Monday, November 03, 2008

Tampere Jazz Happening: la gira interminable, la vida bohemia

Llega un momento en el que todo empieza a fluir. Un momento de única belleza, esquiva pero hermosa, en que todo cae su sitio. Y los autos pueden correr, y las luces pueden encandilar, y los teléfonos pueden sonar, pero son apenas un borrón lejano, un cuadro estático que no empaña la vida real. Y la vida real está ahí, al alcance de la mano, en ese vaso de cerveza, en ese silencio de sonrisas, en esa decisión acertada de quedarse un rato más, a ver qué pasa, sin prisa, sin sumarse a la monotonía urgente que victimiza, que oprime y no deja respirar.
Empecé el sábado con una inusual calma. Una calma de sol matinal, de dejar pasar las horas, de café prolongado mirando el cambio progresivo de las cosas. Hacia el mediodía tuve un momento de comunión con Jan, mi vecino, y me enseñó a tocar algunas canciones de Bob Dylan en su preciosa guitarra Ibanez lustrada. Alternamos las guitarras un rato, yo con la pequeña ("la que llevo a los viajes", me comentó), lo ayudé a reordenar su habitación - tarea viril, que implica el traslado de objetos pesados, el ceño fruncido, el agotamiento posterior - y después cociné un salmón con tomates. Llegó su amigo, el jugador profesional de pool, y los tres fumamos en silencio, mirando cómo se balanceaban los árboles. Los invité al sauna, pero el jugador se entregó al juego y Jan a practicar en el piano. Caminé hasta Píspala fumando y cantando a viva voz canciones de Leonard Cohen.
Píspala es uno de los saunas más antiguos de Finlandia, sino el más antiguo. De la zona es el único que no cuenta con la cercanía de un lago donde apagar el ardor post sauna, pero tiene una mística de la cual los otros carecen. Uno se mete allí desnudo y hombres y mujeres tienen compartimentos separados. Las paredes son de cal pelada y agrietada, la sala de estar es de madera pintada de verde y uno puede ver la foto del último tentu mientras sonríe, el honor de su cargo expuesto en cada facción, la gloria de siglos de tradición en sus espaldas, felizmente llevado. El tontu es el hombre que representa a los espíritus del sauna, quien echa el primer oulu - el agua que inunda las piedras, que es también el espíritu benigno que carga el aire, ese aire caliente que limpia el cuerpo y el espñiritu -, la persona que trae a los buenos espíritus al lugar sagrado y que asegura la civilidad y los buenos augurios. El sauna es para el finlandés medio una religión, una responsabilidad y, por sobre todas las cosas, un placer nacional.
Me quité todas las prendas y me senté allí con los demás hombres, tipos robustos de bigotes anchos y panzas cerveceras. Sudamos juntos durante minutos interminables. Ellos iniciaron algunas conversaciones, pero me mantuve al margen y ellos no atinaron a incluirme. Luego me eché agua tibia en el cuerpo, me envolví en la toalla y salí a respirar el aire helado junto a una pequeña estufa a leña. Cuando el frío empezó a calarme en los huesos de nuevo, me saqué la toalla y volví a la hoguera. Repetí este ritual varias veces, luego me vestí. Antes de partir, un obeso con aspecto de motoquero y sonrisa cómplice me dirigió la palabra. Le expliqué tímidamente que no hablo finlandés. El hombre de tamaño sideral arrastró entonces a un flacucho de bigotes de foca y le dio una orden. El flacucho se quedó estático y lo escuchó. El gordo dijo unas palabras, luego manoteó su camisa a cuadros y, finalmente, señaló a mi camisa, un modelo tradicional norteamericano de rayas cruzadas, de esos que se acompañan con denim. El flacucho tradujo:
- Dice que tienen el mismo estilo.
- Sí, dije, y sonreí por cortesía.
- Dice que quiere cambiarte la camisa.
