La Plata, parte uno
Estábamos en El Imaginario bajando la birra como beduinos en el desierto. A tragos grandes, con ímpetu, en tandas de a dos. María, dos más, decíamos. Y la comparábamos con la moza nueva, la que parece que tiene tetas grandes pero en realidad es el corpiño que engaña...
Nos fumamos un porro en puerta, para afinar el tino. Apareció Lila, con una campera de nylon negro, brillosa. Como siempre que la veo, pensé en cogérmela. Como siempre, estaba con un flaco, un tipo de cara de niño y aro en la ceja. Esta mina cambia de tipos como de vestuario; pero no la cuestiono, la respeto. Su intensidad es tan roja como su pelo y sus tetas son maravillosas. De hecho, su cuerpo es como una selva tropical: abundante y húmedo.
Empecé a hablar con Marina de temas que solo ella y yo podíamos hablar en esa mesa. Naza desconfió y aguzó el oido.
- Seguí en la tuya, le ordené.
- ¿A qué vas a La Plata mañana?, me respondió, astuto. El tipo es un estratega.
- Cosas mías.
- Qué vas a hacer.
- Voy a ver al doctor Zaratiegui.
- Suena medio turbio, pela.
- Es un especialista, una eminencia en temas de la mente. Mejor no preguntes.
Marina y yo fuimos a la parte de atrás del bar, a fumar sus cigarrillos y a hablar. Hablamos de amor, de semblantes, de apariencias. De quienes aparentan ser feroces y aguerridos pero no nos engañan, les vemos la hilacha de ternura o de necesidad de afecto, o como se lo llame. Somos expertos en develar la charada y nos enorgullecemos de eso. Hablamos también de amor y me contó, con más detalles que nunca, cómo pasó lo de Naza y ella. Detalles, sensaciones, fue muy descriptiva. Su relato me atrapó.
- Yo me iba a encontrar con mi novio de entonces en Constitución. Yo estaba ahí y él todavía no había llegado, y yo rogaba que tardara diez minutos más, así me iba a verlo a Naza. Yo sabía lo que quería, lo tenía clarísimo. Así que lo llamé y le dije así, de una: no sé qué hacer. Y bueno, me dijo, venite. Y me tomé un taxi y fui a la casa, sin saber qué esperar. Lo voy a hacer esperar, pensé, lo voy a hacer esperar todo lo que haga falta, hasta que ruegue. Y fui y fue zarpado. M dijo por qué no me quedaba a dormir y le dije: ni en pedo, en la cama de tus viejos no... o sea, yo me quería quedar a dormir y también al día siguiente, pero tenía que seguir firme...
Había algo en su cara que estaba transformada. La ilusión de contarme eso la invadía completamente, al borde de llenarle los ojos de lágrimas. Me estaba contando un hecho relevante, un momento de esos únicos y escasos donde uno sabe lo que quiere y lo quiere ya. Y sabe que no puede perder, porque el deseo es tan grande que compensa por todo, por las dificultades, por los malentendidos, por la histeria labrada a lo largo de encuentros íntimos pero medidos...
El alcohol me subió súbitamente, y el porro me hizo añicos la razón y sentí miedo, uno de esos miedos fieros que indican que hay que actuar y actuar ya.
- Perdón, Mari, tengo que salir. ¿Me prestás tu teléfono? El mío está medio muerto.
Corrí a la salida con el teléfono de ella en una mano y el mío en la otra, buscando desperadamente el teléfono de Sol. Necesitaba escucharla, oir el tono áspero de su voz, decirle cosas sinceras y bellas, permitirme ser frágil un instante. No lo pensé, llamé. Contestador. ¿Dejo o no mensaje? El teléfono es desconocido, puedo hacerme el imbécil y dejar todo ahí, jugarla seguro.
Pero no, me moría de ganas de dejar un mensaje, de lanzar al aire una expresión de deseo. Empecé a hablar intentando ser espontáneo, que es para mí la tarea más titánica que pueda imaginar.
