Perca
Me encontré con Roberto a tomar un café a la salida de mi primer día de trabajo y me sentía fresco, bien predispuesto, aún a sabiendas de que ese breve encuentro con Roberto era, a su manera, una reunión de trabajo. A Roberto le gusta distender las reuniones - aún si uno puede percibir su urgencia por entrar en tema, atenuada por chistes de los que él mismo empieza riéndose - y siempre hay un tiempo previo destinado a hablar de noticias o fútbol o la vida personal de cada uno. Siempre pasa una chica linda, o no tan linda, y Roberto para la conversación para que todos podamos ver el culo de la chica, y tengo que decir que el gusto de Roberto no está nada mal.
Esta vez éramos solo yo y él, y nos atendió el mozo viejo de anteojos enormes y boina que siempre se hace el gracioso a la hora de tomar el pedido. Después hablamos del tema laboral, pero lo fuimos mechando con el resumen del partido de España (¡Qué placer, la caída de una promesa!) y con cosas varias, como suele suceder cuando uno se entrega al diálogo con Roberto. Me contó que un tiempo atrás vivía en el barrio un tipo de la calle que era muy culto y que había sido, o aún lo era, un extraordinario escritor. Quise saber más sobre el hombre, su edad, su condición, su pasado. Me dijo que el hombre, con el cual él había desarrollado un vínculo por vivir en la casa contigua al trozo de tierra que el tipo llamaba su casa, le había regalado una poesía de inusual belleza y que él, a cambio, le había regalado un libro de poesía que él mismo - Roberto - había publicado. El hombre, que debía tener unos treinta y tantos y al que todos conocían como "Perca", había quedado fascinado con el libro, y había declarado, con alevosía y buen tino, que había en los textos algo de Bukowski mezclado con Gelman. Roberto estaba asombradamente de acuerdo con esas palabras, y con el tiempo llegó a llamarlo su amigo. Cada vez que se cruzaban en la vereda, el hombre se acercaba, hablaban de temas varios y, luego, "Perca" resumía las cosas que había visto en Colegiales, barrio al cual solía calificar de "El Centro del Mundo" o, sino, "Colegiales D.C."
Un día Roberto llegó a su casa y, para su sorpresa, allí estaba "Perca", sentado con su hijo, Tadeo, y la guitarra de por medio. Al salir el visitante de la casa, Roberto, un tanto descolocado, quiso saber de qué hablaban en la intimidad del cuarto. Tadeo le explicó que "Perca" había hecho referencia a la música que Tadeo y sus amigos tocaban, y que él escuchaba desde la calle a través de la ventana. "Perca" le había sugerido que sus letras eran un tanto pueriles y que él sabía el modo de mejorar los estribillos. Así, le indicó a Tadeo que escribiera una línea por día, que la dejara reposar y que, al día siguiente, intentara retomar a la idea de esa línea sin verla; de todas las recreaciones salía una letra evocativa, como un recuerdo lejano de una imagen borrosa, como el tiempo. Roberto jura que esas tres canciones que Tadeo compuso con el método son lo mejor que hizo jamás, al menos musicalmente.
Una tarde, cuando empezaba a osurecer, Roberto encontró a "Perca" un tanto abatido y derrotado. Todo el mundo sabía que "Perca" era amigo de la bebida y que podía tener ánimos belicosos sin motivo aparente. El alcohol parecía hacerle verdadero mal, le nublaba los sentidos, le quitaba el don del habla, lo hacía derrumbar en añicos a esa cortesía en bruto que lo caracterizaba. Roberto le preguntó qué le pasaba, y "Perca" explicó que necesitaba ayuda, que las cosas se le habían ido de las manos. Así, Roberto movilizó al barrio, juntó a otro vecino y juntos salieron a buscar clínicas para internar (voluntariamente) al amigo de la calle. La cosa fue ardua, porque eran todas muy caras y nadie ahí tenía dinero para derrochar. Finalmente, Roberto encontró una clínica en Vicente López, a tres cuadras del Raggio - Rómulo Raggio -, y allí, con la plata que ponía el PAMI, lo internaron. El resto, unos trescientos pesos restantes, lo repartieron entre cuatro vecinos y tema solucionado.