Miré al mastodonte motorizado, sus enormes tetas femeninas, su panza de años de borracheras, sus ojos entrecerrados, su sonrisa de bondad y tosquedad.
- Pero... su camisa me va a quedar grande.
El flacucho tradujo. El gordo oyó todo con detenimiento, luego estalló en una carcajada tétrica, una risa circense y antigua como el sauna mismo. No hubo trueque, pero el gordo brindó por mí cuando salí. Caminé por el bosque colina arriba, miré al lago y al atardecer naranja desde la cima de Píspala y me dirigí a casa, parando solo para tomar un café mocha frío en el R-Kisoki de Pynikkintori.
Andrea había logrado acreditarse para el Tampere Jazz Happening. Emanaba una alegría juvenil y osada, había pasado el día en el sauna con los músicos del festival y ahora iría a los conciertos gratis. Estallé de furia y envidia. Me puse mis mejores prendas - una camisa mao blanca nítidamente planchada, un chaleco oscuro, sombrero de ala corta haciendo juego - y caminé hasta la oficina de prensa. Me presenté.
- Soy un periodista argentina, estoy trabajando en Helsinki y, en cuanto me enteré del evento, me tomé el primer tren y vine. Deseo acreditarme, ¿Estoy aún a tiempo, señorita?
- Oh, ¿Vive usted en Finlandia?
- Temporariamente.
- Déjeme preguntarle a mi supervisora.
Ya con credencial de MEDIA en mano, caminé hasta la exposición de fotos de graffitis. Apenas los miré, me tomé una cerveza, me serví una porción de cous cous y otra de fideos, me dejé presentar ante caras nuevas y me fui a escuchar a los conciertos del día.
Pakkahuone es el antiguo edificio aduanero, un enorme almacén reconvertido para conciertos. Llegamos cuando las masas ingresaban y volví a ver a las mujeres que me habían acreditado media hora antes. Inmediatamente notaron que mi historia no cuadraba del todo, que yo no era del todo extraño allí, que algo de la esencia de Tampere ya conocía. No me importó, ya estaba adentro. Me dediqué a beber una cerveza tras otra hasta que, puntualmente, comenzó The Zimology Quartet, un conjunto liderado por un negro pelado, gordo y grandote, con un traje que le quedaba dos tallas grande y una camisa blanca prontamente sudorosa. Sí, experimentación, líneas melódicas contrapuestas, cambios abruptos de tempo. En fin, mucho virtuosismo, pero terriblemente aburrido. Salí a tomar más cerveza.
Hacia las nueve y media se asomó al escenario Javiera, la dama de ceremonias, una pseudo chilena fino-parlante con autotraducción al inglés, que presentó a Omar Sosa and the Afreecanos. Yo me esperaba a otro cubano más que le dio por pegarse a sus raíces africanas para vender una imagen trillada de la negritud espitirual, en clave religión Yoruba, con pizcas de mestizaje elemental para públicos blancos de billeteras gordas. Pues no, lo contrario, un despliegue monumental de groove y encanto, un showman de primerísimo nivel gozando con cada gota de sudor de entretener a su público, de trasportarlo, de hacerlo jugar mientas suena el afro-jazz más perfecto que he escuchado en años, tal vez como nunca antes. Extasiados por el concierto, Andrea y yo corrimos tras bastidores con la manager de Omar, una italiana gatuna, un felino maduro que parece buscar guerra en cada diálogo, botas de cuero, tetas manufacturadas, sonrisa medida con olor a fellatio y a dinero.
Omar resultó un tipo de lo más gentil y sencillo, tras su corte de pelo estrafalario, sus anteojos de marco diminuto verde, su turbante espiralado blanco, su túnica tribal con vivos de seda. Le pedimos que presentara El Telón de Azúcar, películas que proyectamos durante las Jornadas de Cine Cubano, película para la cual él hizo la música. Sorpresivamente, se mostró sensible, conmovido, sus palabras fluyeron con naturalidad, con una cubaneidad sintetizada en sus últimas palabras.