- Hola... soy yo. Ya sé que parece extraño que te llame, pero te extraño, extraño tenerte cerca, extraño... la energía que transmitis. No sé, si tenés ganas de verme llamáme, o avisáme y vemos qué hacemos con todo esto. Un beso grande.
Desde el momento en que colgué supe que no me iba a llamar. También supe que hay algo maquiavélico y retorcido en mi pensamiento. Paso del amor absoluto a la distancia total a la estrategia al ablande a...
No soy digno de amor, dignos de amor son los que saben escuchar y los que hacen sacrificios.
Las cuatro menos cuarto se hicieron en el reloj de la pared y pensé que había postergado la partida hacia la fiesta. Cumpleaños de Gabo y Denise. Karaoke con helio, para cantar con la voz finita y hacer un poco el payaso. Llegué tardísimo, ya nadie cantaba. Me encontré lleno de deseo, la mirada furtiva a todo cuerpo femenino. Dios mío, qué temibles son. Qué enorme misterio oscuro, esos seres que se pasean al lado de uno como si fueran de la misma especie que uno...
Apoareciò Lau. Lau, Lau, con quien compartí la secundaria y con quién me acosté una noche helada de Julio, días antes de mi cumpleaños de 2002. Tuvimos una charla franca, ambos hemos progrsado de algun modo, ambos buscamos la libertad como la hierba fresca, estamos màs cerca (geográfica y mentalmente) de lo que creíamos.
Le dije que Denise estaba hermosa. Ella asintió.
- Pero tiene novio, acoté.
- ¿Vos decís? No se comporta como si tuviera novio.
- Es cierto, me acerco y todo bien.
- Tal vez se separó. Andá a hablarle, dále, no lo pienses.
Aún así, lo pensé. Unos minutos. Basta, me dije, la vida se te va. Si querés actuar, actuá, no mires, no pienses. Le toqué la espalda suavemente, su vestido sedoso tenso contra su cuerpo, adherido como una sopapa amorosa. Giró y me miró desde su altura y desde la robustez de sus rasgos. Sonrió. Sonreí.
- Estás muy hermosa hoy. Ese vestido te queda muy bien.
- Ay, gracias.
- Y tus zapatillas deportivas son muy simpáticas.
- ¿No te dijeron? Ese es el tema de la noche: ponerte cosas que nunca te pondrías.
- ¿En serio? ¿Y por qué no me avisaste? Me hubiese puesto mis prendas más disparatadas.
- Te mandé un mail y un mensaje de Facebook.
- Es que soy medio idiota, no leo bien.
- Sí, ya veo.
- ¿Y el karaoke? ¿Estuvo bueno?
- Sí, cantamos.
- ¿A dúo?
- Sí
- ¿Y vos solita no?
- No, no me animé
- ¿Te incomoda que te hable a esta distancia?
- Sí, la verdad que sì
- ¿Por qué?
- Y... porque estuviste con Lai, que es mi amiga. Tengo códigos, ¿viste? Y no los rompo. No da.
- Pero Lai no está acá y con ella está todo hablado...
- Sí, pero además... tengo pareja.
- Sí, lo sé, pero creí que valía la pena intentarlo.
- Claro, está bien.
- Me dije: mejor que ella me diga que no a que yo asuma que es un no.
- Está muy bien.
Me alejé a los saltitos, disimulando que el fracaso me había dolido. Lau se disculpó por incentivarme. Gabo se enojó un poco, creo que es amigo del novio. Lucas me habló de dos hermanas a las que se encaraba al mismo tiempo y, mientras le sacaba el mail a una, le daba un beso a la otra. Un laburante, pero también un adicto a la seducción; Lucas no para hasta no llevarse varios teléfonos por noche.
Acabé partiendo hacia casa. Las cinco y media. Tenía que estar en Constitución a las ocho para tomar el tren a La Plata, para encontrarme con el doctor Zaratiegui, mi psiquiatra. Lo veo una vez por mes y me receta Lamictal, que es algo que le dan a los epilépticos, pero también algo que regula los valles anímicos.