Los meses que estuvo adentro, "Perca" tuvo una recuperación asombrosa. Las enfermeras estaban maravilladas por ese hombre resplandeciente y de veloz inteligencia. Nunca lo habían visto tan reluciente, tan erguido y tan limpio. A los seis meses, el internado decidió hacer una prueba de reintegración social y lo lanzaron a la calle. La primer tarea, ir al Ministerio de Trabajo, "Perca" la cumplió. Pero al segundo mes ya no fue, y nadie más supo del asunto.
A las pocas semanas, "Perca" estaba de vuelta en "Colegiales D.C.", vagando por las calles o gritando de alcoholemia. Roberto volvió a frecuentarlo, y más de una vez fue víctima ocasional de la ira de "Perca", perdido de borracho. Insultos, patadas, agravios, cualquier cosa hacía aquél hombre cuando estaba poseído. En una de sus últimas apariciones, un vecino con el cual Roberto no tenía trato llamó al SAME y a la policía, que estaba ya harta de lidiar con los escándalos de "Perca". Un abogado en bata se asomó en medio del tumulto y dijo que mejor era "hacer desaparecer" a ese hombre, visiblemente hinchado de feroz intolerancia. Roberto estaba indigando. ¿Qué decía ese hombre, hacerlo desaparecer? ¿En la Argentina?
Finalmente, "Perca" dejó de aparecer. Nadie más lo vio ni supo de él, aunque se comentó, tal vez a través de la policía, que lo habían llevado al Borda.
Roberto estaba apenado. Me decía que el tipo venía de una familia acomodada, su padre era un profesional, tenía un hermano que dirigía una productora de cine... ¿Cómo explicar que terminara en la calle? Roberto asumía que la familia se debía haber hartado, tenerlo así desde los veinte años... tal vez lo había dejado perderse. A mí me resultaba inconcebible esa opción: ¿Quién es tan monstruoso como para abandonar a un propio hijo en sus momentos de debilidad? Hasta las personas más diabólicas, hasta los abogados que exigen desaparecidos, quieren a sus hijos y les otorgan el perdón cristiano cuando se aclaran las trivialidades que separan a la gente.
Después llamamos al mozo, me invitó el café y quedamos a llamarnos para volver a juntarnos, pero no sé para qué arreglar, si igual siempre nos cruzamos por el barrio, lo cruzo cuando compra las verduras o cuando yo voy al quiosco y él a la tienda naturista. Tal vez somos nosotros, que andamos en algún lugar de la mente por los mismos recorridos, o es Colegiales, a los que algunos llaman "El Centro del Mundo".
Esta vez éramos solo yo y él, y nos atendió el mozo viejo de anteojos enormes y boina que siempre se hace el gracioso a la hora de tomar el pedido. Después hablamos del tema laboral, pero lo fuimos mechando con el resumen del partido de España (¡Qué placer, la caída de una promesa!) y con cosas varias, como suele suceder cuando uno se entrega al diálogo con Roberto. Me contó que un tiempo atrás vivía en el barrio un tipo de la calle que era muy culto y que había sido, o aún lo era, un extraordinario escritor. Quise saber más sobre el hombre, su edad, su condición, su pasado. Me dijo que el hombre, con el cual él había desarrollado un vínculo por vivir en la casa contigua al trozo de tierra que el tipo llamaba su casa, le había regalado una poesía de inusual belleza y que él, a cambio, le había regalado un libro de poesía que él mismo - Roberto - había publicado. El hombre, que debía tener unos treinta y tantos y al que todos conocían como "Perca", había quedado fascinado con el libro, y había declarado, con alevosía y buen tino, que había en los textos algo de Bukowski mezclado con Gelman. Roberto estaba asombradamente de acuerdo con esas palabras, y con el tiempo llegó a llamarlo su amigo. Cada vez que se cruzaban en la vereda, el hombre se acercaba, hablaban de temas varios y, luego, "Perca" resumía las cosas que había visto en Colegiales, barrio al cual solía calificar de "El Centro del Mundo" o, sino, "Colegiales D.C."
