Crecer hacia atrás
"¿Acá te dejo? Porque esa que pasamos es Palpa, esta es Céspedes", me dijo.
"Donde puedas, dejáme donde puedas", respondí.
"Bueno, doy la vuelta y te dejo en Federico Lacroze".
"Perfecto, camino. Me encanta caminar de noche", mentí.
Mientras llegábamos a la esquina de Lacroze y Cabildo, sentí que el tiempo se me acababa. Actuar o no actuar, aún sabiendo que mi acción podía no tener sustento. Sí, nos habíamos escrito un par de veces antes, yo sabía de boca de Lola que yo le parecía atractivo, yo le había dicho a Lola - tejes y manejes - que no había podido parar de mirarle las piernas ese domingo nublado en que todos nos emborrachamos delante de una cámara, en parabienes de la música popular.
No podía mirarla de frente sin sentir un poco de incomodidad, sin pensar que todo es un abismo.
"Bueno", me dijo, "nos estamos viendo".
"Sí, espero", dije.
Pero... ¿Otra vez? ¿Otra vez la espera... otra vez el quedarse con las ganas después de pasarse horas mirando un escote y de dejarse imbuir por el ánimo primaveral de creerse la mentira autoinfligida de que mañana no existe, que hoy nos vamos bajo los árboles llovidos y nos mordemos debajo de la ropa en bancos mojados? No, eso de quedarse en la coraza nunca más... eso de tragarse la confesión, aún a riesgo de ser fusilado por el pudor y el propio reproche, no.. ¿Y el estetoscopio? ¿Cuando sacó el estetoscopio en la mesa de los boricuas y me hizo escuchar el latido rítmico y sin soplos de su corazón? ¿Qué es eso, pedagogía médica desinteresada? No señor, porque yo seguí con los ojos sin disimulo la línea metálica del estetoscopio hasta la campana y esas tetas hermosas y redondas, y yo sé que me vio, y no me dijo nada...
Entonces se acercó y yo me acerqué, y en el instante en que íbamos a hacer la danza absurda del beso al aire, corrí los labios y fui a estancarlos derecho en su mejilla rígida. El mítico beso fallido en el que suele caer todo quinceañero u hombre crecido borracho y desesperado en casamientos y eventos de etiqueta. Nos miramos, hubo un silencio, una y hasta dos risas forzadas.
"Perdón, eso estuvo fuera de lugar", dije, incómodo.
"No, está bien".
"No, cualquier cosa, cualquier cosa".
"No, en serio... te corrí la boca porque yo soy así, pero todo bien".
"Aaaahhhh". El alarido, las manos atravesadas en los pelos revueltos y el deseo feroz de ocultarse eran todos míos.
"¿Qué, qué pasa?"
"Me incomodé, no sé".
"No pasa nada, el no siempre lo tenés, está bien probar". ¿Condescendencia de su parte o simple distancia?
"¿Qué voy muy rápido? No estoy apurado, eh, para nada".
Tendría que haber alguien ahí para callarme, pero para mi miseria éramos dos y un precipicio de por medio.
"Es que sos tan linda, ya te miraba el otro día y pensaba: tan linda".
Más silencio, más sonrisas incómodas.
"Olvidáte que dije eso, olvidáte".
"No, gracias. En serio, no tenés que arrepentirte de decir eso".
Horrible. Tenía ganas de que un colectivo en contramano arrollara al auto y me destruyera solo a mí.
"Es que fumé mucho, y... no sé qué hago...", dije, para arruinar las cosas un poco más y acabar de matar todo.
Nos miramos una última vez. Ya no podía ni apreciar su escote. Pensaba, y todavía pienso: ¿Esto se remonta?
"Bueno, espero verte pronto", dije, lapidariamente, de compromiso, como se dan las condolencias en un funeral o las felicitaciones por un aniversario.
"Sí, dale".