Dejé una paja a la mitad y me dormí cuarenta minutos. Me levanté a los tumbos y corrí al subte. Empecé a encontrarle el gusto a Catch-22, el libro de Heller, y llegué justo al tren de las 8:12 a La Plata vía Quilmes.
Dormí todo el viaje y desperté en City Bell, o en Gonnet, no sé. Un gordo rubio que llevaba una canasta con palmeritas y facturas me preguntó la hora. Saqué el celular de la mochila.
- Las nueve y veinte
- A mí me robaron el celular la semana pasada.
- Bajón, espeté, dando a entender que se equivocaba si pensaba que le iba a dar charla con sueño y cierto sentido de desorientación.
- Fui a ver a un amigo al hospital de Quilmes que se accidentó y dejé apoyados la billetera y el celular. Cuando volví no quedaba nada, me lo habían choreado.
- No hay que confiarse nunca, respondí, y miré por la ventana hasta llegar a La Plata. Al rato el grandote encontró a otro con quien hablar y creo que hasta se fueron caminando juntos.
Llegué a ver al doctor justo y me preparé un té de frutilla. Me recibió con un tono afable, pero siempre me trata de usted. Me senté en el sillón de terciopelo mostaza y empecé a hablar de las mejoras que siento a partir de la medicación. El tomaba mate, siempre toma mate solo, sin convidar. El doctor Zaratiegui no oculta que es un hombre particular. Hay algo uruguayo en él, pero también erudito; una serenidad austera, una modestia que proviene de un saber amplio y desprejuiciado.
- Los picos anímicos están mucho más estables, ya no me cuesta tanto levantarme a la mañana y postergo mucho menos hacer las cosas. Cada tanto tengo un bajón, pero responde a razones concretas y logro entender por qué se produce.
- Parece que nota una amplia mejoría. ¿Qué le produjo esos bajones, por ejemplo?
- Ver que otro hizo algo que yo quería hacer, lo cual me da envidia, o que una mujer me rechace por exceso de intromisión de mi parte. Esta semana ya me pasó dos veces. No së si es la medicación, pero me pasé un poco al otro lado, estoy como sobreexitado, digo todo lo que pienso. Eso no necesariamente es malo, me encanta, pero no funciona muy bien socialmente.
- Claro.
- Lo que sí me preocupa es que siento muy seguido que no logro interactuar bien con el mundo, que logro conectar con la gente, y que los otros, los que me rodean, sí. Es como si todos entendieran cómo relacionarse con otros menos yo. ¿La medicación disminuye el deseo sexual?
- No, para nada. ¿Por qué?
- Porque mi deseo sexual aumentó, pero a la hora de concretar tengo desinterés, me cuesta conectar con la otra persona. Es parte de lo mismo, supongo. ¿Debería dejar de decir todo lo que pienso?´
- Y, el problema es que va a coger menos.
- ¿Y hasta cuándo debería tomar esto?
- Tarda al menos un año en hacer efecto, hasta estabilizarse. Tal vez deba tomarlo varios años. La dosis no tiene nada que ver con estar más o menos medicado. es el estómago y el hígado el que define eso. Hay gente que tiene un hígado fabuloso, que tiene enzimas qúe resisten a cualquier medicamento. Entonces hay que aumentar la dosis. Pero esto viene de hace millones de años, antes de los medicamentos. Las plantas desarrollaron toxinas para defenderse de los animales y los animales desarrollaron enzimas para protegerse. La guerra química comenzó antes de nosotros.
- Ah... otro tema que me preocupa es que pienso demasiado y a veces me impide actuar.
- Eso es típico de los obsesivos. ¿Recuerda el primer antecedente de eso?
- Sí, a los quince años, pararme antes de hacer un examen para el cual había estudiado y pensar: no lo puedo hacer, no me va a salir. Después me sale, claro.