- Es una película controversial, pero eso es Cuba también. Cuba es todo, Cuba es mañana, tarde y noche. Por eso es Cuba.
Andrea hizo buenas migas con el baterista de Omar, un cubano robusto pero calmo, de anteojos transparentes y boina beige, sonriente con insinuación, a la expectativa más que al ataque. Yo fui a escuchar a Steve Reid. Sí, muy bueno, sí, mucha experiencia, sí, mucho golpe de hi-hat y mucho saxo estridente, pero yo necesitaba aire. Aire y un cigarrillo, tal vez más birra, una pausa para los oídos, un pensamiento ligero y perdido sin la presencia de otros.
La acción seguía en Telakka. Entré para escuchar el comienzo de los Stance Brothers, un cuarteto de finlandeses guapos y altos, bastante cool y de un timming pasmoso, aunque algo predecibles. Bailables hasta el cansancio, dueños de un groove muy norteamericano, tradición de rythm and blues cruzado con algo de rockabilly y jazz más echado al lounge, música de medianoche para gatos desvelados, copa en mano, sombrero de ala ancha, zapatos bicolores. El humo se pegaba a las paredes dibujando siluetas y las chicas, con sus tiradores sueltos, buscaban algo, compañía, una rockola cercana, un vaso de algo que les hiciera subir la música a la cabeza. Yo bailé y bailé, tempo acelerado, una cortesía a la ropa de Antti y un aplauso a la predisposición de Lasse; luego un guiño a la fotógrafa italiana, pero dicen por ahí que es lesbiana, ¿Y quién soy yo para andar interrumpiendo la sexualidad de otros?
Otro cigarro, otra birra, las caras que van y vienen, una conversación a medio tener y, cuando quiero detenerme a ver, ya es casi la una y empieza Tony Allen y Charles, el productor musical francés, me dice ¿Te apuntas? Y yo claro que me apunto y nos vamos y Andrea queda atrás con la promesa de nos vemos luego y Antti dice podemos ir a mi casa en Píspala, pero se pierde y yo guau, guau, ¿Vamos? Pues sí, vamos, y Charles y yo caminamos los doscientos metros de Telakka a Klubi hablando de Huesca, de aceite de oliva, de salir de marcha un día de semana, de la sangre española que lo posee aunque él sea tan francés como el queso.
Tony Allen es un negro maduro pero febril, poseído por un swing brutal, una descarga percutiva de tribalismo. Su banda, un ensemble variopinto de mulatos pelilargos y de rastas, corre a su misma velocidad, carriles paralelos de fiesta, una invitación franca a africanizarse hasta perder el pudor. La invitación, regada en alcohol, se acepta. Me entrego al exorcismo del hombre, que cada tanto interrumpe a sus tambores para aleccionar en voz baja.
- Hoy no hay adentro y afuera, mis chicos. Hoy estamos todos adentro.
Todos adentro. Tiene razón. Veo aún los resabios de los setentas en su discurso, una Pantera Negra festiva que nos dice a todos: It´s gonna be alright, sonny. Y le da a los platillos y mira a sus músicos y todos batimos palmas. Jazz no snob, casi suena contradictorio. Pero no, me encuentro a un rastaman enorme que conocí una vez en mi terraza un domingo a la mañana, post borrachera. No me reconoce. Le muestro la totalidad de mi cara, sonrío, me saco el sombrero. Me abraza y juntos bailamos a los saltos.
- Te pido perdón por la otra vez - me dice finalmente - estaba muy borracho esa mañana. Ese no era yo.
- Sí - le digo - ese sí eras vos y estabas muy gracioso. No acepto las disculpas.
Me abraza de nuevo, bailamos, y luego se pierde por ahí. El concierto se acaba y me duelen las piernas. Mis palmas arden de aplaudir, miro alrededor buscando un punto de anclaje. Una niña rubia me pregunta si mi nombre es Tibo. Le digo que no, que yo soy yo. Me responde que yo me parezco a Tibo.
- No, Tibo debe parecerse a mí.