Bajé del auto y no miré atrás. Saqué el Ipod y recorrí los nombres de diez artistas antes de darme cuenta de que necesitaba silencio. Me pegué tres veces en la cabeza con saña y apuré el paso. Ganas de gritar, ganas de pegarle a postes de luz, sensación desenfrenada como de psicosis que no tiene solución a corto plazo. Remordimientos.
"Esas heridas no van a cicatrizar, el pasado vuelve, estás condenado a ser la sombra de tu sombra", grité, haciendo teatro.
El monólogo, se me vienieron unas ganas súbitas de hacer de nuevo mi monólogo, el texto de Lamborghini.
"Entonces apareció mi mujer. La cantina estaba llena. Me quedé parado frente al micrófono con la boca abierta sin poder cantar ni entender. La cantina estaba llena...", grité ante las calles vacías, apenas una pareja besándose impúnemente delante de mi ceño fruncido y uno o dos borrachos en su mambo. "¡Matar, matar, matar es un disgusto!"
Me llevó más de una hora poder dormir. A eso de las cuatro y cuarto logré conciliar el sueño.
Hoy me desperté a las 10:43 y entré al trabajo, por tercera vez esta semana, una hora tarde. Dudé, pero al final le escribí. Traté de ser simpático, aunque en todo momento me sentí falso. ¿Es remontable?
Mis palabras, textuales: "Siguiendo mi línea quinceañera de ayer, ¿Vamos a tomar un helado mañana?"
No respondió. Dos horas después, sigue sin responder.
Pedí consejo a un amigo. Sus palabras, verbatim: "Bienvenido al mundo. Así son las minas. Estoy muy orgulloso de tí".
Y aquí sigo, sintiéndome cada vez más infantil, cada vez menos interesado en el mundo del trabajo y más en el mundo del juego, cada día más alejado de la pretensión de amor y más cercano a la búsqueda de cómplices de cualquier sexo y edad, cada día más tentado de abandonar toda planificación y exponerme más, no solo al besito robado en auto de noche, sino a todo, a todos, morir con las botas puestas en todos los sentidos posibles.
"Donde puedas, dejáme donde puedas", respondí.
"Bueno, doy la vuelta y te dejo en Federico Lacroze".
"Perfecto, camino. Me encanta caminar de noche", mentí.
Mientras llegábamos a la esquina de Lacroze y Cabildo, sentí que el tiempo se me acababa. Actuar o no actuar, aún sabiendo que mi acción podía no tener sustento. Sí, nos habíamos escrito un par de veces antes, yo sabía de boca de Lola que yo le parecía atractivo, yo le había dicho a Lola - tejes y manejes - que no había podido parar de mirarle las piernas ese domingo nublado en que todos nos emborrachamos delante de una cámara, en parabienes de la música popular.
No podía mirarla de frente sin sentir un poco de incomodidad, sin pensar que todo es un abismo.
"Bueno", me dijo, "nos estamos viendo".
"Sí, espero", dije.
Pero... ¿Otra vez? ¿Otra vez la espera... otra vez el quedarse con las ganas después de pasarse horas mirando un escote y de dejarse imbuir por el ánimo primaveral de creerse la mentira autoinfligida de que mañana no existe, que hoy nos vamos bajo los árboles llovidos y nos mordemos debajo de la ropa en bancos mojados? No, eso de quedarse en la coraza nunca más... eso de tragarse la confesión, aún a riesgo de ser fusilado por el pudor y el propio reproche, no.. ¿Y el estetoscopio? ¿Cuando sacó el estetoscopio en la mesa de los boricuas y me hizo escuchar el latido rítmico y sin soplos de su corazón? ¿Qué es eso, pedagogía médica desinteresada? No señor, porque yo seguí con los ojos sin disimulo la línea metálica del estetoscopio hasta la campana y esas tetas hermosas y redondas, y yo sé que me vio, y no me dijo nada...