- Mire, esto puede sonar un poco biologista, pero el cerebro tiene dos hemisferios. El izquierdo el más racional y el derecho más creativo, digamos. Los dos hemisferios pueden reconocer una cara, pero si desordena los rasgos, sólo el izquierdo la reconoce, el derecho no. Esto se descubrió por mala praxis. No sé si conoce la historia.
- No, quiero saber
- A los epilépticos les separaban los hemisferios con un tajo para curarlos, pero se comportaban extraño, hacían cosas locas. Y así se vio que hay autonomía, o que a veces un hemisferio sabe algo que el otro no. Para una tarea creativa como la de usted, el hemisferio derecho es muy importante. Hay ejercicios para desarrollarlos.
- Eso quiero, eso. La libertad, yo busco la libertad.
- Entonces incentive al lado derecho de su cerebro.
Me despedí prometiendo volver en Mayo y el doctor me recomendó que visitara el bosque platense, en 53 y 1, y de paso viera el museo. Me perdí caminando, crucé la catedral y acabé en un edificio con escudo frigio y fachada en remodelación. Era el museo en honor de Malvinas. Sencillo, pero contundente. Ví las fotos de los jóvenes soldados, sus caras de entusiasmo y de desconcierto, la demagogia de Galtieri en el balcón y los miles de argentinos eufóricos, ignorantes de la tétrica realidad; los recortes de diarios triunfalistas, los restos de cuchillos, pasta de dientes, botas, amuletos.
Lentamente, empecé a llorar. La mirada se me empañó y lloré solo en esa sala inmensa, contemplando a la injusticia y al dolor y a la tragedia de un pueblo que se niega a crecer, que elige tapar antes que cuestionar, que se escuda en el olvido inmediato pero que sigue tropezando con la misma piedra hasta el fin de los tiempos.
- Mierda, me dije, podría haber sido yo. Me salvó la historia, pero ellos eran como yo. Y yo estoy acá, ellos están muertos. ¿Qué podría yo hacer por ellos para aliviar su dolor de fantasmas que aún no han sido redimidos?
Nos fumamos un porro en puerta, para afinar el tino. Apareció Lila, con una campera de nylon negro, brillosa. Como siempre que la veo, pensé en cogérmela. Como siempre, estaba con un flaco, un tipo de cara de niño y aro en la ceja. Esta mina cambia de tipos como de vestuario; pero no la cuestiono, la respeto. Su intensidad es tan roja como su pelo y sus tetas son maravillosas. De hecho, su cuerpo es como una selva tropical: abundante y húmedo.
Empecé a hablar con Marina de temas que solo ella y yo podíamos hablar en esa mesa. Naza desconfió y aguzó el oido.
- Seguí en la tuya, le ordené.
- ¿A qué vas a La Plata mañana?, me respondió, astuto. El tipo es un estratega.
- Cosas mías.
- Qué vas a hacer.
- Voy a ver al doctor Zaratiegui.
- Suena medio turbio, pela.
- Es un especialista, una eminencia en temas de la mente. Mejor no preguntes.
Marina y yo fuimos a la parte de atrás del bar, a fumar sus cigarrillos y a hablar. Hablamos de amor, de semblantes, de apariencias. De quienes aparentan ser feroces y aguerridos pero no nos engañan, les vemos la hilacha de ternura o de necesidad de afecto, o como se lo llame. Somos expertos en develar la charada y nos enorgullecemos de eso. Hablamos también de amor y me contó, con más detalles que nunca, cómo pasó lo de Naza y ella. Detalles, sensaciones, fue muy descriptiva. Su relato me atrapó.