Un pelado que ocupa el espacio de dos personas se queda con ambos palitos de la batería de Tony Allen. Lo miro, me mira, me sonríe y me muestra su triunfo, pero elige no compartirlo. Mete los dos palillos en su bolsa, que milagrosamente está rota. Se cae uno de los palillos y yo, ni gentil ni perezoso, me lo guardo. Huyo con él y pienso es karma, es karma. Yo me lo merecía tanto como él y la repartición es justa. Charles aprecia mi triunfo, su mujer Maarit ensaya una cara de admiración y juntos bailamos, pero elijo salir porque el lugar comienza a vaciarse.
En la puerta me encuentro al escenógrafo contrariado y a su ex novia despechada. Han estado peleando toda la noche por viejos malentendidos y aún no entiendo si intentan arreglar las cosas o joderse más la vida. El parece un poco más cómodo con el mundo; ella, que tiene unos bellísimos rasgos indios pero una pésima postura, tiene un aspecto de asco y derrota. Le pregunto cómo está y no disimula sus escasas ganas de vivir. La siguiente vez que la veo ya no recuerda quién soy, no me lo tomo personal. Hablo con Antti del amor, del engaño, de lo que uno debe hacer y de lo que quiere hacer, de quedarse en un país por amor. Una turba de gente liderada por Javiera avanza a los gritos. Me sumo a ellos, hablo con dos africanos graciosos pero algo insolentes, y el grupo pronto se dispersa.
Solo, mareado y algo desorientado a medio camino entre Klubi y Telakka, miro a las dos únicas chicas a mis alrededor y les levanto las cejas.
- ¿Y ahora qué?, les pregunto.
- Ahora subimos al auto, responden. ¿Qué podía yo hacer más que seguirlas?
Pronto veo que somos seis. Hay unos hermanos finlandeses que se parecen a la mitad de los Hermanos Marx - me hablan del tecer miembro del grupo, curiosamente llamado Seppo, que se ha perdido en el camino de Helsinki a Tampere - y también se encuentra en el grupo un artista belga que vive en Tampere con su mujer e hijos, un tipo alegre y relajado que pinta paisajes abstractos en papel de arroz japonés. Tiene un sombrero bastante amanerado irlandés, pero queda bien con su barba rala y le da un aspecto bohemio que lo beneficia. No veo pose en su andar, el tipo es auténticamente raro. Nadie está en condiciones de manejar, ofrezco mis servicios y demuestro que no estoy ebrio. Aceptan. Manejo a mínima velocidad desde el centro hasta Píspala y, cuando damos el primer patinazo por la incipiente nieve en la ruta, los tranquilizo y estaciono. Vamos todos al departamento del belga hasta entrada la mañana, bebiendo birra y fumando. Cuando anuncio que me voy, llega Seppo y las dos chicas eligen seguirme. Camino por ellas hasta Pynikki y los tres analizamos el color celeste azulado de la escarcha sobre las hojas, me hablan de la nieve a fines de Enero, pero no llegaré a verla y cambiamos de tema.
En la casa de Katri, una de las dos, la más sonriente y expresiva, comemos brie, camembert, uvas y tomamos vino tinto. Le digo que nuestra merienda es muy francesa y me cuenta que vivió en Paris por dos años. Le pregunto por qué volvió.
- París es genial pero los parisinos no tanto.
La otra chica, una morocha de pequeña estatura y ojos de un celeste grisáceo, vive en Helsinki, pero ha vivido un tiempo en Barcelona. Ambas chicas comparten un cosmopolitismo que las separa de muchos de los franceses y la complicidad entre los tres se vuelve asombrosa. Me pregunto si debería elegir o si debería intentar acostarme con ambas simultáneamente, pero luego pienso que son amigas - eso siempre dificulta los proyectos ambiciosos que implican cierta intimidad - y que, si me sincero, me duele el cuerpo y no tengo en mí ni un gramo de deseo sexual. Juego con el gato, como queso hasta sentir la pesadez grasosa en el intestino y me quedo dormido. Me despierto algo perdido, incapaz de hilvanar dos ideas. Katri me invita a dormir; un impulso de soledad me hace declinar la invitación y me despido de forma un tanto inconsistente, balbuceando.
