Monday, November 10, 2008

Qué bien te quedaba

Soy como un galgo corriendo detrás de ese ideal mecánico. El conejito va muy rápido para mis pies, pero este barro que los mancha es mío. Menudo premio sería masticar las tuercas y los rulemanes para descubrir que sabe a óxido eso que yo tanto quería. El roce de los cuerpos tiene olor a carne, detrás de esas pestañas rizadas hay una superficie viscosa palpitante. El motor funciona más aceitado con la memoria, el dolor de ganar sabe peor que una buena derrota labrada con las propias manos. Para sudar, sudo solito. Qué linda eras cuando no conocía tu voz, qué bien te veías en la distancia, en la imposibilidad y en las oportunidades perdidas.
Decían por los pasillos que te gustaban mis aparatos. Yo no entiendo ahora cómo podía ser tan barroco. Yo no sé si es el cambio de década o las estratificación geológica de la adolescencia, pero miro las fotos y me causa espanto. Quiero decir, risa. En pocas palabras, nostalgia. Resumiendo, escepticismo. Yo te seguía como endemoniado, disimulaba un simulacro de persecusión. Siempre fui bueno en eso de ser discreto hasta el borde de lo imperceptible. Parece que mi pelo larguísimo y lacio te parecía bien, que mis anteojos rosas curvados hacia los lados no impedían mirarme a los ojos cuando yo miraba para otro lado. Yo pronunciaba tu apellido de sílaba en sílaba, de tres en tres, te esperaba en las pausas a contraturno, me quedaba más tiempo del debido para tener el privilegio de tu indiferencia, o de tu distracción en esos momentos que yo consideraba cruciales. La acción debía ser directa y personal, eso de los celulares no tenía aún vigencia y el contacto digital era sabidamente masturbatorio; conseguir robarte tiempo era un triunfo, pero a eso le seguían horas y horas de hablar de nimiedades sin mirarse a la cara, sin consensuar una cita, sin mover el pie antes de encontrar tierra firme. Al teléfono de la casa no se llamaba, siempre podía atender un padre iracundo, siempre podía existir un orden matriarcal fuerte y castrador que rompiera las escuetas chances de captar tu interés. El contestador mata las ilusiones cuando nos deja vulnerables, hablando solos, esperando que del otro lado haya algo más que vacío y fibra óptica.
Qué bien te quedaba el 21 de septiembre en Plaza Francia, los primeros días de diciembre en las escalinatas, las fiestas de los viernes en tugurios de Constitución, los encuentros furtivos en algún cine de Santa Fe y Callao, los saludos con la mano desde la vereda de enfrente de una calle angosta en la cual podemos comunicarnos todavía si te dieran ganas. Mejor no, dejémoslo ahí, que era tan bueno eso de callarse lo que uno piensa. Callar y quemarse no es ningún castigo, Federico, sino una bendición. Claro, siempre que se haya sabido amar de esa forma juvenil e irrepetible, esos amores de segunda década que de tanto pudor e inocencia saben a adrenalina. ¿Cuánto valía un beso nimio robado en una puerta de pasillo entonces y cuánto vale un revolcón ahora, que somos cínicos y materialistas, ahora que priorizamos la idea a la cosa y que no podemos esperar a acabar lo que empezamos porque tenemos que correr a contar nuestros triunfos en la ronda de amigos, ese foro de gladiadores mustios?
Hacía correr la voz que me iba, que no me esperaran hasta la segunda semana de agosto, tres semanas a Europa, sí, Europa, ese anhelo que había crecido dentro como un tumor benigno, el deseo de pertenecer a ese mundo aunque sea por unos instantes, de poder pasearme señorialmente por esas calles sin que notaran mi procedencia. Apenas otro sudaca conflictuado con su barbarie a cuestas, otra víctima de educación continental en tierras de masacres. ¿Habías escuchado mi ausencia, tenía algún efecto? ¿Podías realmente sentirte plena con esa falta de miradas y de gambetas, te comía por dentro la angustia de saber que de mí quedaría un rumor hasta la vuelta del invierno? Europa, las calles sucias de Londres, el aroma a humedad de París, un whisky iniciático en las praderas de Escocia, un té en las montañas para mi aniversario estival, un Mont Saint-Michel erguido incólumne sobre aridez y siglos de mareas que vienen y se van con el giro del tiempo. Sí, yo sabía que tu familia no era tan bien como la mía, que el dinero alcanzaba para saldar las deudas y para poner el pan en la mesa, pero a mí eso de las etiquetas mucho no me importaba. Las chicas de trenzas rubias me intrigaban como residuos de una infancia burguesa de círculos elitistas y modales británicos, pero ya entonces me chocaba su olor a dinero, su perfección ósea y su evolución genética, siempre tan pronunciada en la curva ascendente de la nariz; yo las miraba, yo las frecuentaba, yo me reía de sus chistes, pero ellas no tenían ese frenesí popular que tenía tu pelo oscuro, ese atrevimiento contestatario en la distancia entre tus ojos. ¿Qué sabían ellas de asambleas y cambios sociales? ¿Qué podían decirme de nuevo sobre la estructura del mundo, si apenas sabían reconocer el suelo sobre el que estaban paradas? Yo apenas estaba empezando, apenas había llegado a este mundo, yo tenía en mis ojos y en mis manos las ansias de saber de primera mano, de dejar una huella en cada retina, de pisar fuerte. Será por eso el terciopelo y los zapatos con plataforma, será por eso el ornamento y su manifiesto.
Qué bien te quedaba, mi amor, qué bien te quedaba. Las mañanas con antelación esperando verte, qué bien te quedaban; y el campo de deportes con su olor a tierra seca y a polvo que se mete en la ropa interior, qué bien te quedaba; y los viernes a la tarde, pensando en qué me pondría antes de emborracharme en una plaza, qué bien te quedaba; y los vómitos en callejones del centro, entre papeles de diarios y cirujas, y los partidos de fútbol de cada sábado con resaca, mirando de reojo para buscarte entre el público entusiasta, las tomas del colegio cuando la nueva ley de educación amenazaba a las instituciones públicas, los campamentos lapidarios en balnearios peronistas con oleadas de fideos pegados y bañados en vino denso, las noches sin sueño entre tormentas heladas. Qué bien te quedaban, mi amor, qué bien te quedaban.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

me aprenderé de memoria desde el
ultimo punto.
como romantica que soy.

5:15 PM  

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