- Yo me iba a encontrar con mi novio de entonces en Constitución. Yo estaba ahí y él todavía no había llegado, y yo rogaba que tardara diez minutos más, así me iba a verlo a Naza. Yo sabía lo que quería, lo tenía clarísimo. Así que lo llamé y le dije así, de una: no sé qué hacer. Y bueno, me dijo, venite. Y me tomé un taxi y fui a la casa, sin saber qué esperar. Lo voy a hacer esperar, pensé, lo voy a hacer esperar todo lo que haga falta, hasta que ruegue. Y fui y fue zarpado. M dijo por qué no me quedaba a dormir y le dije: ni en pedo, en la cama de tus viejos no... o sea, yo me quería quedar a dormir y también al día siguiente, pero tenía que seguir firme...
Había algo en su cara que estaba transformada. La ilusión de contarme eso la invadía completamente, al borde de llenarle los ojos de lágrimas. Me estaba contando un hecho relevante, un momento de esos únicos y escasos donde uno sabe lo que quiere y lo quiere ya. Y sabe que no puede perder, porque el deseo es tan grande que compensa por todo, por las dificultades, por los malentendidos, por la histeria labrada a lo largo de encuentros íntimos pero medidos...
El alcohol me subió súbitamente, y el porro me hizo añicos la razón y sentí miedo, uno de esos miedos fieros que indican que hay que actuar y actuar ya.
- Perdón, Mari, tengo que salir. ¿Me prestás tu teléfono? El mío está medio muerto.
Corrí a la salida con el teléfono de ella en una mano y el mío en la otra, buscando desperadamente el teléfono de Sol. Necesitaba escucharla, oir el tono áspero de su voz, decirle cosas sinceras y bellas, permitirme ser frágil un instante. No lo pensé, llamé. Contestador. ¿Dejo o no mensaje? El teléfono es desconocido, puedo hacerme el imbécil y dejar todo ahí, jugarla seguro.
Pero no, me moría de ganas de dejar un mensaje, de lanzar al aire una expresión de deseo. Empecé a hablar intentando ser espontáneo, que es para mí la tarea más titánica que pueda imaginar.
- Hola... soy yo. Ya sé que parece extraño que te llame, pero te extraño, extraño tenerte cerca, extraño... la energía que transmitis. No sé, si tenés ganas de verme llamáme, o avisáme y vemos qué hacemos con todo esto. Un beso grande.
Desde el momento en que colgué supe que no me iba a llamar. También supe que hay algo maquiavélico y retorcido en mi pensamiento. Paso del amor absoluto a la distancia total a la estrategia al ablande a...
No soy digno de amor, dignos de amor son los que saben escuchar y los que hacen sacrificios.
Las cuatro menos cuarto se hicieron en el reloj de la pared y pensé que había postergado la partida hacia la fiesta. Cumpleaños de Gabo y Denise. Karaoke con helio, para cantar con la voz finita y hacer un poco el payaso. Llegué tardísimo, ya nadie cantaba. Me encontré lleno de deseo, la mirada furtiva a todo cuerpo femenino. Dios mío, qué temibles son. Qué enorme misterio oscuro, esos seres que se pasean al lado de uno como si fueran de la misma especie que uno...
Apoareciò Lau. Lau, Lau, con quien compartí la secundaria y con quién me acosté una noche helada de Julio, días antes de mi cumpleaños de 2002. Tuvimos una charla franca, ambos hemos progrsado de algun modo, ambos buscamos la libertad como la hierba fresca, estamos màs cerca (geográfica y mentalmente) de lo que creíamos.
Le dije que Denise estaba hermosa. Ella asintió.
- Pero tiene novio, acoté.
- ¿Vos decís? No se comporta como si tuviera novio.
- Es cierto, me acerco y todo bien.
- Tal vez se separó. Andá a hablarle, dále, no lo pienses.
Aún así, lo pensé. Unos minutos. Basta, me dije, la vida se te va. Si querés actuar, actuá, no mires, no pienses. Le toqué la espalda suavemente, su vestido sedoso tenso contra su cuerpo, adherido como una sopapa amorosa. Giró y me miró desde su altura y desde la robustez de sus rasgos. Sonrió. Sonreí.