Entonces se acercó y yo me acerqué, y en el instante en que íbamos a hacer la danza absurda del beso al aire, corrí los labios y fui a estancarlos derecho en su mejilla rígida. El mítico beso fallido en el que suele caer todo quinceañero u hombre crecido borracho y desesperado en casamientos y eventos de etiqueta. Nos miramos, hubo un silencio, una y hasta dos risas forzadas.
"Perdón, eso estuvo fuera de lugar", dije, incómodo.
"No, está bien".
"No, cualquier cosa, cualquier cosa".
"No, en serio... te corrí la boca porque yo soy así, pero todo bien".
"Aaaahhhh". El alarido, las manos atravesadas en los pelos revueltos y el deseo feroz de ocultarse eran todos míos.
"¿Qué, qué pasa?"
"Me incomodé, no sé".
"No pasa nada, el no siempre lo tenés, está bien probar". ¿Condescendencia de su parte o simple distancia?
"¿Qué voy muy rápido? No estoy apurado, eh, para nada".
Tendría que haber alguien ahí para callarme, pero para mi miseria éramos dos y un precipicio de por medio.
"Es que sos tan linda, ya te miraba el otro día y pensaba: tan linda".
Más silencio, más sonrisas incómodas.
"Olvidáte que dije eso, olvidáte".
"No, gracias. En serio, no tenés que arrepentirte de decir eso".
Horrible. Tenía ganas de que un colectivo en contramano arrollara al auto y me destruyera solo a mí.
"Es que fumé mucho, y... no sé qué hago...", dije, para arruinar las cosas un poco más y acabar de matar todo.
Nos miramos una última vez. Ya no podía ni apreciar su escote. Pensaba, y todavía pienso: ¿Esto se remonta?
"Bueno, espero verte pronto", dije, lapidariamente, de compromiso, como se dan las condolencias en un funeral o las felicitaciones por un aniversario.
"Sí, dale".
Bajé del auto y no miré atrás. Saqué el Ipod y recorrí los nombres de diez artistas antes de darme cuenta de que necesitaba silencio. Me pegué tres veces en la cabeza con saña y apuré el paso. Ganas de gritar, ganas de pegarle a postes de luz, sensación desenfrenada como de psicosis que no tiene solución a corto plazo. Remordimientos.
"Esas heridas no van a cicatrizar, el pasado vuelve, estás condenado a ser la sombra de tu sombra", grité, haciendo teatro.
El monólogo, se me vienieron unas ganas súbitas de hacer de nuevo mi monólogo, el texto de Lamborghini.
"Entonces apareció mi mujer. La cantina estaba llena. Me quedé parado frente al micrófono con la boca abierta sin poder cantar ni entender. La cantina estaba llena...", grité ante las calles vacías, apenas una pareja besándose impúnemente delante de mi ceño fruncido y uno o dos borrachos en su mambo. "¡Matar, matar, matar es un disgusto!"
Me llevó más de una hora poder dormir. A eso de las cuatro y cuarto logré conciliar el sueño.
Hoy me desperté a las 10:43 y entré al trabajo, por tercera vez esta semana, una hora tarde. Dudé, pero al final le escribí. Traté de ser simpático, aunque en todo momento me sentí falso. ¿Es remontable?
Mis palabras, textuales: "Siguiendo mi línea quinceañera de ayer, ¿Vamos a tomar un helado mañana?"
No respondió. Dos horas después, sigue sin responder.
Pedí consejo a un amigo. Sus palabras, verbatim: "Bienvenido al mundo. Así son las minas. Estoy muy orgulloso de tí".
Y aquí sigo, sintiéndome cada vez más infantil, cada vez menos interesado en el mundo del trabajo y más en el mundo del juego, cada día más alejado de la pretensión de amor y más cercano a la búsqueda de cómplices de cualquier sexo y edad, cada día más tentado de abandonar toda planificación y exponerme más, no solo al besito robado en auto de noche, sino a todo, a todos, morir con las botas puestas en todos los sentidos posibles.
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