mi padre y a mi madre, que me han cuidado bien, les regalo un soneto, una copla y una suite, para que alojen mis cenizas, mi armadura y mi revés.
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