- Estás muy hermosa hoy. Ese vestido te queda muy bien.
- Ay, gracias.
- Y tus zapatillas deportivas son muy simpáticas.
- ¿No te dijeron? Ese es el tema de la noche: ponerte cosas que nunca te pondrías.
- ¿En serio? ¿Y por qué no me avisaste? Me hubiese puesto mis prendas más disparatadas.
- Te mandé un mail y un mensaje de Facebook.
- Es que soy medio idiota, no leo bien.
- Sí, ya veo.
- ¿Y el karaoke? ¿Estuvo bueno?
- Sí, cantamos.
- ¿A dúo?
- Sí
- ¿Y vos solita no?
- No, no me animé
- ¿Te incomoda que te hable a esta distancia?
- Sí, la verdad que sì
- ¿Por qué?
- Y... porque estuviste con Lai, que es mi amiga. Tengo códigos, ¿viste? Y no los rompo. No da.
- Pero Lai no está acá y con ella está todo hablado...
- Sí, pero además... tengo pareja.
- Sí, lo sé, pero creí que valía la pena intentarlo.
- Claro, está bien.
- Me dije: mejor que ella me diga que no a que yo asuma que es un no.
- Está muy bien.
Me alejé a los saltitos, disimulando que el fracaso me había dolido. Lau se disculpó por incentivarme. Gabo se enojó un poco, creo que es amigo del novio. Lucas me habló de dos hermanas a las que se encaraba al mismo tiempo y, mientras le sacaba el mail a una, le daba un beso a la otra. Un laburante, pero también un adicto a la seducción; Lucas no para hasta no llevarse varios teléfonos por noche.
Acabé partiendo hacia casa. Las cinco y media. Tenía que estar en Constitución a las ocho para tomar el tren a La Plata, para encontrarme con el doctor Zaratiegui, mi psiquiatra. Lo veo una vez por mes y me receta Lamictal, que es algo que le dan a los epilépticos, pero también algo que regula los valles anímicos.
Dejé una paja a la mitad y me dormí cuarenta minutos. Me levanté a los tumbos y corrí al subte. Empecé a encontrarle el gusto a Catch-22, el libro de Heller, y llegué justo al tren de las 8:12 a La Plata vía Quilmes.
Dormí todo el viaje y desperté en City Bell, o en Gonnet, no sé. Un gordo rubio que llevaba una canasta con palmeritas y facturas me preguntó la hora. Saqué el celular de la mochila.
- Las nueve y veinte
- A mí me robaron el celular la semana pasada.
- Bajón, espeté, dando a entender que se equivocaba si pensaba que le iba a dar charla con sueño y cierto sentido de desorientación.
- Fui a ver a un amigo al hospital de Quilmes que se accidentó y dejé apoyados la billetera y el celular. Cuando volví no quedaba nada, me lo habían choreado.
- No hay que confiarse nunca, respondí, y miré por la ventana hasta llegar a La Plata. Al rato el grandote encontró a otro con quien hablar y creo que hasta se fueron caminando juntos.
Llegué a ver al doctor justo y me preparé un té de frutilla. Me recibió con un tono afable, pero siempre me trata de usted. Me senté en el sillón de terciopelo mostaza y empecé a hablar de las mejoras que siento a partir de la medicación. El tomaba mate, siempre toma mate solo, sin convidar. El doctor Zaratiegui no oculta que es un hombre particular. Hay algo uruguayo en él, pero también erudito; una serenidad austera, una modestia que proviene de un saber amplio y desprejuiciado.
- Los picos anímicos están mucho más estables, ya no me cuesta tanto levantarme a la mañana y postergo mucho menos hacer las cosas. Cada tanto tengo un bajón, pero responde a razones concretas y logro entender por qué se produce.
- Parece que nota una amplia mejoría. ¿Qué le produjo esos bajones, por ejemplo?