Un día Roberto llegó a su casa y, para su sorpresa, allí estaba "Perca", sentado con su hijo, Tadeo, y la guitarra de por medio. Al salir el visitante de la casa, Roberto, un tanto descolocado, quiso saber de qué hablaban en la intimidad del cuarto. Tadeo le explicó que "Perca" había hecho referencia a la música que Tadeo y sus amigos tocaban, y que él escuchaba desde la calle a través de la ventana. "Perca" le había sugerido que sus letras eran un tanto pueriles y que él sabía el modo de mejorar los estribillos. Así, le indicó a Tadeo que escribiera una línea por día, que la dejara reposar y que, al día siguiente, intentara retomar a la idea de esa línea sin verla; de todas las recreaciones salía una letra evocativa, como un recuerdo lejano de una imagen borrosa, como el tiempo. Roberto jura que esas tres canciones que Tadeo compuso con el método son lo mejor que hizo jamás, al menos musicalmente.
Una tarde, cuando empezaba a osurecer, Roberto encontró a "Perca" un tanto abatido y derrotado. Todo el mundo sabía que "Perca" era amigo de la bebida y que podía tener ánimos belicosos sin motivo aparente. El alcohol parecía hacerle verdadero mal, le nublaba los sentidos, le quitaba el don del habla, lo hacía derrumbar en añicos a esa cortesía en bruto que lo caracterizaba. Roberto le preguntó qué le pasaba, y "Perca" explicó que necesitaba ayuda, que las cosas se le habían ido de las manos. Así, Roberto movilizó al barrio, juntó a otro vecino y juntos salieron a buscar clínicas para internar (voluntariamente) al amigo de la calle. La cosa fue ardua, porque eran todas muy caras y nadie ahí tenía dinero para derrochar. Finalmente, Roberto encontró una clínica en Vicente López, a tres cuadras del Raggio - Rómulo Raggio -, y allí, con la plata que ponía el PAMI, lo internaron. El resto, unos trescientos pesos restantes, lo repartieron entre cuatro vecinos y tema solucionado.
Los meses que estuvo adentro, "Perca" tuvo una recuperación asombrosa. Las enfermeras estaban maravilladas por ese hombre resplandeciente y de veloz inteligencia. Nunca lo habían visto tan reluciente, tan erguido y tan limpio. A los seis meses, el internado decidió hacer una prueba de reintegración social y lo lanzaron a la calle. La primer tarea, ir al Ministerio de Trabajo, "Perca" la cumplió. Pero al segundo mes ya no fue, y nadie más supo del asunto.
A las pocas semanas, "Perca" estaba de vuelta en "Colegiales D.C.", vagando por las calles o gritando de alcoholemia. Roberto volvió a frecuentarlo, y más de una vez fue víctima ocasional de la ira de "Perca", perdido de borracho. Insultos, patadas, agravios, cualquier cosa hacía aquél hombre cuando estaba poseído. En una de sus últimas apariciones, un vecino con el cual Roberto no tenía trato llamó al SAME y a la policía, que estaba ya harta de lidiar con los escándalos de "Perca". Un abogado en bata se asomó en medio del tumulto y dijo que mejor era "hacer desaparecer" a ese hombre, visiblemente hinchado de feroz intolerancia. Roberto estaba indigando. ¿Qué decía ese hombre, hacerlo desaparecer? ¿En la Argentina?
Finalmente, "Perca" dejó de aparecer. Nadie más lo vio ni supo de él, aunque se comentó, tal vez a través de la policía, que lo habían llevado al Borda.
Roberto estaba apenado. Me decía que el tipo venía de una familia acomodada, su padre era un profesional, tenía un hermano que dirigía una productora de cine... ¿Cómo explicar que terminara en la calle? Roberto asumía que la familia se debía haber hartado, tenerlo así desde los veinte años... tal vez lo había dejado perderse. A mí me resultaba inconcebible esa opción: ¿Quién es tan monstruoso como para abandonar a un propio hijo en sus momentos de debilidad? Hasta las personas más diabólicas, hasta los abogados que exigen desaparecidos, quieren a sus hijos y les otorgan el perdón cristiano cuando se aclaran las trivialidades que separan a la gente.
Después llamamos al mozo, me invitó el café y quedamos a llamarnos para volver a juntarnos, pero no sé para qué arreglar, si igual siempre nos cruzamos por el barrio, lo cruzo cuando compra las verduras o cuando yo voy al quiosco y él a la tienda naturista. Tal vez somos nosotros, que andamos en algún lugar de la mente por los mismos recorridos, o es Colegiales, a los que algunos llaman "El Centro del Mundo".
1 Comments:
Sol, si lo lees, este es para vos. Intuyo que te va a gustar.
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