El frío de la mañana y la brisa descomponen la imagen de la catedral y acaricio las tumbas, sobrias y de un color opaco verdoso, con nombres en sueco. El ruido seco y agrietado de las piedritas bajo mis suelas me acompaña y pronto me encuentro frente a la valla de madera que bordea al viejo hospital que he convertido en mi guarida. Me siento en la cama cuando los primeros rayos del sol entran por mi ventana. Me doy cuenta que va a ser una mañana hermosa, pero no hay nada que pueda hacer para evitar el sueño y caigo, caigo, caigo por el agujero del conejo.
Al despertar la luz es tenue y enfermiza. Son las cuatro de la tarde y el festival ha retomado su curso. Elijo tomarme las cosas con calma. Me como unas alitas de pollo a las apuradas, llego a tiempo para escuchar al cuarteto de Michel Portal - una especie de Julio César francés, estrafalario, gritón pero ameno, un viejito de aires gangsteriles o de bajos fondos marselleses. El baterista parece transportado de los años sesenta, pantalones ajustados y remera ceñida escote en V, una cadena de metal suspendida de su cuello delicado; lleva el ritmo en el cuerpo, me hace acordar a Shaggy de Scooby Doo, es gay hasta el extremo del exhibicionismo. El pianista es un freak que me recuerda a Thom Yorke, mientras se inclina deformemente sobre el teclado para golpear con furia o para vibrar las cuerdas interiores. El contrabajista es sobrio, una figura inclinada de cabello plateado, una nota neutra en un orgasmo de color. Presto atención hasta promediando el concierto, luego me pierdo en mis ideas y vuelvo para el aplauso final.
Comemos más quesoy curry con los músicos, tomamos vino blanco, algunas castañas y albóndigas sueltas. Llega Silvia, la madre de Javiera, y hablamos de Chile, del exilio político, del pasado, de la violencia que mancha la historia latinoamericana. Nos explica que los niños chilenos vienen cargados de una cierta violencia que es resultado de su sociedad de origen. Seré trasandino, pero la entiendo. Los niños chilenos no se adaptan en Finlandia, golpean a los demás. Sonrío, pero no tengo nada para decir. Las horas pasan, toca un norteamericano de origen japonés llamado Dana Leong, virtuoso con el trombón y el cello. Hace un jazz hiphopeado de mensaje new age que pronto me aburre, pero no le pido nada. No le pido a nadie nada, que me dejen bailar tranquilo. Bailo hasta no tener más fuerzas, me tomo un Fernet con coca por la Madre Patria, hablo con los músicos sobre Buenos Aires y Nueva York y sobre las giras y sobre las herramientas que uno usa para lograr lo que quiere.
Después me invitan al Gobi Desert a escuchar Blues, otra gente me dice si quiero ir a Doris a bailar. Nada de eso me apetece, entonces camino con Katri la distancia que nos separa de Klubi hasta Pynikki. Hablamos de todo, también del cansancio físico y mental. Llegamos al punto de separarnos y, cuando me acerco a la distancia de besarla, la abrazo. No quiero entrar en ese juego de nuevo, ese juego de prometer lo que no quiero dar. Prefiero una cierta distancia, reconocer mis pequeñas fobias antes que disimularlas como elecciones.
Camino a casa. Al día siguiente será lunes. El festival habrá terminado y, con él, la fantasía de la vida bohemia. Habrá empezado otra cosa que aún no sé reconocer.

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

acabarás conmigo...

-dejar a la otra persona k.o.-

- por si acaso vos no entendes mi lenguaje...

5:14 PM  
Anonymous Anonymous said...

por tu culpa
mi cine de las 8.30
tendrá que ser a las 10

5:25 PM  
Anonymous Anonymous said...

me quedaría horas... me encanta leer tus relatos

1:16 PM  

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