- Ver que otro hizo algo que yo quería hacer, lo cual me da envidia, o que una mujer me rechace por exceso de intromisión de mi parte. Esta semana ya me pasó dos veces. No së si es la medicación, pero me pasé un poco al otro lado, estoy como sobreexitado, digo todo lo que pienso. Eso no necesariamente es malo, me encanta, pero no funciona muy bien socialmente.
- Claro.
- Lo que sí me preocupa es que siento muy seguido que no logro interactuar bien con el mundo, que logro conectar con la gente, y que los otros, los que me rodean, sí. Es como si todos entendieran cómo relacionarse con otros menos yo. ¿La medicación disminuye el deseo sexual?
- No, para nada. ¿Por qué?
- Porque mi deseo sexual aumentó, pero a la hora de concretar tengo desinterés, me cuesta conectar con la otra persona. Es parte de lo mismo, supongo. ¿Debería dejar de decir todo lo que pienso?´
- Y, el problema es que va a coger menos.
- ¿Y hasta cuándo debería tomar esto?
- Tarda al menos un año en hacer efecto, hasta estabilizarse. Tal vez deba tomarlo varios años. La dosis no tiene nada que ver con estar más o menos medicado. es el estómago y el hígado el que define eso. Hay gente que tiene un hígado fabuloso, que tiene enzimas qúe resisten a cualquier medicamento. Entonces hay que aumentar la dosis. Pero esto viene de hace millones de años, antes de los medicamentos. Las plantas desarrollaron toxinas para defenderse de los animales y los animales desarrollaron enzimas para protegerse. La guerra química comenzó antes de nosotros.
- Ah... otro tema que me preocupa es que pienso demasiado y a veces me impide actuar.
- Eso es típico de los obsesivos. ¿Recuerda el primer antecedente de eso?
- Sí, a los quince años, pararme antes de hacer un examen para el cual había estudiado y pensar: no lo puedo hacer, no me va a salir. Después me sale, claro.
- Mire, esto puede sonar un poco biologista, pero el cerebro tiene dos hemisferios. El izquierdo el más racional y el derecho más creativo, digamos. Los dos hemisferios pueden reconocer una cara, pero si desordena los rasgos, sólo el izquierdo la reconoce, el derecho no. Esto se descubrió por mala praxis. No sé si conoce la historia.
- No, quiero saber
- A los epilépticos les separaban los hemisferios con un tajo para curarlos, pero se comportaban extraño, hacían cosas locas. Y así se vio que hay autonomía, o que a veces un hemisferio sabe algo que el otro no. Para una tarea creativa como la de usted, el hemisferio derecho es muy importante. Hay ejercicios para desarrollarlos.
- Eso quiero, eso. La libertad, yo busco la libertad.
- Entonces incentive al lado derecho de su cerebro.
Me despedí prometiendo volver en Mayo y el doctor me recomendó que visitara el bosque platense, en 53 y 1, y de paso viera el museo. Me perdí caminando, crucé la catedral y acabé en un edificio con escudo frigio y fachada en remodelación. Era el museo en honor de Malvinas. Sencillo, pero contundente. Ví las fotos de los jóvenes soldados, sus caras de entusiasmo y de desconcierto, la demagogia de Galtieri en el balcón y los miles de argentinos eufóricos, ignorantes de la tétrica realidad; los recortes de diarios triunfalistas, los restos de cuchillos, pasta de dientes, botas, amuletos.
Lentamente, empecé a llorar. La mirada se me empañó y lloré solo en esa sala inmensa, contemplando a la injusticia y al dolor y a la tragedia de un pueblo que se niega a crecer, que elige tapar antes que cuestionar, que se escuda en el olvido inmediato pero que sigue tropezando con la misma piedra hasta el fin de los tiempos.
- Mierda, me dije, podría haber sido yo. Me salvó la historia, pero ellos eran como yo. Y yo estoy acá, ellos están muertos. ¿Qué podría yo hacer por ellos para aliviar su dolor de fantasmas que aún no han sido redimidos?
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